‘Son of Sodom’, un documental sobre la juventud en la periferia queer de Medellín

‘Son of Sodom’ se podrá ver en marzo durante la segunda entrega de la edición 42 del Festival de Cine de La Habana. En 2020 compitió por la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes y en el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam.

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Fotograma de ‘Son of Sodom’, Theo Montoya, dir., 2020

Amparado en una esmerada estilización del lenguaje cinematográfico, el documental Son of Sodom sumerge al espectador en la experiencia existencial de la juventud en la periferia queer de la ciudad de Medellín, donde se abrazan sexo, droga y muerte. Este filme es un viaje gótico que se adentra, acodado en los predios de la subjetividad de su autor, en el ambiente íntimo de unos jóvenes que intentan lidiar con su “diferencia” en una sociedad que los empuja hacia los márgenes. Theo Montoya, director de Son of Sodom, comentó que “Este es un proyecto muy personal, es el retrato a unos chicos de la ciudad que desde espacios aparentemente banales llevan luchas por la liberación y la resistencia, jóvenes inconformes con los roles de género establecidos por una sociedad que los margina y los extingue”.

Este relevante documental fue la única obra latinoamericana que el recién concluido año compitió por la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cine de Cannes, junto a un grupo de otras once películas que pasó al certamen como representación de lo más significativo del paisaje documental del orbe. Entre los múltiples espacios que sirvieron de plataforma para la promoción del filme, destaca también su inclusión en la competencia oficial del Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam, uno de los eventos más prestigiosos entre los consagrados a esta convención genérica del audiovisual. Ambos festivales son la medida del éxito internacional de Son of Sodom, que se estará viendo además en la segunda entrega de la edición 42 del Festival de Cine de La Habana.

Suerte de actualización de preocupaciones que ocuparon a Víctor Gaviria en Rodrigo D: No futuro (1991), este filme, de apenas 15 minutos de duración, entrega una profunda reflexión sobre la situación de violencia y drogadicción que vive la ciudad de Medellín en la contemporaneidad y, específicamente, como apunté antes, esa juventud altamente vulnerable por su sexualidad disidente de la norma. Pero además de la penetrante reflexividad del discurso de Son of Sodom, que extrae de las imágenes y los testimonios registrados un mundo de valores y una ética, el impacto de este documental nace del virtuoso ejercicio estético desplegado por Theo Montoya.

El plano secuencia con que inicia el documental muestra una vista nocturna de las calles de un Medellín underground. Se percibe un ambiente desconcertante, como si la urbe estuviera sumida en una dimensión distópica. La gente camina entre latones de basura y la escasa luz descubre múltiples cuerpos tendidos en las esquinas. Se advierte un aire de marginación, la rutina de una nocturnidad en ruinas. Sobre estas imágenes, grabadas desde un auto, se escucha una voz –inmediatamente asociada al autor– que comenta: “Esta ciudad es un cementerio. Una ciudad fantasma. En Medellín no se puede ver el horizonte. Hemos tenido tanta violencia, que ahora pareciera que viviéramos en paz. Jamás podré escapar de esta ciudad…”

Un corte coloca de inmediato al espectador en una habitación donde, en plano frontal, es presentado Camilo Najar, un joven de 21 años. Esas grabaciones corresponden al casting de la ópera prima de Theo Montoya, durante el cual Camilo Najar conversó con el realizador, en un tono desenfadado y de total indiferencia, sobre su vida familiar, sobre su homosexualidad, sobre su relación con las drogas… Bien avanzado el metraje, durante uno de los fragmentos de esa entrevista, Theo Montoya le pregunta a Camilo Najar cómo se ve a sí mismo dentro de cuatro o cinco años. Najar responde, mientras se dibuja una sonrisa en su rostro, que “muerto”. Y luego subraya que no le tiene temor alguno a la muerte.

Ya en los primeros minutos de Son of Sodom, la voz del director comenta que, a la semana del casting, Camilo Najar, quien sería el protagonista de su película, murió de una sobredosis de heroína. La noticia del fallecimiento de este joven imbuye a Theo Montoya en un viaje de aprendizaje que lo lleva a explorar el mundo del que procedía este muchacho, una búsqueda que le revele su identidad y su imaginario. Él quiere ir más allá de cuanto revela el perfil de Instagram de Camilo Najar, donde se presenta precisamente como “Son of Sodom”. Cuando transgrede ese umbral, descubre a un individuo ilusionado con su belleza exótica, presa de sus deseos, entregado a un mundo de placeres efímeros donde la droga sirve de alivio al dolor. Theo Montoya se propuso conocer la sensibilidad de un individuo condenado al interior de una ciudad sumida en el caos.

A través de un grupo de entrevistas a amigos y conocidos de Camilo Najar, el documental dibuja un retrato de la subjetividad de estos jóvenes que hacen la escena queer de Medellín. Mientras se escuchan los testimonios de los personajes, la cámara registras sus cuerpos, los espacios, ambientes (fiestas, clubes, parques, habitaciones) y objetos con los que se relacionan y donde dejan en libertad sus identidades. Al explorar ese entorno, la película grafica la falta de futuro, el desamparo de estas personas que asumen sus cuerpos como válvulas de resistencias a la gravedad de un abismo social que parece no tener salida. En los comentarios de los muchachos conocidos por Theo Montoya, late una identidad lacerada por esas circunstancias, una forma de responder al repliegue social de su sensibilidad.

En sintonía con ciertas pautas estilísticas trazadas por las voces autorales de Harmony Korine y Wong Kar Wai –en cuanto a la relación entre temática, puesta en escena y expresión visual–, Son of Sodom tiene en su andamiaje formal su carta de triunfo definitiva. La capacidad narrativa que Theo Montoya deposita en el valor icónico de las imágenes, junto al inteligente engranaje que consigue entre las voces de los entrevistados y la documentación del espacio, revelan a un creador dispuesto a trasgredir las convenciones más tradicionales del documental. Más que argumentativa, su película es una obra de evocación, que limita la autoridad epistémica del género documental a las resonancias simbólicas de los cuerpos de los protagonistas y del espacio que han conquistado. La fotografía y el montaje son los responsables definitivos de la atmósfera onírica, de tintes punk, en que se desenvuelve la película, una atmósfera que parece emerger del mismo estado de drogadicción en que pasan la mayor parte de su tiempo los jóvenes testimoniantes.

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Theo Montoya aprehende en Son of Sodom la belleza triste y conmocionante de esas circunstancias de vida y las cicatrices de un drama social. Este documental interioriza en su brevedad un fenómeno que lacera fuertemente a la sociedad colombiana. Por esto mismo, hacia el final, sobre un plano cenital de la ciudad, se escucha al director comentar: “Hace más de treinta años que Medellín empezó una transformación. Se quería dejar en el olvido la imagen de la violencia. En aquella época morían miles de jóvenes. Mi generación se sigue aniquilando en una Medellín innovadora, que parece seguir sintiendo el no-futuro. La muerte ha dejado de importarnos, hemos nacido mirándola a los ojos. Tal vez nunca sabré quién fue Son of Sodom. Lo único que sí sé es que seguimos danzando en las ruinas del narcotráfico”.

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1 comentario

  1. Así se inicia en un mundo abismal, tal vez no tan lejos estamos de Llegar a las grandes ligas como lo es Hollywood, pero ahora uno de nosotros ha llegado a su final y es un honor que un equipo tan teso como ustedes trascienda por las montañas del narcotráfico y terrorismo hacia la cima. Realmente, espero que pronto esté documental este circulando de manera eficaz por todo el país colombiano ya que es importante que muchos jóvenes del país nos demos cuenta como seguimos día tras día viviendo sumergidos en el conflicto de la drogadicción tal vez por la falta de conocimiento, por problemas familiares, por querer experimentar entre otros factores sociales que nos llevan a cometer actos no civilizados a favor de nuestro destino.

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