“El son de Eliodoro”: un clip de Joseph Ros y Sindicato Studio

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Fotograma del videoclip “El son de Eliodoro” (2020), dirigido por Joseph Ros y con diseño y animación de Sindicato Studio

Ni veo ni tengo televisor. Huyo del zumbido de ese bicho que no pocos gustan de fondo como patrón para darle color a los trabajos y los días, a cenas familiares y amores de rutina. Sin embargo, he tenido, claro está, mis pecadillos y montón de programas favoritos. Desde los muñes de las 6 p.m. y toda la programación vacacional del parteaguas 80-90 hasta series como Prison Break allá en las madrugadas de Víbora Park, cuando habíamos requetecruzado al siglo XXI pero aún sin paquete semanal. Pienso sobre todo en los años en que puse mi dosis de devoción en Don Mínimo, 24 x segundo, Entorno, Escriba y lea, De la Gran Escena, Prismas, A capella, En video o Colorama, y hasta en algún que otro X-Distante. Porque si mi refusé contra Arcoíris musical (que no contra “Rock de los colores” ni “Pero qué aburrido es / ser un primitivo”) se entremezclaba con la grisura del lunes, no podría decir que el humor, la animación ni la música me hayan dejado nunca indiferente.

Así tampoco lo fui ante la aparición de Lucas, ese programa televisivo hoy tan popular que viene enfocándose en el videoclip cubano desde 1997. Casualmente, o quizás no tanto, fue este el mismo año en que se inauguró la peña de la Trovuntivitis, por Santa Clara, reuniendo sobre todo a músicos del centro de la Isla: Roly Berrío, Raúl Cabrera y Levis Aliaga (del Trío Enserie) con Alain Garrido, Diego Gutiérrez, Leonardo García, Karel Fleites, Raúl Marchena y Yaima Orozco, Michel Portela, Yunior Navarrete, Yordan Romero, Migue de la Rosa e Irina González, Yatsel Rodríguez, Hailen Fuentes… y tantos otros asiduos que desfilan por El Mejunje de Silverio cada jueves de trova.

Con Lucas, la idea de aupar los videos musicales en la pantalla chica, a lo que coadyuvaron programas como Cáscara de mandarina, Cartón tabla o El patio de mi casa es… –según los más melómanos–, terminó, pues, buscando y hallando su público y sus hacedores, en ese toma-y-daca típico del entramado sociocultural. Incluso yo –que lo traía inoculado de antaño, aunque jamás haya asistido a ninguna de las galas de la farándula de los Premios Lucas– debo reconocer que el Lucasnómetro, tanto como cualquier pantallazo de videoclip que me pasen por delante, son de esas cosas que me hacen detener mi mundo y abrir ojos y oídos. No importa si se trata de los más “pro” o de los más “de palo”; mi primer movimiento es de pura expectativa e inmensa curiosidad.

Algo como eso me sucedió el primer lunes del pasado marzo –si la nebulosa de los días no me hace fallar–, cuando “El son de Eliodoro”, compuesto por Yordan Romero y cantado por la Trovuntivitis, entró en mi campo magnético y me taladró la oreja dejándome su pegajoso sonsonete, quedé prendada enseguida de la visualidad que Sindicato Studio le imprimió a esa pieza, con guion y dirección de Joseph Ros (La Habana, 1989). El estreno fue precedido por una entrevista al trovador Diego Gutiérrez y a Joseph, ese realizador para muchos archiconocido, que lleva desandando por el programa de los Lucas desde adolescente y que dibujó cómics en revistas como Pionero, Somos Jóvenes, El Caimán Barbudo o Alma Mater. El mismo que de 2007 a acá debe haber hecho no menos de cien clips de músicos como Virulo o Toques del Río hasta Omara Portuondo, pasando por Tesis de Menta, Gema Corredera, Erick Sánchez, Alain Pérez, Sexto Sentido y Luis Barbería, Diana Fuentes, Telmary, Ernesto Blanco, Eme Alfonso, Harold López-Nussa, Joaquín Clerch, Pancho Céspedes, Paulito FG, Isaac Delgado, la Orquesta de Miguel Failde, Gente de Zona, La Unión… y un verdaderamente largo etcétera –rastreable en el portal del videoclip cubano.

Fama aparte –que suele ponerme en guardia–, demasiadas cosas convergían en la obra que me atrapó esa mañana como para no lanzarme a compartir lo “descubierto”: trova y animación, intertextualidades cinematográficas y musicales, marcianos, cosmonautas y mazorcas de maíz, ¡para qué más! Así que empecé por lo que consideré la cara oculta de la luna. Y enseguida me vi escribiéndoles por Instagram a los de Sindicato: casi totalmente misteriosos para mí, excepto por Lisett Ledón (@lahija_dl_sapo), que reconocí entre apelativos como @camilordo_lordo (Camilo Suárez Hevia), @adriastax (Adria Santa Cruz Martínez), @mauriciollopiz (y Hernández) y la Yolanda Durán de Fly –que sólo después vi asomarse tras su @yolobster_mohon–. Hechas las presentaciones de rigor, fue ir a parar a un 12 plantas de balcón al Almendares y ventanas al mar, donde este colectivo creativo tiene su centro de operaciones y tuvo a bien primero conversar, café por medio, y hasta organizarme un pequeño visionaje de algunos clips más recientes.

Nacidos a inicios de los noventa en La Habana y amigos desde los tiempos del ISDI, el colectivo de Sindicato Studio se ha proyectado como una plataforma transdisciplinaria, colaborativa, horizontal que por las peculiaridades de los artistas que ha ido abrigando desde 2016, se mueve con pericia en ámbitos bien comunicados. Otros que han ido (co)laborando estrechamente con ellos, tras su expansión desde el diseño gráfico y la animación hacia el mundo del audiovisual, son los realizadores Daniel Santoyo y Luis Orlando Torres, los directores de fotografía Alejandro Calero, Brian González y HubertoValera, así como los productores Haydée Oliva y Mauricio Valera. Acerca de su trabajo –y aunque impedida de desplegar aquí tesis que desgranen sus realizaciones en el ámbito de la música–, me traicionaría si no digo que creo que Sindicato ha ido entretejiendo un imaginario que, más que insinuarse, es ya marca de agua que los distingue dentro de un ruedo en que se han decidido a plantar bandera. Ello, por sus apelaciones irónicas y desautomatizadoras a imágenes icónicas de la cultura de la Isla y del mundo, así como por su re/deconstrucción de estatus sociales y estereotipos sexistas, raciales e identitarios, por la síntesis de animaciones apoyadas en una serialización deudora del pop y del kitsch, por el manejo de lo tipográfico en función de ambientar una época o dibujar un estado de ánimo, y por una visión inclusiva que se regodea en fenómenos “parartísticos” como el tatuaje, el grafiti, la moda, los paisajes urbanos y los altares domésticos.

De 2016 a 2020, el colectivo se ha implicado en variados proyectos. En colaboración con la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, hicieron infografías animadas para la sala interactiva del Palacio del Segundo Cabo y para la Tienda de la Miel, y publicidad para una ruta arquitectónica del verano habanero de 2017. En el cine, se han fogueado en la asistencia de arte o la ambientación de largometrajes europeos (County Court, Havana Kyrie); como en el diseño gráfico y audiovisual, la dirección de producción, el guion y la dirección en otras realizaciones cinematográficas de la Isla (Los cubanos de Harvard, Flying Pigeon, Aire, mareo y sal). En lo musical y en el ámbito del espectáculo, han hecho video lyrics para discos como El legado, de los Van Van, o El grito mudo, de Carlos Varela; llevaron la dirección de arte del festival Havana World Music y la dirección y puesta en escena de las galas de la 18a Muestra Joven del ICAIC; idearon experiencias inmersivas para conciertos y, últimamente, se han aventurado a abarcar tanto la dirección de arte como la producción de los videos de cada uno de los temas del disco GES (2019), de Real Project, inspirado en esa reinterpretación/homenaje de/a la música del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en sus cincuenta años.

Mención aparte merece este álbum visual de Sindicato, mitad hecho y en parte a medio soñar, que ha congregado actores y amigos que se trasvasan de un clip a otro, y lo imbuyen –si bien se mueven por distintos escenarios y épocas–, tanto en imagen como en hechura, de un aire generacional. Una creación que entra en frecuencia con el flow que reunió, en los años setenta, a los autores de “Un hombre se levanta” y “Raga” (Silvio Rodríguez), “Repentino” (Paul Dana Menéndez), “Corales” (Sergio Vitier) o “Los caminos” (Pablo Milanés), canciones poco conocidas del GES, entre las que hay alguna inédita, y que ya Sindicato ha llevado a sendos videoclips, unos exhibidos y otros a buen recaudo, pues aspiran a un corpus disfrutable, por ejemplo, en un cine, por piezas u orgánicamente.

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Pero volvamos a la Trovuntivitis, sin cuyas voces ni los de Sindicato ni Joseph Ros habrían cogido a nadie asando maíz. Sobre su nombre, huelga decir que nada debe a la pandemia actual –como destaca inCUBAdora, que compartió el video hace quince días, con su puntería de siempre–. De hecho, Alexis Castañeda –amigo y biógrafo– asegura que surgió de una de las delirantes “retahílas improvisadoras” de Roly, quien –“con ese bufo que lo posee”– bautizó así la peña, en días en que una racha de conjuntivitis no dejó músico por Las Villas sin lagañas ni fomentos de vicaria.

“El son de Eliodoro” es una de las canciones del disco doble que grabó el colectivo de trovadores, al celebrar su veinte aniversario –y en colaboración con otros músicos de Villa Clara–. Estos “veintiañeros”, a pesar de contar con no pocos discos en solitario, no tuvieron hasta el verano de 2018 una grabación donde estuvieran literalmente “todos para uno”, gracias a las veinticinco pistas de La Trovuntivitis. Entre las antológicas que resonarán entre los fans, pueden mencionarse “Abajo la xenofobia” (de Leonardo), “La orgía” (Alain), “Debo dejar” (Yaima), “Ruleta rusa” (Karel), “Quise” (Portela), “Caridad” (Roly), “La casa” (Marchena), “Ana” (Levis), “En la luna de Valencia” (Diego), “Frágil” (Irina) y “La moringa” (Yatsel).

La de Yordan Romero corrió, pues, con la suerte de ser la elegida, en tanto pudo haberlo sido “Veleidades de la gloria”, “Cuando una mujer deja a un hombre” o “La raspadura”, entre tantos otros himnos que se identifican con “la obra de la Trovuntivitis” –como escribió el autor en su Facebook–. Nacido en 1975 en Manicaragua, se formó como psicólogo en Santa Clara, donde se unió a la peña y decidió dedicarse en serio a la música, apasionado asimismo por los adalides de la Trovuntivitis. Sus fuentes de inspiración fueron múltiples, entre ellas, el decir y el hacer de Eliodoro Duardo, el abuelo de quien luego sería su esposa. Habiéndolo conocido en la casa y en la finca familiar de Güinía de Miranda, Yordan cuenta que guataqueó con él no precisamente maíz, sino arroz, y que solía acompañarlo a ver a “los poetas”, en canturías que mezclaban rimas de un hito como Luis Gómez con tantos anónimos.

Enamorado del sabor de nuestro hablar cotidiano, puesto en cápsulas de saber quién pudiera decir cuán antiguas, el cantautor halló una fórmula en apariencia sencilla (por lo bien macerado de sus referentes) y de esas que resultan infalibles, como esos cuentos que meten miedo en las noches de aburrimiento, mientras rondan fantasmas, aparecidos y bandidos. Yordan Romero unió la tradición del son con resonancias musicales como las del Trío Matamoros o aquel chachachá de la Aragón que anunciaba la llegada de los marcianos y la mitología rural, esa que resuena en la cuentística de Onelio Jorge Cardoso y que rastreó el antropólogo Samuel Feijóo, originario del centro de la Isla, pero que también se sabe viva en los testimonios de quienes han avistado ovnis en nuestro país aún en el siglo XXI –como permite constatar Ovnilogía en Cuba, antología sobre el tema, hecha por Jorge Fuentes y publicada en 2008, “casualmente” en Santa Clara, por la Editorial Capiro–. Por si fuera poco, despiertan en la mente con su letra intertextualidades del refranero y del vocabulario campesino (“coger asando maíz”, “[es]tar huyuyo”, “dar plan”, “párate ahí”, “si te agarro”, “qué profiaíto”, “salúdame a la gente por allá”, “guat du yu sei”), entremezcladas con otras que se apropian del imaginario y del gracejo rimado del monte, e insuflan en quien las escucha una sensación de familiaridad (como el fragmento: “y qué dichoso el difunto / que vio una rana con muelas / una gata con espuelas / y a sabrosona meando…”, donde parece fundirse el imposible de “cuando la rana críe pelos” con el clásico del gato con botas). La historia nos retrata a “un guajiro sano”, inmerso en el contexto de su “colada”, su “guataca” y su “conuco” (remanente, por cierto, aruaco), alguien que resulta paradigma de lo glocal, entre su vuelo poético y esa filosofía de la vida que termina por ser un llamado no sobre la alimentación sino sobre una ética de la conducta.

Visto el caso y confirmado el hecho, se nota que lo que llegó a manos de Joseph Ros era una letra que en sí misma propiciaba la colisión de “lo alto” con “lo bajo” y el fantástico encuentro de los meteoritos con los Matamoros. No obstante, el video no fue concebido desde el principio tal cual lo paladeamos, sino que el director terminó invitando a su vez, y por suerte para todos, a los diseñadores de Sindicato Studio para animarlo y hacer la dirección de arte, ante la ardua e imposible hazaña de filmar en conjunto a los integrantes de la Trovuntivitis, cuyas voces se hallan repartidas a lo largo de la melodía. Los bagajes intermediales e interdiscursivos de Joseph y Sindicato, en contubernio con la primera operación de Yordan, asomado a las simpáticas creencias y ocurrencias de Eliodoro (“Dicen que hay piedras que vuelan / incluso no muy bajito. / Si le echo placa al conuco, / se joden los meteoritos”), afianzaron la dominante de la hibridación y abrieron puerta al desfile de variopintas referencias que el clip hizo desfilar ante los televidentes.

Tras hacer entrada, la pieza abre con una pesquisa en Gúguel (el apelativo de Google para los que hacen búsquedas de oído o viva voz), en un teléfono que interpreta Matamoros por meteoros, lo que a mi ver entrampa con la cornucopia de la oralidad y con la gracia de los malentendidos o el doble sentido, terrenos donde se mueven con picardía el son, la décima y el humor campesinos. Luego, el clip va entretejiendo un cronotopo simbólico que explora al límite la propuesta del trovador, y que se va enrareciendo con naturalidad, como si tal cosa. Objetos o hábitos típicos del locus cubano, que no sólo campesino (ventilador Órbita y mosquitero, ventana con balaustres o persianas Miami, balance y matrioshkas, radiecitos, bocinotas y antenas parabólicas, pasta Perla, bicitaxis y tendederas, televisores con interferencia y teléfonos públicos incomunicados, escapadas al mar o a las vallas de gallo) se alían a apropiaciones de referentes que “se caen de la mata” –o no del todo– como el Elpidio samurai de las historietas de Juan Padrón, los Guajiros de Eduardo Abela, La creación de Adán en la capilla de Miguel Ángel o el alunizaje de Neil Armstrong.

El resto de lo que se desencadena es una andanada de guiños al emporio audiovisual estadunidense. E.T., Alien, La Guerra de las Galaxias, 2001: Odisea del espacio, Gravedad, Hombres de negro, Señales, Belleza americana, Pulp Fiction… y esa serie televisiva que es un hito en el registro de eventos paranormales, Expedientes X. Clásicos de la ciencia ficción, el cine negro, el suspense o el melodrama, regurgitados por un consumidor pantagruélico como Joseph, animados entre el desparpajo y la elegancia característicos de Sindicato Studio, y más disfrutables mientras más entrenado el ojo, para cinéfilos de la estirpe del Larry, que distinguen con el mismo rigor las disparidades de un par de cinturones verdeazules que el brillo intermitente de las escamas del lucio, diluyéndose en el vaivén de una piscina.

“El son de Eliodoro”, en tanto canción y clip animado, es pues una pieza que puede ser vista y escuchada lo mismo desde el gozo del sonero o el bailador que a través del deleite de quienes se complacen en desencriptar intertextualidades o cazar gazapos. Para los fanes de la Trovuntivitis, será también divertido intentar reconocer las voces y los rostros de los cantautores que la interpretan, quienes –reproducidos a partir de fotos y, por esta vez, a ocho manos por los de Sindicato– habitan como personajes el video. Y para los que persiguieron o persiguen el horario de “los muñes” y las películas “infantiles”, y como ayer y todavía hojean con fruición los cómics, este son de seguro les traerá la misma alegría contagiosa de aquellos días en que, montados en un columpio o parados de cabeza, nos imaginábamos cómo sería un mundo al revés, donde camináramos sin esfuerzo por el techo o flotáramos despojados de toda gravedad, con la gracia de nuestros superhéroes favoritos.

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Jamila Medina Ríos en poesía: Huecos de araña (Premio David, 2008), Primaveras cortadas (México D. F., 2011), Del corazón de la col y otras mentiras (La Habana, 2013), Anémona (Santa Clara, 2013; Madrid, 2016), País de la siguaraya (Premio Nicolás Guillén, 2017), y las antologías Traffic Jam (San Juan, 2015), Para empinar un papalote (San José, 2015) y JamSession (Querétaro, 2017). Jamila Medina en narrativa: Ratas en la alta noche (México D.F., 2011) y Escritos en servilletas de papel (Holguín, 2011). Jamila M. Ríos (Holguín, 1981) en ensayo: Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier, 2012), cuyos títulos ha reditado, compilado y prologado para Cuba y Argentina. J. Medina Ríos como editora y JMR para Rialta Magazine. Máster en Lingüística Aplicada con un estudio sobre la retórica revolucionaria en la obra de Nara Mansur; proyecta su doctorado sobre el ideario mambí en las artes y las letras cubanas. Nadadora, filóloga, ciclista, cometa viajera; aunque se preferiría paracaidista o espeleóloga. Integra el staff del proyecto Rialta.

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