La música me da asco (el mar también).
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Al llegar al estudio pierdo una enorme cantidad de tiempo procrastinando (esta palabreja de sonido siniestro pretende actualizar una acción tan antigua como el hombre mismo: comer mierda y perder el tiempo).
Cuando finalmente me pongo a trabajar, porque de otra manera tendría que proceder a suicidarme, ya me es muy difícil parar y regresar a casa.
Trabajo casi todos los días; esto naturalmente es tremenda exageración. Pero no es totalmente una mentira si se tiene en cuenta que “trabajo” hasta en sueños.
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Lo que más me gusta del museo del Prado son las alfombras.
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El pintor que más me inquieta es Bruegel (siempre, académicamente, aclaran que se trata de “el Viejo”, como si todo el mundo no supiera que era un viejo asqueroso).

Dar clases… siempre me he preguntado cómo alguien puede dar clases, no ya buenas, sino mínimamente decentes, antes de conseguir un buen trago… de café.
Yo, por lo menos, nunca pude articular palabras, para no hablar de ideas, antes del mediodía.
“¿Y sus famosas clases mañaneras?”
Eran una impostura, desde luego.
Ya lo he dicho antes: las escuelas de arte son “centros de enseñanza” que gradúan impostores. Después alguno que otro se convierte en Artista, si no lo era ya antes de entrar en el centro. Yo siempre traté a los estudiantes como si fueran artistas, la vida se encarga luego de darles su lugar. Ya lo dijo quien lo dijo (no me acuerdo quién, ya se dieron cuenta): “El arte se puede aprender, pero no se puede enseñar”.
Igual “enseñar” puede ser muy estimulante; se aprende mucho.
A veces los alumnos tienen ideas asombrosas.
Por ejemplo, una vez un alumno presentó, como trabajo del semestre, una serie de cuadros realistas académicamente impecables, cuyos sujetos eran ¡los ready-made de Marcel Duchamp!
El viejo Marcelo hubiera estado culeco.
Los títulos de las obras y de las exposiciones siempre han sido muy importantes para mí. El título mantiene una relación tangencial o definitivamente paralela con la obra; no ilustra nada, ni tiene una relación orgánica con la misma, pero ayuda mucho a aumentar la ambigüedad y, con suerte, agrega inesperados niveles de interpretación.
Pero, sobre todo, aumentan la confusión.
Algunos ejemplos:
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- QUISIERA SER WIFREDO LAM (pero no se va a poder)
- JOSÉ YAQUE Y FLAVIO GARCIANDÍA MIDEN Y COMPARAN SUS PENES (“me cago en…”, dijo Garciandía)
- EL DELICADO LITIGIO ENTRE LA GALERÍA EL APARTAMENTO Y FLAVIO GARCIANDÍA
- DYLAN IS GOD (pero no hay que exagerar)
- IVES KLEIN SE LANZA AL VACÍO EN EL MALECÓN DE LA HABANA (Restany se tiró también, pero se dio durísimo)
- PORNO PARA MINISTROS
- ALGO PASA EN MIS FRIJOLES NEGROS (o Ad Reinhardt en La Habana)

Hablando de ideas, una vez fui a Manhattan con Luis Camnitzer, me pidió que lo acompañara a una gestión. También me pidió que lo esperara en el carro. Después de salir, regresó al viejo carro y me alcanzó una libreta y un lápiz. “Para que apuntes ideas”, me dijo.
Luis, le dije agradecido, a mí se me ocurre una idea, si acaso, una vez al año. Y cuando me llega una invito a champán y tiro voladores.
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Hacer chistes nunca se me ha dado, a pesar de que esa era “mi verdadera vocación”. Fabricar citas falsas sí.
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Mi obra nunca ha sido más auténtica como ahora, que estoy tratando de pintar como un pintor chino o japonés.
El Museo Guggenheim de Nueva York siempre me ha parecido un inodoro mal diseñado.
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¿Mis principales influencias?
Marx (Groucho), Woody Allen, El Guayabero.
Y antes que todo y primero que nadie: Robert Crumb.
A los artistas, que son tantos, no los menciono, no vaya a ser que se me olvide alguien.
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Si alguna vez me definí como artista posconceptual fue en cierta medida por oportunismo de época (en efecto, estaba muy mal visto querer ser pintor a secas).
Siempre he querido ser pintor (aunque no lo crean, de niño también quise estudiar violín y ser marinero). Como dijo alguien, yo pienso en pintura.
Si a persona alguna le parece poco, se lo está perdiendo.
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Decía el gran Baldessari que, si uno quiere ser artista y eso no se convierte obsesión, entonces no vale la pena.
Y en un vicio, en una adicción, agregaría yo.

También me caen grueso los pájaros y las flores. De las mariposas, mejor ni hablar.
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Por años he trabajado en una serie de viajes imaginarios de artistas, para mí paradigmáticos –Ad Reinhardt, Malévich, Ryman, Baldessari, Brice Marden, Jasper Johns, Ives Klein–, a La Habana. Allí experimentan epifanías, sorpresas culinarias.
De los encuentros eróticos no me ocupo.
Pero en la ficción nunca falta un personaje local, especie de alter ego furioso y troglodita que irrumpía y les insultaba. En un gesto, pienso que piensa él, de reafirmación de su identidad, de descolonización; gestos tardíos, anacrónicos, pueriles.
Es una especie de homenaje paradójico de mi parte a estos artistas a los que tanto debo.
En mi libro antológico tocaba insultarme a mí mismo: I INSULTED FLAVIO GARCIANDÍA IN HAVANA.
La primera y única vez que fui al cine fue en Caibarién con mis padres. Yo no entré a la sala con mamá, me quedé afuera todo el tiempo con el viejo, acompañándolo mientras se fumaba un eterno tabaco (en la beca me apodaban El Cinemateco).
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No puedo ni quiero definir mi obra, ni sugerir posibles caminos, sería empobrecedor y estéril. Sus súbitos cambios de forma y “estilo” responden al hastío de lo mismo, a la morbosa curiosidad, a un afán de sorprenderme a mí mismo, a poner la improvisación y lo inesperado en primerísimo lugar, burlando irónicamente las nociones de unidad, identidad y coherencia: puro jazz.
Es un extenso autorretrato.
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Ah, tampoco me gustan las entrevistas. Ni el dulce de guayaba.
* Todas las imágenes de obras que acompañan este texto pertenecen a la serie ‘Yo, decorador de cunas chino’. La fotografía del encabezado es cortesía del artista Geandy Pavón.
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Gracias a Flavio Garciandia se orientó una generación después de Volumen 1, años 80s, su labor como maestro y artista fueron influencias básicas para poder gatear y arañar, después vino la persistencia y continuidad, la obsesión por un destino desde el arte.