¿Estás trabajando en algún proyecto ahora mismo en tu estudio? Si es así, ¿podría describirlos brevemente?
Lo primero que estoy haciendo es defender mi libro Cubantropía, que salió justo antes del confinamiento, una tarea que me lleva un esfuerzo extra que le debo a mi editora. También estoy revisando mis críticas alrededor de la cultura popular, que saldrán reunidas. E imaginando cómo serán las exposiciones del futuro. Todo lo demás es el trabajo habitual de siempre, que hago en el mismo espacio anterior o posterior a la pandemia.

¿Cuál es su receta para sobrevivir en un momento de casi sólo malas noticias?
Hubo un momento de la pandemia en el que me obsesioné con la cifra de muertos y no leía ninguna otra noticia que no fuera esa. Así que mi receta ahora es que hay que preocuparse por las noticias muy malas y relativizar aquellas que “sólo” son malas.
¿Qué es algo que todos (cada uno de nosotros, personalmente) podríamos hacer para hacer del mundo un lugar mejor cuando este desastre llegue a su fin?
Intento saber qué voy a hacer yo mismo y cómo puedo mejorar en relación con mi entorno más inmediato. Como entiendo que este desastre es un capítulo de la catástrofe que hemos construido como mundo, no creo que “llegue a su fin”, tal como lo planteas. De hecho, me parece que será un grave error darle categoría de “normalidad” a la situación paranormal que surgirá una vez que la pandemia quede más o menos controlada. El desplome del imperio comunista, en 1989, significó un cambio en el sentido del trabajo, cuando aquellas dictaduras del proletariado se vinieron abajo mientras se encumbraba Microsoft y el trabajo digital. Treinta años más tarde, lo que estamos viviendo es una mutación en el espacio de trabajo, con la sacudida que implica el fin de lo doméstico y el afianzamiento del hogar como lugar de explotación productiva por excelencia.
¿Cuál es la principal lección que el mundo del arte debería aprender de todo esto? ¿Cómo te imaginas la escena del arte posapocalíptico?
Estar vivo tiene su importancia después de todo esto. Así que ser un artista vivo también. Creo que el mundo del arte debería aprender de la escala hecha a la medida del artista que existió durante estos meses. Un periodo fugaz en el que mediadores, coleccionistas o curadores perdimos importancia y el arte se explayó sin intermediarios. En ese punto efímero, el arte recuperó su “don”, que no implica sólo la genialidad o habilidad del artista, su forma de hacer, sino también su forma de dar. Ese donar que establece un intercambio directo, más allá del mercado y del Estado. Ahí, tal vez, encontremos alguna clave para actuar en el tiempo que viene.
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