Dorso
Dorso

Era mediados de los noventa, una época sin Spotify ni streaming de ningún tipo. La circulación de música alternativa pasaba por la buena voluntad de algún compañero iluminado, que nos prestaba casetes originales para que los copiáramos en cintas de cromo (así duraban más). Fue así como, entre el Divine Intervention de Slayer y Draconian Times de Paradise Lost, se coló un álbum de una banda chilena que tocaba una mezcla de brutal death metal y pathological grindcore.

Sí, como se oye.

Una banda chilena (¡chilena!) de brutal death metal y pathological grindcore.

Los antecedentes directos de esos géneros eran, por supuesto, Cannibal Corpse, Carcass y Monstrosity. Pero si oír discos de esas bandas nos causaba desde miedo hasta repulsa, este álbum de la banda chilena, llamada Dorso, provocaba engancharse inmediatamente en su propuesta. Era un disco divertido, directo, oscuro y lleno de referencias a películas de terror desde su propio título: El espanto surge de la tumba, nombre que aludía a la película homónima de 1972, donde Paul Naschy (Jacinto Molina, el famoso hombre lobo-español), encarnaba a un espectro decapitado que regresa luego de una sesión de espiritismo.

Antes de El espanto…, Dorso ya llevaba casi una década tocando, siempre bajo la tutela de su bajista, vocalista y líder espiritual Rodrigo Pera Cuadra (un verdadero escritor de ficciones de terror metido a roquero). Su intención inicial era hacer metal progresivo y discos conceptuales, y por esos sus primeras producciones, Bajo una luna cámbrica (1989) y Romance (1990), se inclinan por introducir una mitología más seria y refinada en las canciones (basta oír la canción “Madre de las tinieblas”, segundo track de Romance: “Oh, ella acaricia lo inmundo / bruja mayor de los bosques / reina, de tinieblas / alguien, te busca”). Pero en 1993, el Pera Cuadra decide escribir letras inspiradas en H. P. Lovecraft y en películas de cine de terror extremo, y desde El espanto… aparecen alusiones al horror cósmico, al gore, a la ciencia ficción y a monstruos de todo tipo.

Como dice Álvaro Bisama, escritor chileno igual de friki que el aquí escribe y probablemente que aquellos que están leyendo esta columna, El espanto… es un disco que marca un antes y un después en el metal chileno: “Las imágenes sacadas de las cintas de horror clásico se escenificaban en canciones ambientadas en el campo chileno, todo cantado en un spanglish irreal, en una lengua que era la mutación radiactiva de aquel inglés que fracasaba en las traducciones de los grupos de rock chilenos”. Hay varias razones para pensarlo así.

Primero, Dorso parecía hacerse consciente de que la tropicalización de esos géneros musicales a la realidad latinoamericana solo podía darse mediante el humor. Por eso, la combinación del español con un inglés mal pronunciado y denigrado le daba toda su identidad a la banda (una vez le preguntaron al Pera Cuadra por qué había titulado a una de sus canciones “Transformed in Cocodrile” y no crocodrile. Contestó: “Porque se oía más huimpi” (chafa, cutre, pedorro).

Segundo, toda la aspereza y solemnidad de ese tipo de historias se desacralizaba en las letras de Dorso. Desde este disco de 1993, y luego en todo lo que ha ido apareciendo hasta Recolecciones macabras del campo chileno, de 2012, Dorso parece estar jugando en el límite, faltándole abiertamente el respeto al canon de la narrativa de terror más seria y al canon del brutal metal más purista, tipo Cannibal Corpse (óigase, por ejemplo, las canciones “Ultraputrefactus criatura”: “Fuera del cementerio la bestia inmunda pronto salió / tu puerta, por tu escalera, hasta tu cama ella llegó”; o “Vampire of The Night”: “Es una horrible historia y no existe otra igual / necrosexomaníaco ese es vampire of the night / y a los cementerios en pelota va a pasear”).

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Y tercero, gracias a las canciones de El espanto…, que hablaban de pajarracos que volaban a la morgue en busca de carne humana, de arañas del porte de un perro que bajaban de los cerros y del Dr. Mortis, famoso radioteatro chileno de los años sesenta, Dorso abrió la puerta a un campo cultural distinto, alternativo y por supuesto más entretenido para quienes teníamos 13, 14 o 15 años en los noventa. A eso contribuyó la conducción por parte del Pera de un espacio recordadísimo en la televisión nacional, Maldita sea, un programa que comenzó destrozando películas de terror de bajo presupuesto y acabó posicionando un arsenal notable de cine bizarro, animé y otros discursos frikis.

Luego vinieron dos discos del mismo corte, aunque algo disparejos: Big Monster Aventura y Disco Blood. Inevitablemente, los oímos teniendo siempre de referencia El espanto…, aunque canciones como “Gran Chango”, “Chupacabras”, “Mothra v/s Godzilla” y “Proyecto Plutonio” son infinitamente más creativas y efectivas que cualquier relato de cualquier escritor chileno que se haya formado en el género.

Entre mis amigos se sigue debatiendo, como si fuese el Club de la Serpiente, cuál es la mejor canción El espanto surge de la tumba. Yo prefiero hacer epojé y suspender todo juicio de valor: el disco entero es bueno. Bien valga este homenaje, a casi 30 años de su lanzamiento.

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FELIPE RÍOS BAEZA
Felipe Ríos Baeza (Santiago de Chile, 1981). Escritor, comunicólogo social y doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Es autor del volumen de cuentos Satori (2018) y de las novelas Clowns (2016) e Infectados (próxima aparición: 2020). Ha publicado, además, El texto desbordado. Aproximaciones contemporáneas al fenómeno literario y artístico (2019); El desvarío ilustrado. Ensayos sobre literatura hispanoamericana contemporánea (2014) y los dos volúmenes de Roberto Bolaño: una narrativa en el margen (2013 y 2016), entre otros libros académicos. Se ha desempeñado como profesor e investigador en varias instituciones de educación superior, en materias de literatura, cine, filosofía y estética, además de escribir y coordinar libros críticos dedicados a autores contemporáneos como Enrique Vila-Matas, César Aira y Juan Villoro, entre otros.

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