Los sonidos de la trama

Tengo una afición: creo bandas sonoras basadas en los libros que voy leyendo. Es un ejercicio de paciencia y de goces puntuales. La lectura lineal se interrumpe (hay que anotar y enlistar), pero también se abre a dimensiones sonoras y a imaginaciones acústicas ahí donde aparecen escritos el nombre de una canción, de un/a cantante o de un/a compositor/a. Pasamos usualmente de largo por estas inscripciones; las asumimos como datos textuales que engrosan el repertorio de referencias de cualquier texto literario. Las bandas sonoras que irán apareciendo en este espacio, gracias a la gentileza de Rialta, rescatan esos datos y construyen mundos sonoros que habitan los universos de algunos libros. No hay sistema detrás de su confección. Es el azar de mis lecturas quien las provoca, aunque respeto una regla: en ellas aparecen sólo lo que las obras mencionan. Las bandas sonoras que inventamos para una historia son otro género de la imaginación, más libre que el que presento aquí, pero también más inabarcable.

(Si tienes una banda sonora de alguna obra que hayas leído y quieres que aparezca en esta sección, puedes enviármela en forma de lista o el link para reproducirla, con un pequeño comentario, a [email protected]).

Banda sonora Mi novia preferida fue un bulldog francés, de Legna Rodríguez Iglesias

Legna Rodríguez Iglesias, ‘Mi novia preferida fue un bulldog francés’, Alfaguara, 2017.
Legna Rodríguez Iglesias, ‘Mi novia preferida fue un bulldog francés’, Alfaguara, 2017.

“El libro es muy clínico”, dice su propia autora sobre este conjunto de textos que pueden leerse como cuentos relativamente autónomos o como piezas de un único relato, más o menos secreto, más o menos expuesto. Cabe esperar entonces disección, análisis, bisturí, pastillas, hospital, jaquecas. Algo de todo esto hay, pero de una manera que es clínica también, distanciada, desapegada, asíncrona. Hablan varios personajes muertos. Los “sentimientos” y las “hemorroides” se equiparan como aquello que hay que retornar a un lugar interior cuando se revelan. Las capas de “máscaras” ocultan a la persona. La enfermedad, multiplicada, no forma parte de un discurso enfático ni angustioso.

En esta trama enmascarada como distanciamiento, la música aparece concentrada en el texto “Dios”, como un oasis (febril y deseado) de sublimidad, marcado también por el variacionismo de otros textos del libro: una lista abundante de celistas a los que la narradora “tiene miedo”, porque le teme a muchas cosas inconexas a primera vista. Otros tres intérpretes y canciones aparecen fugazmente en los eventos de Mi novia preferida…, e introducen matices de divertimento y levedad. Uno abandona la pulsión de encontrar estructuras a través del libro, aupado por la afirmación de la narradora de “Árbol”: “Mi búsqueda consiste no en la respuesta sino en un enigma continuo de creatividad”, pero al mismo tiempo uno quiere imaginar que la música es consustancial a estas historias, animado por estas palabras de la misma narradora: “Voy caminando a todas partes. Con los audífonos puestos y música en el cerebro. Al pasar por una calle o doblar por una esquina, no veo miseria ni oigo a los hombres decirme mami si te cojo te doy lengua hasta que te mueras. Mi cerebro funciona al compás de la música. El sistema social a mi alrededor, la política y la economía son canciones que bailo por un sendero de fango, animales sarnosos, comida vieja. Hay tanta agresividad en el mundo”.

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