El cortometraje documental Guillermina (2019), de la antropóloga cubana Aída Esther Bueno Sarduy –profesora de las universidades de Nueva York, Stanford y Boston–, se está presentando en el Uppsala Internacional Short Films Festival de Suecia, que comenzó este 19 de octubre y se extenderá hasta el día 25.
Esta película recupera, acodada acertadamente en los discursos del feminismo negro y del afrocentrismo, la discusión acerca del lugar cívico y político que ocupa la mujer negra o afrodescendiente en el imaginario contemporáneo y en las (re)lecturas emprendidas de la Historia cubana y latinoamericana. Y es precisamente este activismo político cuanto condiciona la ingeniería textual de Guillermina: un apreciable ejercicio performativo que justifica la inclusión del documental en la sección Docurama, titulada “Heat of the moment”, del programa especial que este año presenta el Uppsala Internacional Short Films Festival, dedicado a aquellas obras que “traspasen los límites de las formas”.
Desde su fundación en 1982, este evento, uno de los más prestigiosos entre los consagrados al fomento y la promoción del formato audiovisual corto, ha programado un amplio número de películas internacionales que “exploran la diversidad y la riqueza del formato cortometraje –desde filmes recientes hasta programas de retrospectivas, desde películas de ficción, documentales y experimentales hasta animaciones”.
Asimismo, como subraya en su página oficial, “el Uppsala Short Films Festival es avalado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos, lo que significa que ganar en la competición nacional o internacional del festival supone una nominación al Oscar para el filme”. Lo cual resulta un ejemplo de la posición que ocupa el evento en el circuito cinematográfico internacional, y de las posibilidades que abre para un filme como Guillermina.
Representado por Vega Alta Films –una sociedad que cuenta entre las recientes iniciativas dedicadas a la producción y distribución del cine cubano–, el documental se estrenó originalmente en el New Orleans Film Festival, un espacio idóneo para su arrancada, justo porque propone una amplificación de las voces de creadores atentos a su tiempo histórico.
En esta película, Aída Esther Bueno Sarduy parte del testimonio de un hombre blanco que relata los recuerdos de su nodriza negra Guillermina Dueña. Esta mujer trabajaba en la casa donde él vivió en La Habana durante los años cuarenta del pasado siglo, antes de emigrar con su familia a los Estados Unidos. Pero resulta fundamental reparar en que la particular experiencia afectiva que registra la película entre este testimoniante y su nodriza, es nomás el punto de partida para una discusión mucho más abarcadora. El documental se abre a reflexionar sobre la experiencia de estas mujeres, las nodrizas, en la que se articula la raza y el género como construcciones ideológicas operadas por el poder para racionalizar / controlar sus identidades y su posición en el cuerpo social.
La discusión introducida por Guillermina se propone el rescate de una historia singular, que argumenta ciertas formas de objetivación cívica de la discriminación racial –el sitio que en calidad de negras ocupaban las nodrizas en la estructura social, víctimas de una línea divisoria instaurada por la esclavitud, que las diferenciaba de “los ciudadanos blancos”–. En tal sentido, el documental propone meditar también sobre los mecanismos de disciplinamiento que han controlado el actuar de estas mujeres en la esfera pública en los años posteriores a la abolición. Y, sobre todo, Guillermina ofrece otro espacio de debate, específicamente, para la experiencia de género (la dominación sexista) cuando es atravesada por el racismo. Todo lo anterior posibilita que la figura de la nodriza, y lo que ella representa en términos culturales, encuentre aquí otro justo reconocimiento.
Para orquestar los anteriores vectores discursivos, la autora del documental implementa un elocuente andamiaje narrativo. La obra está conformada por un plano retórico –el relato en off del testimoniante– y un plano icónico –fotografías de archivos e imágenes de recortes de periódicos de la época– que se complementan y contrastan entre sí. El diálogo (en ocasiones antagónico) entre lo que escuchamos y lo que vemos, deviene el responsable del alcance del discurso. Luego de exponer el impacto emocional que tuvo en él la separación definitiva de su nodriza –ilustrada por medio de una escena animada–, y la importancia que ella tuvo en su infancia, este hombre apunta casi hacia el final: “yo a Guillermina la colocaría al lado de la Virgen María en el cielo, sin lugar a dudas […] para mí, Guillermina fue otra madre. Madre no hay más que una, pero para mí, Guillermina fue tan madre como mi madre…”.
Sin embargo, en pantalla se ven pasar varias fotos de periódicos donde se leen anuncios como el siguiente, extraído de la sección “venta de animales”: “se vende una negra criolla, joven, sana y sin tachas, muy humilde y fiel, buena cocinera, con alguna intelijencia en lavado y plancha, y escelente para manejar niños [sic]”. De esta manera, la realizadora instrumenta, al nivel del discurso fílmico, una serie de preguntas alrededor de la memoria del testimoniante. ¿Cómo recordarán las nodrizas estos afectos, siempre que se daban, no podía ser de otro modo, en el marco de una relación de subordinación entre dominador y dominado, en un espacio de convivencia donde unos y otros representaban mundos incongruentes?
Uno de los aspectos más notables de este documental se encuentra, efectivamente, allí donde problematiza la naturaleza del racismo como una falta de reconocimiento de la diferencia de los negros. Para el hombre que habla en off, Guillermina era un miembro más de su familia, un personaje fundamental que compartía su cotidianidad, una persona responsable de la felicidad con que recuerda su niñez. No obstante, esa convivencia mutua –extensible a todas las nodrizas a las que se dedica el filme– no consigue anular las simbolizaciones culturales que hacen de ella un no-sujeto para los discursos de control y hegemonía del blanco. En ese espacio se cifra una herencia de la contemporaneidad que el documental interviene estratégicamente, por medio de una acertada dramaturgia comunicativa, empática con el espectador.
Aída Esther Bueno Sarduy fraguó con Guillermina un documental que interroga la historia y los espectáculos del poder, una obra que nos propone –se enfatiza desde la voz del propio testimoniante– desmontar el aparato histórico / ideológico / cultural donde se entrelazan sexo y raza, y asumir esa lucha como una vigilancia personal.
Sabes donde la puedo comprar o alquilar online?
El título debía decir:
«Guillermina» un documental aborda la experiencia de las nodrizas negras en la Cuba de los años 40 del siglo XX
O «en la Cuba prerevolucionaria.»
¿Dónde lo podría ver?