El colectivo de crítica cultural latinoamericana Críticas Nómadas, integrado por una serie de jóvenes investigadores de universidades de Estados Unidos y América Latina, entrevistó en el pasado mes de noviembre a Antonio José Ponte, escritor cubano residente en Madrid, quien habló durante una hora y media acerca de su obra pasada y futura, y sobre diversos temas literarios, políticos y culturales. La entrevista está disponible desde este 4 de septiembre en el canal de YouTube de Críticas Nómadas.
Luego de una presentación a cargo del profesor colombiano Héctor Melo, de Carleton College (Northfield, Minnesota), sobre la obra de Ponte y su contribución a la literatura latinoamericana como narrador, ensayista y poeta, así como su labor de editor en Diario de Cuba y su faceta de polemista literario y político, el escritor cubano se refirió a su más reciente libro, La lengua suelta (2020), una recopilación de los textos satíricos sobre la escena cultural cubana firmados por su heterónimo Fermín Gabor en la primera década del siglo XXI, ampliada con un “Diccionario de la lengua suelta”.
El autor cubano relata la génesis del heterónimo de Gabor, en los primeros dos mil, cuando pendía sobre él la amenaza de “destierro de la ciudad letrada” por parte de las autoridades culturales cubanas; amenaza que se materializaba en la prohibición de publicar en los medios oficiales y pretendía condenarlo a la invisibilización como escritor. “Eso me obligó a estar a la sombra”, afirma Ponte, quien se refirió al cambio de signo en la política cultural cubana que se tramaba entonces, según el cual se intentaba administrar la obra de autores exiliados –sobre todo los muertos– tras décadas proscripción y silenciamiento. “Las autoridades cubanas son especialistas en devorar cadáveres”, dice Ponte en tal sentido, “trabajan con un sentido necrófilo muy grande”.
Una de las puestas en escena más significativas de esta nueva dirección de la política cultural habría ocurrido durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara de 2001, a la que Ponte asistió al margen de la delegación oficial cubana. “En ese momento, yo me doy cuenta de todos los manejos políticos y decido satirizar sobre eso”, dice Ponte. La primera entrega de La lengua suelta es, de hecho, una crónica de la participación cubana en esa edición del evento literario. Los textos de Gabor circularon primero por correo electrónico, y luego en una columna fija en la revista digital La Habana Elegante. “Tiene una recepción muy grande en mundo literario”, explica Ponte. “La gente (los escritores oficiales) lo empieza a leer también como si se tratara de mensajes de novelas de Agatha Christie, pensando que pueden ser la próxima víctima. […] Hay un serial killer en la literatura cubana que se ocupa de matar ciertas carreras, ciertas obras, la proyección política y pública de muchos de ellos”.
Ponte califica esas entregas como “crónicas de la ciudad letrada” en clave satírica, y cuenta que aproximadamente la segunda mitad de ellas las escribió ya residiendo en España: “Tuve que hacer lo mismo que Cirilo Villaverde mientras escribía Cecilia Valdés desde Nueva York: preguntar por ciertas confirmaciones a gente que estaba en la isla: dónde estaba tal esquina en la Habana Vieja…, las cosas que hace un escritor exiliado cuando está lejos del paisaje natal”. Pasado el tiempo, afirma, supo de que había una generación de jóvenes lectores que seguían leyendo con fruición las columnas de Gabor, y las seguían encontrando vigentes y humorísticas. Es por eso que decidió recogerlas en volumen, con el añadido del “Diccionario…”, una colección de artículos crítico-biográficos que presenta una amplia variedad de registros.
A propósito de su silencio editorial durante la última década, en la que no publicó libros –aunque sí artículos y fragmentos de obras que aparecerán próximamente–, Ponte comenta que se trata de un período de reflexión y de “ajuste tonal”.
“Yo no podía seguir hablando como si estuviera todavía en La Habana, y no quería entrar en la industria de la nostalgia de la literatura del exilio cubano. No quería ser Cabrera Infante, no quería hablar de La Habana perdida. Yo escribí de La Habana perdida dentro de La Habana”, dice, en referencia a títulos suyos como Un seguidor de Montaigne mira La Habana (1995) o La fiesta vigilada (2007). “No tenía sentido que yo siguiera extendiendo el tema de las ruinas de La Habana desde Madrid. Eso hizo que tuviera q repensarme desde dónde hablar”.
Prefirió, entonces, asumir el peligro de ser olvidado por los mecanismos del mercado antes que, dice Ponte, “el peligro de repetirme, o de hacer retórica, o al peligro de dar notas en falso. Creer la literatura que estoy haciendo, no por complacer a un grupo de lectores, o a unos tópicos, o un imaginario predeterminado”. Algo que, apunta, han fomentado las editoriales españolas. Lejos de eso, subraya la importancia de subvertir los cánones de las escrituras nacionales.
Otra cuestión abordada a lo largo de la entrevista fue la significación de la tradición literaria cubana para la generación de Ponte, y en especial las obras de José Martí y Julián del Casal. Sobre Martí, al que le dedicara el polémico ensayo “El abrigo de aire” en los años noventa, Ponte comenta que ha sido objeto de “una religión de Estado desde el 59”, y que él se propuso “discutírselo a la maquinaria propagandística estatal”. Confiesa, sin embargo, que después de haber emitido una valoración más bien negativa sobre su obra, ha vuelto a leerlo –aunque siempre en ediciones extranjeras que no reproduzcan la lectura teleológica promovida por el régimen cubano– y ha encontrado en él páginas memorables (una parte de su poesía, algunas de sus crónicas), aunque la novela y el teatro le siguen pareciendo deficitarios. Sobre Casal, Ponte declara que su obra ofrecía a su generación una afirmación de la autonomía literaria frente a los usos políticos de la literatura.
Interrogado sobre el tema de las ruinas, fundamental en su obra, Ponte refiere que lo ha estado reconsiderando, ahora más interesado por “la cuestión metafísica de las ruinas”, más allá de consideraciones políticas, y no descarta la posibilidad de volver a tratarlo en el futuro. “Yo no sé todavía desde qué perspectiva voy a volver”, dice. “Creo que ya dije todo lo que tenía que decir sobre el tema de las ruinas cubanas, provocadas por la desidia de un régimen”.
Otros temas discutidos en la entrevista fueron el papel de los medios independientes y las redes sociales en el panorama cubano actual, la integración del arte y el activismo político en las nuevas generaciones, la significación de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, el apagón como tema literario, el estatuto actual de la noción del escritor comprometido y la imposibilidad de la utopía después de los totalitarismos del siglo XX –y en particular el cubano–, su proceso de escritura y el poder narrativo de la fábula. Sobre la filiación de su obra Contrabando de sombras (2002) con la tradición de la novela gótica, afirma: “fui gótico para no ser barroco”, y escapar así al imaginario habanero apto para turistas.
Finalmente, Ponte comentó sobre los proyectos literarios en los que está trabajando. Mencionó el volumen Nitza. Retrato malo –un título que difiere del que hasta ahora había anunciado–, que clasificó como una “novela breve” y que ya se encuentra en proceso de edición, y La Tempestá, un libro del que ya está publicado el primer capítulo pero al que todavía le queda un largo trabajo de investigación y escritura, que calcula en el orden de los diez o quince años. Lo definió como “una historia de la idea de la revolución, una historia de la idea de la utopía, una historia del intelectual, y una historia de los imperios en el Caribe y en América Latina, considerando el castrismo como un imperio y la presencia soviética en Cuba como la del imperialismo soviético en América Latina”.
Ponte tiene además la intención de publicar libros de cuentos y de poemas, y otro proyecto ensayístico que gira alrededor de los sucesos del Caso Padilla y el ostracismo al que fueron sometidos en los años setenta escritores como José Lezama Lima y Virgilio Piñera. Hacia el final de la entrevista, Ponte anunció, además, sin ofrecer más detalles, que próximamente se hará de acceso público la filmación del discurso de autoinculpación de Padilla, pronunciado una noche de abril de 1971.