Una nueva edición de ‘La ciudad letrada’ postula la invisible completitud de ese gran ensayo de Ángel Rama

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Ángel Rama (1926-1983). Biblioteca Ayacucho, en Caracas
Ángel Rama (1926-1983). Biblioteca Ayacucho, en Caracas (FOTO anaforas.fic.edu.uy)

La reciente salida a la luz de una nueva edición de La ciudad letrada, del ensayista, crítico y editor uruguayo Ángel Rama (1926-1983), ahora bajo el sello catalán Trampa, no solo viene a conmemorar el aniversario cuarenta de su publicación original, sino que parece inaugurar –gracias a un exhaustivo trabajo con el archivo– una definitiva certidumbre acerca de la completitud de ese ensayo clásico aparecido un año después de la muerte de su autor.

Parece, decimos, sin embargo… Porque nadie podría jamás estar cien por ciento seguro luego de que, en noviembre de 1983, Rama dejase el manuscrito en París y tomase –junto a su esposa, la crítica e historiadora de arte Marta Traba, y los escritores Jorge Ibargüengoitia y Manuel Scorza– un avión rumbo Bogotá que iría a estrellarse justo antes de realizar escala en Madrid. 

De cualquier modo, en el prólogo de esta reedición a cargo de los argentinos Edgardo Dobry y Nora Catelli, el arquitecto e historiador urbano Adrián Gorelik se muestra terminante: “Se trata […] de un libro póstumo, pero no de un libro inacabado”, escribe. “Esto es importante aclararlo porque ni su primera edición de 1984 [Ediciones del Norte; Hanover, N.H., Estados Unidos] ni ninguna de las que se hicieron después, se ocuparon de precisar las condiciones en que se encontraban el texto y el proceso de edición en el momento de la muerte de Rama”.

Gorelik repasa a continuación las pistas encontradas en el archivo organizado por Amparo, la hija de Rama, en Montevideo: “hay diversas versiones mecanografiadas del libro completo, con correcciones manuscritas de Rama que permiten deducir que lo había dado por terminado”, apunta. “Tanto como para haber llegado a incluir el «Agradecimiento» introductorio, una sección que suele definirse al final de la escritura de un libro […]”. 

“Con la información que surge de esa introducción, del Diario de Rama y de la rica correspondencia existente en el Archivo (parte de la cual Amparo Rama y Rosario Peyrou publicaron recientemente en un libro esencial para conocer a Rama y entender el funcionamiento de aquella “red latinoamericana de intelectuales”), es posible reconstruir la gestación del libro”, expone el prologuista, quien además considera la naturaleza del propio género ensayístico en tanto explicación legítima para ciertos vacíos temáticos y argumentales y, especialmente para el “final abrupto del libro”.

Aunque resulta evidente que “hay signos inequívocos de un tratamiento diferencial, más apresurado, de los últimos capítulos” –una zona del libro consagrada sobre todo a la evolución de la urbe latinoamericana en el siglo XX, es decir, a “la ciudad revolucionada” con sus periodos nacionalista (1911-1930) y populista (1930-1972)–, Gorelik no deja de encontrar ahí “quizás un indicio de la conciencia de Rama de todo lo que quedaba sin resolver”.

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De modo que, más allá de una muy probable sucesión de correcciones, solo atajable con la publicación misma, según el memorable dictum de Borges, “no parece descabellado asumir que esa pudo ser su disposición al dejar en el escritorio de París la versión «definitiva» que esperaba enviar a la editorial”, insiste Gorelik, quien razona todavía: “no es imaginable a esa altura del trabajo que pretendiera seguir escribiendo como para llenar estos huecos que señalamos, que deben ser asumidos entonces como decisiones que el ensayista tomó a conciencia, en función de una idea general –de eso se trata un ensayo– que sin duda queda expuesta y desarrollada con toda claridad”.

Cuarenta años después, resulta quizá anecdótico el asunto de la (in)completitud formal del ensayo de Rama, cuya sostenida y productiva influencia sobre los estudios culturales, literarios y urbanísticos en/acerca de Latinoamérica justifican, por supuesto, la puesta en circulación –de Barcelona a Buenos Aires– de este volumen de Trampa Ediciones.

A raíz de la novedad editorial, el historiador y ensayista cubano Rafael Rojas –autor, entre otros, de La polis literaria (2018), un título que inevitablemente remite la obra de Rama– sugería en La Razón de México la lectura de La ciudad letrada “como un cuaderno de viajes, a lo largo de la historia urbana e intelectual de América Latina. De la «ciudad ordenada» de los Habsburgo a la «ciudad letrada» de los Borbones. De la «escrituraria» de los románticos a la «modernizada» de los modernistas. Y de esta última, a la «revolucionada», que debió ir del DF a La Habana, por lo menos”.

Naturalmente, el propio Rama precisa la noción central y la ardua dialéctica que definen su significativo libro póstumo: “La ciudad letrada quiere ser fija e intemporal como los signos, en oposición constante a la ciudad real que sólo existe en la historia y se pliega a las transformaciones de la sociedad. Los conflictos son, por lo tanto, previsibles. El problema capital, entonces, será el de la capacidad de adaptación de la ciudad letrada”. (1984; p. 52). 

Por alguna razón, el fragmento no falla en recordar aquellas conversaciones de Marco Polo con el Gran Kan en Las ciudades invisibles (1971) de Italo Calvino… Cuando dice el viajero: “No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos especies [felices e infelices], sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella”. 

Y asimismo: “Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con el discurso que la describe”. 

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