‘Yesapín Garcíaʼ sí suena: este domingo, capítulo nueve de su segunda temporada

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Yesapín García

Desde hoy domingo 18 de agosto se puede ver online el noveno capítulo de la segunda temporada de Yesapín García, serie web de los animadores independientes cubanos de La Casita del Lobo, fundada en 2009 y capitaneada por Víctor (Vito) Alfonso Cedeño (Cienfuegos, 1983). Nacida en 2017 a partir de Pez peleador, aquel corto que se viralizó por 2014, Yesapín García debe su título a la niña homónima, quien a su vez fue bautizada según su frase favorita: “¡¿Y-e-sa-pin-g…?!”. Con una página de Facebook de más de 55 mil seguidores, los capítulos de la protagonista han fluctuado entre las 897 mil (capítulo dos de la primera) y las 39 mil (capítulo tres de la segunda) reproducciones…, cifras que, aunque hayan descendido, no dejan de ser notables, tratándose de la suerte de “muñes”, es decir de piezas del “hermano pequeño del cine” –como le llamó con ironía Elisa Álvarez, al criticar el poco peso conferido a la animación en Cuba en espacios como la 16 Muestra Joven ICAIC.

Víctor Alfonso Cedeño creador de ‘Yesapín García’ | Rialta
Víctor Alfonso Cedeño, creador de ‘Yesapín García’

Graduado de arquitectura en la Universidad Marta Abreu, al igual que Harold Díaz-Guzmán Casañas (El Muke) y Alejandro Ordetx González (El Moho) –dos de los amigos con los que compartió la pasión por la música en Santa Clara en el grupo Pancaliente, y junto a quienes se intrincó en el maremágnum de los dibujos animados en Invertebrados, esa pieza experimental que considero un clásico–. Víctor comenzó por las historietas (que llegó a publicar en La Picúa santaclareña) y hoy es padre de otras miniseries que han tenido pegada entre público numeroso y disímil. Como hombre-orquesta (dirección general y de arte, guion, animación, voces, producción…) o arrastrando siempre buena compañía en su avalancha, ha puesto en nuestras pantallas vicisitudes y ansias de los preuniversitarios que habitan Dany y el club de los berracos y hablan “como los cubanos” (un sueño de diez capítulos que terminó en seis, algunos de los cuales llegó a producir con los Estudios de Animación del ICAIC) y, más recientemente, Willy y Filly, esos cinco episodios impulsados por El Toque, que escribió a cuatro manos con Alejandro Rodríguez, acerca de los dolores de cabeza de la conexión y la vida en Cuba.

Víctor Alfonso fue creador de Lavando calzoncillos, un cortometraje animado del que recuerdo haber recelado en 2012, justo por parecerme “antípoda de [otros] emancipatorios alegatos femeninos” de la Isla de ayer –como subrayaba el crítico Antonio Enrique González Rojas al adentrarse en el entramado sociocultural de la obra, quien ponderó también su humor, su narrativa y su “construcción caracterológica”–. Otra historia suya que circula por “el canal USB” –como ha dicho un autor que está secretamente encantado de que lo pirateen–, esa vez con música del DJ Marcel, es el corto animado Incontrolable, cuyos acordes se entremezclan con las angustias, pasajeras y –con suerte– eróticas, de un paciente de ortopedia. La última incursión de Vito, junto a la productora Claudia Ruiz (Camagüey, 1992), es Cositas malas, cortometraje de ficción basado en un cuento de la escritora Marvelys Marrero (Santa Clara, 1981), pieza audiovisual donde pervive el universo de la infancia, con la imborrable actuación de Coralia Veloz. “Dienteperro”, su primer proyecto de largometraje ficcional, está en progreso y le valió ser seleccionado para el Talent Coproduction Meeting en Guadalajara.

En cuanto a la heroína que este fin de semana llenará por casi 6 minutos las pantallas de las computadoras y los celulares de sus fans en “La telenovela de Marlon” (cuyo cambio de destino en el capítulo nueve dará sin dudas un nuevo giro a la serie), desde que la conocimos en sus primeros quince segundos de fama, en aquella voz de Yiyi Furones, sus historias han ido incorporando diversos personajes que retratan estereotipos sociales, en toma y daca con “lo cubano”. Con su emigración a La Florida y el crecimiento del (entorno del) personaje, paulatinamente han entrado en escena, junto a su madre y a Marlon (el novio), el pez peleador y su enemigo, la tía Dulce y otra imprescindible antagonista: la rival Denisse (con su hermana y su tía, encarnada nada menos que por Susana Pérez), entre otros. Balanceados los caracteres y la visión crítica sobre las peripecias y los hábitos de la niña, la educación de Yesapín es comandada por su madre, su tía y –en tono mayor– por su mascota.

Al margen de la eficacia de cada uno, mis preferidos son tres. El perro Jack (en voz del propio Víctor), que lo mismo habla en inglés y predica sobre la peligrosidad de las redes sociales al alcance de los niños que se transmuta en el Sargento Perrerson, y que, en uno y otro roles, conjuga el espíritu aséptico y cauteloso de los adultos (y cierto rancio conservadurismo sacro-burgués de los estadunidenses) con el tipo del militarote mandón, una mezcla de poweranger con subteniente de previa, que entrenará a Yesapín para dominar sus sentimientos. El mapache de los mil cambalaches, en cuyo retintín se reconoce la voz de El Habanero. Y un nuevo pretendiente, Paco, el de la pacotilla, llamativo por superponer en sí el gesto del estilizado galán con el de inspector al rescate de su dama en apuros, una especie de dandy del cine negro, que narra en lento off sus tribulaciones, en contraste con lo vertiginoso de sus aventuras.

Este material, que viene dando de qué hablar desde diciembre de 2017, ha contado con el patente patrocinio de Islacel, La Familia Multiservices, Grimal Jewelers, ABC Charters, Gulfstream, My Cosmetic Surgery, entre otros. Si con Dany y el Club de los berracos ya Víctor Alfonso había padecido –en su efímero período ICAIC– la tensión de crear guiones teniendo que quedar “bien con Dios y con el Diablo”, qué decir ahora de esta serie que se sostiene por sponsors de un lugar donde no radica La Casita del Lobo, marcado por su propia imago mundi de cierres o aperturas, esquemas y etiqueteos virtuales, mentales, económicos… Perseguido por sus propios fantasmas (los de lo “real” con los que siempre le ha interesado dialogar), su creador –cuyo capítulo preferido es el seis de la primera temporada (aquel donde se intercambian fantásticamente las voces del perro, el mapache y la niña, gracias al regalo de Islacel)– no deja de tomarles el pulso a espectadores y contribuyentes, y constata que a menudo los episodios más imaginativos, esos que lo dejan volar, ganan menos seguidores que los que se hacen eco de lo cotidiano. Forcejeos que no nos han de extrañar en un ámbito donde arte y consumo se dan la mano y también instauran sus peleas de peces, perros, gat/llos… Más cuanto los espectadores de los “muñes” de Víctor no tienen un público definido, dado el alcance de su ironía y sus capas de lectura, y que, tomando cuerpo en el parteaguas de la adolescencia o la infancia, se han diseminado sin límites exactamente discernibles entre espectadores cubanos de toda edad, procedencia o ubicación geográfica, que gozan según su prisma, su imaginario, sus referentes, sus deseos… de todo lo que tiene por contar La Casita del Lobo.

Si algo habría que destacar, además de la indudable visibilidad y popularidad de Yesapín García en las redes, de quien se comercializan incluso pulóveres, gorras, peluches, pegatinas…, es la efectividad para haber sorteado los escollos de animar y animar con garra en esta contemporaneidad globalizada. Esa que no puede evitar el touché de los mandamientos del mercado ni los embates de continuas migraciones (así, por ejemplo, del fluctuante equipo que le ha ido dando vida, entre quienes han contado ya dos Yesapín y dos Denisse). Su director tampoco ha podido dejar de ceder a la tentación –bien recompensada por buena parte de su público– de poner en estos cortos, de periodicidad aproximadamente mensual, la vida cubana de hoy, salpimentada con “lo supuestamente inapropiado”: “lenguaje de adultos, actividades sexuales, contenido intelectual, violencia…” –como declaró hace unos años, en entrevista a Aylín Martín Pastrana, este realizador que fue incluido en una exposición paradigmática del género de la investigadora y curadora Caridad Blanco, quien reunió allí obras de numerosos creadores contemporáneos cubanos, así como en su libro Los flujos de la imagen. Una década de animación independiente en Cuba (2003-2013).

De Dany…, hecha en storyboard mediante animación por recorte (o cutout) –esos “muñequitos de palo” de los que me declaro absolutamente fan–, al empleo de otros software como el toolkit libre Harmony para Yesapín… –según me explicó paciente y siempre pausado el director–, estos creadores han ido remontando, enfrentados a retos artísticos y tecnológicos. Entre los puntos de wifi, la oferta de datos de Etecsa y a golpe de teléfono, los trabajos de animación de La Casita del Lobo han seguido bogando con éxito, independientemente de que se los haya querido invisibilizar, con una ingenuidad rayana en el ridículo, en algunos certámenes de la Isla.

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Interconectado entre Villa Clara, La Florida y La Habana, como el más pinto de la (pa)loma, el staff de Víctor es un ejemplo de versatilidad colaborativa e ingenio, que retrata el curso contemporáneo de la vida y el arte en Cuba. Porque en la capital residen quienes ponen voz a la serie web, cuya intención(alidad) pauta, por cierto, los movimientos de los personajes que serán animados, como en el caso de Angélica Ma. González quien es, hasta ahora, la última Yesapín… Con Yasmany Concepción, Islacel y su producción en Miami, con el equipo de animación y fondo que aúna a Anabel Moya, Roxana Reinoso, Jennifer Chaviano, Anet Castillo, Gabriela Leal…, entre otra/os liderada/os por El Muke en Santa Clara, y con Víctor Alfonso en La Habana, donde confluyen también el grabador Félix Riera y el músico Jorge Guevara, este equipo funciona esparcido por distintos puntos del mapa pero coge muy bien el compás. Metiendo cintura y cadera con la misma gracia de Marlon, ese novio que, en el capítulo cuatro de la primera temporada puso a gozar a todo el mundo haciendo sonar el temita escrito y compuesto mano a mano por Yasmany y el Rey Vikingo para Yesapín, esa niña que se ha puesto de moda en las redes y ya no piensa parar…

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Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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