Ilustración de Alejandro Cañer

Cuando uno va a juzgar la novela de un autor cubano joven se ve atrapado en una antinomia filosa como una espada e impenetrable como un muro: por una parte, compararla con la mayoría de las novelas cubanas del periodo posterior al triunfo de la Revolución es ya regalarle 25 metros y la arrancada; por otra, compararla con la actual novelística latinoamericana es ponerla a correr en una pista demasiado larga y fangosa. Preferimos ser un poco parciales a muy injustos: analizaremos la novela de Otero, pues, en el contexto de la actual literatura cubana solamente.

Si se piensa en las novelas publicadas en Cuba después del triunfo de la Revolución, excepción hecha de las de Alejo Carpentier y José Lezama Lima, y luego se lee Pasión de Urbino (o viceversa: si se lee Pasión de Urbino y luego se piensa en las novelas publicadas en Cuba… etc.; el orden de los factores, como se sabe, no altera el producto) debemos de concluir en que, a pesar de Sartre y Mme. de Sévigné, la novela de Lisandro Otero es importante, no solo en la obra de Otero sino también en la literatura, cubana actual. El 75 por ciento de las novelas publicadas en Cuba entre los años 1959-66 son bastante malas: esquemáticas, aburridas, superficiales. El 75 por ciento de las novelas publicadas en Cuba (que no necesariamente es el anterior 75 porciento) padecen de un mismo defecto: son, más que novelas, ejercicios, experimentos, tentativas, calistenia literaria. Con Pasión de Urbino ocurre algo muy diferente. En primer lugar la trama “agarra” enseguida al lector (hic et nunc eso es ya una virtud), que se siente sumergido de pronto en los conflictos erótico-ético-religiosos del padre Urbino y de Fabiola. El supuesto lector no se siente tentado a abandonar la lectura y no le sucede como a mí, que nunca he podido pasar de la página 43 de El cataclismo de Edmundo Desnoes, o de la página 27 de Los muertos andan solos de Juan Arcocha. Un grave, por no decir gravísimo defecto de las novelas cubanas del periodo posrevolucionario es la falta de personajes. Sobran los nombres: Evelio “el humilde cafetero”, Quique “el estudiante joven”, Rosa “la mujer de sociedad”, Oberto y su hijo, Pailock el prestidigitador, Nicanor Alcejo; pero debajo de esos nombres no hay nada: son sombras, fantasmas, seres neblinosos y deslavados, todo menos personajes. En la ¿novela? ¿noveleta? ¿novelita? de Otero los personajes son reales, o al menos uno los siente así; están ahí, con sus contradicciones, y aunque en momentos actúen de otra forma, sean diferentes, completamente diferentes incluso, siguen siendo los mismos, precisamente por ser enteramente distintos, como le hubiera gustado decir a Chesterton haciendo de la frase un apotegma. Lisandro Otero ha intentado mostrar cómo el mundo de las posibilidades se impone a veces sobre el destino de los hombres: Urbino muere, pero también vive; se suicida, pero a su vez es asesinado o perece en un accidente: todo se escapa, el verdadero rostro de la historia es confuso, cambiante; el tiempo y la distancia esconden la verdad, la disfrazan a nuestros ojos, todas las soluciones son posibles soluciones. Como técnica, nada de esto es nuevo (Durrell, Robbe-Grillet). Sin embargo, Lisandro Otero demuestra haber asimilado positivamente esas técnicas y haberla amoldado a su forma de expresión. Digo a su forma de expresión y me refiero a la segunda parte del libro (mi división es arbitraria). En la primera parte Otero no logra desembarazarse de una atmosfera demasiado a lo Aura y de un estilo demasiado a lo Carpentier (¿no se ha confesado Fuentes deudor de nuestro primer novelista?). En la segunda parte del libro Otero se desencadena y vuelve al estilo cortado, periodístico de su primera novela.

Si las novelas se derrumbaran por algún sitio (como las casas o los castillos) la de Otero se derrumbaría por la elección misma del argumento, por la falta de pasión conque esta tratada y por el exceso de Urbino. Pero una novela no es una casa o un castillo y no bastan estas cosas para desmoronarla. Y si bien pudieran señalársele estos y otros defectos, también cuentan las virtudes de que he hablado arriba, y sobre todo, también cuenta que Pasión de Urbino es el salto al profesionalismo en la novelística de los hombres de la generación de Lisandro Otero.


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