Un Cristo crucificado sobre el fuselaje y las alas de un avión de guerra estadounidense: tal era/es, a fin de cuentas, La civilización occidental y cristiana (1965), según León Ferrari (1920-2013). Esa célebre escultura ensamblada, junto a muchas otras piezas del renombrado artista autodidacta argentino, puede apreciarse ahora por vez primera en Francia gracias a una muestra inaugurada este 20 de abril en el Centro Pompidou de París.
La retrospectiva titulada L’aimable cruauté (La bondadosa crueldad) será hasta el 29 de agosto próximo una oportunidad inmejorable para sumergirse en el mordaz imaginario y dialogar con la mirada aceradamente crítica e iconoclasta del sudamericano, obsesionado con la disección del tiempo que le tocó vivir y con la interpelación, en definitiva, de nuestro recorrido civilizatorio.
Además del Mesías espectacularmente sacrificado en el calvario de la guerra imperialista (de Viet Nam), la exposición parisina incluye su serie Nosotros no sabíamos (1976), que presenta un orbe de recortes periodísticos que denunciaban de la dictadura militar en Argentina: los muertos, los desaparecidos… como su propio hijo Ariel.
La exhibición repasa los grandes temas del artista –exiliado en Brasil durante los oscuros años de la Junta Cívico Militar en su país–, a saber: la crítica de la religión y la Iglesia, la denuncia del colonialismo, el cuestionamiento de la política contemporánea y de la violencia como constante histórica.
“Autor de una obra proteica, por momentos misteriosa y literal, el rigor formal de León Ferrari (1920-2013) está a la altura de su poder subversivo”; así lo presenta en su web la emblemática institución francesa.
La breve nota de introductoria de la muestra –curada por Andrea Wain– ofrece una pincelada biográfica del creador que tributa a un decisivo apunte sobre su compromiso estético: “Ingeniero de profesión, dibuja como artista autodidacta desde 1946, hasta que en 1952 se traslada con su familia a Italia y crea sus primeras esculturas de cerámica. Golpeado por la violencia de la época, en particular la guerra de Vietnam, Ferrari dedica su obra a poner de manifiesto la barbarie del mundo liberal occidental”.
“Su discurso anticolonial va unido a un feroz anticlericalismo, pues responsabiliza al cristianismo de los fenómenos contemporáneos de tortura y exclusión”, explica el exordio curatorial. “Al negarse a adoptar un enfoque puramente formal de su obra, Ferrari nos advierte constantemente sobre el proceso por el que el arte embellece y trivializa la violencia, un mecanismo que él denomina «aimable cruauté» (crueldad amable)”.
El título de la retrospectiva proviene justamente de un poemario homónimo donde Ferrari escribe: “crueldad tan íntimamente mezclada con la bondad, que la oculta”. Esa, diríase, es la paradoja inextricable de la civilización occidental. O no, quizá no hay tal, si estamos dispuestos a sostener una mirada verdaderamente crítica sobre los hechos, también parece decirnos Ferrari.
“El arte no es belleza ni novedad, sino eficacia y desorden”, dijo ciertamente una vez el bonaerense. Su credo artístico lo llevó a practicar la escultura, la escultura sonora, el collage, la instalación, el arte-objeto, los libros de artista, etc., pero sobre todo a convertirse en un gran provocateur: se recuerda el enojo del futuro Papa Francisco I –entonces obispo de Buenos Aires– por una exposición suya de 2004 en el Centro Cultural Recoleta de la capital argentina.
A Bergoglio, por supuesto, no le gustó nada aquel Cristo aviador que ya hemos mencionado.
“Para nosotros era importante rendirle homenaje, y uno se da cuenta de la importancia que tiene”, dijo a la agencia AFP Nicolás Liucci-Goutnikov, del Centro Pompidou, “teniendo en cuenta la situación actual”.
En 2007, Ferrari fue distinguido con el León de Oro en la 52 Bienal de Arte de Venecia, uno de las citas más prestigiosas del mundo. Dos décadas antes había expuesto Parahereges en el Centro Wilfredo Lam durante la II Bienal de La Habana (1986).
Por supuesto, su obra ha sido acogida y presentada en influyentes galerías y museos del circuito artístico global: el Museo Carrillo Gil, México; el MoMA de Nueva York; el Museo Reina Sofía de Madrid; la Pinacoteca do Estado y el Museo de Arte Moderno, en San Pablo, Brasil, son algunos ejemplos.
Cuando era ya inminente el advenimiento del año 2000, ese gran anticlerical León Ferrari escribía una carta, finalmente sin respuesta, al Papa Juan Pablo II: “Se acerca el fin del milenio. Se acerca, posiblemente, el Apocalipsis y el Juicio Final. Si es cierto que son pocos los que se salvan, como advierte el Evangelio, se acerca para la mayor parte de la humanidad el comienzo de un infierno inacabable. […] La existencia del Paraíso no justifica la del infierno: la bondad de los pocos salvados no les permitirá ser felices sabiendo eternamente que novias o hermanas o madres o amigos y también desconocidos y enemigos (prójimos que Jesús nos ordena amar y perdonar) sufren en tierra de Satanás. Le solicitamos entonces volver al Pentateuco y tramitar la anulación del Juicio Final y de la inmortalidad”.