Tres tigres tristes (2022), del brasileño Gustavo Vinagre, es un filme insolente, una carcajada cuir y un delirante acto político que enfrenta el dolor, los miedos y los traumas sufridos por los individuos LGBTIQ+. Vinagre irrumpió vandálicamente en el 72o Festival de Cine de Berlín: su largometraje llegó como un streaptease que muestra sin pudor las axiologías sexuales disidentes. Y conquistó el Teddy Award, otorgado por el prestigioso evento alemán a películas con temática LGBTIQ+ capaces de proponer alternativas al cine contemporáneo.
El espectador de Tres tigres tristes debe abrir bien los ojos a cuanto hay detrás de la puesta en escena y la visualidad pintorescas y artificiosas orquestadas por el realizador brasileño, uno de los cineastas más interesantes en su país, cuyo documental Vil, má (2020) también participó con éxito en la Berlinale.
Vinagre despliega acá un diseño narrativo y visual francamente carnavalesco en que echa mano, por ejemplo, a atributos de la estética camp, del kitsch y de las festividades drag. La dinámica expositiva hace de la película un espacio de simulacro. La narración y la imagen se explayan como un espectáculo de referencias, alusiones y apropiaciones que sirven de coartadas para trasgredir las relaciones de dominación del patriarcado, que dispone el uso de los cuerpos cuir, su apariencia y su sensibilidad. Ese es el auténtico propósito de Tres tigres tristes, cuyo aparataje escénico es un arma.
La anécdota sigue el deambular de tres jóvenes en un Sao Paulo distópico, golpeado por un virus que afecta el sistema nervioso y provoca amnesia. Los habitantes de la ciudad viven una situación similar a la provocada por la Covid-19: usan mascarillas y llevan desinfectantes consigo a todos lados… Pero las personas enfermas no mueren, sino que experimentan una lamentable pérdida de la memoria. Para los protagonistas, combatir esta pandemia significa luchar contra el olvido de su historia y sus identidades. El trío recorre esta futurista y surreal urbe –espacios públicos y espacios marginales apropiados por sujetos “diferentes”– en un peregrinar lúdico, hedonista y melancólico, como resulta la imaginería misma del filme. Mas no se dejan de advertir las probables consecuencias que supone borrar de la memoria colectiva la violencia colonial que engendró el país y los miles de muertos que pesan sobre los muros de las edificaciones; las implicaciones que tiene olvidar la catástrofe acarreada por la epidemia del sida, o no recordar el férreo control y la continua exploración ejercidos sobre los cuerpos por la lógica de un capitalismo conservador.
Bella, una joven trans que estudia para aprobar un examen de ingreso, comparte piso con Pedro, un muchacho que realiza trabajos sexuales en una plataforma virtual. En plena madrugada, el chico simula placer y goce frente a la cámara para sus clientes, mientras Bella se droga por temor a desaprobar el examen. Al inicio del filme reciben en su apartamento al sobrino de Pedro: Jonata, otro adolescente, que viaja de Minas Gerais a Sao Paulo para continuar con su tratamiento contra el VIH. Una vez juntos salen a desandar la ciudad, y es entonces cuando los vemos pasar por tiendas, plazas, catedrales, parques, y conocer personas… En el seguimiento de los personajes, la narrativa distópica de Tres tigres tristes –que asume obscenamente cualidades y recursos de Instagram– presenta un entorno social dislocado, cubierto de grafitis, donde las personas transitan sin rumbo o efectúan actividades sin sentido, despreocupadas de cuanto acontece a su alrededor.
Durante sus paseos, los muchachos conocen a una influencer que maquilla en las calles; entran a una tienda de mascotas donde son atendidos por un divertido y esperpéntico dependiente que parece salido de The Rocky Horror Picture Show; visitan a uno de los pocos clientes atendidos por Pedro a domicilio, Omar, un viejo simpático y optimista que sobrevivió a los peores capítulos del sida; entran a un tienda de antigüedades donde conocen a una asombrosa mujer con el don de hablar con objetos inanimados… Según se desplazan, cada uno va repasando sus penas y sus pérdidas. Pedro sufre el suicidio de su novio, quien se arrojó por una ventana, y Jonata se interroga acerca de los estigmas acarreados por su condición seropositiva. La aventura citadina de estos individuos va revelando sus miedos, sus expectativas, el trauma que envuelve la diferencia, y también sus deseos, sus sueños y pasiones, muchas veces silenciadas por una sociedad que no deja de estigmatizar al Otro.
¿Cómo Vinagre salva a sus personajes? Hace de Tres tigres tristes una performance que fagocita esos traumas y temores en tanto los convierte en mecanismos de resistencia, en bandera y en fetiche, en marca de identidad que recuerda todo el tiempo quiénes son. La dramaturgia capitular, discontinua a veces, ensayada por el autor tiene su clima en la tienda de antigüedades, donde los protagonistas aceden a otra realidad, un entorno onírico, suerte de aquelarre cuir, resuelto con los códigos del cine musical y las fiestas drag. El espectáculo que allí tiene lugar, un encuentro o una reunión entre cómplices y amantes, es un grito de libertad y una catarsis que materializa las fantasías/los deseos (de felicidad) de estos jóvenes.
Vale precisar entonces que el filme se vuelve excepcional al concebir su armadura narrativa y visual como un pastiche que entrecruza y pone a dialogar, con frenesí, textos procedentes del universo cuir, la historia del cine, la visualidad contemporánea, la cultura pop, entre otros; todos incorporados a la trama con una organicidad que dota a la película de un semblante muy propio. Tres tigres tristes convoca en su textualidad géneros cinematográficos como la comedia y el musical; sonidos de videojuegos; estilemas de autores como Derek Jarman, John Waters, David Lynch o Pedro Almodóvar. Y estos son mínimos apuntes al interior de la desbordante puesta tejida por Vinagre. Este es un filme travesti, extasiado en su derroche de referentes.
Además del onírico fragmento musical con que la película arriba a su clímax (una escena teatral y erótica que resume los principios estéticos del director), hay otro momento de la narración sumamente locuaz respecto al sentido de su discurso. Acompañado por Jonata, Pedro adhiere una cartulina suya a un muro de la ciudad: se dibuja junto a su novio justo en el instante en que se van a besar. Segundos después, pasan por allí una mujer y su pequeño hijo. Este último repara en el dibujo y pregunta: “Mamá, ¿los niños pueden besar a otros niños?”. Ella responde molesta: “¡Claro que no!”. Al instante el chico vomita purpurina dorada y se transforma, como por arte de magia, en un gay esperpéntico, vestido con una chaqueta rosa y unas gafas de sol con forma de corazón. Un primerísimo plano encuadra el grito de horror y el rostro despavorido de la mujer.
Estos minutos condensan la forma paródica en que el estilo, el ejercicio lingüístico y visual ensayado en Tres tigres tristes, se sirve del miedo y del pensamiento conservador: se burla de ellos, y rescata así las identidades cuir de la homogeneización social, del olvido y el disciplinamiento de los cuerpos.