El Águila de Oro: ¿una cuestión de estilos o de “obsesiones”?

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Vista de la exposición ‘Por siempre una y otra vez’ en Galería Arte Continua, La Habana, 2020 (Foto: Néstor Kim)

Arte Continua inauguró el pasado 15 de febrero la muestra Por siempre una y otra vez, en su sede del antiguo cine Águila de Oro en La Habana. Las obsesiones es el tema escogido como discurso curatorial por Lorenzo Fiaschi y Niurma Pérez, y la justificación que les permite aunar a los ocho creadores invitados. Según se afirma en la nota de prensa que acompaña la exposición, “son artistas obstinados en una idea, en una preocupación única, alrededor de la cual podrán derivar muchas otras, pero […] [aquella] será siempre la que determine el camino”.

La pintura es el lenguaje privilegiado de la exposición. Cabe preguntarse si existe un afán determinado en ponderar esta tradición, y con ella su potencia actual dentro de la vorágine de otros medios contemporáneos. O, al contrario, nos estamos enfrentando a una selección que, aunque centrada en el supuesto tema de las “obsesiones”, deja de lado la interrogante/provocación que supone reunir una nómina, en su mayoría, de pintores discursando –consciente o inconscientemente– sobre la pintura. De todas formas, se agradece el concierto de esos creadores en nuestro contexto, junto a artistas de otros quehaceres.

Un análisis somero de la nómina nos presenta un primer –y más amplio– grupo de artistas compuesto por Daniel Buren, Raúl Cordero, Michel Pérez (Pollo) y Ángel R. Ricardo Ríos. Todos ellos se caracterizan por un marcado interés sobre las preocupaciones formales y conceptuales de la pintura –hoy día ¿qué se puede pintar? y ¿cómo se debe pintar?–; y todos, comprometidos con su medio en mayor o menor medida, poseen particularidades artísticas e interesantes proposiciones estéticas –cultivadas en el ejercicio de su disciplina– que los hacen ser exponentes del arte cubano –y, en el caso de Buren, una figura ya situada en la Historia del Arte–.

En un segundo grupo podríamos reunir a Serse y Londoño, dos ejemplos curiosos dentro de la nómina porque llegan al arte desde una educación científica: el primero se formó como Ingeniero de Turbinas y el segundo como Licenciado en Biología. Es probable que el dibujo fuera una herramienta aprehendida en sus años de estudio, rasgo que debe haber influido en la selección, casi exclusiva, de este medio y en su despliegue realista y minucioso.

Por último, podríamos juntar a los dos escultores de la muestra, Yoan Capote y Arcangelo Sassolino. Un tema común entre ellos es la preocupación por la composición física de los materiales (escultóricos o instalativos), aunque no sea tan evidente en el caso de las pinturas con anzuelos de Capote que presenta esta vez Arte Continua.

Es evidente que en esta triple balanza curatorial de medios todo el peso recae sobre la preferencia por obras bidimensionales, en el sentido más clásico del término. Lo cual nos lleva nuevamente a reformular la pregunta: ¿cuál es el afán por el predominio de obras bidimensionales a la hora de hablar sobre un tema tan común dentro del arte y sus manifestaciones, entre los artistas y sus medios, como lo es el de las “obsesiones”? Dicha balanza fue forzada al equilibrio de forma audaz, al extender la presencia de la obra Before and after del artista Jorge Macchi, en el programa expositivo de Arte Continua, como “proyectos de larga duración”. Gestos certeros a los que Continua se aventura y ya nos tiene acostumbrados. Entre estos, el citado caso de la obra del artista argentino, acción que además supone mantener la fuente referencial (Jorge Macchi) de la que muchos creadores cubanos beben hasta saciar su sed e hidratan sus poéticas objetuales. También memorable la decisión de mantener indefinidamente –bajo el concepto de “proyectos de larga duración”– la obra When I am pragnant del artista Anish Kapoor, lo cual significa para el contexto cubano contar con una obra contemporánea a nivel mundial, evidente carencia de la institución Museo de Arte en Cuba. Así como esa vocación de orquestar eventos artísticos, culturales, sociales y recreativos (cenas, conciertos, tours culturales, proyectos comunitarios, etc.), que desbordan, para bien o para mal, el concepto tradicional de curaduría.

Retomando el análisis de la nómina de Por siembre una y otra vez, vemos artistas que, de un modo u otro, en mayor o menor medida, han coqueteado con el tema de las “obsesiones”, pero no vemos en la exposición obras que confronten o exorcicen la “obsesión” como tal: el asedio endemoniado de ideas. Por el contrario, salen a la luz artistas que comparten preocupaciones sobre la aprehensión y perfeccionamiento de un determinado leguaje artístico y su técnica: la pintura, el dibujo y la escultura. Una manera específica de hacer arte que, sin duda alguna, tiene en la “repetición” la base de su experiencia, pues esto es un rasgo fundamental –por definición– de toda técnica en pos de un estilo. En la exposición faltan algunos arquetipos sobre las “obsesiones” en sentido etimológico y ontológico, algún signo del artista maldito, o al menos –y aunque parezca arbitrario, lo preferiría– un abordaje más estereotipado del tema. Puesto que “repetición” es un sinónimo periférico de “obsesión”.

“La obsesión y la repetición no es lo mismo”, sentencia Raúl Cordero al final de la charla a propósito de la exposición, dos días después de su apertura. Es interesante que algunos de los artistas hayan caído en cuenta sobre lo complejo que resulta poner a copular –en un exagerado sentido edípico- términos de una misma familia -: “obsesión” (Yocasta) y “repetición” (Edipo). Una clásica tragedia semántica.

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Foto souvenir ‘En plein dans le mille travail in situ. La Havana Cuba le 15.02.20’ Daniel Buren Foto Néstor Kim | Rialta
Vista exterior de Galería Arte Continua en La Habana, en el edificio que fuera el cine Águila de Oro. En la puerta, la obra ‘En plein dans le mille, travail in situ. La Havana, Cuba le 15.02.20’, Daniel Buren, 2020 (Foto: Néstor Kim)

Así arribamos al uso cuestionable de las palabras que hacemos en la actualidad. Este uso y desuso de términos –ya no se analiza la exposición, sino un fenómeno de otras proporciones– crea contextos de orígenes etimológicos ilegibles, nubes semánticas no pronosticables o –en palabras de Ludwig Wittgenstein– “malentendidos del lenguaje”. Un ejemplo recurrente del fenómeno en la historia nacional ha sido acudir a la plaza sin comprender el llamado. Muestra del lenguaje desplegado como dispositivo social de comunicación, en un sentido coercitivo e ideológico, en su forma menos ontológica, por ende, in-comunicativa: la propaganda. Quizás la pérdida progresiva del lenguaje etimológico, de raíces profundas en el “ser” o –si se prefiere– en la historia, origen del follaje de disimiles lenguajes técnicos, coloquiales y marginales contemporáneos, signifique el propio declive de la sociedad que apenas lo expresa. Aquella aterradora sensación de estar en la plaza, entre la multitud, sin conocer el motivo, sin comprender el origen, sin creer en la verdad que eso supone, es una exageración –aunque no infundada– de lo que podría significar estar hoy día en una exposición de arte contemporáneo.

Alejados de este pesimismo crítico, damos por sentando que Por siempre una y otra vez trata sobre las “obsesiones” en la obra de los artistas mencionados, y que el concepto imantador de todas estas poéticas obsesivas es la “repetición”. En este sentido, los curadores, recurriendo al diccionario, proponen una sinonimia como base curatorial: relacionamos obsesión con obstinación, esta a su vez con insistencia, y ello nos conduce inalterablemente a la repetición. El recurso es engañoso –y esta sería nuestra crítica–, pues se aleja de la raíz etimológica de la palabra: del vocablo latino obsessio, y de su significado: ‘asedio’. Lo cual refiere al establecimiento o entronización de un pensamiento en la mente del individuo de modo constante y enfermizo. Por su parte la Real Academia de la Lengua Española define la obsesión como una perturbación anímica producida por una idea fija. Otras bibliografías hacen acompañar al término de nociones tales como ansiedad, dolor intenso, penoso sentimiento o tormento. Sigmund Freud nos refiere al inicio de su ensayo médico Obsesiones y fobias que “en muchas obsesiones verdaderas es evidente que el estado emotivo es lo principal, puesto que persiste inalterado, en cambio la idea a él asociada es variable”. Entonces, el tema de las “obsesiones” se nos presenta como un tópico dilatado desde las fronteras de su etimología, pasando por los usos clínico-técnicos de la psicología y la psiquiatría, hasta llegar a las resemantizaciones del lenguaje coloquial.

Volvamos a los huevos incubados por el Águila de Oro en esta ocasión. Veamos si en verdad dentro del cascarón de esas obras se esconden “obsesiones”. Apliquemos nuestras ideas y la tesis curatorial de la exposición –en un análisis comparado–, a las piezas de estos ocho artistas. Porque, en definitiva, la obra de arte es el asidero de toda curaduría y toda crítica.

Busquemos en la exposición alguna referencia correspondiente al Romanticismo del siglo XIX o al Expresionismo del siglo XX, pues estos movimientos artísticos esbozaron el tema de las “obsesiones” como quizás ningún otro movimiento hasta la actualidad. Así habremos saldado la perspectiva histórica del asunto. Por mi parte, no encuentro aquí, explícitamente, el sino del artista maldito, ese ser perturbado por el devenir de su pensamiento hacia ideas arquetípicas de la naturaleza y del hombre.

Si abrimos no obstante el diafragma historicista –corriendo el riesgo de sufrir aberraciones teórico-académicas–, podríamos decir que la pintura de Ángel R. Ricardo está obsesionada con la representación –muy particular– de jardines orgiásticos, donde todo está constituido por el sexo y las leyes de la libido, que dicta cierto pulso expresionista en su trazo, aunque definitivamente alejado de la paleta de Ernst Ludwig Kirchner y Edvard Munch, por ende, del tipo de obsesiones “expresionista”. En otro sentido, los cuadros de Michel Pérez presentan, en una escala pocas veces vista en su obra, su impulso por animar ese tipo de formas muertas que él encuentra, modela con plastilina, se apropia de cerámicas o cala en routers electrónicos. Su obsesión podría calificarse como un animismo pictórico que dota a ese tipo de objetos de un espacio utópico (Giorgio de Chirico) y una impresión de vida (Morandi). Sus cuadros son colosales, la obra contundente de la exposición, aunque quizás no la más apegada al tema. Uno frente a otro aprisiona, como una prensa, al espectador que se sitúe entre ellos en busca de las obsesiones de la exposición, desplazando todo tópico o percepción al terreno de la pintura metafísica de aquellos pintores italianos.

Las obras de Yoan Capote y Arcangelo Sassolino son difíciles de ubicar dentro del mapa de las “obsesiones” que nos ha brindado la perspectiva histórica. El trabajo de ambos pondera lo escultórico del material a través del contraste visual, mediante la exposición de su resistencia o debilidad, como una brutalidad contendida, decorada, poetizada. En el caso de Capote, estos “materiales” están sometidos a constantes analogías con las formas, los procesos biológicos y los condicionamientos sociales del cuerpo humano: una representación “vanguardista” del pathos escultórico. En el caso de Sassolino, los “materiales” son un pretexto para hablar de la “fuerza” como esa magnitud física del mundo natural, copiada por el hombre en pos del desarrollo de sistemas y estructuras mecánicas: una representación “contemporánea” del logos escultórico. El tema de las “obsesiones” en ellos es tan válido, como en todo buen escultor que debe esculpir, modelar, fundir, instalar sus materiales una y otra vez. De lo contrario estos impondrían su dominio. A propósito, repetimos el criterio de que este problema de la repetición en determinado medio concierne más a la búsqueda de un estilo y no al tópico de la obsesión.

El caso de José A. Suárez Londoño es la apuesta más segura sobre la tesis de las “obsesiones” basadas en la repetición. El artista está –técnicamente hablando– obsesionado con traducir toda su experiencia humana en un diario infinito de pequeños dibujos, viñetas, ilustraciones, comentarios gráficos. Propósito que se entiende desde una voluntad férrea, pues escribir un diario ininterrumpidamente puede ser algo terriblemente perturbador. Intensión que también podría entenderse desde una patología psicológica de obsesión-compulsión, en la cual su estilo artístico no enmascara la “repetición” como tópico o tema de su trabajo, sino que el asedio de ciertas ideas o imágenes, venidas de diccionarios (Larousse), libros, revistas, etc., propicia en el artista el ejercicio del dibujo, como una compulsión irresistible que exorciza aquellas visiones. Londoño tiene todas las ases en esta mesa de apuestas curatoriales. Y yo le apuesto todo a él.

El caso de Daniel Buren es diferente, un artista probado, sobre el cual está de más intentar calificar o descalificar las “obsesiones” que sus galeristas le asocian, porque su obra, por supuesto, está más allá de todo esto. Su obra es el pico del Águila de Oro.

Otras podrían ser las preguntas a tener en mente cuando se visite la exposición Por siempre una y otra vez en la sede de Arte Continua en La Habana:

¿La “repetición” es signo de obsesiones dentro de la obra o la pauta que dicta el mercado del arte contemporáneo?

¿Coinciden las supuestas “obsesiones” de la exposición con las obsesiones reales de la sociedad cubana?

¿Podría ser imaginada en Arte Continua la conjunción de poéticas obsesivas como Ilya Kabakov y Ezequiel Suárez?

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