Ilustración de Alejandro Cañer

Estimado Jaime Labastida:

Teniendo en cuenta el tan socorrido derecho a la réplica, le pido, por favor, que publique el artículo que anexo a continuación. Es apenas una posición, pero dada la abundancia de páginas que la burocracia cubana le ha dedicado al tema, espero que resulte un poco más legible.

Saludos,

Ernesto Hernández Busto.

Intelectuales y tartufos, de nuevo

En Cuba, los peores actores de los salones ministeriales perseveran en un extraño tipo de bufonería política: acusar a los pocos espacios que aún les conceden el derecho a la réplica. El denodado esfuerzo que realizan por ocupar espacio editorial les impide, ciertamente, la mirada hacia el otro lado, donde se termina de excluir a la última generación cultural que ha dado la Isla. Generación escindida entre el éxodo, como única posibilidad de hacer cultura, y la máscara (disculpable) de un pesimismo a ultranza con el estómago vacío. Queda a los cubanos la posibilidad de preguntarnos cuáles son las posiciones del civismo intelectual, y si el civismo puro no es el último recurso con el que nos desgastamos en replicarle a una política y a una cultura cada vez más mediocres.

Por esta última razón he dudado, inicialmente, en replicar a los gastados adjetivos con los que la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba le responde al número 250 de la revista Plural, donde la redacción decidió incluir un artículo mío, que no tuvo “la suerte” de ser “perdonado” como sucedió con el de Nara Araujo.

Otra razón para la duda: hace algunos años, cuando discutía un proyecto cultural censurado con representantes de la Unión Nacional de Jóvenes Comunistas, llegué a la conclusión que el diálogo con las instituciones cubanas (donde lo cultural y lo policiaco están inextricablemente mezclados) tiene dos destinos intercambiables y previstos de antemano: prolongarse hasta el infinito o terminar en la prisión.

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Valdría la pena denunciar cívicamente al civismo puro y constatar, parafraseando a Julio Antonio Mella en 1924, que las grandes palabras (como casi todo en Cuba) se han ido corrompiendo por falta de movilidad. “Hablamos un lenguaje diferente” —pudo decir Mella a los intelectuales-tartufos de la generación que lo precedió–. Muchos, en cambio, intentamos que la generación anterior acepte que ha sido utilizada o simplemente, reducida al silencio.

Utilizo a Mella por una razón que no tiene nada de alegórica: las coincidencias entre el vacío político e intelectual de la Cuba de hoy con la llamada Pseudorrepública cubana de los 20 no tienen mucho de retórica: son una realidad, la de la corrupción generalizada, el arreglo tras el telón, el mal gobierno, la prostitución creciente, el omnipresente y degradante “choteo”, el incrementado “fulanismo”. De la Revolución –trataba de explicar en mi artículo– surgió la Pseudorrepública. De ello tienen no poca culpa los autotitulados “intelectuales de la Revolución”.

La mayoría de los firmantes de la carta de la UNEAC alcanzan su legitimación cultural en ese periodo de la cultura cubana que ha sido oficialmente llamado “quinquenio gris”, pero al cual, si sustituyéramos la metáfora estalinista en aras de la exactitud filológica, tendríamos que denominar “decenio negro”.

Ahora padecen de nostalgia y de mala retórica. No entienden por qué Plural no hizo esta vez lo que había hecho en algunas ocasiones anteriores: un numero cuyo saldo sería esa imagen idealizada de Cuba. Educación gratuita, es cierto… pero a menos que no se considere como precio el adoctrinamiento más temprano y dogmático. Potencia médica… con necesidad de cargamentos de medicinas desde el extranjero o con sus mejores hospitales en dólares o para una élite. O con numerosos médicos que no pueden hacer especializaciones porque están obligados a un servicio social y a un programa masivo que el presidente de la Republica se dedica a ostentar en sus discursos.

Mencionar esto cuesta hoy (menos, ciertamente, que hace cinco años) el calificativo de “reaccionario”, “proimperialista” o “disidente”. Sin embargo, en el lugar donde sustentan los adjetivos se sufren golpizas policiales, se encarcela, se fusila ante el recurso in extremis de la situación límite. Que cada cual coloque a la reacción del lado que mejor le parezca.

Juan Marinello, uno de los más célebres voceros comunistas de la Generación del 20, (luego integrante de “la cultura socialista cubana”), llamó alguna vez a la censura “aduana de ideas”. La metáfora se esfuerza por convertirse en realidad con las últimas manifestaciones de la UNEAC a propósito de los intelectuales cubanos que (con la anuencia suprema, no olvidarlo, de la oficina cubana de Inmigración) residimos temporalmente en el extranjero.

Tal condición (que por cierto padecería de inexactitud jurídica ante la Secretaría de Gobernación) es utilizada para descalificar algunas opiniones del número. Le aplicarían ese mismo patrón a todos los comunistas que antes de 1959 tuvieron que trabajar y vivir fuera de la Isla?

Hoy vale la pena ser un “falso intelectual cubano”. No es ironía, si constatamos que la legitimación intelectual cubana se divide entre los que pagan el costo de integrar una nacionalidad manipulada y los que se suman dócilmente a las prebendas (cada vez más míseras) del coro oficial.

“Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”. Cum Eclesia omnia, sine Eclesia nihil. La primera frase es del siglo XX. Nunca se dijo que era la traducción de un lema jesuita del siglo XVIII. Pero son bastante normales tales lagunas (y el señor Timossi que al parecer acaba de descubrir a Freud puede seguir trabajando en esa dirección: la de los sintomáticos olvidos de la tradición “revolucionaria” cubana).

En mi país tristemente padecemos de radicales indefiniciones y de mentiras repetidas desde hace demasiado tiempo. La miseria se ha convertido en dignidad, la censura en vox popuil, la nación en instrumento, el enemigo en coartada, el odio en fascinación, en deseo desesperado e inconfesable por la réplica. Hoy se escribe y se estigmatiza desde la supervivencia; la de los que “hablan en nombre de”, la supervivencia dispuesta en las alturas ordenada por una Realpolitik. Los que pagan lo hacen a la manera del Shylock de Shakespeare: en libras de carne… humana. Sinceramente, señores de la UNEAC, ¿no la parece un costo alto para no haberlo decidido ustedes? ¿O todavía les quedan algunos dólares de sus giras con los que pueden hacer compras en el Diplomercado?

iQué triste que sean ustedes los que “defiendan” a mi país!

Ernesto Hernández Busto.


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