En una conversación que sostuve en mi estudio con mi amigo el escritor Ernesto Santana, recuerdo que me habló de un proyecto de novela que tenía engavetado e iba sobre las artes visuales en Cuba, específicamente, sobre el mundo underground. Peteco era uno de sus personajes, y toda la trama sucedía en una feria de disfraces el Día de Halloween. Casualmente, a la primera persona que me encontré cuando llegué a la expo No sé qué es una casa fue a Peteco, antihéroe artístico de eventos como el mítico juego de pelota de los 80 o performer dentro de la obra Peteco llama a Abdel Hernández, de Ezequiel Suárez, en Cristo Salvador Galería. Entonces me fue difícil no volver sobre aquella conversación que había sostenido años antes con Santana y pensar en su proyecto de novela engavetado. Ya Santana no está, no vive en Cuba. Hay un cráter en mi memoria, un agujero negro. Sentí una sensación extraña… Algo de ficción hay en esto.
Intencional o no, la muestra No sé qué es una casa se inauguró el 31 de octubre, día en que se celebra Halloween, día de brujas, de casas encantadas, en el que muchos hacen bromas o ven películas de terror, y otros se disfrazan.
Todo cobró sentido para mí cuando me vi en una casona residencial (#956 de la calle 13) del Vedado el día de Halloween. Y con ello, la pregunta sobre el concepto de espacio y sus dominios, incluso, esta forma de apropiación transitoria que proponía su curadora, Giselle Victoria Gómez (Camagüey, 1982). Ella me había hablado ya del poema “No sé lo que es una casa”, del poeta y guionista italiano Tonino Guerra (1920-2012), que le sirvió de inspiración:
¿Es un abrigo?
¿O es un paraguas por si llueve?
La he llenado de botellas, harapos y patos de madera.
Cortinas, abanicos.
Pareciera que nunca la quiero dejar
Luego es una jaula que aprisiona al que pase por ahí,
Hasta un pájaro como tú, sucio como nieve.
Pero lo que ambos sabemos
Es tan ligero que no puede ser encerrado.
No sé qué es una casa es una iniciativa independiente y autogestionada en la cual participan: Alina Águila, Ezequiel Suárez, jorge&larry, Luis Gómez, Michel Pérez (Pollo), Ángel Delgado, Yaniesky Bernal, Irving Vera feat. Omar Pérez, Marlies Pahlenberg, René Francisco Rodríguez, Alberto Casado, Ítalo Espósito, Kiko Faxas, Nuria Julbe, Alejandro Piñeiro, Jorge Luis Marrero, Eduardo Zarza Guirola, la poeta Jamila Medina Ríos, Rafael Zarza, Irving Alfaro, Antonio Gómez Margolles, Gabriel Coto, Julio Llópiz, Nelson Jalil, Néstor Jiménez y yo en featuring con Yimi Konclaze y Amaury Pacheco.
Este piquete de artistas convergió, en su gran mayoría, con obras no objetuales, intervenciones in situ, gestos lúdicos, piezas sonoras… Me gustó en todo momento la frescura y la singularidad de las propuestas y la inclusividad de la nómina que estará en exhibición hasta el 30 de noviembre. La casa en sí era un environment. Podían convivir piezas con visualidades muy distintas, intervenciones que se camuflajeaban entre escombros y rincones, pasando casi inadvertidas. Podías encontrarte en la misma habitación con obras de un artista Premio Nacional de Artes Plásticas, como René Francisco Rodríguez, y de un recién graduado de la Academia San Alejandro; o de artistas profesionales, con cierto reconocimiento dentro del circuito de galerías, en diálogo con artistas outsiders: infracciones de lo políticamente correcto, según el código de etiqueta.
Los que conocemos a Giselle sabemos de su afición por la subcultura tecno y el supuesto underground de las fiestas nocturnas. En sus exposiciones nunca falta un DJ que promueva la escena de productores de ese género musical alternativo. Junta goce y despropósito, mezclando lo bohemio y lo transgresor. Los proyectos que ha realizado como curadora en su gran mayoría ocurren fuera del cubo blanco, explorando formatos no tradicionales de exhibición.
Eventos como este oxigenan y ofrecen una alternativa frente a los espacios oficiales. No constituyen siquiera una respuesta a un desacuerdo político, sino más bien la proyección de un desacomodo dentro de una estructura institucional, que se torna ineficaz e incapaz de dialogar con las transformaciones y la hibridación cultural que se vienen gestando hace ya un tiempo en el circuito artístico habanero.
La pregunta sobre la casa deviene entonces pretexto para que aflore una familia disfuncional, un gremio y sus anomalías, un síntoma. La casa aquí resulta una definición en fuga para que surja con ello una aparente exposición fallida. Es significativa en la exhibición la idea de intercambio, de circulación, la puesta en escena, la performatividad del propio evento. Y es ahí donde siento que proyectos como este logran su eficacia, más allá de que pueda ser cuestionada o no la calidad artística. En No sé qué es una casa, exposición, site-specific, evento o party, se torna decisiva la noción de arte como producción simbólica e interfaz, que actúa en las grietas, en lo inestable. Desde el ejercicio curatorial se intenta desmontar el sistema artístico y sus estructuras, al atacar la noción tradicional de exhibición para interactuar con nuevos públicos y acceder así a una experiencia artística expandida.
Ya al final de la noche, nos fuimos al Vampirito Elvia, Dyelsi, Larry, Jamila y yo. Y allí estaba Peteco nuevamente. Yo seguía con esa sensación de espacio dislocado. Y pensé en la exposición como un dispositivo ficcional, una coartada de Giselle para generar, el día de Halloween, una exposición fantasma.
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