Javier Alejandro González Borbolla (1991) es hoy uno de los diseñadores cubanos más visibles a nivel internacional. Actualmente vive en La Habana, pero nació en Trinidad. Trinidad es su “rinconcito mágico” y siempre será su “cuna”, su “casa”, “el sitio donde atesoro a tanta gente que quiero y admiro”. Fue en Trinidad donde se enamoró –revela– de la noche, del mar y de la montaña. Fue allí, en esa villa espirituana, una de las primeras siete que se fundaron en Cuba, donde aprendió a “distinguir la belleza de las cosas simples” y “la importancia de conservar el patrimonio”. Por eso Trinidad está –enfatiza– en cada trabajo que hace, y sabe que, algún día, “podrá retribuirle todo lo bello e importante que me dio”.
En su estudio habanero de Playa no puede faltar la música. Cuenta que, “como a casi todos los diseñadores”, le encanta trabajar de madrugada. Un momento después dice, contradiciéndose, que odia las rutinas y que, “ni siquiera”, tiene días u horarios fijos para trabajar. Más bien se deja llevar por las ganas y el instinto.
“Una de las ventajas que tiene trabajar desde casa”, comenta Javier, “es que eres dueño de tu tiempo y de tu espacio. Esto también trae aparejado una desventaja: te puedes disociar muy fácil con actividades del hogar: alguna visita, llamada telefónica… Hay que tener fuerza de voluntad y mucha responsabilidad para emprender este estilo de trabajo”.
Sobre su escritorio hay dos listas. La primera dice “En Proceso”. Por orden de prioridad se enumeran los proyectos en los que actualmente está trabajando. La lista dice: “Spots de Campaña PNUD con paso 2030 / Nueva identidad del ICAIC / Identidad visual para sistema de productos médicos del CIGB / CD-DVD Carlos Miyares / Jornada Cultural Sueca en Cuba 2020”.
Para un futuro cercano hay dos colaboraciones que le emocionan: “la primera con el Festival Habana Clásica, y la otra con el Festival Akokán de Arte e Innovación Social, donde pretendemos hacer un gran evento para llevar el diseño a la comunidad, mediante una exposición de carteles que hemos venido preparando con temática medioambiental.”
Junto a la lista “En Proceso” se encuentra otra: “Concursos”, donde tiene ordenados (muy ordenados) más de quince certámenes de cartel. En estos concursos trata de participar en sus ratos libres, que no son muchos. Gracias a la minuciosidad de la lista “Concursos”, en este momento sus carteles se exhiben en galerías y plataformas virtuales de varios países. De “Concursos” salieron varios de los carteles que actualmente se exponen en festivales, bienales y muestras colectivas.
En “Concursos” se pudo leer: “Calacarteles, sexta exposición de carteles alusivos al día de los muertos en México / Exhibición Internacional Ampersand 2020 en Budapest, Hungría / Ecuador Poster Bienal / Festival Jazz in the Ruins, Polonia / The World After, en Estados Unidos / Calanca, bienal suiza de cartel / Covid-Exit, en Naves Matadero, Centro Internacional de Artes Vivas, de Madrid / Red Zone, proyecto de la Unión de Diseñadores de Rusia / Ekoplagàt, 15ta Trienal de Cartel en Eslovaquia / Motivos de Son, de la Fundación Nicolás Guillén / Carteles Vs Violencia, del proyecto CartelOn”.
En todos estos concursos ha ganado, porque “nada me relaja más que conceptualizar y diseñar un cartel”.

Edgar Ariel
Javier, ¿cómo llegas a estudiar diseño gráfico?
Recuerdo a mi abuela hablándome sobre un reportaje que vio en la televisión donde se hablaba sobre “la escuela de diseño en La Habana”. Por aquellos días, no tenía nada claro. Cada vez se acercaba más el momento de decidirme por una carrera, pero la poca e ineficiente formación vocacional que ofrecen en los institutos preuniversitarios me llevó a considerar alternativas que distan mucho de lo que hoy soy.
Por suerte, en aquel entonces, pregunté, investigué un poco, y me puse a dibujar de manera autodidacta. En un par de meses, me encontraba sentado en una prueba de aptitud con una preparación previa casi nula. Aparentemente algo hice bien. Quizá estaba predestinado. Fui el primer clasificado de mi provincia para entrar al Instituto Superior de Diseño.

El hecho de abandonar mi casa, mi provincia y venir a la capital a estudiar sin dudas me cambió la vida, la mente, las aspiraciones, las perspectivas. Descubrir la profesión de mis sueños, adentrarme en el universo del diseño, conocer a tanta gente talentosa y especial, tropezar, caerme y levantarme mil veces los primeros años fueron detalles que forjaron mi carácter y me proporcionaron esta forma de ser persistente, competitiva, curiosa, pero con humildad. La humildad, aprendida de mis padres, siempre la tengo presente.
El tercer año de la carrera me trajo muchas alegrías, sobre todo porque comencé a sentirme más autónomo. Empezaron a llegar los trabajos extracurriculares y con ellos la independencia económica y la experiencia que se adquiere a través de la práctica (en la calle). Esos saberes que no te enseñan en la escuela, pero con los que es preciso chocar para completar tu preparación integral.
Por esos tiempos, gané mi primer concurso de cartel, en la Edición 31 del Concurso de la Canción Francófona. Desde entonces, no he parado de concursar.

Luego de este primer concurso, has participado en otros, en muchos. Ahora, al vuelo, cuáles han sido para ti los momentos más especiales.
Varios. Por ejemplo, estar en la Selección Oficial del Concurso de Cartel del Festival de Cine de La Habana (2016-2019); mi primer cartel serigráfico (La Costurera, 2016); ganar el concurso de cartel para la gran exposición La Memoria Diseñada (Museo Nacional de Bellas Artes, 2018) y que se incluyera mi cartel en la colección de carteles del museo; y trabajar en el ICAIC, el liceo por excelencia del cartel cubano.
Otra experiencia grande fue la de impartir clases en el extranjero a jóvenes con visiones y referentes muy desiguales a los nuestros. El año pasado, ofrecí clases en México, Puerto Vallarta, Jalisco. Así ha sido hasta el presente, un año extremadamente difícil para todos los habitantes del planeta. En mi experiencia, sin embargo, este año me ha servido de mucho para crecerme dentro del gremio, no sólo el nacional, sino también el internacional.

¿Cómo lo hiciste?
Sencillo. Aprovechando el tiempo. Participando en todas las convocatorias habidas y por haber. A veces a contrarreloj; a veces, con “la soga al cuello”, por tener que establecer itinerarios de trabajo muy apretados; a veces aplazando los compromisos y deberes que siempre tenemos. Pero ha valido la pena. En nueve meses, hasta el día de hoy, he tenido la suerte de haber sido seleccionado para exhibir en veinticinco exposiciones internacionales, con temáticas muy variadas, pero generalmente enfocadas en la situación sanitaria actual.
Dentro de unos años, cuando alguien me pregunte sobre mi 2020, diré que fue un año complicado, pero también podré decir que fue el año en que más trabajé a favor de mi superación profesional. El año en que el mundo empezó a descubrir mi trabajo.

Has sido profesor en el ISDi, de donde te graduaste en 2015. ¿Cómo valoras la enseñanza del diseño gráfico en el Instituto y en Cuba?
Una vez graduado, decidí permanecer en el Instituto como docente. Fue una de las decisiones más importantes y determinantes que he hecho en mi vida. Creo que impartir Diseño Básico por tres años me hizo un mejor profesional. Tener que revisitar toda la teoría (aprendida una vez y casi desaprendida con las deformaciones de los años posteriores) para luego enseñarla a los nuevos estudiantes, ver cómo la absorben y la aplican, haciendo cosas increíbles, es una experiencia que te llena de orgullo y satisfacción. Una experiencia que te marca para siempre.

Me atrevo a decir que la enseñanza de diseño en el ISDi es, probablemente, una de las más completas entre todas las escuelas de diseño del mundo. Parece una exageración, pero es sabido que en otras latitudes la especialización viene desde los cimientos de la formación. En nuestra enseñanza, tenemos la posibilidad de rotar por los diferentes campos del diseño. Esto propicia que adquiramos una gran variedad de conocimientos y asumamos, en la práctica, disímiles encargos.

Es cierto que, como en cualquier carrera, la calidad de ese aprendizaje depende de la guía del docente, y, por otra parte, del estudio individual. El programa de enseñanza en el Instituto tiene sus defectos, es cierto. Lo sufrimos cada año y aún no sabemos cómo solucionar los problemas de la metodología y el rigor científico. Es muy complicado: cada proyecto de diseño tiene sus particularidades, no hay dos proyectos iguales. Creo que es un error tratar de encuadrar, en un mismo esquema metodológico, inflexible, una campaña de comunicación, una identidad visual, y una web. Independientemente de eso, en el Instituto se cuenta con una calidad humana y profesional muy grande.
En Cuba necesitamos más escuelas de diseño, al menos una más, ubicada en el centro o en el oriente del país. Creo que sería una apuesta importante en la lucha contra la estética retardada y las chapucerías que lamentablemente ya casi forman parte de nuestra idiosincrasia. A muchos colegas seguramente les disgustará esta idea y vendrán con los pensamientos “elitistas” de que “el diseño no es una carrera de masas”.

¿Qué le dirías a esos colegas?
Les diría que no son suficientes cien graduados en diseño cada año –de los cuales la mitad emigran– para preservar y fomentar el buen diseño en nuestro país. No es suficiente. Estoy seguro de que hay mucha gente talentosa y, por cuestiones personales o económicas, no ven como una opción viable de estudios al ISDi, la única escuela de diseño en Cuba.

Javier, ¿cuál es tu posición con respecto al diseño gráfico cubano?
En Cuba, para hablar de diseño gráfico, hay que hablar del cartel. Tuvimos una época dorada en los años sesenta, setenta, ochenta, en la que los carteles del ICAIC invadieron las calles. La gráfica política tenía a todos “hechizados”. Había un número significativo de revistas ilustradas que daba gusto coleccionarlas. En las ciudades, las vallas captaban el espíritu de una época en la que no existían las pantallas digitales y las personas apreciaban mucho el soporte impreso, lo consumían con total naturalidad y hasta avidez.
Gracias a esta etapa, es que Cuba entró a las páginas de la historia del diseño. Lo hizo debido a sus características peculiares y por el talento que emergió y que aún retumba en nuestros oídos y encandila nuestras miradas cuando asistimos a las exposiciones de [Alfredo] Rostgaard, [Rafael] Morante, [Antonio Pérez González] Ñico, [René] Azcuy, [Eduardo] Muñoz Bachs…

Con la llegada del período especial y la escasez absoluta de todos los recursos, el diseño gráfico decayó y se vio muy deprimido. Prácticamente desaparecieron los carteles y las publicaciones. Se empezó a adueñar de este país una desidia y un abandono tan tóxico que aún en nuestros días se padecen las secuelas. En aquellos años, surgieron nuevos nombres y, durante la primera década de este siglo, se crearon proyectos efímeros que contribuyeron, de alguna manera, a preservar ese legado gráfico.

En la actualidad, hay nuevos proyectos. Siempre es obligatorio nombrar a CartelOn como el actor más tenaz en la preservación de la “tradición” –entre comillas porque siempre se imponen los avances tecnológicos, incluso en el modo de hacer serigrafía. No obstante, lo más importante es convocar y motivar a las nuevas generaciones a hacer cartel. En la última convocatoria, “Carteles vs. Violencia”, se recibieron más de trescientos carteles. Un éxito total.

Ahora mismo hay un movimiento interesante de cartelistas, alentado por el uso de las redes y las convocatorias virtuales, donde un grupo ha encontrado los espacios y la motivación para crear gráfica destinada a diversos escenarios nacionales y foráneos. En los últimos meses, he visto el nombre de Cuba en muchos certámenes internacionales. Es maravilloso que las nuevas generaciones de diseñadores (y las no tan nuevas) podamos emplear los medios digitales para posicionar nuestro trabajo, nuestros carteles. Siento que, poco a poco, podemos conquistar las paredes de las galerías del mundo otra vez, aunque sean paredes virtuales.

¿Qué opinas sobre el diseño cubano contemporáneo?
El diseño cubano contemporáneo tiene más visibilidad y es más próspero en el campo gráfico que en el industrial. Es ecléctico, kitsch, tendencioso, caprichoso, ocurrente, sarcástico y todos los adjetivos que se te puedan ocurrir y que nos caractericen como cubanos. El diseño transmite también nuestra naturaleza. De cualquier manera, creo que el diseño cubano contemporáneo no tiene la visibilidad, la popularidad y la retroalimentación que tenía antaño.
La cultura del diseño, en algún punto, se convirtió en un asunto de minorías, de “élites”, de gremios, y la inmensa mayoría de las personas se han encontrado ajenas a los eventos y noticias de lo que, en materia de diseño, sucede en nuestro país, que no es mucho, pero es algo. Esporádicamente, el noticiero estelar o los periódicos dan una reseña sobre una exposición, sobre algún premio, pero además de la Bienal de Diseño, que tiene bastante cobertura, no se dice mucho.

Muchos son los nombres que considero como sólidos exponentes del diseño gráfico en la Cuba actual. Sería injusto mencionar algunos sólo teniendo en cuenta mi criterio, cuando sé que todos tenemos algo que aportar. Sin embargo, no me importaría mencionar algunas instituciones y proyectos que sí están a la vanguardia de la producción y a favor de la socialización de la gráfica en Cuba.
Ya mencioné a CartelOn. Es válido retomarlo porque, a pesar de sus cuatro años de existencia, se ha posicionado como motor de proyectos importantísimos y se ha convertido en una escuela de la realización serigráfica. También merece la pena nombrar a La Marca, el estudio de arte corporal. Fábrica de Arte, independiente de su carácter comercial, apuesta por la visibilidad del diseño. El Club de Amigos del Cartel (CACa), aunque aún lo considero muy cerrado a las miradas externas, es un encuentro anual donde compartimos e intercambiamos los que amamos hacer cartel. De todas maneras, termino siendo injusto. Seguro se me quedan muchos por mencionar. Me disculpo.

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