Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)
Gerardo Mosquera en La Habana (FOTO Liatna Rodríguez)

Durante los cuatro encuentros del seminario que impartió Gerardo Mosquera sobre curaduría contemporánea en el espacio Artista X Artista, tomando como puntos de partida una serie de exposiciones curadas por él, sentí una especie de viaje personal a lo Carl Sagan, donde uno podía ir desde lo particular a lo espacial, de nuestras vidas ordinarias y diminutas a lo universal, al cosmos.

Los dos últimos encuentros fueron cambiando poco a poco la perspectiva del ojo con que se miraron los dos primeros a través de las obras que iba mostrando. El hombre y ese deseo de estar en “la vida” se iba diluyendo en piezas con un carácter más ajeno a esa obsesión humana de pertenecer. Imágenes de desiertos, de tierras baldías, de bastedades donde el hombre no habita o donde estuvo y ya no está, o de donde ha sido desplazado por fuerzas mayores, hasta finalmente llegar a obras que muestran la infinitud o incluso el Big Bang.

Persistía aún allí la idea de que el arte estuviera en “la vida”, de que estuviera en contacto con eso a lo que el museo le cierra las puertas: la calle, la sociedad, porque determinadas piezas eran sacadas a la calle, o como en una muestra que se encontraba expuesta al afuera, solo separada por un cristal. Se hacía presente el gesto de querer “sacar el arte a la calle”.

La resistencia misma de varias piezas colocadas en exteriores era, como esa “vida” ajena al museo, frágil y limitada. Algunas podían resistir el golpe de la intemperie, pero otras precisamente buscaban diluirse bajo su contacto, que el desgaste ante “la vida” propusiera una caída, una muerte. De este modo ya se entraba en el asunto que el arte fuera “vital” de forma definitiva. La obra tendría un nacimiento y una muerte, una pérdida, una disolución, y solo quedaría en imágenes que ayudarían a conservar su memoria. Nada más. Perfecto. La entrada en “la vida” se hacía definitiva.

Pero en las últimas dos exposiciones que Mosquera mostró había una especie de estirada a algo más allá del hombre. Fotos del cosmos, del espacio, de galaxias remotas. Fotos, ya no cuadros en los que una mano se hace presente en silencio, imágenes que me hacían pensar en una disolución, en un exterminio de la figura humana de las obras expuestas. Sentía un claro camino de una exposición a otra, que Mosquera nos había introducido en silencio en una especie de ampliación del lente desde lo particular a lo espacial. Por esto recordé la serie Cosmos de Carl Sagan, donde todo es viaje de lo particular a lo universal, todo relacionado, todo puesto en amplio espectro, de lo humano a lo infinito.

De este modo “leí” este viaje de Mosquera y, por ende, ese intento callado de diluir el arte más allá del simple gesto de “sacarlo a la calle”. Nadie dijo nada acerca de esto y mi mirada, mi viaje, fue solo mío, como dijo Carl Sagan, “personal”.

Cuando en esas dos últimas exposiciones Mosquera mostraba alguna obra que aún persistía en el más mínimo detalle por esa búsqueda de un lugar en “la vida”, o simplemente aparecía la figura humana o alguna pintura (raro esto porque casi todo era fotografía) ajena a la vastedad de esas otras obras que mostraban el cosmos o espacios abiertos infinitos, yo descartaba esas más cercanas a la historia humana porque me interesaba la idea de que Mosquera nos hubiera sumido en el viaje de una lucha por alcanzar algo (de nuevo pudiera ser esa “vida”) para al final, sin decir una palabra sobre esto, enterrarnos en la imposibilidad misma de ser ante esas miradas al infinito. Después de una lucha por estar, por pertenecer, solo quedaba eso oscuro que era la nada, el Big Bang.

Las palabras de mi amigo Enrique Saínz volvían: “¡Pero, muchacho, si nunca vas a saber bien cómo es esto y no vas a vivir nada!”

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Hubo otros acercamientos al arte de curar, por supuesto. Más aterrizados a eso práctico que es curar una exposición del mismo modo que un director de cine tiene que serlo. Resolver problemas de entendimiento humano, saber lo que se quiere y no manejar la idea de una exposición a través de las posibles limitaciones o lidiando con las ilimitadas censuras, sino saber qué se quiere y luchar por algo que llegue a ser lo más cercano posible a eso. Todo esto Mosquera lo abordó.

Pero en todo este aspecto organizativo me interesaba más cómo Mosquera resolvía el problema de los espacios, cosa evidentemente importante en toda exposición. Cómo manejar a los artistas, cómo enlazarlos a lo que buscaba, cómo hacer integral la curaduría y que aquello en lo que se indaga sea orgánico. Porque para mí todo fue movimiento desde su primera charla, un movimiento dentro de cada exposición y otro que me conectaba de una exposición a otra. Un camino. Eso. Y el punto de partida de ese camino fue aquella primera anécdota que nos contó, cuando él era estudiante de la Facultad de Artes y Letras de La Habana y era todo lecturas teóricas, mientras su novia, que estudiaba medicina, era solo prácticas. Ella estaba en “la vida” y él fuera de ella, nos dijo.

En Mosquera había una estructura sólida. Y cuando habló de seguir una idea a toda costa me recordó a Werner Herzog, que en el primer encuentro en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños dijo a todos los presentes y, en particular a los estudiantes que iban a dar aquel curso con él, que no soportaba la queja, que no quería un “no se pudo hacer” por alguna traba, fuera la que fuera.

Y esas fuerzas, que colindan con lo terco, son esenciales para emprender todo trabajo creativo en el arte o la literatura, ese gesto, eso que lo lanzó contra lo que está afuera y que de forma tan clara reconocía mi amigo Enrique que siempre llevaría, sea cual sea el camino, al total fracaso. Porque ese gesto es lo único que tal vez lo puede atar a “la vida”.

Es un error quizás ver estas charlas de Gerardo Mosquera a través de este lente, lo que interesa a mi ojo: la intención de un artista, no de un curador, ver a un creador (que obviamente es) más que a un productor, a un organizador. Puede ser terrible que, en el fondo, no haya estado leyendo este taller como realmente debería, como el taller de un curador y ya. ¿Quién sabe? Uno mira solo a través de su obsesión. Pero lo cierto es que fui a estos encuentros esperando escuchar solo a un curador y me topé con algo más. De modo que, para mí, muchísimo mejor.


* Entre el  6 y el 9 de febrero pasados, el curador Gerardo Mosquera impartió en el espacio Artista X Artista de la Habana un seminario sobre curaduría contemporánea, gracias a la colaboración del proyecto Decir, Callar, Mostrar y la galería Bode Projects.

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