El Co. Aurelio Alonso, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, ha tenido la gentileza de enviamos un artículo que alude al publicado por nosotros en el n. 28 de Teoría y Práctica, en la sección “Cartas a la redacción”, bajo el título de “¿Contra el “manualismo”?, ¿contra los manuales? o ¿contra la enseñanza del marxismo-leninismo?

A continuación, ofrecemos a nuestros lectores el texto de dicho artículo.

 

Manual… o no manual. Diálogo necesario

Parece que sobre cómo enseñar el marxismo (y cómo aprender el marxismo) hemos llegado a pocos años de experiencia a puntos de vista radicalmente distintos. Y si esta divergencia se conforma en torno al manual es porque este tipo de literatura ha dado al cuerpo teórico del marxismo un perfil determinado. Por esta razón y por ninguna otra.

El manual ha sido, a su vez, consecuencia y expresión de un hábito de pensamiento. Marxista, porque se forma en el seno de una inteligencia que sigue el sistema (no elaborado en obras filosóficas) de las ideas de Marx y de Engels. Marxista-leninista, si se quiere, porque sanciona las innovaciones, las construcciones teóricas adicionadas por Lenin al marxismo. No marxista, por otra parte, porque las reproduce religiosamente, las usa para convencer, confirmar y justificar y no para transformar, lo cual sería en primer término transformar las ideas mismas aunque se predique cada dos líneas que el marxismo es una filosofía en revolución, que es la filosofía de la praxis, que no admite dogmas, etc.

No voy a referirme al manual-en-sí (a un manual abstracto, un manual tipo) sino a lo que el manual ha llegado a ser dentro de términos históricos muy definibles, en una circunstancia social muy precisable, y en una disciplina dada: la filosofía marxista. Porque sólo se puede hablar con rigor de aquella materia que se conoce, al menos en cierta medida.

Porque nuestro conflicto con el manual se nos presenta en la enseñanza de la filosofía marxista (en un primer momento) y en la comprensión (en un momento posterior) de que se trata de la construcción de un sistema filosófico que pretende ser la síntesis orgánica del pensamiento de Marx, Engels y Lenin, del marxismo. Porque entiendo que esta construcción se produce acorde a una política estricta de regimentación cultural (dentro de una circunstancia social dada) que afectó notablemente al saber científico.

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Y si se olvida esto, si se olvida que no hay pensamiento divino, ajeno al devenir social, que un pensamiento es lo que históricamente hacen de él los hombres, ¿cómo explicarse que “la única filosofía consecuentemente científica” no sólo no haya podido impedir por largo tiempo el desprecio a la cibernética, la genética, el método terapéutico del psicoanálisis, y otros logros de la ciencia “occidental” sino que sirvió además de instrumento de sometimiento a la autoridad oficial? Sin entrar aún en honduras, ¿puede ser esta la filosofía de Marx?, ¿puede ser este modo de pensamiento –que aparece y se forma acomodado en las cumbres del poder, alejando erróneamente de su punto de mira el verdadero objetivo de lucha– el pensamiento vital de la Revolución de Octubre: la teoría de la Revolución proletaria? Claro que no. El uno es un pensamiento que crea, que critica, que transforma, que acepta solamente como hipótesis las tesis que no encuentra comprobadas, y que entre la autoridad del pensador y los hechos se queda con los hechos. El otro es un pensamiento que cita, que acepta, que justifica, que traía de interpretar todo presente a través del pasado, que no ve que los “clásicos” son clásicos y que se acomoda en esta ceguera. El uno es el pensamiento marxista. El otro es un pensamiento ligero y sin vigor que es capaz todo lo más de preservar al marxismo como un cuerpo teórico muerto, jugar a que lo aplica a la realidad extrapolando las tesis originales y tratando de justificarlas, jugar a que lo transforma inventando nuevas leyes “universales”, o que en el más dramático de los casos se presta a imponer normas férreas a los actos humanos.

Porque por la naturaleza del contenido del saber filosófico, por no haberse sistematizado por sus fundadores, y por la falta de rigor y sentido crítico que ha caracterizado a los exponentes del marxismo contemporáneo (salvo contadas excepciones), la compilación ideológica representada por el manual (dije que me refería a la filosofía, así que piénsese en Kuusinen, Yajot, Afanasíev. Konstantinov, Makarov), la divulgación de la filosofía, la enseñanza de la filosofía (la filosofía científica, la filosofía marxista) sufre en la “manualización” efectos cualitativamente distintos a los que sufren las riendas positivas, para las cuales sí pudiera ser válido afirmar que los manuales “reflejan su nivel de desarrollo en el momento en que se escriben”.

Este modo de pensar no se circunscribe a los manuales, lo encontraremos en una vasta gama de literatura política; sólo que los manuales (de filosofía) se han convertido en su manifestación más precisa.

Quede bien entendido, en primer lugar, el orden de nuestra crítica. No dirigimos la vista, básicamente, a las tesis que sobre determinados tópicos puedan aparecer en tal o cual manual (o en todos, lo que es más común), a su carácter verdadero o no verdadero, a las limitaciones implícitas en el hecho de ser producidos en un medio intelectual dado, a la posible caducidad de alguna que otra de sus interpretaciones. Interesa, a mi juicio, mucho más la lógica del pensamiento creador de manuales dentro de la filosofía marxista, cómo toma cuerpo (en su historia concreta), cómo la estructura teórica que atribuyen al marxismo conforma un modo de pensar radicalmente distinto del que puede permitir un análisis histórico semejante al que Marx hizo de su época (o Lenin de la suya). Claro que esto no es más que una hipótesis, que aun para fundamentar con rigor no bastan las escasas cuartillas ni los breves intervalos temporales que impone la polémica. Pero el análisis histórico-crítico del marxismo es un problema a la orden del día, muchos lo han iniciado y necesario más que justo es que aspiremos también nosotros a participar en él.

En segundo lugar, el campo de nuestra polémica se limita a este problema: ¿es necesario el manual como medio de formación marxista?, ¿es siquiera útil?, y, si se quiere, ¿colabora la información obtenida en el estudio del manual a una formación verdaderamente marxista?, y aun ¿es la filosofía de los manuales la filosofía del marxismo?

Muchos de los que así pensamos nos iniciamos en el estudio del marxismo a través de manuales. Y esto nos sitúa quizás en las mejores condiciones para una actitud crítica, para comprender hasta qué punto pueden ser deformadores los esquemas. Porque nos liberamos de su dominio no sin dificultad y conocimos la angustia del camino que va del punto de percepción al de comprensión, y de este al de ruptura de las estructuras mentales creadas. Y si creen que nos descubren algún pecado del que nos abochornaremos cuando nos recuerdan el origen de nuestra formación (solamente acepto se use este término en cuanto a información teórica; en todo otro sentido los revolucionarios no se forman en los libros), podemos recordarles unas palabras de José

Agustín Caballero referidas a su formación escolástica:

Yo fui, en mis primeros años, de esta secta (la escolástica), y la amaba tiernamente; es más, la recomendé y la enseñé a mis discípulos. ¡Qué vanidad no tenía el poder del entendimiento! ¡Cómo removía todo el universo y lo sujetaba al discurso! ¡Experiencia! Lo mismo era oírla nombrar, que cerrar y apretar los ojos hasta arrugarlos. Pero los abrí al fin, y vi con tiempo. Me avergoncé mucho de no haberla visto antes.

Deserté de las banderas del engaño y pasé a las de la verdad; y mis discípulos pusieron a la puerta de mi estudio el siguiente epitafio, que quisiera yo poder fijar a la puerta de cada uno de los ergotistas de la ciudad:

Yace aquí un entendimiento
que ayer todo lo entendió
y hoy que vio lo que no vio,
vio que cuanto vio era viento.

No es todo, sin embargo. El reproche a la teología “marxista” puede ser confundido con un reproche al marxismo, porque el manual es, para los que así piensan, el marxismo. Esto sería erróneo e injusto, como es erróneo e injusto identificar una opinión discrepante con una crítica a la existencia de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria y a su significado en la educación marxista de nuestro pueblo.

El marxismo y el manual

Intentaré abordar el problema desde dos ángulos: en primer término, el manual como sistema, su problemática, su estructura, dónde y cómo se origina; en segundo lugar, cómo opera este hábito de pensamiento fácil que es el eje del objeto de esta crítica, y que es a su vez responsable de aquella estructura.

Marx no nos dejó una filosofía sistematizada. Esa es una verdad de Perogrullo, pero de ella debemos partir para, y saltando el siglo que corre de la cima de la madurez intelectual de Marx hasta nuestros días, preguntarnos ¿de dónde sale entonces la estructura sistemática de la filosofía marxista que nos da Konstantinov (por citar alguno)?

Alguien pudiera atribuirle hurgando en los clásicos, esta responsabilidad a Anti-Dühring, y hasta concluir “oponerse al manual es oponerse a Anti-Dühring”.

Anti-Dühring parece haber sido, en verdad, el modelo primitivo del calco, el fundamento estructural del manual de marxismo, de su ilación lógica, y específicamente, lo que más nos atañe, del sistema filosófico que se ofrece alestudiante como el “materialismo dialéctico”.

Pero el mal no está realmente en Anti-Dühring, que su autor escribió por la necesidad de salir al paso a la influencia nociva del pedante aunque talentoso (al decir de Mehring) Eugene Dühring en la socialdemocracia alemana. Como toda obra polémica su consideración al paso de los años requiere que toda valoración sistemática se efectúe dentro de los márgenes de una rigurosa valoración histórica. Es decir, que el valor de sus tesis y aún más, del significado de su estructura, de su problemática, no puede medirse fuera de las condiciones y la intención con que fue escrita. Y juzgo, con toda modestia, que en la historia del marxismo (sobre todo del marxismo oficial ulterior a Lenin) esto no se ha tenido en cuenta.

Debo insistir (por prevención, aunque me aleje unos párrafos) en que no pretendo restarle un ápice de importancia a Anti-Dühring, al que con justicia Mehring se refiere como “el trabajo que constituye, con El Capital, el documento más importante y más fecundo del socialismo científico”. Y su notable importancia histórica, que diría le consagra como el gran manual de su época si los manuales no hubieran hecho del marxismo lo que han hecho, en la divulgación de la teoría marxista la destaca Gustav Mayer, en su notable biografía de Engels.

La inteligente divulgación de Engels allanó, trabajosa y lentamente, el camino para su penetración (de El Capital) en círculos proletarios cada vez más amplios, tanto en el continente europeo como en el resto del mundo.

El Anti-Dühring fue el primer libro que reveló el punto de vista y el contenido del marxismo a los líderes de la socialdemocracia alemana. Y más aún, conquistó miles y miles de trabajadores –en realidad, generaciones enteras– al marxismo. En él, por primera vez la posición verdadera de Marx y Engels fue revelada a las mentes más claras de la generación más joven de socialdemócratas –Bebel, Bemríein, Kautsky, Plejanov, Axelrod, Víctor Adler, Labríola, Turati.

Creo que estos párrafos son expresión patente de la significación de la obra. Ahora bien, ¿justifica esto que la problemática filosófica presentada por Engels en su libro sea considerada como un intento de sistematización de la filosofía marxista? Los que así lo han considerado menosprecian un dato que anotamos en las palabras de E. A. Stepanova:

Como el sistema de Dühring abarcaba un extenso dominio de los conocimientos humanos, Engels, al criticar dicho sistema y al seguir los argumentos de Dühring, tuvo que tratar de los más diversos problemas: desde la concepción del tiempo y del espacio hasta el bimetalismo; desde la eternidad de la materia y del movimiento hasta la naturaleza pasajera de las ideas morales; desde la selección natural darwinista hasta la educación de la juventud en la futura sociedad.

La problemática de Anti-Dühring tuvo que acondicionarse, en una palabra, a la problemática criticada. Y si la obra de Engels se convirtió “en una especie de enciclopedia marxista”, hay que subrayar, con énfasis, que no fue por intención de su autor, y a otros y no a él habría que reprocharles.

Si este es el origen de la estructura, el esqueleto del sistema que nos da el manual ¿qué derecho hay a ostentarlo como el sistema filosófico del marxismo? Pero largos años nos separan de la obra de Engels. Y lo más notable, lo que más afecta al marxismo, a la teoría marxista en ese período es la propia realización práctica. La revolución realizada divide la historia del marxismo en dos capítulos. El marxismo que mira hacia el futuro y el que mira hada el pasado; o pretende resolver el futuro con las soluciones del pasado. Las causas de la desnaturalización del marxismo no habría que buscarías en la revolución misma sino en hechos muy concretos; hechos que nosotros tenemos la obligación de aprender, porque también vivimos la realización de la revolución. Y tenemos la obligación de mantener vivo el espíritu verdadero del marxismo.

En estos años las clasificaciones de los “doxógrafos” han reordenado el “sistema de verdades”, han configurado un sistema total con las problemáticas trabajadas por los marxistas más “seguros”.

Hasta aquí me he referido a la estructura del manual y sus pretensiones sistematizadoras. Cabe ahora preguntarse por el contenido. “Criticar el contenido del manual”; es este un propósito que tiene que definirse antes de realizarse.

No entiendo que la crítica seria a los manuales pueda limitarse a señalar como sus “determinadas limitaciones y deficiencias que puedan ser mayores o menores”: 1) que, escritos en otros ámbitos, sus ejemplos reflejan otras realidades, 2) las opiniones personales de los autores no pueden evitarse, y 3) que además de los “granos de verdad absoluta… contienen lo relativo, lo pasajero, lo que el curso posterior del conocimiento modificará”. Estas críticas podrían ser impugnadas una a una. En primer lugar toda obra es escrita en un país determinado y es su asunto y el radio de su objeto lo que determina la extensión de su validez; además, recuérdese que en política, economía, historia o filosofía, Lenin se refirió preferentemente a la situación nacional y ello no afecta el interés universal de su obra. La segunda crítica carece de sentido porque lo que más escasea en el pensamiento productor de manuales es la iniciativa, la capacidad de pensar con criterio propio. En tercer lugar, estamos de acuerdo en que hallaremos en los manuales tanto tesis probadas como verdaderas, como hipótesis que aguardan por su comprobación; pero ¿es esta una deficiencia?, ¿no lo hay en todo trabajo científico serio?

También hay en los manuales hipótesis caducas, largamente probada su no veracidad y que se sostienen con rigurosidad eclesiástica, especulaciones elevadas a nivel de “principios”. La crítica que se sostiene en tales fundamentos, aunque proclame el título de “negación dialéctica” no pasa de ser una crítica superficial, más bien próxima al compromiso con una situación; una crítica que niega, no lo que hay de negable sino lo que puede negar sin incurrir en una discrepancia seria con su pensamiento anterior, con su modelo ideal. No es una “negación dialéctica”, es una negación temerosa, una negación de incomprensión.

¿Qué criticamos nosotros, al cabo de los manuales?, ¿cuál es nuestra “negación absoluta” que concluye el carácter no marxista de los manuales?

La lógica creadora de manuales, un hábito de pensamiento, dijimos. Vamos, pues, a describir en forma muy condensada ese hábito, sin la atrevida pretensión de explicar con ello esta lógica con la profundidad de una investigación rigurosa. Convengamos en que para expresaros con claridad podemos esquematizar fases que en la producción teórica no se hallen necesariamente separadas. Pero expositivamente nos permitirán distinguir en un pensamiento que opera con dogmas y exégesis.

La construcción del manual comprende tres momentos teóricos (en el sentido más amplio del término):

    1. La recopilación y ordenación de las citas atendiendo al esquema establecido (a cuyo origen ya hice alusión). Las citas de los clásicos son aceptadas con fidelidad sólo vista antes en la escolástica del medioevo, con menosprecio, la mayoría de las veces, de la circunstancia histórica en que el autor citado opinó. No existe criterio de distinción entre el valor histórico y el valor trascendente de un pensamiento y de una cita. No se mide racionalmente ningún juicio. Lo dicho por el clásico es aceptado y cualquier divergencia es considerada cuestión de principio. Se utiliza la cita con frecuencia como elemento probatorio. Puntos de vista de caducidad largamente probada se sostienen con insistencia. Estas son las constantes gnoseológicas, veamos ahora las variables.
    2. La interpretación de la cita, la explicación del principio. He aquí la primera variable. Aquí es donde pudiera intervenir el criterio del autor, e interviene. Pero sólo para decir lo mismo con palabras distintas en la mayoría de los casos. Pero ¡cuidado!, no digo que no haya discrepancias, sobre todo en aquellos problemas que los clásicos no resolvieron; ¿existe o no una ontología marxista?, bueno, de hecho, los manuales la han creado; ¿es el materialismo dialéctico algo distinto de la dialéctica materialista, y si lo es, la incluye?, etc. Este ángulo, el de la interpretación, es el más interesante, porque es índice del nivel de impotencia creadora a que puede llegar un pensamiento regimentado.
    3. La otra variable, es la ejemplificación. Algunos piensan que este es el mal, y que se curará cuando se confeccione un manual que ilustre las tres leyes fundamentales de la dialéctica y los juegos categoriales con los problemas del patio, pero la ejemplificación no es más que un momento del método. Es algo así como un intento de ser fiel al marxismo comprobando “en la práctica” las “verdades” enunciadas. Es interesante la uniformidad frecuente de los ejemplos, y la iniciativa del autor se demuestra en cómo puede ajustar realidades no enunciadas aún a los principios generales, cómo puede encontrar ejemplos precisos y nuevos.

Citar, interpretar y justificar con ejemplos. Este es el método del manual. Rompe con el criterio histórico para retornar al criterio absoluto que Marx había desechado. Sólo que lo que ahora se absolutiza son las tesis de los que liquidaron precisamente con ese criterio. El manual contribuye a que surja una nueva metafísica, de la cual responsabiliza a Marx, Engels y Lenin.

Citar de Lenin toda referencia al manual, localizable en el radio del índice temático de las obras completas para apoyar una defensa sin restricciones. No tener en cuenta que en aquellos momentos en que Lenin saludaba y sugería la conveniencia de los manuales el marxismo manualizado no existía. Olvidar a la vez que ese mismo Lenin en 1920 decía a la juventud que “el conocimiento libresco del comunismo, adquirido en folletos y obras comunistas, no tiene absolutamente ningún valor, porque no haría más que continuar el antiguo divorcio entre la teoría y la práctica, que era el más repugnante rasgo de la vieja sociedad burguesa”, y unas líneas más adelante “que el comunismo sea para ustedes, no algo aprendido de memoria, sino algo pensado por ustedes mismos”. ¿Se ve cómo es este un ejemplo del “método dialéctico” que criticamos?

Algo hay en común entre este “marxismo” que predica que el desarrollo de las fuerzas productivas hace cambiar las relaciones de producción porque las fuerzas productivas son contenido y las relaciones de producción formas, y las disputas de los médicos del medioevo sobre si la tisana de cebada convenía a los calenturientos porque la tisana es una sustancia y la calentura un accidente.

Para darse cuenta de esto solo hacen falta dos cosas; una, leer un manual, otra, reflexionar si a los mismos juicios de Marx, Engels y Lenin que allí se citan se habría podido llegar con un método de edificación teórica semejante. Claro que esto no solo lo veremos en los manuales. Lo que sí es privativo de ellos es la estructura. Y esta unida al método utilizado es la conclusión del sistema “marxista” inalterable e inconmovible.

Pero el proceso de adopción de sistema, que supone su inicio en Engels, es este mismo que criticamos en el contenido del manual. Recoger aquella estructura, la más total, sin tener en cuenta la razón porque lo es, y sólo modificarla por adición y organización por problemas planteados por otros textos clásicos.

Repetiría ahora la pregunta ¿es esta la filosofía del marxismo?

El manualismo y la enseñanza

El manualismo es un mal que está “en la forma en que los profesores explican el “marxismo”, tienen razón Félix de la Uz y Humberto Pérez, “no es inherente a los manuales”, no tienen razón Félix y Humberto. Está en los profesores y está en los manuales. Si enseñamos en esta orientación es porque aprendimos en esta orientación, y porque en nuestra superación ulterior no nos hemos liberado de los esquemas de este aprendizaje, sino que nos hemos limitado a sumar información. Los hombres que aprenden en esta lógica y piensan en esta lógica y no se liberan de ella porque la duda no es una exigencia de su pensamiento, no pueden considerarse científicos por muy informados que estén de los pensadores más significativos. Si el mal estuviera solamente en los manuales no sería tal mal. Es tal mal porque los manuales han dado forma al pensamiento de los que enseñan y en estas condiciones no importa que se recurra a los discursos de los dirigentes, a monografías al día, que los manuales se usen solo de manera opcional, o que no se usen, y aun que se proscriban. Si los que aprenden reciben un marxismo convertido en juguete teórico que solo sirve para buscar la negación de la negación en la vida cotidiana. Un catálogo de esquemas para descifrar periódicos y hechos.

Hay que reconocer, sin embargo, a los manuales un rol en la divulgación del pensamiento marxista en nuestro pueblo. Han cubierto una etapa en la enseñanza del marxismo. ¿Necesaria? Es discutible ¿Histórica? Sí. Y como tal se hace inútil discutir si necesaria o no. Insisto en que histórica, y solo como tal reconocible: como etapa de educación –iniciación– de educadores y educandos, en que se partía de un desconocimiento casi total o de un conocimiento mal orientado, etapa de configuración de los primeros modelos, de los primeros esquemas ideales. Pero nuestra ruptura crítica con esa concepción, con estos modelos, debe traducirse en el plano de la enseñanza. Es importante que se destaque la diferencia de nuestros ángulos de comprensión del problema: la etapa del uso del manual es, a nuestro entender, un momento pasado (o presto a convertirse en pasado como todo lo histórico) de la educación marxista en nuestra cultura nacional. No como una necesidad de todo comienzo ulterior. Si fue nuestro camino no tiene por qué ser el de los que ahora comiencen. Podemos permitirles que hereden en formación lo que nosotros hayamos alcanzado.

Hay que barrer con el mito de que los manuales son un buen comienzo. Que tacha de “pedanterías intelectuales” a todo intento de saldar cuentas con una enseñanza fría y poco útil de la filosofía marxista. El mito de los que asignan el manual al nivel elemental y los clásicos a los altos niveles.

Esto es una falacia, porque una vez conformado un pensamiento en la enseñanza manualista, en los moldes del manual, la ruptura es más costosa, y sin una orientación hacia la ruptura, la información tiende a llenar con datos las estructuras adquiridas de principio. Puede llegarse así a una extensa cultura marxista canonizada.

La afirmación de que la lectura de los clásicos es demasiado compleja para iniciarse en el estudio del marxismo y la de los manuales adecuada a ese nivel elemental resulta en sí misma falsa, por ambigua. Porque hay clásicos y clásicos Al igual que hay manuales y manuales. Y yo pienso que un buen número de documentos encabezados por el Manifiesto comunista, constituyen una fuente más segura y seria de iniciación que cualquier manual, y más inteligible también.

Estudiar las condiciones en que vivió Marx, en que vivió Engels, en que produjeron sus obras, el sentido de cada una de sus producciones, el papel de ambos en la organización de la lucha por materializar sus ideales, los caminos del pensamiento marxista después de su muerte, sus continuadores, las desviaciones (todo esto valorado en el ambiente histórico correspondiente), hasta las orientaciones contemporáneas del pensamiento marxista. Los esfuerzos en diversos momentos y lugares por realizar el ideal marxista, encauzados o no por organizaciones titularmente marxistas. Las obras mismas de los grandes pensadores marxista podían analizarse en una progresión de niveles. No se trata de comenzar por El Capital o por Materialismo y empirismo. Pero no es mi intención aquí dar lecciones ni proponer planes, sino simplemente decir que es falso que no haya otra salida que comenzar por los manuales. Que hay otros caminos. Y que este mito lo sostienen solamente los que no quieren o no han podido romper esquemas y dedicarse a la búsqueda.

Para terminar, quiero decir que no me interesa hacer de esta réplica una polémica. Nuestros objetivos coinciden y si en estos años distintas experiencias han llevado a criterios opuestos, nada sería más saludable ahora que cruzar esas experiencias y esos criterios en un ámbito familiar, en lugar de entablar contienda en busca de victorias. Aun si este artículo es respondido, declaro, sin ningún resentimiento, que estoy en disposición de permutar la polémica por el trabajo en colaboración, el estudio y la conversación.


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