El largometraje brasileño Madalena, una de las óperas primas latinoamericanas más celebrada del pasado año, es un contundente ejemplo del terreno conquistado por los cuerpos y las subjetividades trans en el cine del subcontinente. Es un filme que rebasa las expectativas, y de ello habla su recepción en los Festivales Internacionales de San Sebastián y Rotterdam, dos de los significativos eventos que han acogido su presentación. Debut del realizador Madiano Marcheti, la película es síntoma de las respuestas que la producción contemporánea está dando, en el campo siempre cambiante de la representación audiovisual, a los regímenes de visibilización de las sexualidades “diferentes”.
Dueño de una mirada propia y original en materia de lenguaje fílmico, Marcheti pulsa un estilo singular que hace de Madalena un excelente ejercicio cinematográfico, plagado de audacia e inventiva en la composición del relato, la puesta en escena, el diseño de los personajes y la fotografía, quizás los rubros en que más se destaca. Con todo, el filme transcurre ante los ojos del espectador con absoluta discreción, sin subrayados expresivos: ostenta una narración que prescinde de grandes peripecias, y de la retórica antropológica y las descripciones argumentales directas, esperadas en una representación tan apegada a la realidad. El suyo es un relato oblicuo, que apunta hacia “otro lado” para hablar de aquello que le interesa verdaderamente; una estrategia desplegada por Marcheti para ahondar, a un mismo tiempo, en el impacto y las reacciones de los demás frente a la desaparición/el asesinato de una mujer trans, y en la vulnerabilidad a que están sujetos los individuos como ella.
Madalena prueba un modo particular de hablar sobre el asesinato de individuos trans –aunque el realizador cierre su obra con un dato directo: un cartel donde aclara que Brasil tiene el mayor índice de asesinatos de transexuales en el mundo–. Y es en esa “particularidad” donde radica, desde luego, su certeza cinematográfica. La historia contada se estructura alrededor de la ausencia del personaje que da título al filme, pero nunca sabremos, a ciencia cierta, cómo murió, en qué circunstancias, por qué…
La película inicia con imágenes hipnóticas, contemplativas, sumamente pictóricas, de un entorno boscoso y el sembrado de soya que se extiende a su alrededor. Se pueden ver algunos avestruces y un enorme camión de cultivo desplazándose por la extensa plantación. De repente, la atmósfera pastoral será interrumpida por la presentación, escasamente distinguible en el plano, del cadáver de una mujer. La narración nos coloca así en el contexto rural donde trascurre la anécdota, un hábitat fugado de la Historia, donde la explotación de esos campos de soya marca la suerte de sus pobladores y las jerarquías de poder, de género y de clase que pautan la vida de la gente.
Pero después de la aparición del cadáver no asistiremos al gradual desbrozamiento de la intriga del asesinato, a partir del develamiento de las causas que lo propiciaron y las circunstancias en que se produjo. El director toma otro camino, mientras tanto, todo indica que una vida trans es una vida sin importancia, una vida fuera de la legalidad, ininteligible para ese entorno retratado; el cuerpo de esta mujer no precisa una investigación, pues todos conocen y aceptan el destino de las personas como Madalena.
El diseño de la trama articula tres capítulos sucesivos e independientes, consagrados, respectivamente, a Luz, Cristiano y Bianca: tres singularidades, tres condiciones de género y tres perspectivas diferente de la realidad y de la muerte de Madalena. Estos personajes viven atrapados en los roles sociales a que el conservadurismo clasista y de género los relega, luchando contra sí mismos. Todos comparten la misma ciudad, se desplazan por los mismos espacios, y, sin embargo, nunca coinciden, no se conocen. Esos factores que median en la distancia entre ellos (de clase, sociales, de género) resultan en uno de los centros de interés del filme; esos factores, condicionantes de las identidades de estas personas, definen, en no poca medida, sus respectivas reacciones ante la desaparición de Madalena.
¿Qué posición concretamente ocupan estos jóvenes? Luz trabaja en una discoteca y parece que mantenía algún negocio con la víctima. En algún momento visita su casa, toma de su cartera algún dinero para saldar una deuda adquirida entre ambas, y se va de inmediato a seguir con su vida. La ausencia de Madalena la angustia, porque puede haber muerto y porque le recuerda la amenaza constante que pesa sobre sí en su condición de mujer. Dos momentos son altamente ilustrativos al respecto, la discusión que sostiene con un hombre frente al club y la conversación con una amiga al terminar el trabajo. Queda claro que Luz es una joven atrapada en un mundo de muy pocas expectativas.
Cristiano, hijo de los dueños de los cultivos de soya, es forzado por su padre a manejar el negocio y empujado por sus amigos a inyectarse para mejorar su musculatura. Mas nunca será capaz de responder a las demandas de la masculinidad regente en el lugar. El descubrimiento del cuerpo de Madalena, mientras recorre los cultivos, desencadena aún más su crisis de hombría, y el comportamiento del joven se torna errático por completo. ¿Por qué? Poco importa el individuo muerto, él sólo teme por el futuro de la empresa y su posible culpabilidad.
Bianca, transexual también, trabaja en un hogar de ancianos y recorre en bicicleta las calles del pueblo. Ella se reúne con un par de amigos para visitar la casa de Madalena y organizar sus pertenencias. Luego, emprenden juntos un viaje hasta el entorno selvático presentado por las imágenes iniciales del filme, para bañarse en las aguas del río y recordar a la desaparecida. Esta suerte de ritual de despedida, organizado por Bianca, es el momento perfecto para conocer un poco a Madalena, que emerge en el recuerdo de quienes la conocieron, de sus amigos que son, en definitiva, su familia. Bianca pulsa otro ritmo para esta historia. Mientras los dos primeros personajes se enfrentan a la muerte de Madalena conflictivamente, ella trae optimismo, simpatía, alegría de vivir y abrazar la realidad, pese a la amarga realidad. El dolor por la pérdida emerge en sordina, se trenza con la fe en el futuro de esta mujer decidida a tener su lugar en el mundo.
La película deja flotando en la atmósfera con que se despide una interrogante acerca del devenir de estos sujetos. En la inmovilidad de Luz, condenada a vivir en porfía con su cotidianidad, y en la cobardía de Cristiano, que reproduce –a pesar de sí mismo– el patrón patriarcal que lo condena, se encuentra la suerte de Madalena. Pero se encuentra también en la respuesta de Bianca a tanta asepsia y egoísmo, a tanto aislamiento y trauma; en la manera en que se aferra a la felicidad.
Marcheti no construye un mundo posible para los cuerpos cuir, él reclama, a través de una elocuente inmersión estética en los entresijos de lo social, su lugar en la realidad. La plasticidad de la fotografía de Madalena, su sagaz estrategia narrativa y el humanismo profundo de sus personajes, son garantías para esta emulación auténticamente fílmica del discurrir trágico de la existencia. Este ensayo de una singular perspectiva para hablar de la violencia perpetrada contra las personas transgénero evidencia la productividad creativa que alcanza en el presente el maridaje de arte cinematográfico y política.
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