¿Estás trabajando en algún proyecto? Si es así, ¿podrías describirlo brevemente?

Siempre trabajo en varias cosas al mismo tiempo. No quisiera, pero tengo que hacerlo. Uno de los proyectos más importantes que me ocupa ahora es la producción de la serie Sin 349, en coautoría con el artista Lester Álvarez, y que Kevin Ávila ha hecho posible a nivel cinematográfico. La serie fue premiada con un grant de Prince Claus Foundation y tiene como objetivo crear una memoria sobre un grupo de artistas, curadores, escritores que se opuso de diversas maneras al Decreto 349. El 349 fue creado por el gobierno cubano en 2018 para limitar las libertades de la escena independiente del arte cubano, tras la escalada de tensiones políticas de esta escena con las instituciones culturales oficiales y la importancia que ha cobrado durante los últimos diez años. La serie tiene una perspectiva generacional sin duda. Hablamos de personas en su mayoría entre veinticinco y treinta y ocho años, pero en algunos casos trascenderá el rango etario debido a la importancia de los entrevistados en relación al decreto.

A nivel curatorial es uno de los retos más difíciles que he enfrentado. Hacía tiempo que no tenía que lidiar con un asunto como este. Mi trabajo como curador no se fundamenta en la selección de artistas, sino en la investigación y el ensayo visual. Para esto me involucro con artistas con los que he desarrollado una relación humana, colaboro con ellos, los invito a pensar lo que estoy pensando, acepto la invitación a pensar lo que ellos piensan, pero no selecciono, no hago una lista, no persigo fines promocionales, alguna vez lo he hecho, aunque no lo prefiero. En el caso de la serie, la selección es inevitable. Tenemos recursos para filmar sólo veinticinco capítulos en Cuba, lo cual es bastante para una serie, pero no es mucho en comparación con los cientos de personas que se opusieron activamente al decreto. Algunas de las personas que más quisiéramos filmar, como la curadora y activista Yanelys Núñez Leyva o el periodista Mario Luis Reyes, no residen en La Habana actualmente. Esto constituye una limitación que aún no sabemos cómo superar.

Hemos trazado estrategias para que esta selección sea inclusiva en términos de identidades políticas, género, raza y profesión. Al mismo tiempo, enfrentamos las contingencias de quien filma un documental que depende fundamentalmente del acceso y la disponibilidad de los entrevistados. Tampoco podemos olvidar que la serie tiene un corte temático, que se concentra fundamentalmente en la escena del arte contemporáneo cubano, aunque incluye algunos contactos de esta escena con otros actores de la sociedad, como, por ejemplo, el periodismo independiente. No es tarea fácil, pero hemos ido concretando ya diez capítulos y trabajamos en más.

Ahora que el Decreto 370 acecha a la ciudadanía, no debe pensarse que la lucha en contra del 349 ha sido en vano. Cada persona involucrada, cada firma, cada reacción, desde la más discreta hasta la más visible, contaron. Esta memoria es importante para nosotros. Recuerdo aquel día en Espacio Aglutinador cuando vi por primera vez el documental El canto del cisne, producido por Glexis Novoa con el fin de recuperar la historia del performance cubano en la década de los ochenta. Me di cuenta de que no sabía nada de arte cubano, pero, sobre todo, me di cuenta de cuán difícil era el acceso a este conocimiento aun teniendo interés en él. Esto ocurre cíclicamente en cada generación de jóvenes intelectuales cubanos, uno tiene que conquistar ese lenguaje secreto en el que está cifrado la historia de gran parte de este país. Queremos interrumpir este ciclo. Por eso el periodismo independiente ha cobrado tanta importancia en la Cuba actual, porque tiene la capacidad de ocuparse, de ir tras el rumor, que es una de las formas predilectas de la tradición nacional.

Persiguiendo esta clase de rumor, inicié hace cinco años una investigación motivada por el artista Marco Castillo y por la memoria de mi abuelo (Rodolfo Fernández), quien fue un arquitecto modernista dedicado, en parte, al interiorismo. Fue así que descubrimos todo un cuerpo de muebles de diseño fabricados durante la década de los años sesenta y setenta por varios diseñadores increíbles entre los que se encontraba Gonzálo Córdoba, recientemente fallecido. Marco construyó una colección de diseño cubano moderno impresionante llamada Cuban Modern, y yo me propuse crear una puesta en escena que reprodujera el way of life de la época, la cultura material que contenía el potencial revolucionario de entonces en contraste con la realidad totalitaria. No me extenderé porque hablo del Museo de las máquinas: arquitectura de espacios cerrados en la década del 60 y 70 de la Revolución cubana, una exhibición de 2017. Pero la menciono porque estoy trabajando en una versión más pequeña para la galería Sean Kelly en New York que no ha ocurrido debido al SARS-CoV-2, aunque espero que ocurra pronto.

Vista de la exposición Museo de las máquinas. arquitectura de espacios cerrados en la década del 60 y 70 de la Revolución cubana | Rialta
Vista de la exposición ‘Museo de las máquinas. arquitectura de espacios cerrados en la década del 60 y 70 de la Revolución cubana’

También trabajo en una exhibición para Wallach Art Gallery en New York en co-curaduría con Gwen Unger, amiga y estudiante de doctorado en arte latinoamericano de Columbia University. No puedo confirmar mucho sobre este proyecto porque se encuentra en una fase inicial, no obstante, es algo que me ocupa tiempo.

Quisiera escribir, escribir mucho, pero escribir es muy difícil y me produce ansiedad, más de la que puedo manejar a veces.

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¿Cuál es tu receta para sobrevivir en un momento complicado como este?

No tengo una receta, aunque cocino mucho. Me gusta cocinar, es de las cosas más relajantes en las que puedo ocupar mi tiempo. Por otro lado, he pasado por momentos difíciles durante el confinamiento, no tengo cerca a mi familia y mi estado de ánimo tiene altos y bajos. No es tan difícil permanecer encerrado (algo que practicaba a menudo) como perder la opción del movimiento, la posibilidad del escape. Pero estoy en Miami, una ciudad amable y próspera para los cubanos, vivo en un apartamento con bastante espacio, mi roomate es excelente y con varios amigos locales puedo practicar el inglés. Actualmente es el idioma en el que más leo, lo cual ha sido un regalo de este confinamiento (que ya no lo es tanto, al menos en Florida), terminar mis primeros libros completos leídos en inglés. Si hay algo que me ha sostenido durante este tiempo son estas lecturas y las conversaciones con mis amigos dentro y fuera de Cuba, con mi familia, con Greter. Paso horas mirando carreras de Fórmula 1, me gustan la velocidad de los autos, la mítica de los pilotos, el carácter estratégico de las carreras. Es de los pocos deportes donde la mayoría de las veces las batallas emocionantes se dan en los puestos medios, no en el podio, que depende más del auto (un factor externo) que del deportista (la voluntad y el talento). Algo parecido ocurre en la vida o con el hecho de haber nacido en una dictadura como la cubana, hay condiciones ajenas a tu voluntad que te sitúan en batallas intensas a un nivel determinado. La emigración es una de ellas.

¿Hay algo que todos podríamos hacer para hacer del mundo un lugar mejor?

Esta pregunta amerita un tratado o un gathering de celebrities al estilo “We are the world, hahaha”. Hay muchas cosas que se pueden hacer para convertir el mundo en un lugar mejor, creo que ni tan siquiera puedo enumerar un mínimo porciento de ellas. Desde el mundo del arte, por ejemplo, esta discusión sería interesante para volver a concientizarlo como un espacio que incluye la línea de producción y ensamblaje de objetos de lujo cuya función principal es mantener la estructura crujiendo, moliendo dinero, pero que al mismo tiempo puede trascenderla. El arte, tal y como lo conocemos hoy, no necesariamente crea mundos mejores, eso es una farsa. Pero las personas que lo integran pueden crear alternativas, sospechas, reflexiones y un conjunto de redes sociales y económicas que sucedan al margen de los valores más agresivos de la sociedad contemporánea. Llevo meses intentado hacer lecturas de qué tipo de rol con valor positivo pudiera jugar el mundo del arte en el escenario social del nuevo coronavirus. Y la única respuesta que encuentro es que este se consolide como una red donde prevalezca la solidaridad.

Fotograma del capítulo dedicado a Leandro Feal de la serie documental Sin 349 | Rialta
Fotograma del capítulo dedicado a Leandro Feal de la serie documental ‘Sin 349’

Esto es profundamente ingenuo de mi parte, pero es lo más honesto que puedo decir. La solidaridad ya era uno de los valores más difíciles de sostener en el marco de una sociedad cada vez más precarizada por las exigencias del capitalismo contemporáneo. Si a esto le sumamos la situación actual del virus, la solidaridad comienza a alejarse y a perder forma. El tema es que la solidaridad está reñida con el capitalismo a nivel estructural, entonces hay que plantearse necesariamente la idea de una “revolución” para operar un cambio. Haber sido expuesto a una revolución devenida dictadura como la cubana (he conversado esto antes con el escritor Carlos Manuel Álvarez) establece una mayoría de edad a nivel político. En mi caso esta mayoría de edad se manifiesta como sospecha, he visto de cerca el ADN autoritario de cierta izquierda, pero el mundo en que vivimos es cada vez más injusto, intolerable.

¿Cuál es la principal lección que el mundo del arte debería aprender de todo esto? ¿Cómo te imaginas el mundo del arte pospandemia?

No hay lección que no debiera haber aprendido ya. Lo primero es que estamos ante una crisis global muy seria, que es cíclica y que es el producto de la sistematización de la desigualdad económica y social. No tengo idea de cómo será el mundo del arte en este escenario. Sólo puedo imaginar dos factores importantes que lo impactarán.

El primero es el espacio. Al igual que los sanatorios de tuberculosis en el siglo XIX inspiraron a Loos y a Le Corbusier a componer el mapa formal y conceptual de la arquitectura moderna, la pararquitectura de contingencia que ha aparecido en los espacios púbicos debido al Covid-19 parece inspirada por el minimalismo. El conjunto de rayas en el suelo dispuestas de manera equidistante, la superficies pulidas y luminosas, el predomino del material antiséptico es parte del imaginario que fabricaron las obras de Robert Morris, Carl Andre o Sol LeWitt. Si a esto le sumamos el distanciamiento social, nos enfrentamos a la muerte de la cultura comunal que ha sobrevivido durante mucho tiempo en el mundo del arte. Rem Koolhaas habla de abandonar las ciudades y colonizar el campo para evitar hacinamientos.

Casi todas las medidas anteriores tienen como objetivo velado conjurar las consecuencias de la pobreza. Lo que hará que sus marcas sean cada vez menos visibles en las instituciones públicas y que prácticas culturales alejadas de la sociedad por donde se ha expandido el virus se distancien más de las exigencias sanitarias de la vida contemporánea. El exotismo será aún más exótico y el centro aún más canónico y la cultura será equiparada a la sanidad, al menos por un tiempo. La alternativa a este tratamiento arquitectónico “seguro” en las instituciones culturales son las pantallas de Facebook o de Zoom o de Instagram, lo cual significa, paradójicamente, la muerte de lo público como concepto fiable, como bien común. Un mundo virtual donde la producción de contenidos se distancia de la ganancia que ofrece la interacción con otras personas, y que para mí había sido el patrimonio fundamental del mundo del arte que me interesa.

El otro factor es el económico. Mientras los museos intentan superar la crisis a la velocidad que sus formatos les imponen, el capital sigue sucediendo de modo líquido. Las ferias de arte siguen facturando millones y los galeristas han dinamizado el mercado a través de showrooms virtuales en 3D. Como en toda crisis económica la lucha está planteada entre la rentabilidad y el gasto. Los objetos son rentables, las personas no. De ahí los despidos, el cierre de instituciones, y los esfuerzos de muchos museos por elaborar un programa público que le otorgue sentido a su existencia.

La gran oportunidad que tienen los museos es la de administrar mejor su capital simbólico sin arriesgar una gran producción de capital material, dado que este está casi vedado al gran público. Dentro del proceso de revisión ideológica que está ocurriendo al interior de las instituciones, al menos en Estados Unidos, lo anterior puede ser un elemento que acelere los cambios. El problema es que, como dije antes, la alternativa histórica al capitalismo ha sido la revolución, pero los modelos chino, soviético y cubano no son alternativas de nada. Además, en los Estados Unidos, la mayoría de los museos públicos son financiados con fondos privados y su función principal es la conservación y legitimación de un patrimonio consustancial al crecimiento del capital. Esto ya era así antes, sólo que ahora resulta más evidente. A pesar de esto, a los museos se les puede exigir cierto código ético. Junto con las academias, son parte de los espacios que ha creado el mercado como laboratorio para asegurar su propia crítica. Imagino que los debates que vendrán serán intensamente proporcionales a lo que algunos llaman “capitalismo gore”, el perfecto reverso de las muertes, los desalojos y la pobreza que ya va dejando esta crisis.

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SOLVEIG FONT
Solveig Font Martínez (La Habana, 1976). Licenciada en Estudios Socioculturales. Se desarrolló como especialista en artes plásticas en la Asociación de Artes Plásticas de la UNEAC y más tarde en la Galería Villa Manuela de la misma institución. Trabajó como curadora en la Fábrica de Arte Cubano (FAC) hasta el 2015. En el 2014 fundó el espacio de arte Avecez art space, donde ha trabajado con artistas y curadores nacionales e internacionales. Ha realizado más de veinticinco exposiciones dentro y fuera de Cuba. Ganó en 2015 la Residencia de RCAAQ en Montreal, Canadá.

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