Ezra Pound en Venecia en 1969

Antes de su plena incorporación al Partido Comunista y antes, sobre todo, de que se convirtiera en presidente de la Unión Revolucionaria Comunista, bajo las órdenes del estalinismo, había en Juan Marinello suficiente heterodoxia como para criticar, en un número de 1932 de la revista mexicana Contemporáneos, el gongorismo de Eugenio Florit en su cuaderno Trópico. “De Góngora se debe salir como de un cautiverio: con el juramento de vivir en libertad”, dice Marinello a Florit –y bien pudo decírselo, también, a Lezama–. La puerta de salida que propone es nada menos que Ezra Pound.

“Usted y yo –recuerda a Florit, en referencia a la traducción en dos entregas de “Energética literaria” en Revista de Avance, de la que he escrito antes– hemos oído a Ezra Pound aquello, tan sibilino al primer encontronazo, de la carga de las palabras, que es toda una teoría animista del lenguaje literario”. Luego Marinello reproduce la clasificación de la poesía en melopeya, fanopeya y logopeya y concluye que la última es, en realidad, el estadio previo a una “revolución lírica” que establecerá un equilibrio entre las funciones musicales, plásticas y conceptuales de la poesía.

A partir de Pound, Marinello sugiere que esa teoría “animista” debe llevar a una reescritura de la historia y la estética literarias que obligaría a preguntarse “si los chinos, que tienen en sus gramáticas, palabras vacías y palabras a medio cargar, no están elegidos para ser los grandes poetas del siglo XXI”. En el nuevo estadio de la expresión lírica, que llama “heteropeya”, la palabra es un “valor subalterno, pero genuino”, ya que los “vocablos son reflejos leales del elan poético sin preocupación de su significado usual, ni de su acoplamiento sorprendente, ni de su música externa”.

Cuando se publica ese ensayo de Marinello, en Contemporáneos, y luego se incluye en su libro Poética. Ensayos en entusiasmo (Espasa Calpe, Madrid, 1933), Pound, a quien llama “poeta de Nueva York”, “pertrechadísimo ensayista yanqui”, “aventurado en inciertas rutas oceánicas”, ya era fascista y admirador de Mussolini. Lo era desde 1924, cuando cambió su exilio parisino por Italia, aunque no había hecho todavía la propaganda radial a favor de las potencias del Eje que le dieron triste celebridad durante la Segunda Guerra Mundial.

Críticos literarios cubanos de los años cuarenta y cincuenta, comunistas o no, como José Antonio Portuondo o José Rodríguez Feo coincidían en que la obra de Pound era descartable por su fascismo. Lo dice explícitamente Rodríguez Feo en Orígenes y se lo escribe Portuondo a su amigo Lino Novás Calvo, también comunista y gran conocedor y traductor de la literatura norteamericana, quien le responde, en carta del 24 de abril de 1948: “tampoco veo razón de alarma porque se lea a Ezra Pound, no por ser fascista deja de ser un gran poeta. Francia no ha dado en ningún siglo una novela como Voyage au bout de la nuit. ¿Por qué seguir rebotando tontamente entre etiquetas?”

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