Algunas memorias sobre Si me comprendieras
Por Rolando Díaz
En 1997, apoyado por la productora canaria (española) de los Hermanos Ríos, Ríos TV, especialmente por Teodoro Ríos, desembarqué en La Habana para rodar una serie documental de TV cuyo título es Bárbara la cubana o cómo se hace el cine en Cuba. La serie constaba de doce capítulos. Viajó conmigo a la Isla mi querido amigo Francisco (Pancho) Puñal, director de documentales que estuvo muchísimos años en el Noticiero ICAIC, que me asistiría en tanto realizador de la misma. Yo fungía como director general del proyecto.
Desde que surgió esta posibilidad comencé a darle vueltas a la cabeza para materializar un impostergable deseo: volver a rodar en Cuba y no sobre cómo se hacía el cine, sino haciendo una película que me saliera de adentro, desde la más profunda de mis intuiciones. Lo necesitaba.
Había salido temporalmente de la Isla en 1991 contratado por los propios Hermanos Ríos para colaborar con ellos en la elaboración de la imagen de las Islas Canarias para el Pabellón de dicha autonomía española en la Exposición Mundial de Sevilla. Después regresé al terruño en 1992 y alenté a Fernando Pérez y Daniel Díaz Torres a que hiciéramos un largo entre los tres, inspirado en Historias de Nueva York, respetando las distancias que nos separan de los genios que la dirigieron. Sugerí el nombre de Pronóstico del tiempo, pensando en tres historias de los noventa a desarrollar todas en La Habana. De ahí surgieron Madagascar, de Fernando; Quiéreme y verás, de Daniel; y Melodrama, mía.
Por avatares que no corresponde exponer aquí la película de tres historias se rompió, que no la amistad entre Daniel, Fernando y yo, y los cuentos quedaron al garete. Como yo volví a salir de Cuba para residir definitivamente en España en 1994, Melodrama, mi relato, se convirtió en una película censurada. La defendí, como reza el lugar común, con uñas y dientes (más dientes que uñas) y conseguí que a duras penas se exhibiera en el Festival de La Habana, aunque después, gracias a una larguísima y enredada historia, tuvo un notable recorrido internacional que comenzó por su selección oficial en la Sección Forum de La Berninale… El ego (y el dolor) me carcome. Soy humano.
Las ganas que continuaba teniéndole a mi tierra, en términos cinematográficos, luego de los avatares de Melodrama, me llevaron a armar de la nada y con un escasísimo presupuesto Si me comprendieras. Entre una y otra habían pasado unos escasos tres años.
El equipo de rodaje fue mínimo. Ya estaba decidido a que Pancho quedaría al frente de la serie, entre los dos habíamos escrito las escaletas y él estaba perfectamente capacitado para abordarla, y yo, al frente de un pequeñísimo equipo, me di a la tarea de inventar una película en días.
Para ello tuve el apoyo incondicional de dos mujeres: mi esposa ya fallecida Ileana García, y Gloria María Cossío. Ileana se ocupó de todo el control económico (era economista e hizo malabares con la miseria de dinero que teníamos) y fungió también como productora, tarea que de hecho compartió con Gloria, pero además fue script y fotógrafa del rodaje. Gloria fue asistente de dirección y enfrentó también otras labores necesarias. Las dos fueron el sustento organizativo de todo.
La dirección de fotografía y la operación principal de la cámara fue tarea de Pepe Riera, un trabajador incansable y un colaborador esencial del proyecto. Quedé feliz con su interpretación de mi intención fotográfica. Del sonido directo se ocupó eficientemente Jorge Luis Chijona (ya fallecido). Pancho también colaboró en los rodajes más complejos, la parte del musical, como director de segunda unidad. El equipo era muy pequeño y se trabajó en un espíritu de hermandad memorable, pequeñas cuitas normales propias de un rodaje al margen.
Decidí tomar como punto de partida dramático del docudrama el pretexto de que el supuesto director que lo realizaba (de alguna manera mi alter ego) no estaba haciendo una película, sino simples encuestas grabadas con el fin de encontrar una idea que le permitiera desarrollar un futuro filme de ficción. Y lo que encontró fue que la mayoría de los encuestados querían ver una película cubana musical. Por ello, desde una frivolidad intencional y con cierto aire machista, el director decide hacer un casting de personajes que debería limitarse a encontrar una actriz protagonista, negra o mulata, dado el supuesto “especial” talento –estereotipo muy común, todavía en uso– que tienen para el baile y para expresar los rasgos más externos de la cubanía.
Hacer el casting siempre fue un pretexto para que el documental entrara, en profundidad, en las vidas de diez aspirantes a actrices y exponer sus dolores, traumas, esperanzas y las escasas alegrías que la Cuba del año 2000, que ya se aproximaba, podría ofrecerles. El racismo particular que existe en la Isla (sabíamos y sabemos que es un látigo que desde diferentes perspectivas está muy presente en el mundo contemporáneo) no dejaría de estar planteado entre los temas.
Se trabajó en un casting que partió de cincuenta aspirantes que se redujeron a veinte en un primer corte y finalmente se realizó un segundo corte que nos condujo a las diez protagonistas que tiene el docudrama. Son mujeres extraordinarias, que van desde una desempleada a una ingeniera, pasando por una actriz, una modelo, una enfermera, una pequeña empresaria o una bailarina… Una amplia representación de la mujer negra y mestiza cubana.
Rodamos en catorce días. Un tour de force espléndido, secundado con notable participación y entrega de todas las seleccionadas. A las aspirantes a actrices se les habló de que la película que rodaríamos sería un documental que no suponía la seguridad de que se pudiera hacer un futuro filme de ficción que resultara de ese casting, aunque, todo hay que decirlo, hasta yo albergaba la ilusa esperanza de que podría rodar un musical con ese tema y contar con algunas de aquellas mujeres. Curiosamente, durante la participación de Si me comprendieras en el Festival de Múnich –la película, que fue seleccionada en la Sección Forum de La Berninale, como Melodrama, recorrió más de veinticinco festivales internacionales–, una productora alemana se me acercó para estudiar la posibilidad de hacerla en ficción. No fue posible, después de Si me comprendieras no me hubieran permitido volver a rodar en Cuba. Al menos en aquellos años. Puedo asegurar que fue una película realmente independiente.
La posproducción del docudrama se realizó en Tenerife, en los Estudios de Ríos TV, de quienes recibimos todo el apoyo. Vale decir que nunca intervinieron en decisiones de ningún tipo sobre la película. En la isla canaria conté con la decisiva colaboración del editor Jorge Abello (Tutti), amigo con mayúscula y montador de casi todo el cine que he hecho. Y un sólido equipo de técnicos canarios se sumó al proyecto: David Baute, que se ocupó de la asistencia de edición y terminó siendo un importante colaborador cuando Tutti tuvo que regresar a Miami; Marcos Castilla, que realizó una notable música incidental. El ingeniero de sonido José Izquierdo realizó las mezclas. Y se sumó al equipo de producción Aurelio Carnero, que llenó de ilusión esa parte del trabajo y nos acompañó en todo el recorrido posterior que tuvo la película. Es un enamorado del filme, que también es suyo.
El docudrama logró estrenarse en La Habana, incluso antes que en Berlín, en el Festival de 1998. Después del incidente con Melodrama, que a duras penas se exhibió una vez en el Cine Chaplin un domingo a las diez de la mañana, esta vez me prometieron que Si me comprendieras se exhibiría cuatro veces. Fui un iluso. La pasaron una sola vez en el Cine 23 y 12. En una función de tarde. El cine se repletó y no olvidaré nunca los atronadores aplausos y los elogios que recibí de la gente. Especialmente de un grupo importante de intelectuales negros(as) con los cuales sostuve un emotivo encuentro informal en la entrada del 23 y 12. No tengo idea de cómo se enteraron de la exhibición. Sé que me estoy echando flores, pero es la pura realidad: viví uno de los momentos más emocionantes de mi vida.
El Festival de La Habana terminó otorgándole una Mención Especial, que no el Coral, a pesar de haber tenido una sola exhibición, la antes narrada. Supe por un buen amigo que formó parte del jurado que la intención era otorgarle el Coral principal, pero hubo una fuerte oposición oficial a que así sucediera. Llegaron a mandar a una enviada para que “orientara” el jurado. Sólo la persistencia de la jurado chilena –todo esto lo supe de buena tinta después– hizo que el documental no se fuera en blanco. Tengo una deuda con ella.
Hay una anécdota más, de las muchas que sucedieron con el documental en La Habana, que quisiera contar: la Dirección de Extensión Universitaria, a través de un dispuesto joven cuyo nombre no recuerdo, me contactó para hacer un pase extra en la Universidad de La Habana. Asistí esa misma noche a la sala que lleva el nombre del crítico cubano José Manuel Valdés Rodríguez, para ver al proyeccionista y conocer el estado del proyector –costumbre de directores–. El hombre, con suma amabilidad, me lo enseñó e incluso me comentó que por las exhibiciones del Festival –la universidad era una especie de subsede del evento– se habían sustituido los espejos para mejorar la calidad de las funciones. En mis años mozos fui proyeccionista de cine y constaté la excelente calidad de los nuevos espejos.
Al día siguiente, en horas de la tarde, se efectuaría la exhibición. Llegué a la Colina universitaria con antelación y había un ambiente rarísimo. Un grupo de jóvenes estaba sentado sobre el césped delante del edificio que alberga el cine y otro pequeño grupo de periodistas daba vueltas por el lugar. El joven que coordinó el evento se me acercó y me dijo que debería hablar con la directora de Extensión Universitaria de la universidad, que se encontraba entre los presentes. Me adelantó que había hecho lo posible por proyectar la película y que no correspondía a él decirme que no se podía exhibir, sino a los responsables directos de la censura. Fue muy valiente. Me llevó frente a la mujer, una señora muy elegante que no me atrevo a juzgar, porque en tiempos difíciles en todas partes cuecen habas.
La señora me dijo que la proyección no se podría realizar porque el proyector estaba roto. Le comenté que eso era imposible porque la noche antes yo había visto al proyeccionista y todo estaba listo y probado. La mujer no sabía qué hacer. Ni siquiera recuerdo sus excusas. Realmente era una mandada y la comprendo. De inmediato se abalanzaron sobre mi algunos de los periodistas extranjeros que estaban en el lugar, recuerdo especialmente a una mexicana y creo recordar también a alguien de la CNN. Me hicieron preguntas breves y yo expuse lo que objetivamente había sucedido.
Dos cosas muy curiosas sucedieron entonces: un hombre que filmaba todo lo que sucedía se me acercó y me pidió una entrevista, pero no quería realizarla en ese contexto, sino al otro día en un lugar que yo escogiera. Le dije en mi inglés de “Lolita take de caballo and go to the loma” que podría ser en casa de un amigo muy cercano. Él mostró su acuerdo y quedamos citados para dos días después. El hombre se retiró y un buen amigo me aconsejó que me fuera porque los “alegres” jóvenes que estaban sentados en el césped eran en verdad miembros de las Brigadas de Respuesta Rápida. Nunca sabré si lo que me dijo mi amigo era cierto, aunque es un tipo muy confiable, pero invitado al instante por un periodista suizo me marché a una entrevista que me realizó en El Cochinito de 23. Había un tipo en actitud muy sospechosa en la mesa que estaba frente a nosotros. Pero todo quedó en miradas. Nunca se nos acercó.
Dos días después me visitó el hombre que filmó todo aquello y más, en la casa de unos grandes amigos míos, en mi barrio de Santos Suárez. Resultó ser David Bradbury, un director australiano de cine documental con dos nominaciones a los Oscar que realizaba, casualmente por esos días, un documental sobre Cuba. En la versión larga de su película, Fond Memories of Cuba, estrenada en cines en Estados Unidos y Australia –existe una versión corta para plataformas donde no está lo que relato– aparece una secuencia completa sobre todo lo acontecido a Si me comprendieras en el Festival de la Habana. Años después recibí en mi casa de Tenerife una copia del documental como un obsequio de David.
No soy quien para juzgar la calidad de mis películas. Esa tarea corresponde a espectadores y críticos, pero siento un especial aprecio por mis filmes cubanos ignorados o desconocidos en la Isla, a los que sumaría los realizados en Miami: Cercanía (ficción) y Actrices, actores, exilio (documental). No cejaré en el empeño de que algún día, como tantas veces he dicho, los cubanos que deseen puedan verlos.
Por ello, como parte de ese empeño, estoy tan agradecido a Rialta y a Dean Luis Reyes. Gracias por haberme dado esta oportunidad. Así como aprecio sobremanera que las películas “ocultas” de varios colegas que respeto y aprecio, también sean vistas en la sección Cine Cubano en Cuarentena. He visto verdaderas joyas.
Nota: El director y amigo Fernando Pérez logró que se hiciera una exhibición de Si me comprendieras en la sala del 5to piso del ICAIC en una retrospectiva de mis películas, limitada al marco de la Muestra Joven en 2011. Y el crítico e historiador Juan Antonio García Borrero también hizo un pase del documental en Camagüey, a raíz de la entrega del Premio de la Crítica por mis películas de los ochenta.
Nota final: Si me comprendieras se estrenó en la sala Walter Reade del Lincoln Center de la ciudad de Nueva York en enero del 2000 y obtuvo un notable éxito de crítica.
Comprendiendo Si me comprendieras
Por Dean Luis Reyes
Rolando Díaz contó en una entrevista que sostuvimos en 2019: “En una ocasión coincidí con Fernando Pérez en Canarias, en el Festival Internacional MiradasDoc, y dijo algo bien interesante para mí: que Suite Habana (2003) había surgido de intentar contar los sentires de Si me comprendieras (1999), pero en su estilo. Así funciona la lógica poética de Fernando”.
Esa anécdota, que vincula uno de los largometrajes de no ficción más apreciados de la historia del cine cubano con otro anterior, casi del todo desconocido, que no fue reseñado, estudiado, que nunca se menciona ni ha sido exhibido en la Isla fuera de un par de ocasiones, supone un problema para los estudios del cine nacional.
La inexistencia de Si me comprendieras dentro de la historiografía responde a un nuevo zarpazo de la censura. Poco importa que su tema, escenarios, personajes y equipo de realización fuera cubano. Poco importa que su rodaje se produjera bajo autorización de las autoridades. Su director había ido a residir en el extranjero cuando realizó esta película, razón suficiente para que los administradores del canon cultural nacionalista decidieran que la pieza debía ser considerada un cuerpo extraño dentro de ese repertorio.
Como efecto de la decisión de ignorar e invisibilizar el filme, Si me comprendieras constituye un eslabón perdido dentro de la evolución de la no ficción cubana del ICAIC. Una interfaz entre la tradición del documental institucional y las rupturas de la no ficción del cine independiente por venir.
El primer rasgo anómalo del filme tiene que ver con su textura formal: una suerte de híbrido entre el documental interactivo y la “encuesta social filmada” (como Sara Gómez definió a De cierta manera), más la intención autorreflexiva que contiene. Díaz parte de un motivo abiertamente autorreferencial, al colocar como narrador de la película a un director de cine que quiere hacer un filme musical y se da a la tarea de encontrar el tema y los personajes sobre el escenario de la realidad.
Desde ese punto de partida, Si me comprendieras plantea como su eje la representación de un proceso. Y al ofrecerse el filme resultante como el bosquejo de un ejercicio de investigación para la ejecución de una pieza de ficción, la textura documental se “ensucia” de elementos extraños, donde caben desde la ficcionalización de episodios con la participación de actores profesionales y personajes reales hasta la intervención de la “voz de Dios” que encarna aquí el director en busca de algo que contar.
La “inestabilidad” de esta sintaxis da lugar a una condición propicia para las contaminaciones de toda clase. La primera de ellas, la relativización del principio autoral como sustento de un ejercicio de dominación sobre la forma. El director de cine que protagoniza la película no logra encontrar lo que busca porque el material con que trabaja lo rebasa. Como mismo sucede al director de cine tematizado por Tomás Gutiérrez Alea en Hasta cierto punto (1983), los prejuicios con que aquel mediador intelectual enfrenta el mundo social de referencia estallan una vez que la complejidad de la realidad penetra la estructura retórica del discurso artístico.
El director protagonista de Si me comprendieras intenta comprender al otro y ello supone ceder una parte importante de su cuota de control sobre el discurso resultante del encuentro entre ambos mundos. Desde el inicio, la gente sometida a sus interrogantes le devuelven problemas más que soluciones: un señor se refiere a lo difícil que se hace vivir con el salario que gana; una mujer advierte que no quiere ver dolor en el hipotético filme musical resultante: para problemas, los suyos.
Finalmente, los personajes del casting terminan complicando el panorama: todas son mujeres negras y pobres. Indagar en su mundo familiar, laboral, en sus orígenes y aspiraciones, hace aflorar fracturas al interior de una sociedad que viene rebasando una de las peores crisis económicas de la Historia de Cuba. La trama de sentido que esta clase de sujeto social aporta contiene por consiguiente elementos de machismo consustanciales a la sociedad cubana; desajustes de género; prejuicios raciales; fracturas de clase social y precariedad económica.
Para la película es una virtud tener como su personaje más potente a Alina, la bailarina, una mujer que a pesar de las limitaciones económicas y la trama de sexismo que la subordina a ser considerada la “mulata arrolladora” de la calle habanera, es consciente de su autonomía, de su cuerpo y de sus deseos. Que interviene ante su hija con complejos por el color de su piel y se sabe empoderada como fuente de armonía y esperanza familiar, pero que además disfruta la danza como fuente de libertad.
Si me comprendieras describe este mundo conflictivo y le ofrece como escenario de autoconciencia el acto de creación de la hipotética película musical que tanto ansía su director. Y a través de ese examen social, ofrece una estampa compleja y matizada del sujeto popular cubano, un individuo que el documental institucional en general esencializó o abordó desde aristas más atentas a las agendas de la administración social que al intento por entenderlo.
En ese sentido, Si me comprendieras es un antecedente legítimo del trabajo de redescubrimiento del sujeto popular que hizo Suite Habana poco tiempo después. El filme de Díaz opera desde rasgos más próximos a lo que fueran los ejercicios de crítica social del Noticiero ICAIC de la década de 1980, en los que él mismo, José Padrón, Daniel Díaz Torres, Francisco Puñal –más la obra de esa misma década de Enrique Colina–, entre otros, ejercieron una clase de reporterismo donde los conflictos sociales devolvieron una imagen menos amable de Cuba, y por eso mismo más honesta, que la dibujada por la propaganda mediática oficial.
Pero los rasgos de reflexividad con que Rolando Díaz dota aquí su aproximación al sujeto popular, al individuo fuera de la trama del Estado y las exigencias de la hegemonía política que dominaron los tratamientos temáticos del documental del ICAIC, suponen en esta película la definitiva puesta en crisis del papel del cineasta como exégeta privilegiado de la sociedad cubana. La película se permite indicar que hay algo en lo cotidiano cubano no expresable a través de los términos de representación del cine de no ficción institucional.
Ese algo, descubierto, revelado, implica la puesta en crisis del cineasta como mediador entre el mundo representado y la agenda estatal. Rolando Díaz pone en evidencia la crisis del modelo de representación de la “autoría ICAIC” –en el sentido que le da Michael Chanan– y prefigura lo que vendrá: la rebelión del cine independiente ante los modos de representar del cine cubano. Una rebelión donde la no ficción se reinventó y lo que fuera el documental social se transformó en un territorio autónomo, de interrogación y examen, de experimentación y albur.
Si me comprendieras: agradecimientos y ficha técnica
Por Rolando Díaz
No me basta con hacer una ficha técnica al uso. Hace más de 20 años (23) que comenzaron los avatares de Si me comprendieras, e intentar recuperar la memoria de todos aquellos hechos me resulta imposible. Pero sí puedo agradecer a todo el que estuvo detrás de este proyecto. Al equipo de rodaje en pleno, a las mujeres protagonistas que me dieron su confianza y son el alma de esta película. A los técnicos canarios de la posproducción que se ocuparon, junto a mí y Jorge Abello (de profesión amigo), de llevar a buen puerto este barco. Son muchos: algunos ya han sido nombrados, pero me faltan Santi y Roberto Ríos, y los cubanos Juan Carlos Sánchez (de profesión amigo), Ramón Fernández Larrea (de profesión amigo), Ricardo Lima y su mujer Olguita (de profesión amigos), y a otros muchos. Es increíble lo que mueve una película, por pequeña que sea. Especialmente quiero agradecer in memoriam a Juan Formell y a El Ambia. A Omara Portuondo, que todavía le planta cara a la vida. Los tres le aportan cubanía a raudales a esta historia. A la voz en off de Roberto Govín, que le da sabor al punto de vista del director. Y a todos los que olvido nombrar en esta interminable lista. Por favor, léanse los créditos que aparecen en la película, hasta el final.
- Duración: 87 minutos
- Año: 1999
- Guion y dirección: Rolando Díaz
- Producción general: Teodoro Ríos y Aurelio Carnero.
- Producción de campo: Ileana García y Rolando Díaz
- Dirección de fotografía: José (Pepe) Riera
- Sonido directo: Jorge Luis Chijona
- Edición: Jorge Abello
- Con la colaboración de: David Baute
- Música incidental: Marcos Castilla
- Mezclas: José Izquierdo
- Asistente de dirección: Gloria María Cossío
- Asistente de producción: Ricardo Lima
- Voz del director: Roberto Govín
- Coreógrafo: Ramón Barata
Colabora con nuestro trabajo Somos una asociación civil de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural y artístico. En Rialta nos esforzamos por trabajar con el mayor rigor profesional en la gestión, procesamiento, edición y publicación de los contenidos y la información. Todos nuestros contenidos web son de acceso libre y gratuito. Cualquier contribución es muy valiosa para nuestro futuro. ¿Quieres (y puedes) apoyarnos? Da clic aquí. ¿Tienes otras ideas para ayudarnos? Escríbenos al correo [email protected]. |