Eliseo Diego
Eliseo Diego

Eliseo Diego nació en La Habana el 2 de julio de 1920 y murió en la Ciudad de México el 1 de marzo de 1994. Sus padres fueron la habanera Berta Fernández-Cuervo Giberga y el asturiano Constante de Diego González.[1] Ambos eran grandes lectores y le proporcionaron, desde muy niño, la posibilidad de entrar en contacto con lo mejor de la literatura para niños y jóvenes de su época. Pero Eliseo tenía una ventaja sobre el resto de los demás niños: podía leer tanto en español como en inglés. Su madre había vivido durante los primeros doce años de su vida en Nueva York, pues sus padres –los dos eran españoles– habían decidido emigrar a esa ciudad a finales del siglo XIX con motivo de la guerra entre Cuba y España. Cuando mi abuela regresó a Cuba conocía las dos lenguas, pero la de sus juegos infantiles, sus oraciones, la que le resultaba más íntima, era el inglés. Se dedicó a la enseñanza del idioma y llegó a ser la Inspectora General de los Centros Especiales de Inglés de Cuba desde su fundación, en 1929, hasta 1959. Fue ella quien le enseñó inglés a su hijo y quien le trasmitió el amor por las literaturas inglesa y norteamericana, pasión que lo acompañó hasta el último día de su existencia.

Aunque el deseo de sus padres era que estudiara Derecho, papá terminó graduándose de Pedagogía en la Universidad de La Habana, en 1959, y su tesis de grado se tituló “Psicología de la enseñanza del inglés en las escuelas primarias”. En 1951, se había graduado en el Wingate Junior College de Carolina del Norte, pues necesitaba obtener “los títulos” que se requerían en nuestro país para poder desempeñarse como profesor de inglés, trabajo que realizó durante muchos años y que alternaba con la enseñanza del español a extranjeros. Fue profesor de literatura inglesa y norteamericana y dedicó muchos años de su vida a la traducción de poetas ingleses y norteamericanos, traducciones que se recogieron en el libro Conversación con los difuntos.[2]

En 2013, realicé el inventario de todos los libros que componen su biblioteca. Fue un trabajo duro y difícil, pero era algo que él siempre quiso hacer y que, por diferentes razones, nunca pudo concluir. En total son unos cuatro mil volúmenes, el 45 por ciento están escritos en inglés y el 55 por ciento en español. En los estantes de su biblioteca se pueden encontrar a todos esos “amigos”[3] que tanto lo acompañaron a lo largo de su vida. Allí están sus preferidos: Dickens, Chesterton, Conrad, George Eliot, Virginia Woolf, Katherine Mansfield, Kipling, Bradbury, Keats, Emily Dickinson, Eliot, Yeats, Browning, Shakespeare, Walter de la Mare, Stevenson, Hemingway, Faulkner, Henry James, Mark Twain, y muchos otros.

Eliseo Diego fue un católico de los llamados “practicantes”, asistía a misa todos los domingos y comulgaba con frecuencia. Por eso no es de extrañar que entre sus libros en inglés se encuentren también importantes autores católicos y religiosos como son –por mencionar sólo algunos– el sacerdote francés Teilhard de Chardin y su importante texto traducido al inglés Le Milieu Divine; el profesor, escritor y crítico literario, C. S Lewis, con su perturbadora novela Out of the Silent Planet (Fuera del planeta silencioso) y los siete libros que componen la serie de las Crónicas de Narnia; Graham Greene, casi completo, escritor a quien leyó y admiró profundamente, sobre todo su novela The Power and the Glory (El poder y la gloria); y el monje trapense, escritor y poeta religioso Thomas Merton;[4] el escritor inglés Gilbert K. Chesterton, etc.

Eliseo Diego y su hija Josefina de Diego (foto cortesía de la autora)
Eliseo Diego y su hija Josefina de Diego (foto cortesía de la autora)

Entre sus “tesoros” hay una importante colección de los más famosos autores de un género que le fascinaba: la literatura detectivesca, los famosos mysteries. Sir Arthur Conan Doyle era uno de sus favoritos (y no faltan, por supuesto, todas las aventuras de su famoso personaje, Sherlock Holmes), así como otros autores clásicos del género como Edgar Allan Poe (en primerísimo lugar), Agatha Christie, John Dickson Carr (y su excelente biografía de Conan Doyle); James M. Cain, Edgar Wallace, Cornell Woolrich, Dashiell Hammett y Raymond Chandler, entre muchos otros. También se encuentran en su biblioteca grandes escritores de otros países, traducidos al inglés, como Dostoievski, Tolstoi, Chéjov, Thomas Mann, Franz Werfel, Kafka, Isak Dinesen, Stendhal, Andersen y Selma Lagerlöf, pues mi padre consideraba que las traducciones al inglés eran, al menos en su época, muy superiores a las traducciones españolas.

La biblioteca en idioma inglés de Eliseo Diego abarca, igualmente, muchas historias y antologías de literatura universal, de historia general, filosofía, arte, y una notable colección de clásicos de la literatura para niños y jóvenes que comienza con Mother Goose Rhymes (Rimas y canciones de Mamá Oca) y que se prolonga hasta The Lord of the Rings (El señor de los anillos), de Tolkien, y otros más contemporáneos. En innumerables ocasiones afirmó que su novela predilecta era Treasure Island (La isla del tesoro), de Robert L. Stevenson. Y dejó inconclusa la traducción de los dos libros de A. A. Milne, Winnie the Pooh (Wini de Puh) y The House at Pooh Corner (La casa en el rincón de Puh) –aunque llegó a traducir varios de los poemas que “escribe” el osito–, además de la traducción de un poema de Oscar Wilde, “The Ballad of Reading Gaol” (“La balada de la cárcel de Reading”).

Eliseo Diego antologia | Rialta
Imagen de cubierta de ‘Una Conversación en la penumbra / A Conversation At Dusk’ (Ediciones El Equilibrista /UNAM, 2021)

Prologó novelas y cuentos publicados en Cuba de muchos de estos autores. Orlando, de Virginia Woolf; The Moonstone (La piedra lunar), de Wilkie Collins; Una taza de té, antología de cuentos de Katherine Mansfield; Wide Sargasso Sea (El vasto mar de los sargazos), de Jean Rhys; son algunos de ellos.

Sus criterios sobre la traducción están recogidos en Conversación con los difuntos y en fragmentos de sus entrevistas. En una, que le realizó Luis Rogelio Nogueras,[5] afirmó:

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Me parece que traducir es un excelente ejercicio para quienes tienen la audacia de acometer la caza mayor de la poesía. Es preciso adueñarse de las posibilidades significativas del otro idioma y confrontarlas con las del propio; estudiar las resonancias de cada palabra y la tensión de sus combinaciones; valorar los registros de los ritmos y sus efectos en cuanto a la estructura del poema y el impacto final […]. A veces, traducir es crear. Los ingleses, con muy buen sentido, suelen incluir traducciones en sus antologías, dándoles el rango de originales […]. Creo que interpretar es la única manera de ser fiel.

Pero es, justamente, en Conversación con los difuntos, donde define, con mayor claridad, y muy en “su estilo”, lo que es para él el arte de traducir:

Toda traducción es imposible, ya lo sabemos. Pero también la poesía es imposible y no vacilamos en acometerla con audacia y temor y a veces hasta con no mala fortuna. Si en una conversación mencionamos Don Quijote de la Mancha, nadie recordará la obra completa, capítulo tras capítulo, pero experimentará de inmediato la sensación, la impresión, el sabor, el aroma Don Quijote de la Mancha, inconfundible, único, radicalmente distinto al sabor, el aroma, Hamlet o La metamorfosis. Una buena traducción, me parece, no puede aspirar a más que a evocar una sensación similar a la del original en la nueva materia idiomática donde ha encarnado. Vagas nociones por las que no debo ciertamente alabarme, sino al inglés Walter de la Mare, uno de los amigos a los que debo tanto.

Siempre quiso ver sus poemas traducidos al inglés, idioma tan cercano a su corazón e, incluso, autotradujo varios de ellos, pero ese sueño no se hacía realidad. En 1982, el Centro de Estudios Cubanos de Nueva York, dirigido por Sandra Levinson, lo invitó a los Estados Unidos para que impartiera una serie de conferencias en distintas universidades e instituciones culturales. Jóvenes profesores de algunas de esas universidades –muchos de ellos se convirtieron en sus amigos– habían visitado la Isla como miembros de la Brigada Antonio Maceo, y deseaban darlo a conocer en ese país. Para esa visita el Centro de Estudios Cubanos publicó un pequeño libro con algunas de sus autotraducciones y unos treinta poemas traducidos por Kathleen Weaver, que a mi padre mucho le complacieron. Después de ese viaje, mi padre siguió trabajando esos poemas, perfeccionándolos, consultaba con amigos estadounidenses sus dudas, pues siempre fue muy riguroso con todo lo que escribió.

Una Conversación en la penumbra / A Conversation At Dusk (Ediciones El Equilibrista /UNAM, 2021) incluye casi todos esos poemas más otros que mi padre autotradujo posteriormente a la edición del Centro de Estudios Cubanos. Contiene, además, un epílogo en el que relato una anécdota muy curiosa que le ocurrió en un viaje que realizó a los Estados Unidos en 1946 y que está relacionada con su viaje a Nueva York en 1982. Incluí el poema “Quién ve la noche” de El oscuro esplendor, traducido por Iván Pérez Carrión[6] y, también, dos poemas traducidos por la escritora inglesa Mary Stanley Low (Londres, 1912-Miami, 2007), “Procesiones” y “Las nubes”, pertenecientes a Por los extraños pueblos. Stanley Low fue gran amiga de mi padre y de mi abuela, y vivió más de veinte años en Cuba, donde se casó y nacieron sus tres hijas. Trabajó como profesora de inglés en el Instituto del Vedado, la Community House y la Universidad de La Habana. En 1964 se radicó en los Estados Unidos. Fue en una de las cartas que le escribió a mi padre que encontré estas excelentes traducciones, que sus hijas me autorizaron a publicar.

De Por los extraños pueblos también seleccioné su prólogo, traducido por Silvia Santa María.[7] Por cortesía de Kathleen Weaver se publica un emotivo texto que escribió en 1994 al conocer la triste noticia de la muerte de mi padre.

Pienso que esta bella edición, ya en forma de libro, viene a cumplir el sueño de mi padre: ver sus poemas trasladados al idioma que tanto quiso y que llegó a dominar casi a la perfección.


* Prólogo al libro Una Conversación en la penumbra / A Conversation At Dusk, presentado el 1 de junio de 2022 en el Centro de Enseñanza para Extranjeros (CEPE) en la Universidad Autónoma De México (UNAM).

Notas:

[1] El apellido es “De Diego”, pero mi padre no lo usaba en la firma de sus libros.

[2] Conversación con los difuntos se publicó por primera vez en México, Ediciones del Equilibrista, 1991, y DGE Equilibrista /CONACULTA lo reeditó en 2013. En Cuba se publicó por primera vez en Ediciones Vigía, Matanzas, 1993, y en la Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2005. Los poetas incluidos en este libro son: Andrew Marvell, Thomas Gray, Joseph Blanco White, Robert Browning, Coventry Patmore, Ernest Dowson, Rudyard Kipling, G. K. Chesterton, Walter de la Mare, Edna Saint Vincent Millay, William Butler Yeats y Langston Hughes.

[3] En Conversación con los difuntos afirmó: “No solo son nuestros amigos aquellos a quienes vemos casi a diario, o en «un de cuando en cuando» que es el siempre de toda una vida.  Si la amistad, más que presencia es compañía, también lo serán aquellos otros con quienes jamás pudimos conversar porque nos separan abismos de tiempo inexorables”.

[4] Los libros de Merton que encontré en su biblioteca son: No Man is an Island, The Strange Island, The Ascent to Truth, Seeds of Contemplation, y su autobiografía y obra más famosa The Seven Storey Mountain.

[5] En las extrañas islas de la noche, Ediciones Unión, La Habana, 2010, p. 153.

[6]  Iván Pérez Carrión: Graduado de Filología en la Universidad de La Habana. Editor, investigador, traductor, profesor y periodista.

[7]  Silvia Santa María: Traductora, profesora de Literatura norteamericana en la Universidad de San Gerónimo, La Habana.

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JOSEFINA DE DIEGO
Josefina de Diego, Fefé (La Habana, 1951). Escritora y traductora. En 1993, la editorial El Equilibrista publicó su libro de recuerdos de infancia, El reino del abuelo. Ha publicado, además, los libros de literatura infantil Un gato siberian husky (Editorial Gente Nueva, 2007), Rimas y divertimentos (Editorial Gente Nueva, 2008), y Como un duende en mi jardín (Editorial Gente Nueva, 2009/Fundación Editorial El perro y la rana, Venezuela, 2009). Ha traducido, entre otros, a Stephen Ambrose, Patrick Wright, James Thurber, Donald Kagan, Richard Pipes, Achy Obejas y C. S. Lewis. Además de su trabajo como escritora, se dedica a la edición, promoción y cuidado de la obra de su padre, el poeta Eliseo Diego.

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