Tania León (2021) después de ganar el Pulitzer
Tania León (2021) después de ganar el Pulitzer

Pianista, compositora, directora de orquesta, animadora de música contemporánea y embajadora cultural, Tania León irradia cubanía, carisma y creatividad. Nacida en La Habana, mostró talento musical desde muy temprano, tomando clases de solfeo y piano a los cuatro; su abuelo le compró un piano a los cinco. Un vecino cercano era José Urfé, compositor del “Bombín de Barreto” (1910) y padre de Odilio y Orestes, que ya eran adultos cuando nació Tania, en 1943. Desde joven le gustó la música clásica y también la cubana; su talento en el piano fue reconocido desde su niñez. Se graduó del Conservatorio Peyllerade con dos títulos, en teoría y solfeo y en piano (1960). Su primera interpretación pública de música en Cuba fue en 1965, junto con un joven clarinetista de diecisiete años llamado Paquito D’Rivera.

Las influencias sobre la obra de León son múltiples y de gran alcance: Bartok, Stravinski, Ligeti, Janacek, Stockhausen, Boulez, Prokofiev, Elliot Carter, Charles Ives, George Crumb y, del lado cubano, Roldán, García Caturla, Lecuona, y Julián Orbón. Claro, hay contemporáneos de ella que nutren su creatividad como Pauline Oliveros, Meredith Monk, Julius Eastman (fallecido), Wadada Leo Smith, y Anthony Braxton, como también un grupo de compositores más jóvenes y con quienes mantiene un diálogo artístico-estético, como George Lewis, Anthony Davis, Bun Ching-Lam, David Lang y Julia Wolfe, entre otros. Si esto suena ecléctico lo es, y así es la música de León, que puede combinar los aspectos etéreos de Crumb, el experimentalismo de Carter, el lirismo de Lecuona, ritmos yorubas, y cambios abruptos en motivos y ritmos como en Stravinski, sin jamás perder su propia voz.

Su crianza y formación cubana es significativa: “Mi crianza me dio facilidad de oído para todo. Nadie me había enseñado a rechazar algo porque no fuera adecuado. De modo que yo disfrutaba todo, desde la música de los campesinos y la de otros países, hasta la música de tremenda complejidad, como Boulez y Stockhausen”, me comenta.

En esto, León entronca en una larga tradición cubana que a partir de raíces locales profundas crea una obra nutrida por un mundo musical más amplio, global.

Tania León es reacia a identificarse como mujer compositora o compositora afrocubana o mujer negra. En nuestro mundo de política identitaria rechaza las etiquetas que usan críticos y académicos para hablar de personas o artistas que no son blancos. Esto no quiere decir que no esté consciente de su propia existencia como negra, mujer, y cubana en Estados Unidos, más todavía cuando llega a Nueva York en 1967 en medio del movimiento de derechos civiles. Un año más tarde conocerá a Arthur Mitchell (1934-2018), coreógrafo afroamericano que fundará el Dance Theatre of Harlem (DTH) en 1969, compañía que todavía existe, bajo la dirección de Virginia Johnson (en 2023 le tocará a Robert Garland). León fue directora musical del DTH de 1969 a 1980 e inmersa en el ambiente afroamericano pudo entender las peripecias y peligros raciales de la sociedad norteamericana. En su vida –sea como educadora, compositora, animadora cultural– siempre ha abogado por la diversidad y la igualdad en público. Como señala Alejandro Madrid en su biografía, no hay contradicción entre su postura privada y sus declaraciones públicas; más bien hay que leer su rechazo a las etiquetas como una disposición a ver las personas en toda su individualidad y complejidad. Los antepasados de León reflejan esta complejidad: tiene sangre africana, francesa, china, española, es decir, es netamente cubana. Un crítico la describió como “a Cuban-born American composer”, cosa que le pareció bien: sí, nacida en Cuba, pero una compositora americana, no en el sentido estricto de estadounidense, sino perteneciente a las Américas, que van desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

Tania León con Leonard Bernstein en 1988
Tania León con Leonard Bernstein en 1988

De igual manera, León ha mantenido una distancia prudente de las polémicas políticas en torno a lo cubano. Su motivación para salir de Cuba no fue política, sino porque quería irse a estudiar a París (con Nadia Boulanger), cosa que nunca logró hacer. Aunque lleva más de cincuenta años fuera de Cuba no se ha unido a las voces más estridentes del anticastrismo, ni tampoco se ha afiliado a los apologistas del régimen. Siempre ha mantenido que la cultura cubana es una sola, no importa donde viva el artista, rechazando la falsa dicotomía de “los cubanos de adentro” y “los cubanos de afuera”. Siempre ha fomentado los intercambios culturales entre la isla y la diáspora, cosa que a veces le ha traído percances, como cuando organizó el festival Sonido de las Américas-Cuba, en 1999.

León emana un humanismo cósmico, tiende a ver la especie humana desde una perspectiva galáctica, subrayando lo pequeño que somos dentro de la vastedad del universo. “Nos preocupamos por las cosas materiales, las diferencias de clase y raza, pero al lado de la inmensidad [del universo] somos fantasmas”, me dijo. Esa perspectiva cósmica no viene de una creencia religiosa, sino más bien espiritual; “las religiones imponen muchas cosas sobre las personas”. León sí respeta las herencias religiosas, y, en el caso de su música, ha usado la Regla de Ocha como fuente de inspiración. Basta con los nombres de algunas obras: “Kabiosile”, “Batá”, “Batey”, “De Orishas”, y “Oh Yemanjá (Mother’s Prayer)”, aria de su ópera Scourge of Hyancinths (1999). Pero tal vez estaría de acuerdo con la frase de Bartok: “Si fuera a santiguarme significaría en el nombre de la Naturaleza, el Arte y la Ciencia”.

Tania León también se resiste a etiquetas estéticas. Cuando le preguntan si su obra es dodecafónica, modernista, expresionista, vanguardista, free jazz, experimental, posserialista, minimalista, posmoderna, aleatoria, neoclásica, o collage, ella responde que es una pianista que compone música, y se sonríe con cierta picardía. Y ¿por qué no? León compone polirrítmicamente, pero no se parece a Stravinski (acuérdense de que el ruso fue a Cuba y trató de anotar los ritmos del batá y tiró la toalla, derrotado). En algunas obras tiene un aspecto minimal, pero en nada suena como Glass o Reich (¿quizás un poco como Adams?). En su obra temprana hay dejos de Webern, pero no abandona la tonalidad por completo. En su música de piano hay acentos de Art Tatum y Lecuona, pero nunca como mera cita sino como punto de arranque o elaboración. Tyshawn Sorey (1980), baterista y compositor, produce una música que muchos tratan de clasificar sin mucho éxito: el la denomina música “posgénero”. La obra de Tania León caería dentro (y fuera) de este término ideado por Sorey.

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Las composiciones de León han sido grabadas, pero de manera dispersa. Solo hay cuatro discos enteramente dedicados a su obra: Indígena (1994), Singin’ Sepia (2008), In Motion (2011) y Teclas de mi piano (2022). El primero se enfoca en la obra orquestal, el segundo en composiciones vocales y de cámara, el tercero en ballets, y el más reciente en la obra pianística. Muchas obras se encuentran en discos antológicos que incluyen una (o dos o más) obra(s) de León, donde se han recogido más de veinte composiciones. Hay varias que se encuentran en YouTube (Abanico…, Ácana, Four Pieces for Violoncello, Rítmicas, Toque). Si la comparamos con su compatriota Orlando Jacinto García (1954), que es una década más joven y ya tiene nueve grabaciones dedicadas a su obra, la obra de Tania espera aún por ser grabada.

Tania Leon 2007 | Rialta
Tania Leon (2007)

Las primeras composiciones de León en Estados Unidos eran principalmente de ballet y fueron encomendados por el Dance Theatre of Harlem, nada sorprendente dado su puesto como Directora Musical de la compañía. En once años (1970-1981) compuso seis ballets, entre ellos Tones (1970-71), Haiku (1973), Spiritual Suite (1976) y Belé (1981), este último en colaboración con Geoffrey Holder. Spiritual Suite fue una colaboración con la gran contralto Marian Anderson. Desde entonces solo ha escrito un ballet, Inura (2009), que fue encargo de Brandon Fadd para DanceBrazil.

Haiku e Inura se agrupan en el disco In Motion (2011). El primero, a punto de cumplir su cincuentenario, es una pieza pausada, con espacio entre las notas. Está compuesta para fagot, flauta, koto, guitarra, violonchelo, bajo, percusión (varios), y cinta electrónica. Tiene un narrador que declama los poemas, unos diecisiete en total. León maneja los ritmos con mucha destreza, usando caja de madera, tambores (taiko y de otro tipo) y otros instrumentos de percusión. Emana un estilo puntillista, si por eso se entiende texturas esparcidas e inconexas con notas breves, muchos descansos y grandes saltos en los intervalos.

Inura, por el contrario, es una composición de fuertes ritmos y melodías, altamente percusiva. Consiste en unas doce voces, un cuarteto de cuerdas, un bajo, marimba, y percusión. Entre la percusión se oyen instrumentos brasileños como el agogó y el berimbau. Tiene ocho partes y dura un poco más de treinta y cinco minutos. Inura explora el mundo afrobrasileño, especialmente el candomblé. El primer segmento, titulado “El compartir”, tiene una percusión robusta, las cuerdas y voces (operáticas y no). El segundo (“Respeto”), con cuerdas suntuosas y percusión casi a ritmo de son, suena como algo que tocaría la Camerata Romeu. León va alternando los tempos en cada parte con mucha destreza y la realización de las voces es deslumbrante.

Indígena, el primer disco enteramente dedicado a su obra, contiene cinco composiciones, todas escritas entre 1987 y 1991. La pieza titular es brillante en su manejo de la orquesta de cámara de doce músicos y León sirve de directora. Se destaca en particular la trompeta (Richard Kelley) y los instrumentos de viento. “Parajota delaté” (para “J”, o Joan, de la “T”, o Tania) es un homenaje a la compositora norteamericana Joan Tower (1938). Resulta cadenciosa, con una mezcla hábil de flauta, violín y violonchelo. Termina de una forma muy tierna con el chelo en un ademán lírico. “A la par” se trata de un dúo de piano y percusión, donde resalta el aspecto percusivo del piano usando ritmos variados que son inesperados. “Batey”, la pieza más larga (casi 21 minutos), fue compuesta en conjunto con el gran pianista dominicano Michel Camilo. Ambos escribieron la letra. Aquí León emplea ritmos e instrumentos de la música popular cubana: hay una sección de rumba (guaguancó) y en otras usa los batás (tocados por Puntilla y Nueva Generación). Las voces fueron interpretadas por el Western Wind Vocal Ensemble, un grupo de seis cantantes (dos sopranos, dos tenores, un barítono y un contratenor); es la parte vocal donde se destaca el aspecto más contemporáneo de la composición. Los aspectos afrorreligiosos, por su parte, son de la tradición yoruba y el final hace referencia a Yemayá. (La quinta obra es para piano, Ritual, que discutiremos a continuación).

Durante el Festival Bang on a Can del 2022 se hizo un programa de la obra pianística de León, que incluyó (además de Ritual, 1987), Homenatge (2011), Momentum (1984) y Tumbao (2005), interpretada por la formidable Vicky Chow de manera impresionante. En el disco Teclas de mi piano (2022), este instrumento está a cargo de Adam Kent, destacado intérprete de música española (Turina, Mompou, de Falla, Albéniz) y latinoamericana (Villa-Lobos, Oscar Lorenzo Fernández, León). En Ritual, el pianista tiene que “atacar” el teclado, lo cual no quiere decir que es una pieza agresiva sino fogosa, de enorme brío. El fuego es lento y calmado y, a los dos minutos, empieza el ataque. Esta pieza está dedicada a Arthur Mitchell y Karel Shook, los dos principales coreógrafos del Dance Theatre of Harlem. La compositora dice de Ritual: “se trata del fuego espiritual de personas que inspiran a otras personas, porque a veces ven algo en esa persona que ellas mismas no ven. Es el fuego que inicia algo”.

Homenatge se dedicó al compositor catalán Xavier Montsalvatge, autor de Cinco canciones negras (1945). Una de las cinco se titula “Cuba dentro de un piano”, un título hecho a la medida para ella. (León conoció la música del catalán por su sobrina Yordanka León, una contralto que trabaja con el Gran Teatre del Liceu de Barcelona). El homenaje es genuino, pero musicalmente el tratamiento de León es muy distinto al del catalán, y, por ser canciones, hay parte vocal y pleno uso de la orquesta. La segunda canción, “Chévere” y la quinta, “Canto negro”, usan poemas de Nicolás Guillén. León basó tres canciones de 1987 (Pueblo mulato) sobre textos de Guillén (“Canto negro”, “Organillo” y “Quirino”). En cuanto al acercamiento a la obra de Guillén, le debe más a Roldán que a Montsalvatge. Su versión de “Quirino” es un torbellino sonoro que dura solo noventa segundos y donde cada instante irradia poder y vitalidad.

Momentum está dedicado a Joan Tower, amiga íntima y una de las compositoras contemporáneas más destacadas de Estados Unidos. Tower vivió ocho años en Bolivia y aprendió el español, cosa que compartía con León, que tuvo, por el contrario, que luchar con el inglés por varios años. También está dedicado a la pianista venezolana Yolanda Liepa. Empieza pausadamente como una especie de Monk dodecafónico, seguido por una sección que recuerda a Satie, pero el lirismo es contenido, y luego por un torrente de notas que evoca a Art Tatum, uno de los pianistas favoritos de León. En ciertos momentos la pianista se levanta, mete la mano dentro del piano y puntea la cuerda.

Tumbao está dedicado a Celia Cruz, a quien León conoció de casualidad en un vuelo en el que las dos se pusieron de acuerdo para colaborar en un proyecto. Lamentablemente, pocos meses después la cantante falleció. La pieza es veloz con motivos llevaderos, usando la mano izquierda para llevar (y variar) los ritmos, mientras con la derecha se van hilvanando rápidas melodías o ritmos. La pieza entera parece el montuno de un son, hasta con guajeos (no tradicionales), digamos un montuno no disonante pero disidente.

En Teclas de mi piano aparecen cuatro composiciones tempranas, todas del 1965. El “Homenaje a Prokofiev” es con staccato, y alterna entre partes melódicas y disonantes. El “Rondó a la criolla” es con una melodía llevadera, con intricadas repeticiones. Mi favorita es “Preludio No. 2 Pecera”, en clave menor y algo sombrío, tal vez por su tema que evoca los seres queridos despidiéndose a través de cristales en el aeropuerto.

Las tres composiciones más largas son excelentes. “Variación” (2004) está dedicada a Bach y aquí la compositora despliega cierto barroquismo y bastante swing, aunque hay varias partes fragmentadas; es movida hasta el final cuando el tempo empieza a disminuir. “Going…gone” está dedicado a Stephen Sondheim (1930-2021), el gran compositor de obras musicales. León ha incursionado en el mundo del teatro musical, incluso colaboró por corto tiempo en la producción del Lion King. Mística es una obra dedicada a su madre y a Ursula Oppens, una de las más destacadas pianistas de la música contemporánea. En 2003, Oppens fue invitada a tocar en La Habana y, para colmo, por el Día de las Madres. Entusiasmada, compartió la noticia con León y dijo que quería tocar algo de la cubana. León le dijo que le compondría algo nuevo y en honor a su madre. Oppens tocó Mística y al final se levantó y preguntó si la madre de León estaba presente. Su madre se paró e identificó, y Oppens dijo: “Esta pieza es para usted, es su regalo del Día de las Madres”.

Mística tiene sus aspectos puntillistas, pero también es altamente percusiva, con un martilleo de parte de la mano izquierda. A mitad de camino se hace más lento el tempo y, en varias partes, León usa ambos extremos del teclado a la misma vez, con eficacia y emoción. En otra parte, el ritmo parece evocar a alguien tocando una puerta: ¿la puerta del alma? Mística es clave para entender Teclas de mi piano, disco que representa una muestra excelente de su obra y que debería verse como una serie de conversaciones con distintas voces, compositores y tradiciones. ¿Cuántos compositores, dentro de un disco, podrían llevar a cabo conversaciones con Bach, Sondheim, Celia Cruz, Art Tatum, Prokofiev, Monstalvatge, Monk y Joan Tower sin perder el ritmo?

En Bang on a Can se presentaron además Four Pieces for Violoncello y Rítmicas. La primera, de 1983, dedicada a su padre, surge de una conversación con él en 1979, cuando regresó a Cuba por primera vez después de doce años de ausencia. Hasta entonces en su obra, León no destacaba los elementos cubanos en su música. Su padre la retó para que considerara incorporar sus raíces en su música. Desgraciadamente, su padre muere meses después, en 1980. Recuerda ella: “Sentí una explosión dentro de mí. Me di cuenta de que estaba negando ciertas cosas preciadas mías. Y sentí que los sonidos de mi ambiente, los sonidos de mi infancia, empezaron a volver”.

La composición tiene cuatro movimientos: uno inicial, “Allegro”, que establece el tono de la pieza; el segundo (“Lento doloroso, sempre cantábile” es elegiaco; el tercero, “Montuno”, definitivamente movido, y el cuarto (“Vivo”), donde el intérprete muestra su virtuosismo. El “Allegro” es lírico y brusco a la vez y con gran sonoridad. El “lento doloroso” es más fluido, pero triste, una especie de oración o lamento por su padre fallecido donde a veces las cuerdas gimen. Pero rápido se introduce el tercer movimiento (“Montuno”), que cambia de tono con elementos del son cubano. Es percusivo, con uso de pizzicato, golpes en el instrumento con el puño y pisoteadas; aquí León recrea de manera alegre el “tumbao” de su padre. La pieza termina (“Vivo”) con secuencias estilo tocata (delicadas y rápidas) que requieren virtuosismo de parte del chelista. Es una obra maestra que combina complejidad y emoción con gran finura.

Rítmicas (2019) debe su título y cinco movimientos a Rítmicas 5 de Amadeo Roldán. Como indica su título, el énfasis recae en la riqueza y complejidad de la cadencia, y León usa variantes del son y el guaguancó como parte del armazón de la pieza. Está hecha para una orquesta de cámara de trece instrumentos: piano, harpa, cuarteto de cuerdas, flauta, oboe, clarinete, trompa, saxofón alto, y dos percusionistas. El primer movimiento, breve (apenas dos minutos), da la pauta: fuerte uso de percusión unido a toda la orquesta que va creando una masa de sonido, una especie de manigua sonora donde las cuerdas conversan con los vientos con una capa de metales dando otra textura y todo arrastrado por una percusión explosiva. La única parte donde hay cierto descanso es en el tercer movimiento, que comienza con el clarinete solo seguido por el cuarteto de cuerdas. En la cuarta parte, el piano lleva el ritmo, que si bien tiene dejos cubanos también raya en un blues teñido de funk; además hay un interludio intenso con los dos violinistas que es asombroso. Se termina con todo el grupo tocando junto –pero no al unísono– un poco como el Art Ensemble of Chicago (multiplicado por tres, claro). En su totalidad, Rítmicas es una energética travesía por una densa masa sonora que da chispazos.

El recién publicado libro de Alejandro L. Madrid es una contribución valiosa a los estudios sobre la obra y vida de Tania León (Tania León’s Stride A Polyrythmic Life, University of Illinois Press, 2021). Además de esbozar una vida intensa y memorable, Madrid hace análisis muy perspicaces de algunas obras. En varios pasajes, al analizar una obra en particular, el autor primero hace una breve introducción general, seguida por una pequeña entrevista con la compositora sobre la pieza; después viene una discusión analítica y finaliza con lo que llama una valoración, donde contextualiza lo discutido dentro de la obra entera de León y con otros compositores. En la entrevista y el análisis, Madrid cita generosamente de la partitura discutida. Es un método de análisis que le permite profundizar con mucho discernimiento. En un anexo, el libro incluye una excelente cronología de la vida de la pianista, a la par que una cronología musical e histórico-social; en otro una discografía extensa y completa.

Curiosamente, el libro termina con una pequeña discusión de una obra suya, Stride (2020). Se trata de un encargo de la New York Philharmonic y la Sinfónica de Oregón y se estrenó el 20 de febrero 2020 en la sala David Geffen (antes sala Avery Fischer) de Lincoln Center en Nueva York. Es una pieza orquestal, de unos quince minutos. Está dedicada a la sufragista Susan B. Anthony. En junio de 2021, León se enteró de que Stride había ganado el Premio Pulitzer. No es la primera vez que había ganado un concurso o un premio, pero el prestigio de un Pulitzer la coloca a la altura de Charles Ives, Ornette Coleman, John Adams, George Crumb, Mario Davidovsky, John Harbison, Julia Wolfe, David Lang, Du Yun, Henry Threadgill y Anthony Davis. Parece que el libro de Madrid ya estaba en la imprenta porque no pudo incluir dicha noticia. Pero eso en nada quita lo excelente y necesario de su estudio ni tampoco del justo y merecido galardón extendido a Tania León.

La música de Tania León es de una amplitud y diversidad impresionantes. No es una obra fácil, pero tampoco deja al oyente perplejo, frustrado o abrumado. Al contrario, León respeta (y reta) a su público, porque su obra nace de historias personales o históricas. León sabe narrar y con emoción, si bien el relato no es siempre lineal. A veces se fragmenta, se dispersa, pero siempre vuelve a cuajar. Madrid habla de su uso, por ejemplo, de una técnica, Klangfarbenmelodie (alemán), en la cual se divide una línea musical o una melodía y se reparte entre distintos instrumentos, añadiendo color y textura. Aunque León usa este procedimiento a menudo, no define su obra posgénero, su voz. Añade Madrid: “Sin embargo lo que es extraordinario sobre el uso personal de una técnica es como ella lo usa en el contexto más amplio de una textura de palimpsesto que habla sobre la hibridez y la resistencia basada en sus experiencias vividas. Es la intersección de estilo e idea donde emerge la voz compositora de Tania León de manera clara, reconocible, única”. Es una voz que viene de esa conversación de toda la vida, con su barrio habanero, su familia y mentores, con sus ancestros, con los compositores que la motivaron (cubanos y de todas partes del mundo), con la naturaleza y la luminosidad del cosmos. En eso Tania León nos recuerda el verso de Martí: “El universo habla mejor que el hombre”. Lo mismo se puede afirmar para la música de Tania León.

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ALAN WEST-DURÁN
Alan West-Durán (La Habana, 1953). Poeta, ensayista, traductor y crítico. Ha publicado los poemarios Dar nombres a la lluvia (1994) y El tejido de Asterión (2000). De crítica literaria-cultural ha publicado Tropics of History: Cuba Imagined (1997) y Cuba A Cultural History (2017). Ha sido editor-en-jefe de African-Caribbeans: A Reference Guide (2003), Latino and Latina Writers (2004) y Cuba: A Reference Guide (2011). Ha traducido a Rosario Ferré, Alejo Carpentier, Luisa Capetillo, Nancy Morejón, y Nelly Richard. Es profesor en Northeastern University (Boston).

1 comentario

  1. «No se ha unido a las voces más estridentes del anticastrismo, ni tampoco se ha afiliado a los apologistas del régimen»… sería interesante imaginar una declaración como «no se ha unido a las voces más estridentes del antifascismo, ni tampoco se ha afiliado a los apologistas de… blah, blah…», o «no se ha unido a las voces más estridentes del antipinochetismo, ni tampoco, blah…», sin mencionar que equiparar a anticastristas y apologistas, como si fueran tirios y troyanos, o judíos y nazis, o partisanos y fascistas… es tan trillado, que recomendaría al profesor esforzarse un poquito y pensar con más de ingenio, si desea complacer al lector sofisticado…

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