El documental ‘Cuban Dancer’ triunfa en el Festival de Cine de Miami

‘Cuban Dancer’, del director italiano Roberto Salinas, se estrenó durante la primera entrega de la 42 edición del Festival de Cine de La Habana, en diciembre de 2020.

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Fotograma del documental ‘Cuban Dancer’, Roberto Salinas, dir., 2020

Entre los días 5 y 14 del presente mes de marzo tuvo lugar la edición 38 del Festival Internacional de Cine de Miami. Auspiciado por el Miami Dade College, este evento ha devenido una valiosa plataforma para la inserción del cine latinoamericano en los circuitos de distribución de los Estados Unidos. En esta ocasión, el festival entregó el Knight Made in MIA Award al documental Cuban Dancer, del director italiano Roberto Salinas, que tuvo su estreno durante la primera entrega de la 42 edición del Festival de Cine de La Habana, en diciembre de 2020.

Cuban Dancer es un documental de particular interés, en la medida en que se ocupa de la emigración a los Estados Unidos, un tema sensible para los cubanos y para la comprensión del imaginario configurado en el país en el último medio siglo. Cuban Dancer registra un período esencial de la vida de Alexis, un joven de 15 años, estudiante de la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso, quien pone en riesgo sus sueños profesionales al tener que abandonar el país con sus padres y reunirse con su hermana en Florida, donde ella vive hace ya un tiempo considerable. Ensanchando todavía más el alcance del filme, el propio Roberto Salinas apuntó en una entrevista: “Si miramos en particular a América Latina, en los últimos años se ha generado una crisis migratoria importante que nos obliga a todos a reflexionar sobre los conceptos de identidad, fronteras, barreras económicas, políticas y culturales”.

Realizado bajo los códigos más tradicionales del género, este documental sostiene una concepción general muy rigurosa. Aunque la fotografía es mayormente funcional, no por ello está exenta de expresividad, sobre todo en aquellos instantes donde se filma a Alexis bailando. A decir verdad, en esos segmentos la película se crece muchísimo en términos de diseño visual, pues la cámara se entrega todo el tiempo a los movimientos corporales, a los gestos y al desplazamiento espacial del joven, de manera que el cuadro no interrumpe el repertorio de pasos o la comunicación física, sino que los potencia, los complementa. Pero, de cualquier modo, la eficacia de Cuban Dancer emana de la precisión de su estructura narrativa. Este documental es convencidamente dramático, en la estructuración de la trama y la elaboración del discurso el peso mayor recae en la acción directa de los personajes retratados, en la observación de estos individuos inmersos en su cotidianidad y en los accidentes que conforman su día a día, capaces de develar su cosmovisión, sus sentimientos o preocupaciones…

El filme dibuja un fresco de la vida de Alexis, resultado de tres años de continua grabación. Con su complicidad y la de su familia, el director registra una serie de episodios en los que es posible apreciar las dinámicas corrientes del joven bailarín en Cuba –su estancia en la escuela, sus rutinas de ensayo, su convivencia en la casa– y los retos que enfrenta para retomar su carrera una vez que llega a territorio norteamericano. Para su mejor organización comunicativa, Cuban Dancer ensaya, al nivel de la morfología interna, una segmentación episódica que garantiza el crecimiento gradual del conflicto y la identificación del espectador con la historia.

En un primer momento, se despliega en pantalla toda la pasión y entrega de Alexis por el ballet, así como el apoyo incondicional recibido por parte de sus padres, quienes no pueden sentirse más orgullosos de su hijo. Llegamos a ver una elocuente secuencia, deudora de la producción de sentidos del montaje, donde, después de una exitosa presentación del muchacho en el teatro nacional Alicia Alonso, pasamos a un salón donde el padre se está tatuando en el brazo una imagen de Alexis en plena función. (Este segmento es de particular relieve, además, porque, junto a otros tantos del documental, consigue desactivar una serie de estereotipos que el imaginario machista continúa asociando a los bailarines de ballet clásico.)

Tras esa suerte de introducción, al tiempo que detona el conflicto, irrumpe el segundo “capítulo” –que es tal sólo porque dramatúrgicamente esa fracción temporal circula alrededor de un asunto específico–. Los padres informan a Alexis de que se irán a los Estados Unidos, y este choca con el hecho de tener que renunciar a sus clases de ballet y con la incertidumbre de no saber si podrá volver a bailar una vez fuera del país. En el transcurso de este “episodio” –hasta el momento de la llegada a la Florida–, Cuban Dancer pone énfasis en ciertas contingencias que marcaron la vida cubana en 2016, cuando se abría el horizonte de restablecimiento de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.

Ya en suelo norteamericano, la narración del documental se divide en dos centros temáticos esenciales: los intentos de Alexis por incorporarse a un centro o una institución donde poder continuar sus estudios de ballet y, ya establecido en una academia, los retos que implicó la adaptación a un nuevo medio y a un régimen de vida y formación diferente. Cada uno de estos momentos están engranados con absoluta organicidad, en una trama plagada de escenas reveladoras acerca de las dinámicas de la familia cubana en el exilio.

Pero Cuban Dancer no se acaba en el eficaz retrato de la entrega incondicional de Alexis al ballet y de su batalla por cumplir con sus expectativas profesionales. Lo mejor del documental se encuentra en la aprehensión que logra del drama de la emigración. Sin subrayado político alguno, el filme mira hacia la falla que la emigración abre en el individuo. El testimonio de las dificultades enfrentadas por Alexis en una escena social ajena a él, de sus retos ante un idioma desconocido, de su añoranza por los que se quedaron, son accidentes en un proceso de aprendizaje existencial que el director tiene la pericia de sustantivar. De ese modo, la experiencia de Alexis invita a la comprensión del mundo común (cultural, emocional) que se ha edificado en el cruce de un país al otro.

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Con su óptica particular, Cuban Dancer llega para mostrar, otra vez, las complejidades que experimenta la vida cubana hoy.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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