A menudo entre las películas latinoamericanas estrenadas cada año pasan desapercibidas a ojos de la crítica obras relevantes que marcan la medida de los desvelos artísticos de los realizadores contemporáneos en nuestra región. Observar con detenimiento el horizonte ofrecido por festivales, plataformas de streaming, circuitos de estreno, etc., permite esbozar un mapa de las opciones estéticas en el cine actual de América Latina.
Estrenada oficialmente en la edición 18 del Festival Internacional de Cine de Morelia, Hijo de monarcas –película mexicana dirigida en 2020 por el realizador venezolano Alexis Gambis– es un ejemplo elocuente de esos filmes que, bajo su aparente sencillez, cobijan nuevos gestos creativos, latentes en la cinematografía del subcontinente. No se trata de una obra animada por radicales rupturas estilísticas o temáticas; simplemente, su formulación –la amalgama de recursos expresivos y de actitudes discursivas– ventila acentos y matices que prefiguran un enriquecimiento de nuestro paisaje audiovisual. Llamar la atención sobre esta obra contribuye a barrer con la regencia de ciertos atavismos estilístico que ya han comenzado a perder fertilidad. Es traer a la superficie un perfil fílmico quizás todavía encubierto por las manifestaciones latinas preminentes en el ámbito internacional.
Hijo de monarcas ha merecido el premio de la New American Cinema Competition del Seatle International Film Festival, así como el Alfred P. Sloan Feature Film Prize del Festival de Sundance, dos galardones indicativos de la persuasiva mirada de su joven director. Ese último reconocimiento gratifica, justamente, películas “audaces, distinguidas por un acercamiento innovador e iluminado a la narrativa cinematográfica”.
Se trata del segundo largometraje de ficción de Alexis Gambis. Sus producciones anteriores, entre las que figuran alrededor de una docena de cortos exhibidos en importantes certámenes cinematográficos, combinan –con auténtico ánimo experimental– códigos del documental y la ficción. El realizador procura insertar en el recinto cinematográfico el mundo específico de las ciencias, tal como sucede en Hijo de monarcas, cuyo protagonista es biólogo: sus investigaciones afloran durante la trama no sólo como parte de la cotidianidad del personaje, sino como motivación de la estructura estética.

El propio Gambis es doctor en Biología, algo que explica su especial interés en ese tipo de materiales. Sus próximos dos proyectos fílmicos, en desarrollo actualmente, titulados “Mousetrap” y “El beso”, giran igualmente alrededor de personajes vinculados al universo científico. Su ópera prima, The Fly Room, atendía los orígenes de la genética, y la crítica destacó en ella, precisamente, la organicidad con que se abordaba esa esfera científica, de manera intrínseca a la trama y al lenguaje audiovisual.
La vocación de este creador por combinar ciencia y cine lo ha motivado además a fundar el Imagine Science Film Festival (2008) y el portal LoboCine (2016), una plataforma “que proporciona un ecosistema virtual para experimentar el cine científico”.
La historia narrada en Hijo de monarcas retrata los conflictos emocionales y psicológicos sufridos por Mendel, un mexicano residente en Manhattan que trabaja en la Universidad de Nueva York, donde investiga la estructura genética responsable del pigmento de las mariposas monarcas. Al inicio mismo de la trama, Mendel debe viajar a Angangueo, Michoacán, su pueblo originario, tras conocer que su abuela Rosa ha muerto. Una vez pisa suelo mexicano, al reencontrarse con su familia después de varios años, estalla el conflicto. El protagonista se adentra en un proceso de confrontación con su pasado, con las tradiciones culturales que alimentaron su niñez, y con las tragedias filiales vividas en su infancia, al punto de padecer una profunda crisis de personalidad.
En disímiles momentos de la historia aflora el vínculo entre cine y ciencia. Respecto a la propia geografía mexicana se manifiestan problemáticas medioambientales, como la explotación de los suelos y los bosques, y su contaminación con productos químicos; en Nueva York, el entorno del laboratorio y las investigaciones acerca de las mariposas, espacio y rutina que envuelven toda la existencia de Mendel, se explicitan como si de un documental se tratara. Pero más que la enunciación de estos aspectos, resulta sumamente revelador la manera en que los mismos alimentan/sustentan el repertorio expresivo de la película.
La necesidad de registrar la naturaleza de Michoacán –donde se encuentra una de las reservas naturales más importantes de mariposas monarcas– convida a la instrumentación de un código documental que dota de un seductor realismo a las imágenes. Mas ese registro muta una vez que el argumento se muda a los Estados Unidos. Fuertemente golpeado por los recuerdos de su niñez, cuando perdió a sus padres en un trágico accidente ocurrido en las minas de la región, y por las actuales confrontaciones con su hermano mayor, que le reprocha su distanciamiento, Mendel se adentra en una crisis existencial manifiesta en códigos propios del suspense y el thriller.

Cuanto más se inmiscuye el protagonista en su investigación, quizás con el propósito de paliar su situación, más se evidencia el paralelo entre el proceso de metamorfosis de la mariposa y el estado íntimo. En determinado momento, la trama se enrarece al punto de sospecharse que el personaje ha somatizado la naturaleza transformativa del insecto. La fotografía se torna onírica, mediante el uso de tonos fríos y una coloratura ocre; la música enajena el ambiente. Mendel parece estar suspendido de la realidad. La articulación de todos esos recursos torna el filme en una auténtica experiencia, más que narrativa, sensorial.
Gambis evidencia asimismo el vigor de su dirección en el criterio narrativo seleccionado. El relato se articula en bloques, que prescinden de una continuidad anecdótica; algunos de ellos resultan pasajes de la memoria del protagonista, quien evoca continuamente instantes de su niñez, fundamentales para comprender su actual cuadro psicológico. Los bloques filtran información sobre las relaciones de Mendel con su familia, sobre todo con su hermano, y sobre las tensiones entre el mundo ritual de su infancia y la cotidianidad “científica” del presente, entre el entorno rural y tradicional de Michoacán y el espacio urbano y moderno de Manhattan… Más que por el despliegue y el consecuente ascenso del conflicto hacia una resolución, se apuesta por la exteriorización de su complejidad a partir de la presentación de las múltiples capas, ángulos, perfiles que lo condicionan.
Es evidente que Hijo de monarca traza una aguda parábola sobre las convulsiones sociales y personales condicionadas por la emigración. Mas esta vez no enfrentamos un anecdotario acerca de las dificultades y la violencia, acerca del mexicano que intenta cruzar la frontera a costa de la muerte. Mendel es un latino exitoso en los Estados Unidos, un profesional resuelto que no por ello deja de sufrir los traumas del exilio. Uno de los mayores aciertos de Gambis fue asumir un criterio narrativo vertical, opuesto a la perspectiva horizontal que tiende a describir sociológicamente estos problemas: su propósito es estudiar en profundidad cómo el desarraigo cala en un sujeto. Esta es una película comprometida con la exploración de las siempre complicadas artimañas con que la subjetividad enfrenta esa experiencia.
El espectador contempla el abismo en que se sumerge el personaje una vez enfrenta su pasado. Al volver después de mucho tiempo a Michoacán, al palpar nuevamente su herencia cultural y familiar, Mendel se descubre dividido entre dos mundos. Su identidad híbrida tiene un espejo en los procesos migratorios de las monarcas, que abandonan sus colonias, cambian de color, y luego regresan, sin quedar atadas en ninguna parte.
Hijo de monarcas es parte el festín que entrega el cine latinoamericano desde hace unos cuantos años. Es ejemplo de cómo una realización discreta puede resultar enardecidamente inteligente. Gambis demuestra maestría suficiente para entregar brillantes desempeños fílmicos en el futuro.
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