Eduardo Ponjuán forma parte de un grupo de artistas que frecuentan poco los surcos del arte cubano. No deja de llamar la atención que, tras posicionarse en el panorama cultural de los ochenta del pasado siglo, continúe desafiando con virtuosismo la escena plástica del país. Todos estos años, este artista ha sabido teñir su gesto creativo con los asideros estéticos propios de cada época que ha vivido, al tiempo que se guarda una singular fidelidad a sí mismo.
Su más reciente exposición personal, Cartas a Théo, se inauguró el pasado viernes 16 de diciembre de en la galería habanera El apartamento y permanecerá abierta hasta marzo de 2023. El título, además de un guiño de complicidad con el clásico Vincent van Gogh, es un adelanto de ciertas claves que contribuyen a avistar los sentidos abrazados por la curaduría. Cartas a Théo puede ser vista como una confesión de amor por la pintura y como un examen de conciencia acerca de los rumbos de la creación plástica en el presente.
La curaduría corre a cargo de Sandra Sosa Fernández y busca informar al espectador acerca de las sensuales simulaciones pictóricas ensayadas por Ponjuán en la actualidad. Sosa Fernández promueve una necesaria reflexión sobre el fetichismo actual de las bellas artes y el vaciamiento de sentidos de la creación.
La exposición “reúne un grupo de obras de distintos períodos realizadas en pintura, dibujo, instalación y escultura […]”, se puede leer en las redes sociales de El Apartamento. “La pintura es protagonista dentro del conjunto, y cabe destacar la aparición de varias telas de los años noventa, nunca exhibidas por el artista. Asimismo, destacan otras piezas que devienen citas y guiños a la historia del arte, y describen esa íntima relación que Ponjuán ha sostenido con el medio pictórico y los grandes maestros de la modernidad europea”.
Precisamente en la conjunción de esa variedad de soportes y técnicas se evidencia una de las cualidades que ha distinguido siempre a Ponjuán y que ha garantizado el permanente carácter contemporáneo de su trabajo: la sistemática exploración de nuevos recursos expresivos y estrategias formales. Este es un creador que jamás se ha limitado a una única posibilidad, algo que contribuye a extender el alcance de su producción simbólica. Ponjuán se forjó bajo el ánimo de ruptura y ferviente actualización estética que caracterizó la década del ochenta, cuando la experiencia creativa estuvo sujeta a una sólida indagación antropológica, social, política… No es de extrañar entonces que su producción actual encubra un sutil conceptualismo. En la urdimbre expresiva de los nuevos territorios explorados se asienta un pensamiento a desentrañar por el espectador.
Hay que mirar Cartas a Théo con sospecha. Más allá del encanto visual de las pinturas y del destellante colorido de las instalaciones, o precisamente a partir de ese éxtasis del artificio, se invita a examinar el paisaje mediático del arte y la actual concepción de la imagen artística y de los códigos en que se expresa. El encanto de la reproducción, la mezquina explotación del estatus y el prestigio del arte, son fruslerías que preocupan a Ponjuán, atento a esa carrera sostenida entre la creación de los artistas y la producción propia de la tecnología.
En la exposición destacan especialmente unas pinturas de recientes realización –algunas en gran formato, otras en medios– que fijan a la tela imágenes generadas digitalmente. De entrada, el autor se muestra fascinando por la resolución retiniana de la estética creada en/por el medio virtual, tan extendida en la visualidad contemporánea. A propósito de estas obras, Ponjuán aseveró, para las palabras del catálogo, que “rehúye del tener gusto, de ensayar siempre las mismas cosas, de transitar el mismo cauce y mantener los llamados estilos”.
Corina Matamoro, crítica a cargo del texto del catálogo, asegura que él “quiere imponerse el reto de otros colores, mirar otros escenarios, ver cosas que nunca habría visto ni pintado sin ese pie forzado que suministra la bastarda imagen digital […] Resulta que, a estas alturas del campeonato, después de habernos llevado a la avanzada más prístina del arte cubano, este atrevido creador pinta como decorador de set televisivos, como diseñador de postales de viaje, como creador de logotipos o de infografías salidas de aplicaciones digitales generadas por IA”.
La escena íntegra de la exposición se complejiza cuando se contrastan estas obras con aquellas otras pinturas realizadas en los noventa del pasado siglo, expuestas ahora por primera vez. Tres décadas después de su concepción, Ponjuán expone estas piezas junto a sus nuevas inmersiones en el campo inagotable de la pintura. “En cada una de esas telas, además de la carga histórica y las ricas anécdotas que tienen de fondo”, anuncia El apartamento, “percibimos al artista sumido en la meditación sobre el objeto de la pintura y aquellos elementos que constituyen el hecho pictórico, al poner énfasis en el uso del color y la textura.”
Las viejas pinturas cargan de sentido a las más recientes, en un diálogo que se completa con las instalaciones y los objetos integrados a la muestra por la curaduría. Con sólo reparar en una de las instalaciones, aquella en que se presenta un cordel con calcetines donde se reproducen cuadros de grandes maestros de la pintura occidental (Van Gogh, Klimt, Munch, Monet, Gauguin), se comprende que Cartas a Théo es la puesta en escena de un extrañamiento frente a la promiscuidad kitsch que prefabrica el valor del objeto artístico. Desde la experiencia performática de la curaduría, Ponjuán vuelve a condesar un perfil esencial de la sensibilidad del presente.
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