El díptico Carne sospechosaChao Sarah, que tardó nada menos que veintisiete años en completarse, es quizás el experimento cinematográfico más caprichoso y disparatado de todos los que he llevado a cabo. Agrupa los cortometrajes Carne sospechosa (2020) y Chao Sarah (1993). Como ya va siendo hora de estrenar en Internet el primero, y conseguí por fin la mejor copia en video que existe del segundo, puedo ya juntarlos y mostrarlos en dueto, como debe ser.

Chao Sarah fue mi tesis en la EICTV (Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños). Yo ya tenía un recorrido de cinco cortos experimentales distintos, cuyo rasgo común era el metalenguaje, el cuestionamiento (y la burla) de los códigos habituales de representación.

Mi tesis se rodaría en 35 mm color con las condiciones de producción de la escuela, que eran bastante buenas. Quise aprovechar la oportunidad para darle otra vuelta de tuerca a mis obsesiones creativas. Me proponía una parodia desquiciada de otro corto inexistente, de modo que el resultado sería bastante incomprensible si no se veía con los ojos adecuados. Requeriría de espectadores entrenados en decodificar el arte posmoderno de la época. Algo arriesgado, reduccionista, probablemente críptico.

Escribí el guion de referencia, una historia convencional con 6 personajes, que ocurría en un hotelucho solitario durante una noche. Lo titulé “Sácale la carne al pastelón” y consistía en un thriller sicológico sobre una banda de tres criminales enloquecidos. Había dos víctimas mortales y el inspector de policía que conseguía desmantelar la patraña. No se veía la violencia ni la sangre.

Conceiçao Senna en Chao Sarah
Conceiçao Senna en ‘Chao Sarah’

El próximo paso fue entrarle a hachazos a ese guión para convertirlo en la comedia dadá que pretendía. Cambié ante todo la localización. Ahora el hotelucho sería la propia escuela, haciéndola parecer un lugar indefinido y tenebroso. Sustituí los diálogos originales por una retahíla de frases absurdas elegidas al azar de diversas procedencias (sólo mantuve intocable el monólogo de los pececitos). Le añadí ciertos comportamientos surreales a varios de los personajes, lo salpiqué todo de marzeladas… Y debía cambiar el título por otro que no tuviera nada que ver.

Una tarde estábamos Alejandro Normand y yo en su cuarto tomándonos unos rones y escuchando a Sarah Vaughan. Debíamos salir no recuerdo a dónde ni a qué. Alejandro no quiso interrumpir a la cantante y la dejó puesta hasta que terminara el casete. Al cerrar la puerta se despidió: “Chao, Sarah”. Me hizo gracia y tuve la revelación de que el título sería ese.

Los guiones de tesis eran analizados, asesorados y aprobados por los profesores de dirección. Daniel Díaz Torres y Fernando Pérez se leyeron mi proyecto, que lógicamente incluía ambos guiones y todas las explicaciones posibles sobre mi propuesta. Llegó el día de la reunión con ellos, que fue difícil. Daniel puso el grito en el cielo, afirmando que mi experimento convertía una historia razonablemente buena en un amasijo de elementos sin sentido. De ese modo se rompería la complicidad con el público porque no entendería nada. Lo que estaba haciendo yo era desbaratar el lenguaje del cine. Mi componenda era tan exageradamente extrema que no se podía adivinar cómo quedaría.

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Le respondí que exactamente todo eso era lo que me proponía. No podía ni quería saber cómo sería el resultado, porque precisamente eso es experimentar de verdad. Pues repetir un experimento ya existente no es otra cosa que adoptar algo que ya se ha convertido en un código aceptado. Experimentar es literalmente lanzarse al vacío. Él insistía: “No entiendo para qué quieres hacer eso, es un suicidio. ¿Entonces para qué sirve el cine?” Le lancé una respuesta lapidaria que hoy me da risa: “Para nada, Daniel, el cine no sirve para nada”. Algo enfadado me advirtió que me estaba buscando el fracaso, y eso sería terrible para mi trayectoria. Pero si yo estaba dispuesto a morir y que la muerte me supiera a gloria, no sería él quien me lo impidiera.

A Fernando por su parte le gustaba el invento, pero advirtió que lo mejor sería filmar ambos guiones y así el espectador captaría el juego. Sensato planteamiento, sí. pero ¿quién produciría el primer guion? La escuela sólo tenía el deber de financiar y gestionar uno. “¿Y si intentamos una coproducción con el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos)?”. Ufff, eso seguramente sería infructuoso, pues la industria ya estaba en la miseria (como el país) y ni le harían caso al proyectico de un simple estudiante que entonces no pertenecía a esa institución. Además, conceptualmente no me interesaba filmar la referencia, pues eso significaba admitir que estaba cometiendo un sacrilegio o algo por el estilo de culpable. Sería como deslegitimizar mi experimento descocado. Y eso no es estar loco ná, solo medio loco, una pose de loco. Me dejó por imposible también, y ambos aprobaron mi perdición.

En los rodajes de Chao Sarah. A la camara Maite Santos scaled | Rialta
En los rodajes de ‘Chao Sarah’. A la cámara Maite Santos

Fue un rodaje sin muchos contratiempos. La mayor dificultad para los actores era que debían pronunciar las frases absurdas con la entonación de los diálogos originales; y algunos consiguieron hacerlo divinamente. La fotografía de Maite Santos y su equipo fue sencillamente espléndida. Erasmo Ramírez en el sonido y Café Cibils en la edición estuvieron excelentes. El gran Nelson Rodríguez (asesor de edición) vio aquello terminado y me dijo: “Es una maraña tremenda pero graciosa, y tiene buen empaque”. Claudio McDowell (asesor de guion) ya había vuelto a Brasil, y años después me escribió con irónico asombro: “¡No me digas que te dejaron hacer esa locura!”

Los estrenos se proyectaban en el salón de actos y solía asistir casi todo el mundo. En la escuela pernoctaban temporalmente Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y Juan Carlos Tabío, mientras editaban Fresa y chocolate, pues en el ICAIC se iba la luz constantemente y así no se podía trabajar; de modo que ellos también vieron Chao Sarah.

Poquísima gente le cogió el punto a aquello y se rio. Muchísima no. El aplausito frío fue mala señal. La mayoría se había quedado como pescao en nevera. Titón y Juan Carlos salieron de ahí espantados, evitando mirarme. Para colmo, el primer plano del corto era una hija del primero masturbándose (no explícitamente) con un plátano, y le seguía el crédito: “Introducción: Audry Gutiérrez”.

Mi querido Basilio García se sinceró: “Asere, qué mala”. Vaya, la verdad es que no me esperaba tal revés general; primera vez que me ocurría algo así. Sin embargo, Lina Baniela (maravillosa editora del ICAIC) adoró el corto, y se arrastraba de la risa cada vez que lo veía. Fue ella quien sugirió que debía subtitularlo, pues sería la manera de que los espectadores se convencieran de que los diálogos eran efectivamente una sarta de incoherencias, y no que hubieran escuchado mal.

Mi amigo Manuel Iglesias lo subtituló y, desde entonces, lo he mostrado así. Con el tiempo descubrí algo curioso: Las personas que ven Chao Sarah dentro del contexto de todos mis cortos, lo entienden perfectamente; se lo toman como el punto culminante de mi ralladura mental. O sea, que para disfrutarlo es necesario haber entrado previamente en mi sofrito conceptual. Felizmente en aquel mundo analógico se hicieron virales algunos de los diálogos más hilarantes, y el favorito siempre ha sido el último: “Yo estoy casi convencida de que Prince, el cantante americano, no es maricón nada. Prince es tremenda descará”.

Ileana Fernández en Chao Sarah
Ileana Fernández en ‘Chao Sarah’

Veintidós años después, en España, durante una de mis mudanzas, me encontré aquel proyecto de tesis de la EICTV y, por nostalgia de tiempos locos, lo volví a leer. Asombrosamente “Sácale la carne al pastelón” me encantó; me pareció un guion ingenioso y bien construido. Yo estaba en una etapa en que quería probarme creando ficciones convencionales, dramatúrgicamente correctas; y esta peculiar antigüedad me venía de perlas. ¿Por qué no retomarla y rodarla? Elaboré una nueva versión que ahora se llamaría Carne sospechosa (por cierto, la coincidencia de las iniciales con las de Chao Sarah fue casual; me di cuenta después y me pareció como que mágico). Enriquecí la historia bastante más, lo necesario; incluso inventé un séptimo personaje (Kike), del que se habla mucho pero nunca se ve.

Entre varias amistades (no necesariamente profesionales del cine) nos embullamos a hacerlo. Asumí producirlo yo mismo a mi manera, con los dinerillos que fuera teniendo poco a poco. Pensé que, en la era digital, sería todo mucho más fácil que cuando la tiránica época del celuloide. Pensé que todo el mundo se comprometería como debe ser. Pensé pensé pensé, y me fui metiendo en tremendo berenjenal.

La localización más adecuada (y socorrida) fue la casa de Isaac en el campo, bastante lejos de Valencia. Funcionaría como un pequeño hostal de carretera; pero ir y volver cada día significaría asegurar una flotilla de al menos dos coches. Conseguí un solo estilista para maquillar, peluquear y vestir a los seis personajes; y la mayoría de ellos requería mucha extravagancia, mucha peluca, postizos, lentejuelas, purpurina… Al ser una historia nocturna hacían falta muchas lámparas y filtros; y particularmente los exteriores significarían un gran dolor de cabeza. No tenía con qué alquilar los equipos, pero ohhhh me cayó del cielo mi amigo Ricardo Vega, quien vino desde París en una furgonetica para prestarme sus cosas. Epi Neuraska prestó su cámara, y JJ Doc (quien sería el músico) la grabadora de sonido.

Judith Ruiz en ‘Carne sospechosa’
Judith Ruiz en ‘Carne sospechosa’

Nos pasamos unos cuántos meses preparando algo realmente complicado para carecer de algún respaldo productivo sólido. De los seis actores iniciales llegó uno a los rodajes, porque los demás fueron cambiando, algunos varias veces. Al inicio del rodaje cambió otra, y luego otra más tuvo que ser sustituida en posproducción mediante la magia del after effects. Se sucedieron cuatro camarógrafos distintos, incluyéndome a mí. Los quince días de rodaje se dispersaron inevitablemente en un año, por lo que fue dificilísimo mantener la continuidad y la dirección de arte. Una verdadera locura. Problemas y problemas que parían más problemas, y yo quedándome cada vez más solo como responsable del desmorone perpetuo.

Pasó de todo y cada oscura novedad me machacaba más que la anterior, pues era muy triste verme ejercer esa profesión en unas condiciones tan degradadas. Pero lo cierto es que fui yo mismo el que no paró de meter la pata desde el principio. Ya no estábamos en los tiempos en que quienes se metían en la aventura de un corto lo entregaban todo por amor al arte sin cobrar. Eso ya no es así. La vida está tan complicada que todo el mundo necesita ganar dinero con lo que está haciendo; y si no les pagas no puedes exigirles nada, pues se están buscando la vida de otra manera.

Fue tanta mi neurosis acumulada que una noche me asaltó por primera y única vez eso que eufemísticamente se llama “crisis de ansiedad”, y que realmente es un atacazo violentísimo de los nervios. No puedes respirar y realmente crees que en unos minutos morirás ahogado mientras babeas, sudas la gota gorda y jadeas salvajemente en medio de una brutal taquicardia. Todo eso a lo largo de media hora y en completa soledad, pues si estás acompañado no te da. No quiero volver a pasar por esa horrible experiencia.

En fin, que el proceso de Carne sospechosa fue una inmensa pesadilla arrastrada durante casi cinco años y se tragó todo mi dinero que no fuera para sobrevivencia en ese período. Es el corto más endemoniadamente problemático de toda mi vida. Ni de coña me meteré de nuevo a hacer una ficción en esas circunstancias. Al menos no siendo pobre.

Maria Asensi y Judith Ruiz en Carne Sospechosa | Rialta
María Asensi y Judith Ruiz en ‘Carne sospechosa’

Sin embargo, los diecisiete minuticos resultantes no están nada mal; se parecen bastante a lo que yo quería. No me preocupa que el corto esté lleno de tópicos, que sea irreal, que la factura sea semicutre, que parezca (o sea) de serie B o “de género”. Mientras el guion se mantuviera incólume aguantando los chaparrones, lo demás era de importancia secundaria. Si, total, el corto que necesitaba debía ser parodiable; debía inspirar deseos de entrarle a machetazos. Tiempo después de terminarlo fue que me di cuenta hasta qué punto su concepción estuvo condicionada por la ya existencia de su parodia. Obviamente eso establecía una serie de parámetros a los que subconscientemente me ajusté. Fue como realizar un encargo ofrecido por mí mismo.

Carne sospechosa tampoco fue precisamente un éxito. A la mayoría de gente ni fú ni fá, y alguno me insultó; aunque sí hay otros (de buen criterio) a quienes les encanta. Pienso que su rol en mi trayectoria es el que ya estaba predeterminado: ser la referencia de Chao Sarah. Y entre ambos se necesitan, se complementan como el yin y el yan, pues fueron ideados como un conjunto y así es como mejor funcionan.

De cualquier modo, creo que mi dichoso díptico CS será siempre una cosa rara-rara, para minorías. Dura media hora. Espero lo disfruten, y si no saquen la katana.

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