El relevante filósofo italiano Emanuele Severino murió el pasado 17 de enero en su domicilio de la ciudad lombarda de Brescia. La noticia, sin embargo, no se hizo de dominio público sino hasta cinco días más tarde, cuando ya había sido incinerado en ceremonia familiar, según disposición del difunto.
Severino, nacido en 1929, se formó en la Universidad de Pavía, de donde se graduó con una tesis sobre la metafísica de Martin Heidegger. Enseñó en la Universidad Católica de Milán hasta el año 1970, cuando fue separado de esa institución al ser su obra considerada incompatible con la fe católica por la Congregación para la Doctrina de la Fe. El propio Severino se referiría a este incidente no sin cierto orgullo: “El procedimiento adoptado contra mí era el mismo que la Iglesia había reservado para Galileo Galilei en 1633”, comentaría. De este episodio surgió su libro Il mio scontro con la Chiesa (‘Mi choque con la Iglesia’) (Rizzoli, 2001).
Desde las páginas de un periódico del que Severino fuera colaborador habitual, Corriere della Sera, Mauro Bonazzi, profesor de filosofía de la Universidad de Milán, afirmaba en su necrológica sobre el pensador:
“La condena tenía sentido: el pensamiento de Severino es un pensamiento de lo que es ahora, que no posterga a un improbable más allá el momento de la salvación. Renueva el conflicto secular entre religión y filosofía, poniéndose de parte de la segunda. […] La filosofía es conocimiento y el conocimiento salva, porque ayuda a comprender cómo son las cosas: que no hay nada más allá de los entes (las cosas, nosotros), que la muerte no existe, que el paraíso (la Gloria) es lo que existe ahora.”
En efecto, la obra filosófica de Severino se dirige a desmontar la tradición de la ontología occidental, que para él descansa sobre la premisa del devenir absoluto de la nada al ser y del ser a la nada, lo cual, a sus ojos, implica una concepción fundamentalmente teológica y una tendencia esencialmente nihilista, en tanto dota de una realidad paradójica a la nada. Regresando a Parménides, Severino refuta la posibilidad de este tránsito. Según comenta Bonazzi: “Todo es, eternamente (un beso, el terremoto de Lisboa, la lluvia que cae). Son tesis radicales, objetos de grandes discusiones, pero coherentes con las premisas de su sistema, y un gran pensador no renuncia jamás a la coherencia”.
Posteriormente, Severino enseñó en la Universidad de Venecia, institución que le concedió el título de Profesor Emérito.
Publicó sus obras, entre las que destacan Regresar a Parménides (1964), Esencia del nihilismo (1982), y la serie integrada por La filosofía antigua (1984), La filosofía moderna (1984) y La filosofía contemporánea (1986), en las editoriales Rizzoli y, sobre todo, Adelphi, la casa que dirige Roberto Calasso, otra figura intelectual de primer orden en las letras italianas, y otro pensador que va en contra de las corrientes dominantes en la episteme contemporánea.
Claudia Morgoglione, periodista de La Reppublica, evocaba su figura como “un intelectual portador de una visión originalísima, capaz de conciliar la tensión especulativa y ética que está en las raíces del pensamiento occidental, griego en particular, con las ansiedades y las inquietudes de nuestros tiempos perturbados. Un desafío titánico llevado a cabo por un hombre de personalidad fuerte, carismática, decidido a invertir toda su existencia en la búsqueda de una «verdad bien rotunda», para citar una célebre expresión de Parménides”.
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