‘La Noria’ a sus diez años: un laboratorio contra la uniformidad de la literatura cubana

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Detalle de cubierta del n. 17 de ‘La noria’

A estas alturas, la aparición de cada nuevo número de La Noria resulta una verdadera conquista, una victoria. Cuando digo conquista aludo, sobre todo, a la capacidad de supervivencia de una revista que ha librado un sinnúmero de batallas: contra el provincianismo, la incomprensión política, la estrechez ideológica, la inmovilidad estética, las crisis materiales y editoriales, los ataques personales e institucionales, y otros tantos factores.

Este 2020 se cumplen diez años de su decisiva participación en la escena literaria cubana, respaldada por un pensamiento hondo que busca oxigenar un panorama continuamente congestionado. Durante toda esta década de existencia, La Noria ha sido un escalpelo anatómico dispuesto a intervenir el cuerpo de la literatura “nacional”.

Desde el comienzo, sus directores Oscar Cruz y José Ramón Sánchez han hecho de este “proyecto de autor” una plataforma “de avanzada” que no ha perdido ni por un minuto el espíritu transgresor con que surgió. Cada vez se hace más evidente la significación de La Noria para el devenir de la literatura cubana contemporánea que irrumpe con el siglo XXI, así como su importancia para la comprensión de cuanto sucede en materia literaria entre nosotros.

En sus primeros años, la revista fue un auténtico documento partidista, que tributó a la concreción de una nueva postura generacional: reunió un grupo de autores, entonces bastantes jóvenes, que en la primera década del siglo comenzaban a introducir vectores estéticos novedosos en la literatura cubana. (A propósito, la reconfiguración del nacionalismo fue uno de los centros de actividad de estos escritores, lo cual incidió en el tipo de estrategia textual, experiencia genérica, código narrativo o poético y práctica discursiva desplegados y defendidos por la revista.)

Ya en su primer número –existió un número cero en noviembre de 2009–, La noria había perfilado su apariencia definitiva, en cuanto a la ideología estética que nutría sus páginas. En el índice de este número se leen los nombres de Jorge Enrique Lage, Ahmel Echevarría, Octavio Armand, José Kozer, Pietro Aretino (en traducción de Jesús David Curbelo), entre otros tantos, que explican por sí mismos no sólo la clase de escritura por la que apostaba la revista, sino su relación con la tradición literaria cubana.

El tercer número –que reúne a autores como Juan Carlos Flores, Reina María Rodríguez, Carlos Augusto Alfonso, Legna Rodríguez Iglesias, Javier L. Mora–, inicia con un artículo de Lizabel Mónica titulado “La Generación 0” que, de algún modo, acabó por perfilar su apuesta. Para entonces, inscrita en el campo literario del país de forma determinante, La Noria concentraba en / sobre sí muchas de las pugnas, tensiones, antagonismos “de escrituras” y “de lenguajes” que ocupaban a “la ciudad letrada”.

Aunque existieron otras propuestas generacionales de relieve, debido a la aventura textual y cultural a que convidaron (33 y 1/3, The Revolution Evening Post, Desliz), fue la empresa de Oscar Cruz y José Ramón Sánchez la que, con una sorprendente sistematicidad y coherencia, logró modelar mejor un cuerpo literario y un proyecto de escritura, demarcando una postura respecto al estado de la literatura en Cuba. La misma que defiende hasta hoy.

Al ojear, como mínimo, los primeros diez números de La Noria, se perciben perfectamente el imaginario y las marcas estilísticas de lo que conocemos como Generación Años Cero. Ahí se configuró a plenitud, mejor que en ningún otro espacio el Zeitgeist literario de este grupo de escritores. La noria puso en circulación, antes de su aparición definitiva en formato libro, muchas de las obras más discutidas de Jorge Enrique Lage, Legna Rodríguez Iglesias, Ahmel Echevarría, Javier L. Mora, Jamila Medina Ríos, Osdany Morales y el propio Oscar Cruz.

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Consecuentemente con su vanguardismo, esta revista postula una relectura del archivo literario nacional, reivindica a determinados escritores, defiende ciertos estilos, acusa a otros, ataca a la propia institución literaria en sus múltiples expresiones. Y eso hace de La Noria un artefacto revolucionario –siempre al filo de la sospecha para el establishment.

Para dar una idea de su filiación estilística, basta con volver a señalar la publicación en ella de autores como José Kozer, Juan Carlos Flores, Soleida Ríos, Alessandra Molina, Pablo de Cuba Soria, Ronaldo Menéndez, los miembros deDiáspora(s) –grupo sobre el que preparó un dossier en su número 11–, y las traducciones de poetas y narradores contemporáneos de Francia o Brasil, por poner algunos ejemplos. Todo este programa editorial resulta consecuente con su condición de dispositivo de comunicación, diálogo y enfrentamiento, encauzado a dinamizar la concepción de lo literario en la isla.

En una entrevista con Carlos A. Aguilera, a propósito de una pregunta sobre esa generación literaria de la que se supone hace parte, Oscar Cruz comentó:

“Podría decirse que este otro piquete, cuyo centro de acción radica (fundamentalmente) en La Franja –es decir, en el Oriente–, despoja el poema de la retórica falsa que lo había baldado durante los últimos años: establece la abolición de la esclavitud lírico-depresiva, y contraindica el uso y el abuso de metáforas humeantes (sonó lezamiano…). Expulsa de la versificación los bordados y florituras, y pone en liquidación la dulzura campestre. Intenta recuperar una perspectiva cívica y de reescritura de la Historia casi sepultada en la poesía cubensis. Se incorporan al discurso altas dosis de cinismo, humor y violencia. Se abre el juego a una escritura sexual y política. Se abandona la idea del poema como salón de belleza y se exploran nuevas retóricas vinculadas al lenguaje callejero y a la irrealidad del cubano de a pie.”

Más que en la precisión o no de estas palabras, me interesa reparar en el pensamiento que late en ellas. Si aceptamos que, en tanto proyecto de autor, Oscar Cruz mantiene ante La Noria la misma postura creativa que ante su poesía, entonces podemos decir que aquí está delineada una serie de ideas y patrones a tener en cuenta para comprender el modo en que esta revista se ase al campo literario cubano. Tanto es así que la inclusión o no de determinadas escrituras en la revista ha dependido siempre del grado de proximidad que estas guardan con esos presupuestos ampliamente defendidos por Oscar Cruz y José Ramón Sánchez.

Claro, ninguno de ellos demanda en la literatura un tipo de presentación formal determinado. La Noria ha acogido toda clase de estilos, desde el coloquialismo hasta la experimentación más vanguardista, desde narraciones “realistas” hasta ejercicios típicos del posmodernismo. Su programa, en puridad, está interesado en barrer con formas cosificadas, manierismos y lugares comunes que plagan nuestra escena literaria. Apuesta, además, por una escritura capaz de explorar el mundo e incidir en él, dispuesta a cuestionar los ordenamientos de lo social y de la Historia. Por eso privilegian tanto la escritura que cuestiona los modos en que los discursos políticos o las voces oficiales presentan la realidad. Todo esto tributa sustancialmente a la conformación de una poética.

La Noria es una revista pertinente, con un perfil que desafía y problematiza siempre. Lo demuestran su apuesta sostenida por una literatura, tanto cubana como internacional, de vanguardia, que deja entrever algunas de las líneas estéticas notables de la contemporaneidad; su interés por la crítica y el ensayo como formas de pensar la producción poética y narrativa; su propensión a indagar en zonas poco exploradas o visibilizadas de la Historia nacional, no sólo literaria; la mirada hacia ámbitos internacionales poco o nada conocidos en la isla; la promoción (la búsqueda) de autores cubanos emergentes con propuestas sólidas…

Las múltiples discusiones que esta revista ha generado, las valoraciones críticas que ha promovido y merecido, las polémicas intergeneracionales que ha despertado, no hacen sino dar cuenta de la radicalidad de su propuesta y de la incomprensión que ronda a los modelos textuales que defiende. De ahí que La Noria sea, en el campo literario cubano, como un laboratorio donde se sigue barriendo con la uniformidad.

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