De entrada digamos algunos lugares comunes sobre las revistas literarias. El más común de todos: que vida literaria sin revistas resulta inconcebible. Ello equivaldría a una guagua sin pasajeros o una cazuela al fuego sin alimentos. En segundo lugar, que toda revista que se estime tal constituye una fuerza de choque. Si como los átomos las ideas no chocan terminan por resolverse en abstracciones. En tercer lugar común, las revistas prueban y comprueban que el país cuenta con escritores. En el nuestro, donde hasta el presente, la publicación de un libro se parece a la conquista del Everest, dos o tres revistas sustituirían eficazmente la orfandad editorial que padecemos.

No estará de más un breve recuento de las revistas literarias aparecidas en Cuba entre los años 1937-1957. Lezama funda cuatro revistas: Verbum (un año de duración), Espuela de plata (tres años); Nadie parecía (unos cuatro años), Orígenes (codirector José Rodríguez Feo, once años). Sin discusión, Lezama es el campeón de los fundadores de revistas cubanas. Cintio Vitier y Gastón Baquero fundan Clavileño (dos años). El Partido Socialista Popular, Gaceta del Caribe (unos cinco años). Ciclón, fundada por José Rodríguez Feo (tres años). Después tenemos algunas revistas de vida efímera: Revista de estudiantes, fundada por Fausto Masó; Fray Junípero, por Emilio Ballagas; Poeta, por el que esto escribe, y alguna que otra más.

Todas estas revistas se fueron sucediendo casi aisladamente a lo largo de dichos veinte años. En el momento que Lezama funda Verbum no existe otra revista literaria (no cuento a la Revista Cubana, ya que mi reseña se limita a la iniciativa privada). Igual cosa ocurre con Espuela de Plata. Más tarde coexisten Nadie Parecía, Clavileño y Gaceta del Caribe. En cuanto a Orígenes, marcha sola desde su aparición y es única revista para los próximos diez años (1944-1954). Con Ciclón ocurre lo mismo para el trienio 1955-1957.

¿Qué conclusión sacamos? Pues que entre nosotros la revista literaria ha sido asunto de respiración fatigosa, de falta de protección tanto de parte del Estado como de persona privada (con la sola excepción de Rodríguez Feo). Las hemos tenido contra viento y marea, y aparte del inmenso servicio que todas ellas han prestado a nuestros escritores, parecían siempre un poco ese “edificio más alto” (por lo tanto, un poco fuera de lugar) típico de un poblado que quiere progresar.

Ahora bien, aceptando estas limitaciones, habrá que reconocer que nuestras revistas salvaron algo fundamental en toda literatura, es decir, salvaron la continuidad. Ininterrumpidamente tuvimos durante veinte años una revista en la calle. Los tiempos eran difíciles, el dinero escaseaba, había menos escritores que hoy, menos lectores, y, sin embargo, siempre se contó con un órgano de expresión.

Tal la historia de las revistas hasta la Revolución. Veamos ahora el panorama de ellas después del primero de enero. Pues desde ese día a la fecha, con la sola excepción del magazine Lunes de Revolución (que presta un efectivo servicio a nuestros escritores), no hay una sola revista en la calle. Ni una para muestra. Ciclón, que hizo su recurva en marzo pasado, ha vuelto a callarse. Ignoramos si su director piensa continuarla. De cualquier manera, el público se pregunta, con sobrada razón ¿qué pasa con las revistas? El momento es propicio. Se supone que el escritor (sobre todo, los jóvenes) tenga muchas cosas que decir, que ésta es su verdadera oportunidad; que si en el clandestinaje hizo poco o nada, ahora es el momento para manifestarse; que resulta inexplicable la ausencia, no ya de una revista en forma, pero ni siquiera de una simple hoja literaria. Esto es tanto más inexplicable por cuanto uno de los efectos de toda revolución será la proliferación de diarios, folletos, libros y, por descontado, de revistas. Si el pensamiento se mantuvo ahogado por años es lógico que se manifieste profundamente con la llegada de la libertad de expresión.

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Pero antes de darle la respuesta al lector, le contaré la historia de las revistas que se supone están al salir; ésas de las que se dice que son de “inminente aparición”. Y créame, es todo una historia. Ahí está la revista Vigilia, a dirigir por Mario Parajón. Su salida se viene anunciando desde el primero de enero. La Habana entera se sabe de memoria esta revista: formato tipo Le temps modernes. Línea: católica de izquierda. Colaboradores: Lezama Lima, Jorge Luis Borges, Vitier, Retamar, Padre Gaztelu, etc., etc. Lista para el tiraje pero a Vigilia, ¿alguien le ha visto? ¿Alguien la ha visto siquiera sea doblando furtivamente por una esquina? Se asegura que el dinero existe, que los colaboradores existen, que el director existe, y a pesar de tantas existencias Vigilia aún no existe.

El otro caso de revista-fantasma es el de Meridiano de La Habana. Esta revista empezó su imaginación el año pasado. Pero se juzgó oportuno, en vista del caos político que padecíamos, aplazar su aparición. Después del caos se volvió a poner a Meridiano sobre el tapete. Por supuesto, está lista para su primera salida a la calle. Sólo se espera la llegada de un señor, procedente de la ciudad de París, que la financiará. Hace cosa de dos meses Marré me dijo: “Dentro de una semanas Meridiano estará en la calle”. Pues salí a la calle, pregunté en la librería Martí, y allí, por supuesto, ignoraban la existencia de Meridiano.

Sin embargo, Vigilia y Meridiano, con ser fantasmales han adquirido cierta corporeidad frente a la revista superfantasma. Me refiero a Pedernal. El caso de Pedernal es antológico. Para empezar, está guardada en la caja fuerte de un banco capitalino. Es la revista-cheque. Cantidad exacta: $400.00. Dicha cantidad ha sido, efectivamente depositada, ya va para dos meses. Las citaciones para estructurar a Pedernal parece que van acompañadas de una noticia que dice: “La reunión no tendrá efecto”, y si acaso llega a producirse se habla de todo menos de Pedernal. Parece que está en el ánimo de sus fundadores que esta revista se lea bajo forma de piedra filosofal o de cuadratura del círculo.

Parece chiste la historia de estas revistas por aparecer, y yo la he contado chistosamente. Contestemos ahora seriamente al lector que nos pregunta. Las personas a las que he aludido me merecen el mayor respeto, y actúan de buena fe. Pero todas padecen de un defecto muy nuestro: la morosidad. Hay un impulso inicial apreciable, y entonces se cae en una inercia desesperante. Aunque parezca un contrasentido, actuamos por aplazamientos sucesivos. Otro defecto es la incoordinación: juntar A con B o llamar por teléfono en el momento debido es algo que no hemos aprendido todavía. Finalmente, estar seguro de lo que debe hacerse; tener un plan definido son resortes que escapan de nuestros dedos. Y no afirmo que Vigilia, Meridiano y Pedernal no pasen de fantasmagoría a realidad; sino digo que estas son las horas que todavía no están en la calle. Nos gustaría verlas.