Esta[1] temporada llega un nuevo documental dispuesto a generar controversia por el mismo tema que aborda, con la ayuda de las conocidas figuras que han participado en su realización. Susan Sontag hace un cameo en la película, al igual que la crema y nata de la comunidad de emigrantes cubanos: Carlos Franqui, Heberto Padilla, Reinaldo Arenas, Guillermo Cabrera Infante y otros. En el momento de escribir este artículo, cinéfilos tan improbables como William F. Buckley, Jr. y el alcalde de Nueva York, Ed Koch, ya han asistido a proyecciones privadas.

Conducta impropia ha recibido críticas muy favorables en la prensa internacional de periódicos como Le Monde, The Guardian de Londres y el International Herald Tribune. En Estados Unidos, fue seleccionada para el prestigioso festival New Directors/New Films, patrocinado por el Museo de Arte Moderno y la Sociedad Cinematográfica del Lincoln Center; fue elogiada profusamente por los críticos del New York Times, Variety e incluso The Nation. En un editorial, el Wall Street Journal la promocionó como una película que no pueden perderse los senadores y congresistas estadounidenses. ¿El tema? Una exposición de la opresión a los homosexuales en Cuba bajo el gobierno de Castro, relatada por las propias víctimas y una variedad de espectadores, testigos, compañeros de viaje y simpatizantes de primera clase.

Conducta impropia fue realizada por dos emigrantes cubanos bien establecidos en el mundo del cine. Néstor Almendros es el director de fotografía conocido por su trabajo con Truffaut y Rohmer; Orlando Jiménez-Leal llamó la atención por su comedia de bajo presupuesto El súper. Sin embargo, la verdadera historia de la homosexualidad en Cuba es bastante diferente de la que retrata la película. Y la verdadera historia que hay detrás de la realización de la película aún no ha salido a la luz en ninguna de tan entusiasmadas celebraciones.

El documental abre con imágenes de archivo de una rueda de prensa de 1966 en la que los bailarines de la Compañía Nacional de Ballet de Cuba anuncian su deserción en París, mientras los flashbacks recrean la entrada triunfal de Fidel Castro en La Habana en 1959 y, lo que es más inquietante, su posterior abrazo con Nikita Jrushchov en 1961, que significó el acercamiento de Cuba a la Unión Soviética. 1961 fue el año en que tanto Almendros como Jiménez-Leal abandonaron Cuba, para dirigirse a Francia y Estados Unidos respectivamente; su película sigue sus pasos, que dejan atrás Cuba para localizar a compañeros emigrados en Nueva York, Miami, Londres, Madrid, Roma y París a los que entrevistar ante las cámaras.

Conducta impropia se concentra en dos épocas clave para cualquier historiografía gay cubana. La primera es el período 1965-1967, tristemente célebre por los campos de detención de las UMAP, en los que homosexuales varones fueron internados para realizar trabajos manuales junto a testigos de Jehová y delincuentes comunes. No hay duda de que los campos de las UMAP fueron un capítulo equivocado, brutal y deplorable de la historia de Cuba. La película presenta, por primera vez, el testimonio personal de varias víctimas de este momento de pánico cubano en los años de paranoia que siguieron a la invasión de Bahía de Cochinos. Las historias de los encarcelados en los campos, y de los que sufrieron otras formas de persecución antigay en esos años, constituyen el testimonio más conmovedor y revelador de la película. Afortunadamente, la época de los campos de las UMAP fue extremadamente breve (dos años), y terminó en medio de una tormenta de protestas internacionales y críticas internas en Cuba. En segundo lugar, la película recorre el éxodo del Mariel de 1980, provocado por la suspensión de las cuotas de inmigración de Estados Unidos, que hizo que miles de cubanos –animados a salir por el gobierno cubano– fueran admitidos en este país. La ola de emigración incluyó a muchos homosexuales, en su mayoría hombres (al igual que la primera emigración posterior a 1959). Varios de estos marielitos gais hablan en la película sobre las circunstancias que rodearon su salida.

Sin embargo, la película nunca trata los primeros años de la Revolución cubana (1959-1965), ni el periodo entre los campamentos de las UMAP y el éxodo del Mariel (1967-1979), ni los años posteriores al Mariel. Por lo tanto, no se menciona la calidad de vida de los hombres homosexuales o las lesbianas en Cuba durante estos períodos. Tampoco se hace ninguna comparación con el tratamiento de los homosexuales bajo Batista o en el resto de América Central o Latina. Pero, además, la ausencia de cualquier contexto parece ser la clave del éxito de la película a la hora de argumentar. Sin duda, no se puede considerar a Cuba como un paraíso para las lesbianas y los gais. Tampoco lo sería la mayoría de los países latinoamericanos, dada la doble herencia de catolicismo y machismo. Pero mis propios viajes a Cuba, tanto antes como después del Mariel, y mis contactos con varias lesbianas y hombres gais de allí, sugieren una realidad muy diferente a la construida por los emigrados en Conducta impropia, que insisten, preventivamente, en que “allí nunca cambia nada”.

Sin duda, las cosas han cambiado para los homosexuales, que se encuentran en todos los ámbitos culturales y políticos de la isla. Las personas gay son conocidas en sus comunidades, y hay un mundo de fiestas y redes que existe fuera de cualquier bar. El marielito de la película que declara que su vestimenta actual haría que lo arrestaran en cualquier calle de La Habana tiene que estar bromeando. Tiene un aspecto francamente conservador en comparación con la mayoría de los hombres que pasean por la ciudad una noche cualquiera, y aún más si se lo contrasta con la flamante multitud de hombres homosexuales que abarrotan regularmente el ballet.

Sin embargo, un examen minucioso de Conducta impropia revela que el tema de la homosexualidad como cuestión social, dinámica psicológica e identidad personal (centrado en sólo tres años de la historia de Cuba) ocupa sólo una parte de la película. De hecho, aproximadamente entre un tercio y la mitad se dedica a un relato sobre la tortura y las condiciones de las prisiones en general, a viejas y poco interesantes entrevistas con Fidel Castro intercaladas con imágenes de noticieros editadas para contradecirle, y a declaraciones ilógicas sobre la psique cubana por parte de varios “expertos”, la mayoría de los cuales no ha vuelto a Cuba desde que salieron de allí. Las historias suenan a verdad en proporción inversa a la familiaridad del espectador con Cuba. Me sorprendió la descripción de un emigrante sobre las rígidas rutas turísticas de Cuba, ya que yo mismo acababa de volver de pasar días deambulando por La Habana sin vigilancia. Las condiciones carcelarias en Cuba descritas en términos tan escabrosos como no específicos por Armando Valladares parecen contradecirse de forma similar por un reciente informe del National Lawyer’s Guild sobre la vida en las cárceles.

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De ser ciertos, los encarcelamientos arbitrarios son realmente condenables. Sin embargo, la película evita cuidadosamente especificar por qué la mayoría de sus testigos fueron enviados a la cárcel en primer lugar. Según fuentes cubanas, los motivos también merecerían penas de cárcel en este país: sabotaje contra el Estado, abuso de menores, etcétera.

Sin embargo, los testimonios de la cárcel son tangenciales en relación con lo que poco a poco surge como la intención de la película: atacar personalmente al propio Fidel Castro. En definitiva, Conducta impropia es una película de venganza. Almendros y Jiménez-Leal han hecho una película que plantea, repetidamente, una pregunta retórica: Fidel Castro es un monstruo, ¿no es así? En su afán por culpar de todos los crímenes al diablo Castro, los realizadores se exceden. Castro da tres pasos para cruzar la habitación donde un hombre normal daría ocho, dice un testigo. No tiene esposa porque es el Gobernante Supremo y debe permanecer casado con Cuba, testifica otro. Necesita que le sigan dos camiones de pollos vivos para abastecerse de comida, dice un tercero.

Fui una de los seiscientos delegados al festival anual de cine en La Habana el pasado diciembre, y todos fuimos invitados al Palacio de la Revolución para conocer al Comandante. Yo también puedo dar testimonio: ¡No tenía cuernos! ¡No tenía cola! Busqué pollos vivos, ¡pero no había ninguno! La letanía del mal en la película es tan extrema, tan motivada por la animadversión personal, que es autodestructiva, particularmente en sus interminables y absurdas comparaciones entre Cuba y la Alemania nazi.

Incluso cuando Conducta impropia se comporta de la mejor manera posible, sus contradicciones se hacen evidentes. Por ejemplo, la película incluye un ataque al racismo en Cuba, pero lo formula un hombre blanco. De hecho, sólo dos de los veintiocho testigos de la película parecen ser negros y, casualmente, estos dos son los únicos que no son intelectuales (uno es un travesti en un club nocturno), y claramente han sido incluidos como atenuante dramático. Del mismo modo, la película, a pesar de su énfasis en la experiencia de los hombres homosexuales, se esfuerza por incluir a las mujeres; sin embargo, ni una sola mujer se identifica como lesbiana. Algunas de los portavoces más famosos esquivan la cuestión de su sexualidad (como Susan Sontag) o insisten en su heterosexualidad (como Herberto Padilla). Al fin y al cabo, ni el lesbianismo ni el racismo preocupan demasiado a los cineastas. Todo el tema de la homosexualidad es, en última instancia, un medio para un fin: el ataque a Fidel Castro y, a través de él, a la propia Cuba.

No es casualidad que Conducta impropia haya aparecido en 1984 y no en los años sesenta, cuando los campamentos de las UMAP fueron denunciados y cerrados. La película tiene una conexión íntima con el Mariel, pero no necesariamente la que decide explicar. Hay una pista oculta en la solitaria escena de la película en la Pequeña Habana de Miami, en una emisión de radio de fondo –no traducida– sobre la Junta Patriótica. Es el homenaje de los directores a la asociación de emigrantes cubanos activa en la época del Mariel, que comprendía grupos tan diversos como los veteranos de Bahía de Cochinos y los terroristas de Alpha 66.

Que el homenaje sea a la derecha emigrada no es casualidad. Hace dos años, un grupo llamado Comité de Intelectuales por la Libertad de Cuba se reunió en Washington. Yo asistí. Presentó paneles con muchos de los portavoces de la película. Las sesiones fueron filmadas nada menos que por Orlando Jiménez-Leal. El comité está encabezado por un veterano de Bahía de Cochinos, y la conferencia incluyó, junto a paneles de emigrados, otras sesiones con el personal del senador Jesse Helms (republicano de Carolina del Norte), el senador John East (republicano de Carolina del Norte) y el entonces recién formado Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes. Tomando como modelo el éxito de los disidentes de Europa del Este, estos emigrantes cubanos anunciaron su objetivo de ganar legitimidad cultural para los emigrantes cubanos entre los intelectuales estadounidenses. Al parecer, su objetivo era sacar a todo el movimiento emigrado de la sombra del terrorismo y llevarlo a la luz de la respetabilidad. Dentro de esta campaña, Conducta impropia es un éxito seguro.

La película es propaganda mediocre, que carece de un montaje conmovedor como el de El triunfo de la voluntad, y bastante previsiblemente conservadora en su formato de cabezas parlantes. Sin embargo, al descontextualizar su tema, tiene un fuerte impacto emocional. Este no es el lugar apropiado para lanzar un largo debate sobre Cuba o el valor de su revolución. Sin embargo, la película se empeña tanto en ignorar los avances en el nivel de vida, la educación, la salud y el acceso a la cultura, que es crucial recordar lo que se omite. En lugar de historia, la película ofrece un mito. En lugar de datos o fuentes documentadas, solo hay testimonios en primera persona. En lugar de comprensión, sólo conmoción. Conducta impropia utiliza cínicamente la homosexualidad como cuña para astillar la poca simpatía que queda por Cuba entre los progresistas estadounidenses.

Se ha escrito mucho sobre el efecto del bloqueo estadounidense en Cuba. Conducta impropia es también una lección objetiva de su efecto sobre nosotros. Sólo una completa ignorancia sobre Cuba podría permitir que las fantasías, distorsiones y medias verdades de esta película salieran a la luz sin ser cuestionadas. Sólo la ignorancia sobre la red de emigrantes anticastristas podría hacer que el público aceptara esta película como una defensa de la homosexualidad, cuando el tema está siendo utilizado simplemente como una especie de misil intercontinental intelectual, dirigido no a Christopher Street sino a La Habana.

Puede ser difícil refutar cada punto de la película en la prensa. Las fuentes cubanas se miran con recelo, así que citarlas no sirve de mucho. Los numerosos lesbianas y gais cubanos que ocupan puestos de poder no “salen del armario” en el sentido estadounidense (como tampoco lo hacen sus homólogos de Ecuador o Guatemala), pero muchos hablaron abiertamente conmigo. Y yo respondí abiertamente, incluso presentando un análisis del cine gay en un simposio oficial en La Habana. La Habana que viví tenía poca relación con la de la película. De hecho, si se señalaran todas las discrepancias, Conducta impropia tendría que ser reconocida como ficción, no como documental. Sin embargo, a falta de hechos, esta película poco sincera está destinada a la gloria.

* Traducción de Rialta Staff.


Nota a la traducción:

[1] El título inglés de este artículo contiene un juego de palabras (irreproducible en español) que establece una analogía entre la invasión de 1961 de Playa Girón o Bahía de Cochinos (Bay of Pigs) y la aparición del documental Conducta impropia (pix es un término popular para ‘película’).


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