‘Los reyes del mundo’, filme ganador en San Sebastián, disecciona las miserias vividas por jóvenes en Colombia

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Fotograma de ‘Los reyes del mundo’ (2022); Laura Mora (IMAGEN YouTube / Ciudad Lunar Producciones)
Fotograma de ‘Los reyes del mundo’ (2022); Laura Mora (IMAGEN YouTube / Ciudad Lunar Producciones)

La realizadora colombiana Laura Mora se presentó en la escena cinematográfica de Latinoamérica con una prodigiosa ópera prima: Matar a Jesús (2017). La película, una suerte de crónica urbana en clave autobiográfica, revisa el mundo marginal de la ciudad de Medellín, donde los jóvenes devienen asesinos a sueldo en medio del descalabro social. Siguiendo la estética naturalista que cuajó en el subcontinente a partir del tratamiento de este tema durante la década de los noventa del pasado siglo, la directora registra una cotidianidad sin orden alguno, sin lugar para la ética, sin respeto por la vida ajena.

Laura Mora ha regresado ahora con una segunda película aún más notable, Los reyes del mundo, obra de una extrema dureza en su mirada a la realidad colombiana. Y de una absoluta validez artística gracias a la eficacia con que su código expresivo trasciende el realismo ensayado en aquel primer filme para ingresar en el cosmos subjetivo de unos adolescentes desamparados, huérfanos en un entorno donde no existe la misericordia. Otra vez la directora coloca el foco en el tema de la juventud y la adolescencia, y su empresa fílmica ha resultado tan lograda estéticamente que, además de la unánime celebración de la crítica internacional, ha conquistado al jurado de la 70 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, donde conquistó la Concha de Oro a Mejor Película.

El filme sigue los pasos de cinco muchachos, que todavía no rebasan los veinte años de edad, durante un accidentado viaje a través de la selva colombiana. Estos adolescentes huyen de la ciudad de Medellín, un cosmos infernal en que viven confinados en la podredumbre propia de los márgenes, sin saber a ciencia cierta qué comerán o dónde dormirán cada noche. Estos chicos, sin otra familia que no sea ellos mismos, se adentran en la geografía agreste del interior de Colombia para encontrar “la tierra prometida”. ¿Dónde está ese lugar? Rá, el mayor de todos ellos, ha recibido los documentos legales que le restituyen las tierras de su abuela materna, confiscadas tiempo atrás por los paramilitares, y que ahora, tras los acuerdos de paz con las guerrillas, están siendo devueltas a sus legítimos dueños por el gobierno. Motivados por la posibilidad de tener un espacio donde, finalmente, disfrutar de una vida digna, de la seguridad que siempre les ha sido negada, Rá convida a sus amigos a dejar a un lado la delincuencia y el continuo enfrentamiento al cuerpo autoritario de la fatídica urbe.

Fotograma de ‘Los reyes del mundo’ (2022); Laura Mora (IMAGEN YouTube / Ciudad Lunar Producciones)
Fotograma de ‘Los reyes del mundo’ (2022); Laura Mora (IMAGEN YouTube / Ciudad Lunar Producciones)

Líricas imágenes de la descalabrada ciudad de Medellín, donde las personas caminan como excrecencias de un cuerpo social dañado por la Historia, y planos de una breve pelea a machetazos entre el protagonista y un miembro de otra pandilla callejera, dan inicio al filme. En esos primeros minutos se resume la violencia cotidiana, no sólo física, en que se encuentran sumidos estos jóvenes. Todo el segmento narrativo que precede al viaje –donde se explica elocuentemente la dimensión que cobra para los muchachos la sola idea de poseer un terreno propio–, y los accidentes iniciales de la travesía, son narrados con dinamismo, con la celeridad de un filme de aventuras. De forma impecable, sobre todo por el rigor del diseño visual y la exposición, encarna en ese fragmento la frenética y tormentosa vida de estos seres olvidados, quienes, sin embargo, se sienten, de alguna manera, “los reyes del mundo”.

Según avanza la trama, con apreciable sutileza en el manejo de los códigos dramatúrgicos, la narración se torna más introspectiva: abandona el subrayado de las acciones físicas y prioriza, a partir de ellas, la emergencia de los mundos interiores, el imaginario y las expectativas, de los protagonistas. La realización echa mano a una mezcla de naturalismo y poesía al subjetivar ciertos momentos del metraje que se presentan como manifestaciones de los sueños, las aspiraciones, los anhelos de unos adolescentes fajados con la realidad. Los reyes del mundo resulta una película excepcional justo porque alcanza a mostrar la psicología de unos individuos que tratan, contra viento y marea, y contra sí mismos, de encontrar la felicidad.

La travesía por el interior de la selva colombiana es un viaje de descubrimiento, de aprendizaje personal, de revelación del sentido de la amistad… El recorrido es también el dibujo de un flujo humano que se revela como un perfil social de la nación latinoamericana. Desde esa perspectiva, el filme constituye además de un documento artístico de mucho interés, un archivo testimonial a tomar en cuenta. Con oportunos giros simbólicos en su diseño narrativo, los cuales toman el pulso a la subjetividad de los personajes y extraen de ellos sus auténticas emociones, la realización maneja pautas del road movie que posibilitan el encadenamiento dramatúrgico: el encuentro con personas de muy diversas procedencias, el arribo a situaciones muy desemejantes, la visita a lugares insospechados… hasta configurar una experiencia que esboza la hecatombe en que (también) se encuentra sumida Colombia.

Precisamente, como dicta el género, cada nuevo incidente en el trayecto contribuye a tejer las ilusiones y los sueños de estos jóvenes; de manera que cada vez se hace más contundente la impresión de realidad acerca del desamparo y la orfandad a que están condenados. En algún prostíbulo que encuentran a su paso, se enfrentan, quién sabe si por vez primera, a la necesidad de una madre; en una desvencijada cabaña emplazada sobre un peñasco descubren la figura del padre; después de un peligroso desencuentro con unos matones, afloran conflictos al interior del grupo… Mientras emerge la Colombia rural, sale también a flote el ser íntimo de cada uno de estos chicos, bastante ingenuos, que no se rinden jamás ante la falta de alternativas para alcanzar una vida mejor.

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Una vez llegan a las oficinas donde Rá debe tomar posesión de las tierras que le dejó su abuela, se enteran de que hay un juicio pendiente, puesto que existen varias demandas sobre los dominios heredados. Una indiferente señora, detrás de un buró, le informa al joven analfabeto que debe conseguir un abogado, algún asesoramiento legal. Al cabo del viaje, cuando la fantasía ha comenzado a perturbar el sentido de la realidad de los imberbes protagonistas, tienen que enfrentarse al auténtico poder que gobierna su futuro. ¿Qué les queda por hacer a Rá y sus amigos tras salir de aquellas maltrechas oficinas? Su entusiasmo, esperanza y vitalidad no es suficiente para consumar los sueños del grupo. Están demasiado sumergidos en la pobreza, la violencia, la muerte… Las imágenes finales del filme son reveladoras respecto a su suerte…

La segunda película de Laura Mora recaba una rotunda singularidad. Incluso dentro de esa nutrida tradición de cine sobre la suerte de la niñez y la adolescencia latinoamericana, que emergió con Los olvidados (Luis Buñuel, 1950), y que este mismo año conoció otras dos ejemplares variaciones: La jauría y Un varón. Con una eficiente narración, y un diseño expresivo y dramático que asume con organicidad e inteligencia códigos del road movie y el cine de aventuras, Los reyes del mundo consolida a una autora que evidencia madurez en la dirección cinematográfica y que, sin dudas, contribuye a la reanimación del cine colombiano.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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