Compañera:

Las “Conclusiones” del debate entre nosotros, un grupo de cineastas, objeto de sus “Consideraciones” críticas en el número 28 de esta publicación, no constituyen, en contra de lo que usted afirma, un manifiesto. No puede considerarse “manifiesto” un documento que se califica a él mismo –y que lo hace con claridad– como síntesis de un “momento” en un proceso inacabado de discusiones, acerca de la interpretación de ciertos principios. Quizás usted haya querido utilizar el concepto de manifiesto en su sentido literal, haciendo momentánea abstracción de su sentido histórico, operación analítica justa. Si así fue, cometió el error de no advertirlo. De todas maneras, si se tienen en cuenta las circunstancias concretas de la lucha ideológica entre intelectuales y artistas, circunstancias en las que se suele confundir la realidad del “anarquismo señorial” (perdóneme el clisé) de ciertas actitudes individuales con su versión mística, el uso que usted hace del término manifiesto da a sus “Consideraciones” un espíritu inicial de ambigüedad, que sólo logra presentarnos, ante el lector poco avisado, como “rebeldías sin causa”, abanderados de un inconformismo romántico (es decir, anárquico, individualista), actitud de la que no somos partidarios y sí enemigos, como se puede inferir de nuestras “Conclusiones”.

Los temas que se abordan en nuestras “Conclusiones” son, como usted dice, motivos de discusión “en los círculos de los creadores más jóvenes”. Sin embargo, si se quiere dar a estos debates su cabal significación y evitar que parezca “algarabía de muchachos inexpertos”, hay que añadir:

a) Que los problemas de la estética y la política cultural se discuten, además, entre los creadores “menos jóvenes”, entre los cuadros del Partido y de la UJC, entre los dirigentes administrativos, sindicales y de las organizaciones de masas y, con interés creciente, entre las propias masas populares.

b) Que estos problemas se discuten en todos los países socialistas y en todos los partidos comunistas y obreros del mundo.

c) Que la búsqueda de una solución marxista a estos problemas (y de los debates que esta búsqueda ha venido propiciando) comenzó hace aproximadamente un siglo y todavía no se ha llegado, en muchas cuestiones de importancia decisiva, a resultados satisfactorios para todos los marxistas-leninistas. Así lo demuestra, entre otras cosas, la disparidad de opiniones, actual, entre algunos partidos comunistas de Europa Occidental y el de la URSS, disparidad que alcanza su punto más alto en las críticas del compañero Palmiro Togliatti, continuador de la tradición de Gramsci, a ciertas opiniones del compañero Nikita S. Jruschov, seguidor de la tradición Plejánov-Gorki o del realismo socialista. (Uno de los principios fundamentales del realismo socialista dice que el arte debe educar a las masas en el espíritu de la construcción del socialismo. Sobre esta concepción educativa del arte, Gramsci opinaba: “La tendenciosidad de la literatura popular, educativa de intención, es así insípida y falsa, y su impopularidad es la justa sanción”).[1]

Dice usted:

El temor a que estos asuntos (los de la estética y la política cultural) puedan ser resueltos en un momento dado partiendo de esquemas y de actitudes dogmáticas, es algo que inquieta a ciertos grupos de intelectuales dentro del campo de la Revolución. Estas inquietudes expresadas desde posiciones legítimas, sin embargo a veces son alentadas por quienes tratan de fundamentarlas en falsas consideraciones sobre las características esenciales de la sociedad socialista, con olvido total de la actitud adoptada por nuestro gobierno ante los problemas de la cultura.

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¿Quiso usted decir con esto que el motivo de nuestras “Conclusiones” fue “el temor” a que los asuntos de la cultura artística se aborden “en un momento dado” desde posiciones dogmáticas? ¿Quiso usted decir que las opiniones expresadas por nosotros se apoyan en “falsas consideraciones sobre las características esenciales de la sociedad socialista”? ¿Quiso usted decir que nuestras “Conclusiones” contienen, tácitamente, un “olvido total de la actitud adoptada por nuestro gobierno ante los problemas de la cultura”?

En verdad, usted no lo dice y confío en que tampoco quiso decirlo. Sin embargo, tendrá que convenir conmigo en que afirmaciones de tal naturaleza, vagas y generales, incluidas en un artículo explícitamente dirigido a nosotros, constituyen una ambigüedad que, como tal, se presta a graves confusiones. (Queda excluida la posibilidad de un error de impresión; tuve cuidado de leer el original de su escrito).

Por tanto, creyendo cumplir un elemental deber de precisión, paso a considerar estas afirmaciones suyas “como si” hubiese sido su intención dirigirlas a nosotros. Se trata, desde luego, de un recurso de retórica y como tal debe considerarse.

Su explicación, mediante el temor, de las actitudes de algunos compañeros ante las manifestaciones de sectarismo, es unilateral. Si es muy cierto que este lógico temor adquiere, en algunos casos y en determinados momentos, tonos falsamente sombríos, no es menos cierto que el sectarismo no ha muerto todavía. Así a pesar de la actitud del Gobierno revolucionario, firme y consecuente en los principios, es muy frecuente que los temas de la cultura artística se analicen desde posiciones visiblemente dogmáticas. Podría demostrarlo incluyendo un largo inventario de libros, folletos, crónicas, críticas, noticias, discursos, charlas y conferencias. No lo hago por dos razones: primera, porque, según creo, la finalidad de la lucha ideológica no consiste en distribuir “etiquetas” entre las opiniones, sino en valorarlas en su expresión particular, de acuerdo a que reflejen mejor o peor la realidad; segunda, porque tal inventario daría a estas notas un carácter “sensacionalista”, del que soy enemigo. Ni el temor al dogmatismo explica el origen de nuestras “Conclusiones” ni el antidogmatismo a ultranza en su contenido.

La única característica esencial de la sociedad socialista que mencionamos en nuestras “Conclusiones” se refiere al papel del Partido y el Gobierno en la cultura. Dijimos que este papel consistía en “promover el desarrollo de la cultura”, y esta definición quizás sea incompleta, pero de ninguna manera puede considerarse falsa.

No hay ninguna razón objetiva para suponer que nuestras “Conclusiones” implican un “olvido total” de la actitud del Gobierno revolucionario ante los problemas de la cultura. Al revés, gracias a la conciencia de esa actitud, que suscribe la necesidad de la polémica y la crítica, publicamos nuestras opiniones en la plena seguridad de que, al hacerlo, en nada significábamos menoscabo de la autoridad y el respeto que el Gobierno revolucionario merece. Muchísimo menos se puede hablar de “olvido” si se tiene en cuenta que la decisión de publicarlas fue tomada previa consulta con la Dirección del ICAIC, que es nuestra representación oficial inmediata.[2]

Estoy de acuerdo con usted cuando dice que “el Gobierno y el Partido tienen el deber no sólo de «promover el desarrollo de la cultura», sino también el de orientarla y dirigirla”. Creo no obstante, que definir de esta manera las funciones del Gobierno y el Partido en la cultura es, en rigor, redundante, y que la expresión “promover el desarrollo de la cultura” es, como principio, suficiente. Si se piensa que las posibilidades del desarrollo se definen de acuerdo con la necesidad histórica, se ve claro que el concepto “promover el desarrollo” contiene ya una idea del progreso (es decir, una concepción del mundo), idea que hace imposible concebirlo sin la participación de la conciencia (es decir, sin orientación y dirección).

Con todo, creo que poner énfasis en el concepto “promover el desarrollo” es muy útil. Al hacerlo, se evita el error frecuentísimo de concebir las funciones de orientación y dirección en abstracto, separadas de los fines que persiguen. (Producto de este error es el criterio de que la cultura debe supeditarse a los intereses de la política, criterio que no toma en cuenta que el objetivo final de la política es la cultura y no al revés, y que contiene, además, una visión abstracta de la cultura, que olvida la profunda identidad que hay entre política y cultura, porque la cultura es, ella misma, política).

Usted afirma que “las condiciones de la coexistencia (ideológica) no pueden establecerse a partir de los principios señalados por los compañeros cineastas, si hemos de adoptar criterios realmente marxistas”, y enseguida, con el objeto de refutarlos, somete estos principios, el de la unidad de la cultura y el del carácter no-clasista de las formas estéticas, a un detallado análisis. Sin embargo, creo poder demostrar que su análisis, aunque adopta, como punto de partida, criterios realmente marxistas, en nada refutan nuestras tesis.

Dice usted que “a las formaciones económico-sociales y a las diferentes nacionalidades corresponden formaciones culturales también diferenciadas, y que dentro de una misma formación económico-social cuando en esta conviven clases antagónicas, existe expresiones de dos culturas”. Nosotros, en nuestras “Conclusiones” dijimos: “No existen una cultura burguesa y una cultura proletaria antagónicamente excluyentes”. Así no hemos negado que existen una cultura burguesa y otra proletaria; hemos intentado definir un cierto carácter de las relaciones entre estas dos culturas. Lo que usted dice, no refuta lo que dijimos.

Inmediatamente después, usted agrega: “Esto no contradice en absoluto lo expuesto por Lenin en el «Proyecto de Resolución al Congreso del Proletkult», ni por Marx ni por Engels con respecto a la herencia cultural”. De acuerdo, pero tampoco contradice lo que dijimos, porque no utilizamos las citas de Marx, Engels y Lenin para demostrar lo contrario, sino para subrayar la necesidad de preservar la continuidad de la cultura, como establecimos claramente en nuestras “Conclusiones”.

Varios párrafos más adelante, cuando usted habla de lo universal en la cultura, dice: “la cultura universal se forma precisamente, con el aporte más valioso de cada cultura nacional: con aquello que como expresión de las mismas, por los valores que encierra, adquiere dimensiones de universalidad, trasciende su época y el lugar en que surgió”. Esta consideración suya, lejos de refutar nuestra tesis, la reafirma: si no hubiera unidad en la cultura, sería imposible que “los logros obtenidos en el seno de cualquier país” pudieran ser muy pronto “del dominio de otros”; si no hubiera unidad en la cultura, “los fenómenos de transculturación” serían imposibles y todas las culturas del mundo son resultados de procesos de transculturación; si no hubiera unidad en la cultura, sería imposible que del aporte más valioso de cada “cultura nacional” se pudiera formar una “cultura universal” y esta expresión sería sofística; si no hubiera unidad en la cultura, sería imposible determinar cuáles son los “valores que encierra” cada cultura nacional; si no hubiera unidad en la cultura, los valores de cada cultura nacional no podrían adquirir “dimensiones de universalidad” y muchísimo menos, trascender la época y el lugar en que surgieron.

Para refutar nuestra tesis del carácter no-clasista de las formas estéticas, usted nos recuerda que “separar en una obra de arte la forma del contenido resulta inadmisible para un marxista”. Pero al recordárnoslo, usted olvida que, aunque inseparables, forma y contenido no son la misma cosa y, por tanto, olvida que los atributos del contenido (en este caso, el carácter de clase) no tienen que ser, necesariamente, atributos de la forma. Para refutar nuestra tesis, usted debió demostrar que el carácter de clase, atributo del contenido, es también (a pesar de que forma y contenido no son la misma cosa y a pesar de que forma y contenido pueden entrar en contradicción), en todos los casos, atributos de la forma. Sin embargo, tal demostración no aparece en sus “Consideraciones”.

En consecuencia, todo lo que agrega después, hasta el final de su artículo, en nada contradice lo que hemos dicho en nuestras “Conclusiones”. De todos modos, no quisiera terminar estas líneas sin agregar algunas observaciones sueltas.

Que usted pretenda recordarnos cuáles son las condiciones de trabajo de los creadores cubanos, me parece, por lo menos, inútil. Estas condiciones son parte de nuestra vida cotidiana.

En el párrafo final de su artículo, cuando usted escribe: “empeñados […] en una pelea sin tregua contra el imperialismo que no tolera concesiones ideológicos, que exige de nuestro pueblo mantener en tensión todas las fuerzas, se impone el rechazo de cuanto, bajo las formas más sutiles y aparentemente inofensivas, pueda tender a minar la confianza y seguridad del cubano”, no se sabe si, al hacerlo, sigue una línea de argumentación general, separada del propósito crítico de sus “Consideraciones” o si, precisamente, expresa, con estas palabras, el origen de este propósito. De esta manera, objetivamente, incurre usted en una nueva ambigüedad que, como todas, se presta a muy dudosas interpretaciones. Personalmente, esta ambigüedad suya no me confunde: la sé una persona honesta, pero debe preocuparnos y ser expresión de nuestro sentido de la responsabilidad, el que lectores que no la conozcan a usted (y que no nos conozcan a nosotros) puedan sacar, de estas ambigüedades suyas, falsas apreciaciones.

Sin otra cosa, por ahora, quedo de usted su atento y seguro servidor,

Jorge Fraga


Notas:

[1] Antonio Gramsci: Literatura y vida nacional, Editorial Lautaro, Argentina, p. 152.

[2] La Dirección del ICAIC estuvo de acuerdo con nuestra decisión de publicar las “Conclusiones” a pesar de que expresó ante su contenido algunas reservas teóricas, porque consideró –y considera– que contribuiría al esclarecimiento y la profundización de los temas de la cultura.


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