Yunior García Aguilera (al centro y arriba), junto a los actores Víctor Garcés y Yanitza Serrano Garrido, en el estreno de la obra ‘Jacuzzi’, en Holguín, 2016 (FOTO Edgar Ariel)

Esta es una entrevista que hicimos el 20 de julio de 2016 al dramaturgo, actor y director escénico cubano Yunior García Aguilera (Holguín, 1982), después de que estrenara en la sala Alberto Dávalos de su ciudad natal Jacuzzi, obra premiada y muy estimada dentro de su dramaturgia. Yunior García se graduó como actor en 2003, con La boda, de Virgilio Piñera y estudió Dramaturgia en la Universidad de las Artes de Cuba (ISA). Cierra la boca (Ediciones La Luz, 2010) compila tres de sus numerosos textos. Ha colaborado con el Royal Court Theatre, es director de Trébol Teatro y sus textos conocen escenarios de Europa y América. Esta es una entrevista que, como escribimos hace ya cinco años, pretende descubrirlo. Truman Capote escribió en el prefacio de su libro Música para camaleones que “cuando Dios le da a uno un don, también le da un látigo, y el látigo sirve, únicamente, para autoflagelarse”. Una pregunta destaca sobre las otras: ¿Cuál es su látigo?

20 de febrero, 2021

Miércoles. 11 menos 5 de la mañana. 20 de julio de 2016. Yunior llega sudado.

Yunior. ¿Llegué puntual?

Katherine. Cinco minutos antes.

Edgar. Gracias por venir, Yunior. Por favor, toma asiento.

Katherine. ¿Por dónde empezamos?

Edgar. Por el principio… Yunior, aquí vinimos a bailar sin máscaras. Vinimos a conocer al actor; más que al actor, porque a ese ya creemos conocerlo, al dramaturgo; pero más que al dramaturgo, al creador; incluso más allá, a la persona.

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Katherine. Somos dos contra uno, pero no se rinda. Confíe en la bondad de los desconocidos, póngase a merced de los extraños.

Edgar. En Baile sin máscaras dice su personaje Yanelis: “el amor es necesidad incontrolable, pasión irresistible, o algo así”. Dime, Yunior, ¿el teatro es necesidad incontrolable, pasión irresistible, o algo así?

Yunior. Sí. El teatro es del tipo de relaciones donde sabes que hay problemas. Algo te dice: “termina, esto no tiene futuro”. Por otra parte, no puedes dejarlo, es el amor de tu vida… Es algo que me pasa con las tablas específicamente. Por más que uno se encuentre ante obstáculos, por más que otras artes sean quizás más cómodas –como la televisión o el cine, si tuviéramos todos los recursos–, el teatro es difícil de abandonar, es pasional, carnal, se vive de una forma única.

El hecho de tener al público reaccionando, de que ninguna función se parezca a otra, de que tengas que esperar a decir el primer parlamento para escuchar la respiración del público y saber cuál es el ritmo que va a llevar ese día el espectáculo, no pasa con ninguna otra manifestación. Es complicado, pero es una experiencia única y muy difícil de prescindir de ella. Pudiera decirse, incluso, que es como una droga, te hace adictivo.

Edgar. Yunior, acabas de estrenar Jacuzzi

Yunior. Íbamos a montar otro espectáculo, uno más seguro, aprobado, publicado, premiado: Sangre. Ya teníamos la bañera, que era uno de los recursos que utilizaríamos. De pronto en Holguín se presentó una mala puesta… No voy a mencionar de qué grupo, pero una mala puesta…

Edgar. De Punto Azul.

Yunior. ¡Yo no lo dije!

A nosotros no nos gustó. De hecho, yo hablé con los creadores y les dije que no estaban preparados para salir a escena de esa manera, que siguieran trabajando con la obra. Se producía un divorcio total con la esencia del texto y no se creaba un buen resultado con el público. Por ese mal momento que pasé con una obra que quiero muchísimo, que considero uno de mis mejores textos, decidimos no montarla. Necesitábamos esperar que el público la olvidara, incluso nosotros mismos.

Revisé mis escritos. Ya teníamos el problema de que estaba comprada la bañera y necesitábamos usarla. Encontré Jacuzzi, seis páginas de un texto que había empezado a escribir hacía mucho tiempo…

Edgar. ¿Cuánto tiempo?

Yunior. Quizá cinco años. Comencé a pensar el texto y en una semana les llevé la primera propuesta a los actores. La leímos en un café y la química que produjo la primera lectura de dieciséis o diecisiete páginas fue espectacular. Los actores dijeron: “no hay otra opción, esto queremos hacerlo”.

A partir de ahí se terminó el texto, muy rápido, en una semana. Se hizo la lectura en público, fueron quizás cincuenta personas. En tres semanas de montaje la obra estaba lista. Luego, en la semana de ensayos generales, hicimos un ensayo a puertas abiertas.

A mí me gusta trabajar de esa manera, a puertas abiertas. Hay otros directores que prefieren trabajar a puertas cerradas, reservarse la sorpresa para el público, que nadie conozca la noticia que se está cocinando. En mi caso, porque me gusta, primero, desde un punto de vista artístico, y, en segundo lugar, porque las condiciones en las que estoy viviendo y trabajando en los últimos tiempos requieren la mayor transparencia posible, decidí hacerlo así, desde el principio a puertas abiertas. Cualquiera podía ir, ver lo que estábamos haciendo, incluso opinar, aportar, decir su criterio. Me parece un proceso muy enriquecedor, me parece que, en Holguín, sobre todo, deberíamos potenciar esa parte del proceso para tratar de acercar a un público antes asiduo a las salas de teatro.

Edgar. Yunior, tus obras y tú han estado en muchas partes del mundo. ¿Por qué regresas a Holguín, más que a Holguín, a Trébol Teatro?

Yunior. Trébol Teatro es una responsabilidad, como la relación que uno tiene con un hijo. A pesar de que en un tiempo uno, quizá, se divorcie de la ciudad, sabes que tienes ese hijo que es Trébol Teatro.

Surgió en 2004, yo estaba de servicio social. Cuando salí de la ENA para entrar al ISA. En ese año en que fui no apto FAR, decidimos, con una estudiante de instructores de arte, montar un texto, muy parecido a este proceso. Encuentro mucha relación entre Jacuzzi, que es el último texto, y el primero, Malos presagios, porque fue escrito así, de una forma muy rápida, para pocos actores, basado en experiencias personales. En Malos presagios también Holguín, la ciudad, estaba presente. Así surgió ese proyecto. Aunque después estaba en el ISA y solamente podía trabajar aquí en julio y agosto, volvía todas las vacaciones a Holguín a estrenar un espectáculo. Pienso seguir haciéndolo.

Katherine. En el “Ritual de confesiones” de su obra Baile sin máscaras, Yoni escoge al azar un espectador y le pregunta: “Tú, que te crees realizado profesionalmente. Todo el mundo te elogia, ¡qué talento! ¿Realmente te crees tan talentoso?”. Si fueras ese espectador, ¿qué responderías?

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Yunior García Aguilera (a la izquierda), junto al actor Víctor Garcés, en el estreno de la obra ‘Jacuzzi’, en Holguín, 2016 (FOTO Edgar Ariel)

Yunior. El problema de ser joven o de ser eso que llaman “promesa” es complicado. A los jóvenes casi siempre nos cuesta trabajo hacer que la gente nos respete. Puedes tener una obra kilométrica y la gente te sigue diciendo “promesa” y uno se pregunta cuándo deja de ser “promesa” y empieza a cumplir lo prometido.

Si tuviera que preguntarme eso ahora… No me considero realizado todavía. Es decir, todavía me quedan muchas expectativas.

Katherine. Yoni insiste: “Allá adentro, en el fondo, ¿crees que te mereces todos esos elogios?”.

Yunior. Qué pregunta tan complicada… No sé, no sé, pero no creo que el arte se haga sólo por el hecho de recibir elogios. Uno hace las cosas porque no puede dejar de hacerlas. Como un grito, es como un grito que tienes dentro; si no lo sueltas vas a reventar. Puede que después vengan elogios y puede que esos elogios sí te hagan sentir bien, pero no creo que esa sea la causa por la que uno decide gritar. Gritas por una necesidad interior que no puedes controlar. Y después quizá rechazos, elogios, aplausos, críticas, lo que venga ya tú estás dispuesto a aceptarlo porque hiciste lo que tenías que hacer: soltar el grito.

Katherine. Yoni termina: “La gloria es tan efímera que siempre es alcanzada por la envidia. Y puede que en muy poco tiempo nadie recuerde ni siquiera tu nombre”.

En la versión cinematográfica de Ilíada, Aquiles y Héctor pelean. Héctor tropieza, cae. Aquiles le dice: “Ven, levántate, no permitiré que una piedra se robe mi gloria”. ¿Qué piedra puede robarle la gloria a Yunior García?

Yunior. Depende de lo que uno considere “gloria” y de lo que uno considere “piedra”. He tenido la suerte de coincidir como amigo de varias generaciones de dramaturgos; algunas que ya no están. Tuve la suerte de ser amigo de Héctor Quintero, poco tiempo antes de su muerte. También fui amigo de Abelardo Estorino. Conocí a Pepe Triana, quien para mí es el mejor dramaturgo cubano vivo. En ellos siempre he notado, en determinados momentos, algún tono de pesimismo, sobre todo al final de sus carreras, donde comienzas a evaluar el reconocimiento, la gloria, los obstáculos, los tropiezos y comienzas a darles otro tipo de importancia.

Yo también, a pesar de que soy joven y tengo una carrera corta, he tenido esos momentos de decepción, de desilusión, de comenzar a verlo todo como algo vano, en una crisis medio de Eclesiastés: “todo es vanidad”. Pero creo que, si uno vuelve a la esencia, al por qué hace las cosas, importan poco los tropiezos y poco la gloria. No veo mi trabajo como una búsqueda de reconocimiento, sino como una necesidad urgente de decir lo que tienes adentro.

Edgar. En Memorias de Adriano, de Yourcenar, el emperador dice que un día llegó a probar la carne semipodrida que hace las delicias de ciertos pueblos germánicos. Dice que la vomitó, pero la experiencia quedaba hecha. Yunior, ¿tratas de vivir todas las experiencias que se te puedan ofrecer?

Yunior. No. No podría. Trato, sobre todo, de ser honesto conmigo mismo y evitar reprimirme. Ya uno va madurando, teniendo responsabilidades, en mi caso tengo un hijo. Uno empieza a tener una especie de compromiso ético y con el paso del tiempo se va perdiendo esa forma liberal de pensar, de experimentar, de cuando uno es adolescente o bastante joven. Quiero vivir. Quiero vivir. Quiero vivir.

Como parafraseo en Jacuzzi: “La juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo”. Uno se va curando de esa juventud. Pero trato de ser auténtico conmigo mismo, de no reprimir mis necesidades, mis gustos, mis opciones, aunque no puedo negar que experimenté una vida bastante libre.

Katherine. ¿Quiénes son tus maestros en el teatro?

Yunior. Es un poco pretencioso decir que todos, pero sí. Todo lo que me leo me sirve como aprendizaje, como experiencia. No lo conocí, pero una experiencia grande que tuve desde la ENA fue Virgilio Piñera. La primera obra de teatro que vi cuando llegué a La Habana fue La boda.

Edgar. Fue la primera que montaste al graduarte.

Yunior. Sí, mi tesis fue con La boda, con Raúl Martín y Teatro de la Luna. Virgilio tenía como una especie de influencia espiritual ahí, era como un maestro espiritual, además de que podía tener sus obras a la mano y leérmelas. Me leí todo el teatro de Virgilio. Mis primeras obras son muy virgilianas. Malos presagios y Baile sin máscaras tienen esa cosa del absurdo virgiliano.

Después me gustó mucho el realismo que tenía Abelardo Estorino. Ese juego con el realismo me interesaba, acercarme a la realidad ya no desde el absurdo, ya no desde otra mirada, sino tratando de ser un poco más honesto, más franco con la realidad.

Luego vinieron los maestros europeos. Sarah Kane fue una influencia que marcó mi generación. Otros dramaturgos contemporáneos de América Latina como Rafael Spregelburd y Arístides Vargas de alguna manera me influyeron.

No puedo negar, tampoco, a Héctor Quintero con su comedia. Me parece que era un maestro y mis obras tienen muchos elementos de humor. Abel González Melo fue mi profesor directo, de él aprendí mucho. También aprendí mucho de mis colegas, como Rogelio Orizondo y Marien Fernández, un dramaturgo espectacular que se conoce poco y que tiene una dramaturgia verdaderamente novísima. Nosotros decimos que el único novísimo de verdad fue él. Yerandy Fleites, con su juego con los clásicos, también me enseñó. Es decir, yo creo que todo lo que me cae en las manos me sirve como aprendizaje.

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Yunior García Aguilera (al centro), junto a los actores Víctor Garcés y Yanitza Serrano Garrido, en el estreno de la obra ‘Jacuzzi’, en Holguín, 2016 (FOTO Edgar Ariel)

Katherine. ¿Y en la literatura?

Yunior. La literatura es otro tipo de lenguaje. No veo a la literatura como un estudio, sino como un disfrute. Es decir, me acerco a la literatura, sobre todo a la narrativa, no como dramaturgo, sino como lector. Tengo gustos muy diversos. Disfruto leyendo filosofía, me gusta muchísimo Nietzsche. Una de las influencias que tuve para esta obra fue El hombre mediocre, de José Ingenieros. Parte del discurso final de Jacuzzi nace de ahí. Me encantan las buenas historias, buscar la poesía en las historias. Trato de leer como lector, no como dramaturgo.

Edgar. Yunior, ¿tienes algún ritual para escribir, mañas antes de utilizar el lápiz, alguna ceremonia previa a la creación?

Yunior. No había pensado en eso. He tenido que acostumbrarme a trabajar con ruido. No soy muy exigente con eso. Algunos escritores necesitan estar encerrados, solos, el momento de soledad. Hay partes para las que necesito la madrugada, el mayor silencio posible. Como a cualquier otro escritor me aterra la página en blanco. Después de que uno tiene ya cuatro o cinco palabras, o al menos una idea, todo lo demás sale. Nunca escribo cronológicamente. Empiezo a escribir ideas sueltas, parlamentos, y después eso lo voy ordenando. Tampoco desecho lo que escribo. Tengo una carpeta que es de trabajos a medio hacer y todo sirve. Todo sirve. Cuando estoy ante ese pánico me pongo a revisar lo que he escrito y de pronto encuentro algo, por lo menos una idea.

Edgar. ¿Qué auguras para los nuevos dramaturgos cubanos? ¿Cómo ves el panorama de la dramaturgia en Cuba?

Yunior. Veo mucha libertad en todos los sentidos. La gente se está arriesgando para encontrar estructuras distintas.

Edgar. Dice Alejandro, en Jacuzzi, que quizá no tropiece si baja corriendo la Loma de la Cruz. Yunior, ¿qué pasaría si cuando bajes corriendo no tropiezas? ¿A dónde te llevaría el impulso?

Yunior. Quizá llegue al aeropuerto, como dice Pepe en la obra, pero aunque llegue al aeropuerto, agarre un avión y me vaya, nunca será definitivamente.

Edgar. Yunior, pero si bajas corriendo lo más probable es que, en algún momento, tropieces, caigas, y te quedes sin impulso. ¿Entonces qué pasaría?

Yunior. Nunca faltan las piedras. Siempre hay alguien dispuesto a ponerte el pie para que tropieces; pero, aunque parezca manido, levantarse siempre es la opción. A veces he tropezado, he caído y he dicho: “de aquí no me levanto, ya me cansé de todo, no quiero saber del teatro, me voy de la ciudad y no vuelvo”; pero son momentos. Hay una fuerza que siempre, no sé de dónde sale, me levanta.

Katherine. Susy, uno de los personajes de Jacuzzi, quisiera morir como Marat. Y Yunior, ¿cómo quisiera morir?

Yunior. No quiero morirme por ahora; pero más que morir de una manera determinada, París con aguacero, o morir como Marat, o morir en mi tierra, o todas las formas posibles de morir, quiero que, en ese momento, cuando le eche un vistazo a lo que hice, esté satisfecho.

Como digo en Jacuzzi, me aterra la inercia, me aterra ese sentimiento que he visto en mi ciudad, en algunas personas con muchísimo talento que se han cruzado de brazos. Le tengo miedo a esa inercia, a eso más que a nada. Por eso todo el tiempo trato de estar en movimiento, de estar inquieto. Quiero cambiar. No quiero acomodarme. Trato de proponerme metas. Esa es una forma de no morir en vida.

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