Charles Olson
Charles Olson

El principio del ser humano fue la mar salada, y la perpetua reverberación de este dato incontestable desde antiguo, renovado constantemente en el despliegue de la vida que constituye cada ser humano individual, es el dato más importante que hay que retener cuando se trata de Melville. Pelágico.
Charles Olson

Cuando Herman Melville murió el 28 de septiembre de 1891, a los setenta y dos años, dejó el manuscrito de Billy Budd traspapelado y muchos apuntes en hojas sueltas y sobre las páginas de un ejemplar de la Biblia –en especial el Antiguo Testamento– y en las piezas teatrales de William Shakespeare. Hamlet, Lear y Macbeth estaban para él al mismo nivel de jerarquía dramática que Noé y Moisés. La lectura de Don Quijote de la Mancha fue también decisiva para la concepción de su complicado Ahab.

Más que recortes de periódicos y sus libros, Moby Dick, o la ballena y Bartleby, el escribiente parecían ser lo más sobresaliente en su estudio biblioteca. Si algún texto podía competir con la tragedia marítima de la embarcación Pequod era el conjunto de cartas que le escribió a su amigo Nathaniel Hawthorne. Tal vez Elizabeth Shaw, la esposa de Melville, no quiso reconocerlo, pero esas intimidades de su marido con el autor de La letra escarlata revelaban una admiración cercana a la pasión.

Aunque Billy Budd se publicaría en 1924, la resurrección de la figura y obra de Melville comenzaría unos años antes. La crítica ayudaría. Y no es extraño que se implicaran escritores. Se ha dicho que William Faulkner fue uno de ellos. Esto sería después, porque para 1920 Faulkner era muy joven y estaba quizá más concentrado en publicar sus primeros relatos. Lo que despertó el interés por el escritor neoyorkino fue la inmensidad –en todos los órdenes– de Moby Dick. Reconozcamos que también Hemingway admitiría la grandeza de su coterráneo. Y es que Melville, junto a Poe, Twain, Hawthorne y Lovecraft, es uno de los pilares de la literatura estadounidense.

Los mejores estudios sobre su obra comenzaron en la década de los años treinta del siglo pasado: Wilhelm Weber sería uno de los primeros con su Herman Melville: eine stilistische Untersuchung (1937). Si bien hubo otros muy atendibles como La época de Melville y Whitman (1947), de Van Wyck Brooks, sobresale en principio el brillantísimo ensayo de Wystan Hugh Auden Iconografía romántica del mar (1949), y antes Llamadme Ismael (1947), del poeta norteamericano Charles Olson. Los acercamientos y profundizaciones en la obra de Melville han emergido como tesoros que se hurtan al corazón del océano. Destacan los de Virginia Woolf, Albert Camus, Jorge Luis Borges, Gilles Deleuze, Robert Milder, Harold Bloom, Paul Auster, Rafael Narbona…

Iconografía romántica del mar es una lectura imprescindible, pero el curioso tiene que insistir hasta encontrar el Llamadme Ismael, de Charles Olson, la que fue su tesis de grado que el poeta no leyó como correspondía en Harvard, sino, de hecho, la concluiría luego a manera de ensayo. En efecto, se trata de un ensayo inesperado y revolucionario que debió ser incómodo para muchos académicos. El escritor y traductor español Carlos Jiménez Arribas, en el epílogo de la edición publicada por Siruela (2020), resume la sorpresa ante el texto:

Se asume así la objetividad del discurso literario como complemento, en este caso, de la obra literaria a examen; por lo que Llamadme Ismael, en manos de Olson, no podía ser un estudio convencional sobre Melville con notas a pie de página, referencias bibliográficas y tics típicos de la literatura académica. Lo que es, es un espejo roto en el que la obra a estudio se refleja, y en la que cae la luz poliédrica o estroboscópica de la lectura que Olson proyecta sobre Herman Melville. De esta manera se pueden entender los discursos extractados de diarios de la época, no todos del propio Melville, y las alusiones a noticias de naufragios y motines, las listas de cifras y empleos a bordo. También, que imite la disposición del texto en entradas de diario cuando comenta dichas entradas. Aunque pueda parecer que hurtan información discursiva, la ofrecen como emblema, y arrojan una luz distinta, no menos reveladora, sobre el discurso literario preexistente. Olson acude a las fuentes primarias, no necesariamente a los estudios académicos que lo precedieron, que tampoco fueron muchos.

Puede ser que “El primer dato es el prólogo” le parezca al lector un mero catálogo, a medio camino entre lo biográfico y el compendio histórico de hechos sobre naufragios y otras desdichas marítimas. Con clara intención está escrito de manera presurosa. Uno se preocupa tal vez que el texto, hacia más adelante, mantenga una estructura tan directa y de información fragmentaria. Esto último, de algún modo, estará para justificar las intenciones de una disertación que pone a dialogar de improviso las voces de Melville y sus personajes con el propio Olson y otros críticos, a los cuales se menciona de pasada. Pero ojo con esas presencias que entran y en apariencia abandonan el texto. El prólogo, sin embargo, exterioriza un equilibro temático entre relatos de vida o mejor, de supervivencias y muertes –las descripciones antropófagas son explícitas– y fichas puntuales de sumas de provisiones, longitudes… Para colmo hay armonía en la cadencia de la escritura por la cantidad de líneas, prevaleciendo por esta disposición el número de tres, dos y cuatro. Escojo el siguiente fragmento para ilustrar lo anterior. Escribe Olson:

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Comieron unos trozos de carne y colgaron el resto, cortado en finas tiras, para que se secara al sol. Hicieron fuego […] y asaron parte para que les sirviera de alimento al día después.

[…]

Recuperaron las fuerzas gracias a la carne, que comían en trocitos, con agua salada. El 14, ya pudieron emplearse con un remo para guiar la barca.

Pese a la “simple” y clara información expuesta en el ejercicio prologal, al instante el volumen adquiere temperamento (“Tengo en mí que la existencia de todo ser humano nacido en Norteamérica gira en torno a la idea del ESPACIO, desde la cueva Folsom al día de hoy. Lo escribo con mayúsculas porque aquí es algo mayúsculo. Mayúsculo y despiadado”), declara su intención (“Estoy dispuesto a montar cual caballo la imagen que Melville tiene del ser humano, de la ballena y del océano, para hallar en él las profecías, las lecciones que no nos explicó con detalle. Cien años me dan una ventaja. Porque Melville iba más allá de sí mismo en estatura, tal y como más allá de sí mismo iba el odio de Ahab. Melville se tiraba de cabeza; sabía cómo arriesgarse”), pero antes describe a Melville (“Tenía la tradición dentro de sí, muy dentro, en el cerebro, en las palabras; la sal le latía en la sangre. Tenía el mar de sí mismo, que era a la vez en él vigor y herida, como lo era la calle para Poe. Le permitió beber en Shakespeare. Hizo de Noé y Moisés sus contemporáneos. La historia era ritual y repetición cuando la imaginación de Melville latía a su propio y acordado ritmo”). Charles Olson desarrolla ya una escritura elegante y metafórica.

El ensayista poeta, “arqueólogo de la mañana” se llamaba a sí mismo, tuvo permiso de revisar la papelería de Melville. Fue un privilegiado. Pero no le dieron mucho tiempo. Sin embargo, pudo ver, leer y principalmente anotar. Fue Ezra Pound, desde una clínica mental quien le aconsejó publicar el estudio en Faber and Faber. En esta editorial, quien decidía era T.S. Eliot, quien, para entonces, ya era un celebrado poeta y dramaturgo y un crítico literario sobradamente prestigioso. El propio Edmund Wilson lo admitió. Mas ni la amistad de Eliot con Pound, ni su admiración por los ensayos atrevidos, a los cuales él pertenecía como autor –recordemos entre otros Sobre poesía y poetas y El bosque sagrado–, le fueron suficientes para aceptar la rareza magistral de Llamadme Ismael. Acaso era demasiado experimental incluso para una subjetividad tan libre como la suya. No obstante, pasado el tiempo, el libro de Charles Olson, por sus perspicaces análisis y orden argumentativo, amén de la calidad literaria, adquiriría la merecida categoría de clásico. Hoy, después de setenta años, aún asombran y conmueven a muchos sus extraordinarias páginas sobre Herman Melville.

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