Entre los meridianos temporales de 1952 y 1959 se extiende en la topografía cultural de Cuba un desierto inmenso. En el comienzo puede percibirse aún una franja de vegetación rala pero tenaz, nutrida por filtraciones de surtidores pertenecientes a otras regiones epocales. Vislúmbranse pálidos y borrosos en la lejanía del tiempo los nobles picachos de periodos remotos y olvidados, que los fariseos mencionan sin conocerlos, para servirse del poder de la sola evocación de sus nombres. Pero la aridez de la zona más próxima al segundo meridiano deviene absoluta. En este desolado espacio letal no espiga el menor asomo de vida. Bajo tierra laboran algunas mentes fecundas que sobreviven a la asfixia, peros sus cultivos no asoman a la superficie. Las semillas no germinan por falta total de agua. Mas, al otro lado de la línea de 1959 rebrota y verdea la vegetación, de súbito, como si se produjese un brusco cambio de clima. Se densifica rápidamente y a poco se puntea de florecillas multicolores. A medida que el espíritu creador logre calmar su sed, irán surgiendo robustos árboles, cuajados de resplandeciente variedad de frutos de nuevas especies. Se entrará en el reino de la abundancia, donde las mentes producen con la prodigalidad de los campos copiosamente irrigados y fertilizados. Precisa remontarse al umbral del siglo xviii, más allá del arribo de la imprenta a Cuba, para descubrir una penuria cultural semejante a la del septenio batistiano.

Algunas plumas recias, supervivientes empero del periodo anterior, consiguieron escribir y publicar, a pesar de todo, un escaso número de obras que se hizo cada vez más exiguo, sin sacrificar el decoro y la honradez. Con todo, una irrisoria cantidad de libros, de hecho fruto ajeno, no basta para redimir un régimen de horca y cuchillo, en el que no floreció un solo valor nuevo; el cual, antes bien, impidió que ninguno retoñase. Pero tal vez no sea los libros lo que identifica más cabalmente los momentos culturales de las últimas dos centurias. Trátase de las revistas literarias. Los nombres de Edinburgh Review y la Quarterly Review, la Revue Blanche y la Nouvelle Revue Française, o The Dial y el American Mercury, rotulan con exactitud diferentes estadios del desenvolvimiento de las letras británicas, francesas y norteamericanas.

Lo mismo sucede en Cuba. La pasada centuria y el primero medio siglo de la vida republicana están [c]lonados de títulos de publicaciones que corresponden a otras tantas tendencias y posturas del pensamiento literario, vinculadas a su vez, de un modo u otro, a las corrientes sociales y políticas del devenir histórico del país. Significativamente, bajo la tiranía de Batista y sus hampones, se produce un vacío completo. La total ausencia de revistas relata una total ausencia de vida espiritual, de pensamiento renovador, de verdadera creación en suma. Subsisten languidescientes perviviencias anteriores, no más. Orígenes y Ciclón, declinan y se extinguen, precediéndoles la Revista Cubana, órgano de la Dirección de Cultura, que sucumbió en la entrada. No nacieron sucesoras. Era la muerte de la cultura. No podría esgrimirse testimonio más elocuente del asesinato del cuerpo y del espíritu cubano perpetrado por la morbosa dictadura del 10 de marzo. Y es que las revistas, por estar sujetas al decursar del tiempo, apareciendo a cortos intervalos regulares, recogen mejor que los libros y casi en el instante, todas las expresiones de inquietud. Registran el menor latido y matiz cuando se produce, mientras que estas cristalizan en el libro con más retraso, o no lo consiguen por demasiado leves y efímeras, sin contar que a muchos autores no les es económicamente dable obtener la publicación de sus obras, tanto más en un país carente de editores, como el nuestro. En cambio las revistas rescatan muchas semillas que no llegan a germinar o crecer, pero que ofrecen algún significado o valor dentro del panorama general; las que se perderían por no penetrar en los libros, de suerte que resulta imprescindible referirse a las publicaciones periódicas de ese género para la justa y completa visualización de cada hito cultural.

Por ello merece el más cálido encomio la publicación de la Nueva Revista Cubana, con la que la Dirección General de Cultura reanuda el hilo interrumpido de nuestra mejor tradición literaria, testimoniando el resurgimiento del impulso creador en el actual momento de libre y vigorosa afirmación patria. Este incontrovertible índice de alta cultura marca ya un acelerado ritmo de recuperación. No impone ninguna directriz estética, siendo el único requisito de admisión la calidad literaria, sin perjuicio de los órganos difusores de ideas y posturas que lancen y mantengan, como de sólito en los hervideros intelectuales de los focos de civilización, las distintas corrientes que irán brotando en nuestro país. La coacción oficial resbalaría hacia un academicismo odioso, excluyente y esterilizante. Este certero enfoque está patente en la amplitud de la variada y valiosa cosecha ofrecida por la Nueva Revista desde junio de 1959, en que salió a la luz. La dirección de los dos primeros números fue confiada al crítico Cintio Vitier, rodeado de un avispado equipo de jóvenes. Al ser llamado a otras actividades culturales le sustituyó el poeta Roberto Fernández Retamar, quien sigue en el tercer número, que acaba de aparecer, los lineamientos estructurales fijados por su predecesor, con mayor acopio de material. El renombre ganado por los dos primeros números atrajo a ilustres plumas extranjeras. La revista, acorde con la norma de acercamiento trazada por el Gobierno Revolucionario, hermana los colaboradores de otros países con los del nuestro. El francés Roger Caillois, con un ensayo sobre las dotes pictóri­ca da la naturaleza que, al revés de las del hombre, se repita inmutables, figura al lado de María Zambrano, re­publicana española, quien teje una sutil malla combinan­do los hilos conceptuales de delirio, esperanza y razón. Junto a un trabajo sobremodo penetrante del guatemal­teco Miguel Ángel Asturias sobre el americanismo a tra­vés de las connotaciones universales de la mitología pagana en la transculturación poética de Rubén Darío y Juan Ramon Molina, corroborada por la propia contemporaneidad de ambos, encontramos un interesante estu­dio de la poética de Mariano Brull por el cubano Julio Malas. Hay además, versos de Florit, Aldo Menéndez y Pablo Armando Fernández. Fragmentos de sendas no­velas inéditas del cubano Alejo Carpentier y el mexicano Carlos Fuentes comparten otras páginas. Un extracto del diario de nuestro José Antonio Ramos, cuajado de da­tos de extraordinario interés que conjugan instantes de la vida personal, crisis morales, la evolución de la obra y el acontecer político, está seguido de una ponencia sobre la reforma de la enseñanza, presentada por Bernal del Riesgo. El cuento cubano está representado por dos co­nocidos autores, Onelio Jorge Cardoso y Guillermo Ca­brera Infante, con cuentos cuyo denominador común es la elaboración circunstancial de una anécdota, con toques ilustrativos de la vida pesquera, en el primero, y de craso realismo de carnosa carnalidad en el segundo. Sería pro­lijo en exceso sumarizar todas las colaboraciones de interés. Remata este número una serie de enjundiosas notas sobre la producción artística y literaria del momento. Ahora que agoniza Sur y declina un tanto Cuadernos Ame­ricanos. La Nueva Revista Cubana se encamina a ocupar en compañía de La Torre, de Puerto Rico, un lugar de primera línea entre las publicaciones latinoamericanas.

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