Considero que el artista puede sacar mucho provecho de cada filosofía. En fin estoy de acuerdo enteramente y sin restricción, con que en los problemas de la creación artística sois mejor juez que nadie y que, extrayendo vuestras concepciones de vuestra experiencia artística y de una filosofía, aunque fuera idealista, podéis llegar a conclusiones que beneficiarán enormemente al partido obrero.

Lenin a Gorki

La situación se hace más clara cuando se pasa del Dogma a la Inquisición, cuando aquella beatífica actitud de penitente arrepentido no logra encubrir la real condición del cazador de brujas, cuando esta condición se manifiesta en una irresistible tendencia a leer detrás de las palabras y a encontrar demonios detrás de la conciencia.

El profesor Flo, visiblemente irritado por unas palabras nuestras en la que aludíamos a su intervención breve y curiosa en el debate de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana, realiza ese lamentable tránsito y se coloca abiertamente en la posición de Señalador de Fantasmas.

Como en Cuba, de veras, ya no hay fantasmas (o por lo menos, ya muy poca gente cree en ellos), esta nueva actitud del profesor Flo resulta extemporánea y ridícula. Tanto más cuanto que la lógica secuela de ese proceso que sufre el indignado profesor, el auto de fe no tendrá lugar dentro de nuestra Revolución.

(A pesar de que todavía hay quien pretende retener las palabras “como una propiedad privada”, según versos de Pita Rodríguez que no sabemos bien a quién se dirigen, y que fueron publicados recientemente en el periódico Hoy como fragmento de un poema.)

Capillas y medios de difusión

El profesor Flo comienza protestando que mi artículo anterior era un “texto para iniciados” porque me refería a sus palabras del debate sin transcribirlas, y alega que “las discusiones entre los miembros de una capilla no deben usufructuar los medios de difusión que paga la sociedad en su conjunto”.

Permítaseme ante todo, a la manera de Jorge Fraga, especular un poco sobre esa impropiedad de difundir juicios para iniciados en un medio de difusión que paga el pueblo en su conjunto: siguiendo con lógica impecable el pensamiento de nuestro profesor, hay que llegar a una de estas dos conclusiones:

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a) que el debate para iniciados que se celebró en el aula universitaria implicó el uso impropio de un medio de difusión de ideas, propiedad del pueblo. (No se explica en este caso por qué el profesor Flo participó en dicho debate ni por qué no hizo nada por impedir semejante usurpación de la propiedad social).

b) que los cineastas y los profesores y estudiantes universitarios que asistieron al debate no son parte del pueblo sino una capillita de iniciados entre los cuales, quizá para su sorpresa, habría que incluir al propio profesor Flo. (En este caso, al excluir del concepto de pueblo a cineastas, estudiantes y profesores, el profesor Flo le hace un muy flaco servicio a una de las categorías centrales del materialismo histórico. Cuando contrapone elementos falsamente antitéticos, procedimiento sofístico típico, mediante una conexión que apela a motivos emocionales y no racionales, pone de manifiesto un costado demagógico en su manera de pensar, y muestra una puerilidad indigna de un profesor universitario).

Como en realidad, al revés de lo que pudiera desprenderse de las premisas que propone el profesor Flo, los cineastas, los estudiantes y los profesores son parte del pueblo, su objeción queda limitada a sugerir un convenio de ensanchamiento en el campo de las discusiones, a sectores del pueblo más amplios, aunque, desde luego, también iniciados, puesto que La Gaceta de Cuba es una publicación destinada a los que tienen un mínimo de iniciación cultural, cosa que es su objetivo muy legítimo.

(La mala distribución de dicho órgano hace que este círculo sea todavía más reducido, en contra de la voluntad de sus editores). Pero estamos de acuerdo con esa proposición. Es necesario que muchísima más gente sepa cómo razona este profesor universitario. No hace falta transcribir lo que dijo en el debate porque él se encargó de repetirlo en su artículo.

Vamos entonces sobre sus propias palabras.

El dogma, la Inquisición y los retiros espirituales

De entrada afirma el mencionado profesor que los residuos ideológicos de nuestra extracción de clase pequeñoburguesa no desaparecen sin una empecinada lucha contra ellos, y que “mal podemos luchar contra el dogmatismo de los otros si previamente no hemos aniquilado el propio idealismo”. De manera que propone, como requisito previo, indispensable, para poder participar en la lucha ideológica –al menos en la lucha contra el dogmatismo– el haber extirpado los residuos idealistas de la propia conciencia. ¿Podría explicar, en términos marxistas, cómo es posible que una conciencia evolucione y se desarrolle al margen de la lucha de clases, es decir, de la lucha ideológica? Esta espera a que maduren las condiciones subjetivas (sin que se sepa mediante qué otro procedimiento estas condiciones van a madurar, a menos que sea cierto aquello de los lavados de cerebro), para después participar en la lucha revolucionaria, es algo completamente ajeno al marxismo, algo propio de aquellos compañeros que todavía tienen la Segunda Declaración de La Habana bien guardada en sus gavetas.

¿Qué le hace pensar al profesor Flo que él ya se liberó de los demonios pequeñoburgueses en su conciencia? ¿Qué procedimientos flagelantes empleó? ¿En qué momento se dio cuenta? ¿No sabe que la contradicción idealismo-materialismo es consustancial al desarrollo del pensamiento, que no desaparecerá ni con el comunismo, y por lo tanto no desaparecerá su reflejo en la conciencia individual?[1] ¿No es iluso y torpe ponerse a esperar que esta contradicción sea liquidada?

Enseguida, precisando más su pensamiento, en evidente actitud inquisitorial, el profesor Flo verifica que los que “se erizaron” ante sus afirmaciones, no han hecho el menor esfuerzo por alcanzar una visión proletaria del mundo.

¿Qué le hace suponer que los que se pronunciaron contra sus palabras no han experimentado la dificultad del tránsito a la lucidez? ¿Qué le hace suponer que la reacción contra sus palabras fue contra la verdad evidente de las determinaciones clasistas de la conciencia y no contra el modo mecanicista en que él planteaba esta cuestión? Que el profesor Flo piense –hay que repetirlo– que la lucidez proletaria se debe adquirir antes de participar en la lucha ideológica contra el dogmatismo es lo que hace sus afirmaciones mecanicistas.

¿Quién le dijo al profesor Flo que es bueno (y marxista) el que en nuestro arte y en nuestra vida se intente una actitud que no arrastre las secuelas de nuestra historia individual, de clase, cuando, al mismo tiempo (excepto que neguemos la historicidad de la conciencia), es en nuestra historia individual, clasista, donde hay que ir a buscar por qué, en un momento determinado, se hace uno lúcido y marxista? La lucha a veces realmente dolorosa ha de ser, no por mirar la realidad con ojos prestados, sino por verla con nuestros propios ojos y transmitir esa experiencia con nuestros propios medios. En eso consiste la sinceridad, valor que ignoran los dogmáticos.

No se trata, querido profesor, de negar el carácter clasista de la conciencia. Se trata de negar el modo estereotipado, mecanicista, dogmático, en que usted lo plantea.

El profesor Flo hace de este problema, de este proceso del tránsito a la lucidez marxista, un camino tan espinoso, que se puede dudar, de aceptar lo que afirma, si todo lo que dice su artículo es justo o si pertenece a la zona mistificada, pequeñoburguesa, de su conciencia. En este caso, debería pensar seriamente en la conveniencia de quedarse en su casa haciendo retiros espirituales, pues evidentemente le quedan algunos demonios idealistas por liquidar.

La buena fe y los autos de fe

El profesor Flo manifiesta su actitud inquisitorial cuando expresa: “los que se han erizado ante mis afirmaciones no han hecho el menor esfuerzo por tratar de lograr esa perspectiva” (es decir, por alcanzar una visión proletaria del mundo). También cuando dice más adelante: “Si Gutiérrez Alea hubiese comenzado por negarlo (por negar la dependencia de la conciencia con respecto al ser social, de la ideología con respecto a la clase…) la discusión habría ganado claridad y sería evidente la perfecta correspondencia entre su posición teórica y su experiencia práctica”. Y después cuando dice:

Ni Marx, ni Engels, ni Lenin participan en la ideología de la clase de que provienen, entre otras cosas porque comprendieron profundamente la naturaleza clasista de la ideología, mientras que, los que como Gutiérrez Alea se espeluznan cuando se les señala ese condicionamiento básico, muestran palmariamente que no han conseguido liberarse un ápice del mismo.

Creo que basta con esos ejemplos. Para demostrar lo anterior, acude a la aplicación mecánica de un texto de Marx y Engels –procedimiento típico de los dogmáticos– en el que se refiere a los individuos de la clase dominante incorporados a la lucha del proletariado en Alemania, los cuales se hicieron a toda prisa una ciencia para uso particular con la intención de no abandonar sus viejos puntos de vista. (Ante esa aplicación mecánica de un ejemplo, sólo puedo decirle mecánicamente que yo no pertenecí nunca a la clase dominante en Alemania).

Pero yo no le voy a atribuir mala fe al profesor Flo cuando manifiesta su preocupación porque al intelectual casi siempre le asoma la oreja de su origen no proletario. Es posible que él haga toda clase de penitencias para eliminar dentro de sí todo vestigio de su origen pequeñoburgués. Y es posible que él quiera de buena fe, como dicen los católicos, que otros hagan también lo mismo. La buena fe del profesor Flo no entro a discutirla. Pero sí tengo que discutir los resultados prácticos a que pueden dar lugar actitudes como la suya.

En primer lugar, esta actitud contribuye a incrementar un conocido prejuicio contra los intelectuales. Y a partir de ahí, el estímulo a la conocida tendencia a concebir representaciones burocráticas que se hagan cargo de la tutela de las aspiraciones populares al arte y la cultura. Estas representaciones burocráticas ya han desempeñado un papel en el estancamiento cultural en determinados momentos de la construcción del socialismo. En más de una ocasión hemos visto cómo la actitud inquisitorial y la postura de señalador de fantasmas han tenido como consecuencia una esterilización de la cultura muy semejante a la muerte.

Hace poco encontré un documento que pone en evidencia hasta qué punto es peligroso llevar a sus últimas consecuencias el razonamiento del profesor Flo. Se trata de un mea culpa de Eisenstein. Con ese documento el director cinematográfico respondió públicamente ante la prohibición de exhibición de su película Iván el Terrible (segunda parte). Transcribo unos párrafos por lo que tienen de ilustrativos:

De acuerdo con las resoluciones de la Comisión Central, todos los trabajadores del arte debemos por completo nuestra labor creadora al interés de la educación del pueblo soviético. De este propósito no debemos apartarnos un solo paso ni desviarnos en lo más mínimo. Debemos dominar el método de Lenin y Stalin, de percibir la realidad histórica en forma tan completa y profunda, que podamos sobreponernos a todos los restos y vestigios de ideas anteriores, las que, aunque expulsadas de la conciencia, se obstinan audazmente en penetrar en nuestras obras siempre que nuestra vigilancia creadora se descuida, aunque sea un solo momento. Esto es una garantía de que nuestro cine podrá corregir todas sus deficiencias ideológicas y artísticas […] y de nuevo empezará a crear películas de alta calidad, dignas de la época estalinista.

Es conveniente recordar que Eisenstein fue definido por la Enciclopedia Soviética en su edición correspondiente a 1932 como “un representante de la ideología del grupo revolucionario de los intelectuales de la pequeña burguesía, que está siguiendo el sendero del proletariado”. Es decir, Eisenstein es uno de esos intelectuales de extracción pequeñoburguesa, “formados en los moldes de la vieja sociedad” (como también se dice ahora) que dan su obra en los primeros años de la construcción del socialismo.

A partir de ahí podemos destacar ciertas analogías entre el mea culpa de Eisenstein y el llamado a penitencia del profesor Flo: cuando Eisenstein dice “restos y vestigios de ideas anteriores, las que, aunque expulsadas de la conciencia, se obstinan audazmente en penetrar en nuestras obras siempre que nuestra vigilancia creadora se descuida”, parece que sirve de modelo para estas otras frases del profesor Flo: “cómo fracasamos una y otra vez, cómo ciertas viejas mañas del pensamiento, de la valoración, de la actitud vital reaparecen por enésima vez cuando creíamos haberlas eliminado definitivamente”; “conseguir en nuestro pensamiento, en nuestra vida, en nuestro arte, una actitud que no arrastre la secuela de nuestro origen, de nuestra educación, del mundo en el que vivimos y nos desarrollamos, de ese mundo que, aunque rechazáramos, lograba infiltrarse en nosotros”.

Las analogías entre Eisenstein y el profesor Flo no van más lejos, Eisenstein fue un gran artista y sin duda (eso podemos apreciarlo ahora, al cabo de los años) un auténtico representante de la Revolución soviética. Un hombre sincero que fue condenado a la esterilidad por los representantes de una burocracia que se creía con el derecho de ejercer el papel de intermediaria entre el artista y el pueblo.

Y es bueno recordar que esas frases que Eisenstein se vio obligado a escribir son la coronación de un hecho desgraciado: con ellas se pretendía que justificara y aprobara públicamente la resolución oficial que impedía que el público conociera su última obra, la segunda parte de Iván el Terrible. Gracias a que la historia, a pesar de todas las tendencias reaccionarias, nos acerca cada vez más a la verdad, hoy el mundo ha podido ver la segunda parte de Iván el Terrible. La hemos visto aquí también, en La Habana, y no creo, francamente, que a estas alturas a nadie se le ocurrirá acusar a esa obra de “decadente”, “permeada por las ideas anteriores” (léase ideas de la vieja sociedad), “manifestación propia del pensamiento idealista producto de la extracción pequeñoburguesa de su autor“. No creo que a estas alturas nadie ponga en duda su categoría de obra de arte que enriquece espiritualmente al hombre, que es parte de la causa proletaria, ya que esta es, en definitiva, la causa del hombre, y que debió significar una ayuda para la Revolución pues fue realizada por un artista soviético dentro de la Revolución y gracias a las condiciones que esta propiciaba para llevar a cabo semejante trabajo creador.

Creo, por el contrario, que quienes sí actuaron contra la Revolución asumiendo desde posiciones oficiales dentro de la misma una conducta evidentemente reaccionaria fueron aquellos que decidieron que la película no debía ser vista por el público y arrancaron a su autor esa llamada autocrítica que no es otra cosa que un documento vergonzante y que atenta contra la dignidad humana.

(Hay que señalar que los que asumieron esa política frente a Eisenstein lograron que el cine soviético, que en los primeros años de la Revolución había sorprendido al público de todo el mundo por su empuje y vitalidad, decayera lamentablemente hasta convertirse en uno de los más insulsos del mundo. Y todo esto lo hicieron en nombre de la Revolución. También hemos tenido ocasión de ver aquí en Cuba las pocas películas que se produjeron en ese período y que son de una mediocridad aplastante).

Los que sí hacen daño a la Revolución son los cazadores de brujas, los que se pasean con un detector de fantasmas y un recetario de conjuros contra demonios idealistas, los que en nombre de la Revolución, si llegan a ocupar posiciones oficiales y adquirir poder en alguna medida, son capaces de esterilizar toda fuerza creadora, porque ellos son estériles.

El documento, los firmantes y la discusión

Contraviniendo flagrantemente una de las máximas fundamentales de su código personal de debates, el profesor Flo alude, sin citarlas, a las intervenciones de “los firmantes” del documento y extrae de las mismas las conclusiones que a gusto suyo estima convenientes. La mayor parte de las cosas que dice sólo tienen sentido y se pueden valorar por quienes participaron en aquel debate (¡ojo con los “textos para iniciados que usufructúan los medios de difusión que paga la sociedad en su conjunto”!).

Pero también enjuicia el documento (olvidando siempre las demostraciones de rigor) mediante el expediente doblemente sofístico de valorarlo según lo que opinaban del mismo sus firmantes (con lo cual llega a un extraño e imposible acuerdo con opiniones dispares y hasta contradictorias) y en razón a lo que él, Flo, también olvidando las demostraciones de rigor, opina sobre esas opiniones. Si vamos a sacar conclusiones lógicas de las premisas que él mismo establece, podemos calificar este procedimiento de grosera tergiversación, y su actitud –para utilizar sus propias palabras– es la de uno que “trafica con malentendidos y ambigüedades”, y que no muestra la necesaria honestidad en la polémica.

Por ese fácil camino llega el profesor Flo a dar por descontado que el documento debe ser demolido ya que las afirmaciones del mismo son erróneas o ambiguas. Y distorsiona la verdad cuando se pregunta por qué los autores del documento no comenzaron la discusión haciendo críticas del mismo. Si mal no recuerdo eso fue lo primero que hicieron algunos de sus firmantes. Para hacerse justicia a sí mismo, el profesor debió transcribir esas opiniones que tan ligeramente enjuicia, estando, como están, a su disposición, las grabaciones hechas por el ICAIC.

Por otra parte, es evidente que el documento tuvo la virtud de sacar a la luz una discusión que en aquellos momentos se refugiaba en los cafés y en los pasillos de los edificios públicos. Y reconocer ese mérito al documento no quiere decir en ningún momento que se intente cerrar la discusión. (Es cierto que hay quien trata de cerrar la discusión con aclaraciones más o menos personales. Pero le aseguro que esa intención no está en el ánimo de ninguno de los firmantes).

¿Dogmático o marxista?

Dice el profesor de estética marxista que “lo curioso es que no hay en el documento un solo párrafo que se refiera explícitamente a esta cuestión (del dogmatismo), ni que se rebata ninguna tesis dogmática”. Frente a una tal ceguera intelectual creemos sinceramente que no hay nada que hacer. Remitimos al lector al documento de marras para que compruebe el evidente espíritu antidogmático que lo anima (entre otras cosas, ya que ese no es el único objetivo del mismo).

La conclusión que el profesor quiere extraer del documento es también muy ilustrativa:

O tomamos el documento en su redacción original, y entonces nos encontramos que pretendiendo rebatir a los dogmáticos se separan del marxismo, o lo consideramos con las correcciones que los autores aceptaron realizar, y entonces ya no es antidogmático, puesto que ningún marxista, dogmático o no, dejará de aceptar principios tan generales. O antidogmáticos y también antimarxista, o marxista y entonces no antidogmático.

¿Es que se puede violentar de tal manera la interpretación de un documento y de las intervenciones orales que no cita de los autores del mismo, para llegar a esa triste disyuntiva? Por otra parte, ¿admite el profesor Flo la posibilidad de ser dogmático y marxista al mismo tiempo? Si el dogmatismo es la antítesis del método dialéctico, el profesor Flo se desvía claramente del marxismo al proponer la coexistencia pacífica entre el marxismo y el dogmatismo. Y el dilema que el distinguido profesor impone a nuestro documento es arbitrario y además falso.

Veamos lo que opinan sobre esto del dogmatismo algunos marxistas nada sospechosos de revisionismo:

En Sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, página 17, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pequín, República Popular China, se dice:

Los hechos han demostrado siempre que el dogmatismo sólo entusiasma a los perezosos mentales y no causa más que perjuicio a la Revolución, al pueblo y al marxismo-leninismo. Para elevar la conciencia de las masas populares, estimular su iniciativa creadora y contribuir a acelerar el rápido desarrollo del trabajo práctico y teórico es aun indispensable acabar con la fe ciega del dogmatismo.

En el Manual de marxismo-leninismo de Otto V. Kuusinen, página 349, Editorial Grijalbo, se dice: “El dogmatismo significa el divorcio de la realidad, y el Partido, si no lo combate, se convierte en una secta apartada de la vida”.

En la Declaración de la conferencia de representantes de los partidos comunistas y obreros, página 87, Editora Política, La Habana, se dice:

El dogmatismo y el sectarismo en la teoría y en la práctica también pueden llegar a ser el peligro principal en una u otra etapa del desarrollo de este o aquel Partido, si no se mantiene contra ellos una lucha consecuente. Privan a los partidos revolucionarios de la capacidad de desarrollar el marxismo-leninismo sobre la base del análisis científico y de aplicarlo con espíritu creador en consecuencia con las condiciones concretas; aíslan de grandes capas trabajadoras a los comunistas, los condenan a una expectativa pasiva o a acciones izquierdistas, aventureras, en la lucha revolucionaria; impiden apreciar oportuna y acertadamente los cambios constantes de la situación y la nueva experiencia, así como aprovechar todas las posibilidades en aras de la victoria de la clase obrera y de todas las fuerzas democráticas en la lucha contra el imperialismo, la reacción y el peligro de guerra, por lo que dificultan la victoria de los pueblos en su justa lucha.

¿Cómo se puede tratar de justificar el dogmatismo, una vez admitida su condición negativa diciendo que se levanta “acertadamente” frente a la creencia de que el arte burgués es un producto delicado que se debe proteger de la barbarie? ¿Cómo se puede decir que cuando el artista de talento y de experiencia se obnubila con sus maestros burgueses y se vuelve un mero discípulo de ellos, de su espíritu, deja un lugar vacío para que el dogmático lo llene con sus obras, que aunque rudimentarias o insuficientes, sean insospechables de aquel vicio? Que yo sepa, los únicos que se han “obnubilado” con sus maestros burgueses, que se han vuelto meros discípulos de ellos, de su espíritu, son los más burdos representantes de ese llamado realismo socialista, los mismos que se hacen pasar por “insospechados de vicio burgués” y que cocinan su obra de acuerdo con recetarios dogmáticos.

Es curioso que el profesor Flo cita lo que en una ocasión Lenin dijo a Gorki y que nosotros nos permitimos tomar como exergo de nuestro trabajo. Es curioso porque a primera vista podríamos coincidir en ese punto. Sin embargo, parece que el profesor no saca de esa cita todas sus consecuencias. Lenin dice que el idealismo no es un reparo para hacer obras de arte válidas para la causa del proletariado. De donde se deduce que se puede participar en la lucha por una nueva cultura, socialista, sin tener que ser marxista, y de donde se deduce con mucha más fuerza demostrativa, que para participar en la lucha ideológica no hace falta haber extirpado primero los residuos idealistas de la conciencia, cosa que está en contradicción absoluta con lo que el propio Flo piensa.

Después quiere complementar esa cita con otra del mismo Lenin en la que se lee que “la literatura (y el arte en general) debe ser una parte de la causa proletaria”. Pero es que aquí también podríamos estar de acuerdo. Así lo confirma, entre otras cosas, la obra de los cineastas en su conjunto (los mismos que firmaron el documento). Obra que el distinguido profesor de estética marxista pasa por alto, con lo que demuestra una ignorancia lamentable. Precisamente porque estamos poniendo nuestra obra en consonancia con los fines revolucionarios es que tenemos plena moral para combatir el idealismo bajo todas sus formas, una de las cuales es el dogmatismo.


Notas:

[1] Cfr. Sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pequín, República Popular China, 1961.


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