El escritor cubano Efraín Rodríguez Santana conversa sobre su novela ‘Mi último viaje en lada’

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Detalle de cubierta de ‘Mi último viaje en lada’ (Espuela de Plata, 2021), de Efraín Rodríguez Santana
Detalle de cubierta de ‘Mi último viaje en lada’ (Espuela de Plata, 2021), de Efraín Rodríguez Santana

En la Librería Luces (Málaga, España) se presentó el 1ro de octubre pasado la novela más reciente del poeta y narrador cubano Efraín Rodríguez Santana: Mi último viaje en lada (Ediciones Espuela de Plata, 2021). Rápidamente, la riqueza narrativa y estilística de la novela, y los valores sociológicos de la historia fueron puestos sobre la mesa por el escritor español Pedro Molina Temboury, quien lideró el encuentro.

La novela se emplaza en los dominios del Ministerio del Interior y la Seguridad del Estado cubanos. Ahí despliega una ficción que ausculta perfiles problemáticos de la Cuba revolucionaria: la represión, la violencia (política, ética, ideológica…). Pero más que el rigor testimonial, es el gesto fictivo y la manipulación del repertorio figurativo de la novela negra y policial lo que permite al autor registrar con agudeza el pulso del mundo hacia el que su relato mira.

Como apunta Pedro Molina Temboury durante la presentación, Mi último viaje en lada tiene la virtud de desarrollar, junto a su argumento, un revelador retrato de la vida insular. Y en ese retrato tiene un peso fundamental el estilo, que llega a ser mucho más determinante que el argumento. El valor antropológico de los diálogos, la construcción arquetípica de los personajes y la trasgresión del arquetipo mismo, el manejo de las ascendencias literarias, el sustrato ideológico de las situaciones dramáticas, entre otros motivos, hacen que la novela resulte, a un mismo tiempo, profundamente amena y reveladora sobre la realidad.

Para conocer más sobre Mi último viaje en lada, Rialta Noticias conversó brevemente con Efraín Rodríguez Santana.

Podrías comentar brevemente la génesis de Mi último viaje en lada, y el proceso creativo que precedió a su publicación

En casa del poeta César López, en agosto de 1994, se produjo un robo monumental de diecisiete cuadros de la vanguardia cubana. Unos individuos vestidos con el uniforme gris de inspectores de Salud Pública tocaron a su puerta, entraron a la casa, lo golpearon, lo maniataron, lo amordazaron y le robaron. Así comienza esta novela, a partir de un hecho muy real e inexplicable. Hecho que no se ha resuelto hasta el día de hoy. Nunca se supo nada del robo y sus ejecutores, a pesar de la intervención rápida de la policía y sus iniciales exploraciones. Aquello quedó en el olvido. Fueron meses de cierto saqueo en casas de figuras intelectuales y del mundo del arte. Me pareció que ese suceso podría constituir el punto de partida de un relato extenso. Puedo decir que conocí muy bien a César López, que fuimos grandes amigos, que al día siguiente del escandaloso robo yo estuve en su casa animándolo, tratando de comprender lo que ninguno de nosotros entendía. Así fue como César se convirtió en el Cisneros de Mi último viaje en Lada. Quizás el personaje más dramático de la novela.

El otro personaje central es Bocanera, joven, homosexual, hijo biológico de un jefe muy alto del Ministerio del Interior. Un personaje ficticio que construí a partir de un molde físico y un escándalo sexual real que se produjo en la unidad donde yo pasé el servicio militar obligatorio. Bocanera fue creciendo, complicándose la vida dentro de aristas totalmente noveladas, demandó su lugar en la narración y es el eje central alrededor del cual se desarrollan los sucesos principales. Es como un personaje inexplicable dentro de un contexto que lo rechaza por completo. Dicho esto, sabemos por Kafka, su Castillo y su personaje K, que para entender lo más incomprensible es preciso someternos a la lógica marginal de la realidad. Bocanera es mi Kasito cubano.

Obsesiones, revelaciones, violentaciones, asedios, torturas, asesinatos, mentiras, miedos, dentro de una novela que se comporta con una gran libertad de ejecución y que se hace verosímil, consistente, dentro del edificio de la persecución que es Cuba.

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Efraín, emerges en el campo literario y te consolidas en él como poeta, sin embargo, con Mi último viaje en lada incursionas por tercera vez en la narrativa, específicamente en el género novela.

Quizás el estilo de la novela sea mi propia vida. Allí me desenmascaro, recorro mis segundos caminos, ejecuto destinos siempre tortuosos, culpables, por momentos, abominables, nada rescatables, verbalizados por la apetencia de la concisión, como una claridad monstruosa que trata de comprenderse a sí misma.

He publicado tres novelas y tengo otras tres escritas aguardando por mí y por una editorial. En La mujer sentada (Editorial Letras Cubanas, 2002), se repasa la vida mental de una señora que se sienta en un sillón, mira al techo de su cuarto y decide que su marido no ha muerto. Toma el aparente camino de la locura e inicia una larga conversación con ese personaje amado que reconstruye, alejada de cualquier tipo de materialidad que perturbe su particular visión de los hechos. Es su exultante e irrenunciable camino hacia el suicidio.

En La cinta métrica (Ediciones Espuela de Plata, 2011; Lumme Editor, 2012; Letras Cubanas, 2015), recorro la poesía y la vida que yo imagino de Ángel Escobar, ese poeta prodigioso que se suicidó en 1997 a los 39 años. Cuando digo imaginar me refiero a un monólogo que se aparta de lo circunstancial y que apela a la poesía, a los libros de poesía de Ángel Escobar, como formas de resistencia ante la esquizofrenia que lo torturó toda la vida. Hacia el centro de esta novela los tres hermanos presididos por Ángel Escobar ejecutan al padre, causante de todos sus males. Dicha ejecución es escalofriante, decisiva. Es una especie de venganza que el autor decide imponer a sus lectores como un acto de reparación de aquellos hijos víctimas de su padre. Ese asesinato es un hecho que nunca se va a resolver, ni a explicar, ni a justificar y que pudiera ser ubicado dentro de lo que un crítico holguinero llamó thriller psicológico.

Fuimos amigos, lo admiré y lo quise. Lo acompañé en los hospitales psiquiátricos, me leía sus textos recién escritos. Me dedicó el poema “Abuso de confianza”, me escribió uno que tituló “La novela de Oersman”, que trata sobre las voces de un asesinado que se hunde debajo de la tierra.

Estas dos novelas y Mi último viaje en Lada son puestas en escena, se visualizan, se teatralizan, tienen su escenografía propia, apelan al público como si de un pacto irrenunciable se tratara. Ellos, el público y los personajes de la novela, coinciden en la veracidad de los hechos que se narran. 

 ‘Mi último viaje en lada’ (Espuela de Plata, 2021), de Efraín Rodríguez Santana
Cubierta de ‘Mi último viaje en lada’ (Espuela de Plata, 2021), de Efraín Rodríguez Santana

La sinopsis publicada por Editorial Renacimiento apunta que Mi último viaje en lada tiene como fondo la crisis de los balseros. ¿Qué mirada tiende la novela sobre este suceso de la Historia de la Revolución, esencial para comprender el presente cubano? ¿Qué tipo de relación mantiene la novela con la Historia o la realidad de la isla?

La crisis de los balseros es algo que se extiende en el tiempo desde que se cerraron las fronteras en Cuba y los cubanos necesitaron emigrar hacia otro destino. Comenzó a principio de los sesenta y se mantiene hasta el día de hoy. Todo lo que se vive y se escribe pudiera estar marcado por la añoranza de escapar de algo que se rechaza trágicamente. Es trágico porque en seis décadas se ha construido con cuerpos desaparecidos en el mar un cementerio marino de noventa millas. Vuelve una y otra vez la apetencia desesperada del suicidio por ahogamiento, por el serruchar ávido de los tiburones.

Mi último viaje en Lada es el relato ficcional de una historia de vigilancias y controles de un Ministerio del Interior encargado de establecer las normas, el dogma de vida de una nación entera. Lo peculiar en este caso, es que esa persecución se produce al interior de ese Ministerio. Como una guerra no declarada entre estamentos y jefaturas secretas de esa Institución, llamada también Aparato. Este Aparato nos engloba a todos. Todos somos parte de él, queramos reconocerlo o no. Es una tragedia no exenta de humor, con personajes marcados por el devenir de una existencia perseguida que persigue a otros. Y esa es la intrahistoria de la Isla hasta el día de hoy. La novela no se propone denunciar lo que es común a todos. Y quizás ese sea su mejor acierto. Al menos eso pienso yo como autor.

Según alcanzo a leer, Mi último viaje en lada se mueve en las coordenadas de la narrativa policial o de la novela negra. ¿Qué códigos aprovechó del género? ¿Cuánto participa la novela de ese canon o cuánto lo transgrede?

Mi último viaje en Lada pretende concordar con ciertos códigos de la narrativa policial. Su escritura ha sido para mí un largo y continuado aprendizaje. Aunque existen personajes que destacan más que otros, tengo la sensación de que hay una cualidad coral que funge como verdadera protagonista. Me he regodeado en la insuficiencia de algunos y en la eficacia mortal de otros. Hay persecuciones, torturas físicas minuciosas, muertes y asesinatos y, sobre todo, la certeza de que cualquiera de los participantes en este aquelarre institucional puede desaparecer de un minuto a otro. Se extiende el tiempo y nada cambia porque el dogma sigue siendo el mismo. Es como si todo sucediera en un micromundo, en un pueblucho de malhechores insaciables.

He tratado de cuidar al máximo la concisión de lo narrado y los diálogos son el signo de identidad de la novela en sus más de trescientas páginas. Enseñanza de algunos grandes autores policiacos norteamericanos y de otros menos grandes. De escandinavos e ingleses. Por ahí van mis lecturas. Me gusta el trabajo forense y la urdimbre de pistas falsas que alimentan la expectativa de los lectores.

Al terminar la novela caí en la cuenta de que no había profundizado lo suficiente en algunos asuntos y en el desarrollo de ciertos personajes, así que me embullé y escribí una segunda novela y tengo la impresión de que escribiré una tercera, como conclusión de esta historia.

En la literatura cubana, la novela policial cuenta con una tradición bastante singular, estrechamente vinculada a los dominios de la política revolucionaria. ¿Dialoga de alguna manera Mi último viaje en lada con esa tradición?

No creo que la novela policial cubana contemporánea haya constituido tradición alguna. Conozco mal a los autores policiacos cubanos y sus obras. En algunos casos parecen estar apegados a un engranaje de ejecución e investigación establecido por la institución oficial. Tengo la impresión, por lo que he leído, que es un tipo de novela desigual, en muchos casos excesivamente enrarecida por los lugares más comunes del género.

Uno de los motivos más sugestivos de Mi último viaje en lada es la construcción del personaje protagónico: un agente del Ministerio del Interior de Cuba. ¿Podría comentar un poco acerca del mismo?

Hay ingenuidades que matan y es lo que ocurre con Bocanera. Como se siente protegido por el padre, cree que puede investigar desde el Ministerio del Interior un robo y un crimen. Su novio Boni, mexicano y crítico de arte, le pregunta en un momento dado cómo un joto en Cuba puede ser jefe de un grupo de investigación criminal. Bocanera trata de demostrar que se puede y sigue adelante. Detrás, el padre todopoderoso mueve los hilos. Las consecuencias serán devastadoras. Pagará un precio muy alto y eso lo va a transformar para siempre.

Don DeLillo en Libra dice: “Aquello que ronda todo secreto es la traición. Tarde o temprano alguien llega a una situación en la que quiere contar lo que sabe”. Quizás estas afirmaciones sean una de las claves de lo que será esta trilogía de novelas.

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3 comentarios

  1. Gracias. He escuchado de otros casos de robo, extorsión, despojos a otros artistas y escritores mucho antes de 1994 y tambien después. Y asaltos a orfebres y joyeros alguna fue amarrada y amordazada desde mitad de la mañana hasta que la encontraron en la oscuridad. Nunca se repuso.

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