¿Estás trabajando en algún proyecto ahora mismo en tu estudio? Si es así, ¿podrías describirlo brevemente?

Sol, es interesante para mí sentarme a responderte esto. Yo siento que mi proyecto principal de los últimos dos años y varios meses ha sido el de la supervivencia, todo el tiempo con la sensación de sobresalto inherente a saber que los códigos de funcionamiento del sitio donde estás viviendo te son esquivos.

Por otra parte, sí, afortunadamente en medio de un proceso de cambio y adaptación que drena una gran parte de mi energía, he tenido el privilegio de ir dando forma a determinados proyectos. En el plano de los intereses personales, Amed y yo estamos trabajando, cada uno desde su aproximación y responsabilidades distintas, en una plataforma para producir, acoger y promover prácticas creativas, incluyendo –sin restringirse– a las artes visuales. Yo diría que este es un proyecto de naturaleza lúdica, por el placer que nos produce; en el que estamos trabajando con mucha calma porque queremos sobre todo ser muy responsables, entender qué posturas éticas de producción vamos a adoptar, o cómo vamos a establecer una relación orgánica y ética con la comunidad, bajo qué criterios de selección…

En cuanto a mi vida académico/profesional, estoy trabajando en tres proyectos de investigación participativa sobre las residencias de arte que deberán concluir en un coloquio internacional el año próximo, en el que se debatirán las motivaciones, comportamientos, efectos, procesos y desafíos que suponen estos dispositivos muy a la moda en el medio artístico y cultural. Es fascinante porque cada modelo de residencia privilegia un acercamiento diferente a la noción de artista y sus intereses, y esa pluralidad me gusta. Como también me gusta mucho descubrir las formas otras de existir del arte, paralelas a circuitos galerísticos o institucionales, o descubrir los conflictos que genera este modelo temporal de apoyo a la creación. Hay otro proyecto investigativo en el que comenzaré a trabajar en octubre dirigido por Analays Álvarez –curadora, investigadora y profesora de la Universidad de Montreal–, sobre las galerías de arte en espacios privados en Rusia, China y Cuba. Analays me ha invitado a participar como auxiliar de investigación y coordinadora de equipo, y la verdad es que me ilusiona mucho también, porque siento que entronca con varios temas que me interesan: relaciones de poder, espacios alternativos… pero también porque me gustan las investigaciones vivas, cuyos efectos van más allá de la teoría.

¿Cuál es su receta para sobrevivir en un momento de casi sólo malas noticias?

Pues ya te hablaba de la supervivencia, así que de alguna forma esta situación me llega en un momento en que tengo incorporada cierta elasticidad. De una forma u otra todos desarrollamos mecanismos de adaptación ante circunstancias extremas, el frío extremo, por ejemplo. Hay algo que nosotros, seres de trópico y, quizás, hedonismo, no conocemos mucho y tiene que ver con el proceso de preparación para el invierno polar. Hay por ejemplo que tomar vitamina D desde antes y acumularla en tu sistema, sino la depresión estacional te golpea más fuerte, como nos pasó en el primer invierno. O hay que preparar las plantas de exterior que quieres que sobrevivan… hay literalmente que cuidar la huerta, y eso es algo que yo desconocía. Claro, que estamos enfrentando una contingencia para lo que no sabíamos que había que prepararse.

Volviendo a tu pregunta, yo acotaría que la receta para sobrevivir a este momento de crisis mundial depende de privilegios de los que consciente o inconscientemente participamos. Creo que este ejercicio de reconocer mis privilegios me ayudado a manejar la forma en que esta situación tan tensa me ha afectado en lo personal. ¿Soy yo una persona completamente desamparada? ¿Cual es el peor escenario posible y cómo me afecta a mí? ¿Acaso no tengo yo todas mis funciones cognitivas y motoras? ¿A qué tipo de servicios sociales, médicos, etc. tengo yo acceso? Estas son unas pocas de las preguntas que me he hecho, como un fact checking, antes de sucumbir de lleno a la ansiedad o a los nervios. ¿Es practicar la elasticidad como mecanismo de protección un privilegio?, probablemente sí. La flexibilidad en muchos casos es una forma materializada del lujo, o de algún tipo de lujo. De momento, hemos hablado mucho Amed y yo de una cualidad de adaptación a incorporar, de ser capaces de vivir, estar, participar de cualquier contexto –ya sea en Montreal, en la Habana, en Güira de Melena, en Colón– sin que medie la incomodidad del cambio material. Quizás un poco como tu estar aquí, ahora. Hic et nunc.

¿Qué es algo que todos podríamos hacer para que el mundo fuese un lugar mejor cuando este desastre llegue a su fin?

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Esta pregunta te la respondo a través de dos nociones del fin y los problemas que tenemos los seres humanos occidentales en nuestra relación con esta categoría temporal. He visto últimamente muchos memes del estilo: “lo único bueno del 2020 es que ya se esta acabando”, como si el 31 de diciembre fuerzas mayores intervinieran para que el 2021 comience desde cero, limpio, bendecido, oliendo a yerba fresca y tal. Eso me parece de una ingenuidad ciertamente aberrante, pero lo comprendo porque está directamente relacionado con el fenómeno occidental de la noción lineal del tiempo, con principio y fin bien marcados. En esta noción no hay capas, no hay la fluidez de la circularidad o lo cíclico oriental. Irónicamente, el coronavirus comienza en el 2019 y no en el 20, por tanto, no es posible restringirlo a un mal año u otra sensiblería. De hecho, ya hemos visto cómo funciona por oleadas, rebrotes, de forma cíclica, sin que podamos presentir un final limpio. Ahora, pongamos que sí, que el coronavirus llegue a su fin el día el 3 de noviembre del 2021, yo sospecho que eso no significaría mucho pues este virus no es una causa, sino una consecuencia.

Ahí viene entonces nuestra segunda manera entumecida de relacionarnos con el fin, que es siempre posponiéndolo. Así es que sucede aquello que menciona Will Self en su texto “Apocalipse Then”, en el número 9 de la Real Review: “Así es que estamos recorriendo la mitad del camino hacia el apocalipsis ambiental, y luego la mitad de la mitad restante, y la mitad de la mitad que aún perdura, y así ad infinitum, convenientemente sin llegar nunca al fracaso total de las cosechas, el colapso de Internet, la inundación de tierras bajas, el colapso de nuestras megaestructuras”.

Yo, de momento, no tengo nada que agregar al concepto de apocalipsis.

Quizás algo que pudiéramos hacer en pos de coexistir, y compartir este planeta es ejercitar la empatía, que la tenemos bien atrofiada. Y paralelamente ralentizar, porque estamos siempre prestos a juzgar y prejuzgar, extranjerizar lo diferente y luego convertir lo extranjero en enemigo: definiendo nuestra identidad y validando nuestro sistema de valores por contraste con los del enemigo-referente de ocasión. Todo eso sin que medie el tiempo necesario para procesar información, emociones, frustraciones, etc. Voraces andamos de trazar límites y encuevarnos ahí. Yo propondría ralentizar todo eso en pro de hacer un detox de psicopatía y otras taras, si no, no tiene caso.

¿Cuál es la principal lección que el mundo del arte debería aprender de todo esto? ¿Cómo te imaginas la escena del arte posapocalíptico?

Estoy tentada aquí a hablar de proyectos de economía social, de redes de ayuda mutua, de recaudación de fondos, de democracia cultural (que no es lo mismo que democratización cultural), del cruce de activismo y desobediencia civil… en fin. Pero sinceramente no creo que estas lecciones vayan a cambiar mucho la escena del arte. Cuando hablamos del mundo del arte nos sobrevienen terminologías abstractas como institución, museo, galería, ministerio… todas estas son nomenclaturas para estructuras que reagrupan, ¿qué? Pues personas, y los intereses, las pasiones, la moral o las intenciones de estas personas. El mundo del arte es, al fin y al cabo, las personas involucradas en él. Esto me lleva a compartir un criterio del músico y activista nipón-neoyorquino Ryūichi Sakamoto cuando dice que, generalmente, es muy difícil cambiar la forma de pensar o el criterio de las personas, y pone, entre otros, el siguiente ejemplo: “En 1885 Oscar Wilde fue encarcelado por ser gay. Esto fue hace 125 años. No fue hasta 2003 que Estados Unidos decidió que la discriminación contra las relaciones entre personas del mismo sexo es anticonstitucional. Esto fue hace sólo diecisiete años.”

Si la forma de pensar de la gente en el poder no cambia, el sistema no va a cambiar. De alguna manera entonces, estas personas que dirigen y que están en la cúpula, aprenderían lecciones muy distintas a las que pudiéramos aprender tú y yo. Así de simple. Podemos empezar nosotros por aprender esa lección, supongo.

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SOLVEIG FONT
Solveig Font Martínez (La Habana, 1976). Licenciada en Estudios Socioculturales. Se desarrolló como especialista en artes plásticas en la Asociación de Artes Plásticas de la UNEAC y más tarde en la Galería Villa Manuela de la misma institución. Trabajó como curadora en la Fábrica de Arte Cubano (FAC) hasta el 2015. En el 2014 fundó el espacio de arte Avecez art space, donde ha trabajado con artistas y curadores nacionales e internacionales. Ha realizado más de veinticinco exposiciones dentro y fuera de Cuba. Ganó en 2015 la Residencia de RCAAQ en Montreal, Canadá.

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