mujeres cubanas
‘Performance Still’, Mona Hatoum, 1985. (LADA)

Cuando nace una niña se abre una puerta al abismo. No, no se abre, continúa abierta. Es una vía que lega la madre, y antes la abuela, y antes muchas otras mujeres a cuyas matrices se agradece este nacimiento. Es la vida en potencia, pero es también todo lo que eso conlleva, la marca, la predestinación.

Temprano comienzan las lecciones de vida para las niñas en este país. Temprano se aprende que es mejor no hacer contacto visual con los machos para no transmitir señales que pueden malinterpretarse, que la piel debe ser exhibida solo en determinados lugares, en determinadas circunstancias, que la noche debe ser evitada, que hay colores para que el mundo sepa qué tipo de hembra eres, que el rostro lavado sin maquillaje es símbolo de descuido, que las uñas femeninas deben estar siempre limpias, arregladas y pintadas, que no es elegante no usar sostén, que la falda debe estar a la altura de la rodilla (luego esto será, además, una exigencia escolar), que el cabello no debe parecer una remolino, que debe ser largo y sedoso como el de los corceles de los dibujos animados, que al sentarse ha de hacerlo con las piernas ligeramente ladeadas, piernas que protegen la vista de los muslos, la entrada del pubis.

En Cuba, una niña de 11 años ya es observada en las calles. Mientras a un niño de esa misma edad se le deja usar la ropa que desee a una niña se le recomienda usar un pantaloncito debajo de la saya, que la blusa escolar no debe transparentar sus pechos nacientes, que es mejor mantener bajo perfil, ser discreta, apocada.

También escucha desde temprano que los hombres son como son, que son incapaces de ser fieles, que tienen una naturaleza indomable, una fuerza descomunal y la responsabilidad de llevar la comida a la mesa. No importa que la niña vea a la madre salir a diario a buscar los alimentos y regresar airosa con una bolsa pequeña, o que sepa que la abuela se siente morir cuando no ha podido poner un plato digno para la familia, cuando falta el condimento adecuado, el ingrediente principal, la ración justa. El hombre debe, además, comer más. El hombre es un ser de un apetito insaciable.

Así sale una niña a la calle, como un caballo al que se le obliga a mirar solo hacia la parte por donde ha de encaminar sus pasos.

*  *  *

En la sala de espera del tribunal hay unos bancos de madera para que se sienten aquellos que aguardan mientras se desarrollan los juicios. Es un lugar frío, con una decoración casi inexistente en la que solo cabe destacar un cuadro que se exhibe en medio del recinto. La pintura ocupa el protagonismo en la pared, como si en torno a ella girara toda la habitación, como si fuera ella quien presidiera ese pequeño tribunal que está afuera, ese donde intercambian las víctimas, los familiares, los abogados antes de entrar a juicio.

Lo primero que se ve en el centro del cuadro es un bebé dormido. Descansa sobre un girasol que crece en un casco de guerra. Bajo el casco hay todo un campo de cráneos humanos, una montaña de ellos. Es la vida que se impone a la muerte, a la guerra. En los pétalos de la flor está estampada la palabra libertad, una y otra vez sobre el fondo color mostaza. También lo está en el verde del tallo, en el marrón del casco. Es una imagen grotesca, y lo es más cuando se descubre que el bebé es en realidad un feto que succiona, no se sabe de qué manera exacta, el polen de la flor.

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Es ese cuadro lo primero que veo. Es un cuadro contra el aborto, es mi primera impresión. Luego detallo un poco y pienso que no, o que tal vez no, que acaso es una celebración a la vida.

En la sala de espera me siento junto a las denunciantes, pregunto boberías, las abrazo. Veo a las dos fiscales. Son dos mujeres hermosas, valientes, con los ojos llenos de energía.

Es la hora de la sentencia y aun el acusado no ha llegado. Tampoco su abogado. No sabemos si eso es permitido, lo cierto es que sucede y luego no hay consecuencias, después se justificará esa tardanza con cualquier excusa, como si no fuera un total irrespeto a las denunciantes, a la mismísima autoridad.

Una señora amable nos dice a todos los que esperamos que la sentencia se ha retrasado porque el imputado no ha llegado aún al tribunal. Aprovecho para ensayar una broma, le pregunto a las muchachas si cuando ella dice imputado quiere decir en verdad hijo de puta. Entonces E recuerda aquel desfile donde las prostitutas orgullosas y bellas llevan un cartel que dice que en realidad los hijos de puta no son sus hijos. En ese momento me doy cuenta de que he vuelto a caer en una trampa patriarcal, he llamado a este hombre horroroso hijo de una mala mujer, como si ser puta fuera un pecado, como si ser “buena madre” fuera una redención.

Llega a la sala un señor vestido con guayabera. Me percato de que es el abogado defensor. Se sienta en el banco de delante de donde estamos D, C y yo. C ha llegado hermosa y la he abrazado con fuerza, con deseos de fundirme con ella en una sola pieza, con deseo de hacerla olvidar por qué estamos hoy en este lugar. El abogado es un hombre alto y corpulento y lleva un maletín lleno de papeles. Saca sus files y revisa las hojas sin mirarnos, hojas y hojas donde habla de un abusador de mujeres, hojas y hojas donde se cuentan atenuantes, comportamientos correctos, actitudes revolucionarias.

El casquillo de su bolígrafo bic ha caído al piso y por alguna razón me hace sentir en ventaja, poderosa. Ahora sé algo que él no sabe. Puedo aplastar el pequeño plástico azul sin que lo note, puedo robarlo, puedo esconderlo, puedo dejarlo en el suelo sin decir nada. Con qué poco soy feliz. Finalmente C y yo le decimos que mire el piso donde está lo que falta a su bolígrafo, C lo levanta y se lo ofrece y el hombre habla bajito, sonríe socarrón mientras extiende la mano que luego alzará en defensa del acusado.

Casi una hora después de su citación ese ser innombrable hace su entrada. Está todo nervioso, camina rápido sin mirar siquiera a quienes lo esperamos, no se quita el sombrero al entrar al salón, tampoco al hacerlo al tribunal.

El abogado saca de su maletín una especie de saco negro y se lo pone encima de su guayabera, recoge sus incontables documentos y pasa al tribunal. Luego entran las denunciantes y la puerta se cierra para nosotros.

Son solo unos minutos. Cuando la puerta se abre de nuevo, vemos solo las lágrimas. Las nuestras, las de ellas, pero no sólo: el hombre rata ha salido también con los ojos enrojecidos y húmedos. Entonces lo sabemos, lo han declarado culpable.

*  *  *

Cuando hace casi un año la revista independiente El Estornudo publicaba el testimonio de las primeras cinco acusadoras, nunca imaginé que en realidad podría conseguirse una verdadera respuesta legal. Ese mismo día el acusado fue emplazado en un lugar público y lo negó todo, dijo que él solo creía en la Revolución. Entonces quedó planteada esta disputa tal y como él hubiera deseado. Ese hombre quería hacer creer que las acusaciones de esas mujeres eran una artimaña política, como si él fuera en realidad tan importante para el gobierno, como si alguno de nosotros lo fuera.

En las redes sociales no faltaron los jueces, sobre todo aquellos que preguntaban cómo esas muchachas se habían dejado llevar, por qué, como si esas fueran las preguntas, como si hubiera pertinencia alguna en revictimizar a esas mujeres valientes.

De las más de treinta que hicieron su denuncia pública, solo seis pudieron comparecer ante el tribunal por razones diversas. En muchos casos porque la causa de abusos lascivos tiene corta fecha de prescripción, cual si un delito como este fuera a borrarse de alguna manera, como si por arte de magia fuera a desaparecer de la mente de aquellas que lo vivieron en su propia piel.

Poco y mal ha sido juzgado este ser. Poco y mal porque, según el Código Penal que le fue aplicado, la violación solo se reconoce si existe penetración, cuando es sabido desde hace décadas que una violación no solo trascurre en el contacto físico, sino también, y fundamentalmente, en el mental.

El juicio verdadero, todos sabemos, ha sido en las redes sociales, en los medios de comunicación alternativos. Es ahí donde cada uno de nosotros ha sido fiscal o abogado defensor, juez en todos los casos.

Es una sentencia de mierda esta que han dado los tribunales y lo sabemos, a un hombre que utiliza su poco poder para abusar mujeres debería encerrársele junto a los demás criminales, a un hombre que se disfraza de sacerdote de una religión hermosa para humillar mujeres se le debería también juzgar por eso, pero eso no ocurre en la vida real, eso solo ocurre en algunas películas. ¿Cinco años de prisión domiciliaria? ¿En serio?

Yo no creo en la justicia aunque si en las consecuencias de nuestras acciones. Si existiera algo como la justicia entonces este trovador violador estaría hoy tras las rejas como lo están muchos cubanos que no han cometido más crimen que el de exigir sus derechos. Decir que Cuba es un país singular es el mayor de los eufemismos. Cuba es, tal y como se puso de moda en nuestras redes, un país de pinga.

Pero en este país de pinga, donde vale más tener una y exhibirla que tener valores y valentía, más de treinta mujeres alzaron su voz y tuvieron que ser escuchadas, más de treinta mujeres que fueron tratadas como mentirosas, exageradas y hasta catalogadas como puercas por algunos, se atrevieron a hablar de su pasado, de la violencia que vivieron.

Todos sabemos que solo en 2028 será analizada la posibilidad de que exista una Ley Integral contra la Violencia de Género. Este es un lugar del mundo donde los feminicidios no se reconocen, en el que no hay protección ni lugar donde acudir si una mujer es violentada, donde si se llega a una estación de policía a denunciar a un acosador, se reirán de eso; y si el atacante es tu pareja, te dirán que trates de arreglar tus asuntos en casa, que entre parejas no existe algo así como la violación.

En las calles de Cuba se cuenta algo diferente a lo que nos enseñan de niñas. En las calles de Cuba las mujeres han salido a sonar sus cazuelas, y la imagen más desgarradora de las protestas del 11J es la de una anciana delgada con su caldero en la mano.

Quede este juicio insuficiente para que los agresores conozcan que ya no habrá más silencio. Quede también, por qué no, para que se enteren de una vez aquellos que creen que por ponerse del lado del gobierno eso les dará alguna protección extra. A todos esos, los que creen que la historia o el gobierno los salvará, los remito a la Causa Número 1 y los conmino a que a partir de ahí saquen sus “propias conclusiones”.

Cuba es una mujer valiente que ha empezado a gritar cosas esenciales, no consignas. Yo me quedo con eso.

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5 comentarios

  1. Como hombre criado por mujeres no puedo siquiera empezar a describir la indignación y el asco que me provoca el Bécquer (para colmos, con un apellido que en mi memoria enfangará para siempre a uno de los poetas más sublimes que jamás han escrito en lengua castellana). Cinco años de arresto domiciliario es lo mínimo que merece. Pero ganaron ustedes, ganamos todos. Quedó sentado el precedente: cualquier asqueroso de esa calaña se lo pensará dos veces antes de actuar como el troviolador.

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