‘Tengo sueños eléctricos’, película costarricense premiada en Locarno 2022, entrega un audaz, vibrante retrato de la adolescencia

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Fotograma de ‘Tengo sueños eléctricos’ (2022); Valentina Maurel (IMAGEN Youtube / L' occhio del cineasta - Trailer & Unboxing)
Fotograma de ‘Tengo sueños eléctricos’ (2022); Valentina Maurel (IMAGEN Youtube / L' occhio del cineasta - Trailer & Unboxing)

Después de dos exitosos cortometrajes seleccionados por el Festival de Cannes –Paul está aquí (2017) y Lucía en el limbo (2019)–, la directora costarricense Valentina Maurel estrenó, en el Festival de Locarno (del 3 al 13 de agosto), su primer largometraje de ficción, titulado sugestivamente Tengo sueños eléctricos (2022). Prolongación de la gramática y los temas ensayados en aquellas obras iniciales, esta película es, como sugiere el propio título, electrizante: desde el primero hasta el último plano, la obra avanza sin pretensiones de trascendencia en las formulaciones del lenguaje, satisfecha en su nitidez estética, en su explicitud naturalista, en su fluidez argumental; postura que evidencia, no obstante, una rigurosa elaboración estética.

Maurel ha rodado la crónica de una adolescente descolocada entre la aridez existencial del ambiente familiar y social y las preguntas sobre sí misma que comienzan a atenazarla. La historia ase la auténtica furia que se agita en el complejo universo adolescente. Con una sabia escogencia de pasajes distintivos de ese periodo, cargado de contradicciones, des/venturas y descubrimientos, Tengo sueños… abraza la intensidad de las vivencias y las emociones de la protagonista. El proceder dramatúrgico instrumentado por Maurel –oscilante entre el entorno del individuo y el cosmos profundo de sus sentimientos, entre el horizonte eruptivo de la familia y las huellas emocionales dejadas por las relaciones de convivencia– es responsable último de esta genuina y estimulante experiencia fílmica.

De esa eficacia de la película hablan, precisamente, los tres galardones recibidos en Locarno 2022. En el evento suizo la película se alzó con los premios a Mejor dirección y a mejores interpretaciones femenina y masculina. Ciertamente, impresiona la serenidad expresiva de un filme consagrado a una historia de tanta intensidad, tanto como el caudal de matices que la directora alcanza a compartir. Por supuesto los brillantes Daniela Marín Navarro (Eva) y de Reinaldo Amien (Martín), sostenidas sus interpretaciones con un nivel de interiorización y honestidad admirables, se echan el filme a sus espaldas.

Fotograma de ‘Tengo sueños eléctricos’ (2022); Valentina Maurel (IMAGEN Youtube / L' occhio del cineasta - Trailer & Unboxing)
Fotograma de ‘Tengo sueños eléctricos’ (2022); Valentina Maurel (IMAGEN Youtube / L’ occhio del cineasta – Trailer & Unboxing)

Decía que Tengo sueños… se aventura en la ardua empresa de distinguir la singularidad de una experiencia adolescente. En la contemporánea ciudad de San José, Costa Rica, y después del divorcio de sus progenitores, Eva sufre contradicciones, interrogantes y accidentes propios de esa etapa en que deja de ser niña, pero todavía no entra en la adultez. Aunque esta parece ser la historia mil veces vista, otra variación del hipercodificado género del coming of age, la realizadora consigue dar una vuelta de tuerca al asunto y hacer de su película un suceso distintivo. Tal distinción no radica sólo en la eficaz y personal ejecución del estilo, sino en la notable escritura del guion, en la inteligente cadena de sucesos presentada, que ahonda en las relaciones tormentosas entre la muchacha y sus progenitores (sobre todo, en las relaciones con el padre, con quien mantiene mayor identificación), en sus actitudes frente al despertar sexual. Maurel muestra un acertado tino para captar, y compartir con el espectador, los códigos culturales en que se manifiestan las emociones de la adolescente, así como el contexto y los valores generacionales en medio de los cuales emerge su conciencia.

Eva tiene 16 años, y se acaba de mudar con su madre a una nueva casa que han heredado de una tía lejana. Pero no se siente cómoda en este lugar, no encuentra ahí un espacio propio, y anhela entonces vivir con su padre. Ella lo busca continuamente, pero él se muestra bastante indiferente. Eva lo fuerza a encontrar un apartamento con dos dormitorios para poder mudarse con él. Las transformaciones emprendidas por la madre en la nueva casa y la continua búsqueda de un apartamento idóneo para el padre, alegorizan el paisaje emocional que la joven lleva dentro. Esta muchacha es un animal sediento de descubrimientos, que desafía su hábitat filial con el propósito de sustentar su individualidad. Paso a paso vamos conociendo el fuego que arde en el interior de Eva: Tengo sueños… retrata los latigazos emocionales y las contorsiones afectivas que la empujan a un sitio u otro.

La puesta en escena y la exposición integran con organicidad el empaque estilístico del filme a medida que avanza del conflicto. La realizadora demuestra en ese aspecto precisión y audacia. La fotografía y el montaje también son recursos blandidos con suma pericia. Ambos recursos están mucho más en función de los mundos interiores de los personajes que del progreso del relato, y eso distingue a la película de tantas narraciones coming of age ordinarias. La imagen, naturalista, documental, emana de una expresiva cámara en mano que evoca, en su continua movilidad, la zozobra de la protagonista… Todo el diseño visual es elocuente por sus intencionadas composiciones, asimétricas y de una expresionista plasticidad, siempre tributarias del discurso. El trabado lazo entre fotografía y montaje –también dinámico– pautan a nivel icónico el dibujo de las pasiones de Eva, su tránsito del sufrimiento al deseo, del miedo a la cólera, de la ira a la tristeza…

Una secuencia ejemplar es aquella donde la muchacha se desplaza lentamente por la casa de Palomo, un amigo del padre que ha organizado una fiesta para sus diletantes colegas. La cámara, en ángulo frontal, siempre atenta a sus reacciones, sigue los pasos de la chica, absorta en lo que ve a su alrededor, apremiada por entender a los sujetos reunidos en ese sitio… Desconcertada, expectante, intrigada por el sentido de la adultez, ella observa a los otros. La edición y la fotografía se ocupan de la mirada de Eva en la medida en que su rostro es espejo de su aprehensión del mundo. Esa noche la joven se va a la cama con Palomo, un hombre muchísimo mayor que ella, con quien, entre la duda, la curiosidad y la osadía, descubre el sexo… Hay que aplaudir la limpieza ética con que se registra esta escena, siendo la directora capaz de superar la cuestión de la diferencia etaria y mostrar la complejidad humana en el instante del despertar sexual. El recorte de la imagen y el tejido de los planos, en este punto, evidencian un control expositivo que ejemplifica, a la perfección, el montaje de moderación y vehemencia que caracteriza el tono narrativo.

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De cualquier manera, lo mejor de Tengo sueños… es el diseño de los personajes. Sobre todo, los de la protagonista y su padre, si bien el resto de los caracteres (secundarios, ocasionales) aparecen delineados con absoluta precisión, otra evidencia de la destreza con que filma la directora costarricense. La manera en que se expone el vínculo entre hija y padre es extraordinaria. Imposibilitada de sostener una comunicación fluida con su madre, Eva reconoce en el carácter de su padre un cauce para su sed de libertad e independencia. ¿Quién es este hombre? Martín está viviendo una segunda adolescencia. Es inmaduro, emocionalmente desequilibrado, iracundo, violento, y, como resultado de todo ello, un ser incapaz de ofrecer estabilidad alguna a su hija. La permisividad de Martín atrae a la protagonista, por supuesto, pues da rienda suelta a su rebeldía adolescente. Pero este hombre, que escribe poemas para paliar sus contradicciones, su descolocación en el mundo, casi estrangula a su pequeña tras uno de sus ataques de ira. Él no sabe qué hacer consigo mismo, cómo manejar esa extraña mezcla de sensibilidad y barbarismo que, por otra parte, la joven ha heredado. Entre ambos se genera un ambiente tóxico, visceral, en el cual perece Eva, presa de la angustia.

El encomiable trabajo de dirección, que tanto se celebra en la película, se comprueba justo en la dirección de actores, porque tamaño festín histriónico –y más cuando se trata de una actriz tan joven–, no se sustenta sólo en el talento y la pericia de los intérpretes. Daniela Marín Navarro revela una pródiga consistencia a la hora de expresar el turbulento paisaje interior de su personaje; demuestra sutileza en el manejo de la gestualidad y una extraordinaria intencionalidad en la mirada. Basta con seguir sus expresiones, el curso de sus ojos, para percibir el terremoto que la sacude. Así de diestro resulta también Reinaldo Amien, quien no puede ser más convincente en su paso de la rudeza al abatimiento sentimental.

Ver Tengo sueños… es un verdadero lujo, tal como resulta el propio filme para el cine de Costa Rica, que en los últimos años no ha dejado de entregar obras de notable valor. Con audacia y buen gusto, Maurel entrega este retrato del escabroso camino de la adolescencia que deja conmocionado al espectador: primero, por el calado de la experiencia estética; segundo, por la oportunidad de palpar la electricidad, a menudo imperceptible, de la existencia humana.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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