Virgilio Piñera
Virgilio Piñera

Recuperados a cuentagotas, como si su autor se encargara desde su sitio en la posteridad de la cual tanto recelaba, han ido dándose a conocer textos diversos de Virgilio Piñera. El gran escritor cubano, una de las figuras esenciales de la modernidad literaria en la Isla, y uno de los que con mayor entereza asumió y padeció su rol de maldito, ha seguido sorprendiéndonos mediante esos testimonios de su fe en la literatura y su carácter. Ya sean cartas, poemas, relatos, obras teatrales, proyectos inacabados, Piñera continúa desafiándonos, demostrando que la imagen que teníamos de él se resiste a quedar fijada, a manera de un work in progress que, desde los inicios de su nunca oficialmente anunciada rehabilitación, mantiene alrededor de su nombre una expectativa que pocos de sus contemporáneos pueden discutirle.

Cuando fallece en octubre de 1979, quedan en su apartamento de N y 25 esas dieciocho cajas de zapatos en las que fue acumulando su papelería, amén de libros organizados y dispuestos para su publicación. En 1987 se editan los volúmenes de cuentos Un fogonazo y Muecas para escribientes (ambos por Letras Cubanas), y en 1988 Ediciones Unión presenta Una broma colosal, su poemario póstumo. Tras el rescate de esas páginas están amigos y fieles de Piñera: Antón Arrufat, Luis Marré, Abilio Estévez… Rine Leal da por terminado en 1989 su prólogo al Teatro Completo, pero este no saldrá de las prensas sino mucho después, en el 2002. Antes, sí aparece el Teatro inconcluso, en 1990 y por Unión. Otras muestras de su trabajo irán publicándose hasta que, en el 2012, en ocasión de su centenario, se reedita prácticamente toda su obra conocida, aunque nunca llegó a los lectores la compilación de sus ensayos y artículos, que se recogerían más tarde por Ernesto Fundora, Dainerys Machado, Carlos Aníbal Alonso y Pablo Argüelles, entre otros interesados. Una nueva generación de estudiosos apareció ya desde los años 90, y el propio Coloquio Internacional que Arrufat presidió por el centenario demostró que Piñera era un eje de convocatoria que rebasa su mito cubano, y mantiene alerta a otros investigadores y lectores más allá de la isla en peso.

Como prueba de ello, Enrico Mario Santí ha vuelto a aproximarse a la órbita de Piñera. El reconocido investigador, ensayista y profesor, autor de varios textos acerca de Octavio Paz, Lezama, Vitier, Sarduy, Neruda, Arenas, Cabrera Infante o Martí (entre otros nombres de su interés) ha compilado dos entregas que aspiran a reunir algunos de esos fragmentos dispersos aún de la obra piñeriana. Es de ahí que provienen Poemas perdidos y Teatro perdido, publicados por ARTELETRA, en este 2024. A lo largo de la preparación de estos volúmenes respondí algunas preguntas que me hizo el propio Santí, editor, prologista y responsable de la selección de estas reapariciones, y ahora me alegra que estos libros se añadan a lo que podemos asumir, en onda creciente, como parte de un legado piñeriano que tal vez aún nos proporcione otras sorpresas y cuestionamientos.

Poemas perdidos, que es el motivo de esta reseña, es un paso más allá en esa maniobra de rescate que trata de llenar los silencios en la obra de su autor. Un silencio que comenzó en vida de Piñera, y que él mismo fomentó, al rechazar poemas no solo de juventud, sino de su madurez, al repasar su poesía. Cuando publica La vida entera (Unión, 1969), recopila sus poemas firmados entre 1941 y 1968, aunque agrega una breve nota donde amén de definirse como “poeta ocasional”, advierte que la obra poética previa a esas fechas “se ha perdido o la desaparecí yo mismo”. “No toda”, añade, en un gesto típicamente suyo, como una provocación a la “voracidad” de esos biógrafos a los que hace un guiño retador. Al pie de esa nota indica que tres de esos poemas han sido publicados, y señala en qué antología o revistas. “El resto está en mi poder”, concluye.

Abilio Estévez a la izquierda con pulóver blanco y de pie justo detrás de Virgilio Piñera en una de las tertulias de La Ciudad Celeste | Rialta
Una de las tertulias de La Ciudad Celeste

Lo cierto es que varios de esos poemas estaban ya en manos de sus amigos o se salvaron de la desaparición anunciada. En Una broma colosal se añaden algunos del periodo 1940-1950. Y ahí hay ya una sección denominada “Poemas desaparecidos”, que es un antecedente de este volumen de 2024. En Camagüey, Carlos Jesús Galán tenía el original de “Oda a la vida viril”, que Bladimir Zamora presentó en El Caimán Barbudo, texto de homoerotismo indudable, firmado en 1939 y que tardó casi cincuenta años en ver la luz. La revista Albur, del Instituto Superior de Arte, publicó un monográfico dedicado a Virgilio en 1990 donde asoman al fin otros de sus poemas inéditos, cedidos por Luisa Piñera. Luego, Jesús Jambrina daría a conocer páginas confiadas a Yonny Ibáñez, celoso guardián de parte de la papelería que el autor de Las furias les cedió en los años de su muerte civil. De ese punto tan amargo de su vida, y en el que permaneció su muerte, provienen no pocas de las confesiones y páginas que desde aquel 1990 dieron la arrancada a lo que se llamó Década Piñera, y que tuvo sus impulsos en el estreno (tan retardado) de Dos viejos pánicos a cargo de Teatro Irrumpe, y la aparición, además, de un número excepcional de la revista Unión que compilaba textos conocidos e inéditos de Piñera amén de ensayos y artículos sobre su vida y su obra.

Piñera en la Ciudad Celeste (FOTO J. García)
Piñera en la Ciudad Celeste (FOTO J. García)

Ocho años más tarde, Antón Arrufat prologa La isla en peso, selección, que no poesía completa, de Virgilio Piñera. “Advertimos al lector que esta recopilación no es exhaustiva”, dice en las primeras páginas del libro editado por Unión, antes de situar a Piñera entre “los grandes poetas latinoamericanos”. En sus notas prologales, Arrufat revindica la palabra lírica de Virgilio, por encima del aparente desdén que el propio Piñera en algún momento mostró hacia la poesía, dedicando sus mejores empeños al teatro y a la narrativa, sobre todo en el periodo que corre entre los años 50 y 60, cuando se encuentra en pleno dominio de sus fórmulas expresivas. Y rescata “Paseo del caballo”, que debió haberse impreso en La vida entera pero que, a pesar de mencionarse en la nota final del volumen acerca de las fuentes, “desapareció” del mismo para evitar alusiones suspicaces desde su título al mismísimo Fidel Castro.

En el silencio que padeció a partir de 1970, Virgilio se mantuvo escribiendo para lectores imposibles, si se puede decir así, redactando textos que apenas podía leer en las tertulias que ocurrían en la casa de Olga Andreu, Abelardo Estorino, o en la de los Ibáñez: esa Ciudad Celeste que él imaginó en la casa de Mantilla donde alguna vez viviera Juan Gualberto Gómez. De tal impasse dan fe varias leyendas, y en un capítulo de su delirante El color del verano Reinaldo Arenas mitifica uno de esos encuentros clandestinos. Lo peor es que cuando comienzan a aquietarse las aguas de la parametración, a Piñera no lo llaman para ser rehabilitado. Entre 1976, tras la creación del Ministerio de Cultura, y 1979 cuando muere, otros artistas y escritores se reincorporan a la vida pública. Pero ni su teatro ni su literatura regresan a ese ámbito. Como le dijo a un colega suyo más joven la funcionaria que se encargaba de ceder esos retornos: algunos tendrían que aguardar y demostrarlo todo desde cero. O como demostraba en un conversatorio con jóvenes cubanoamericanos Alfredo Guevara por esos mismos días, los recelos (estéticos, políticos, sexuales) contra Piñera seguían en pie. Así como se había encargado de crear una obra sólida, también había ido levantando enemistades que perdurarían más allá de esa marea negra.

De todo ello da fe en su prólogo Enrico Mario Santí. Los 67 poemas que por fin se recogen en libro tendrán, a partir de ahora, que ser considerados como parte de lo que ya acogía La isla en peso, que ha sido reeditada en Cuba y España (en 2000 y 2012) como una suerte de edición canónica, al tiempo que incompleta, porque no asimila textos que posteriormente a su edición príncipe de 1998 han ido añadiéndose a ese corpus. Entre ellos se destaca “La gran puta”, uno de los más valiosos poemas de Piñera, y sobre el cual luego me detendré un poco más: esa ausencia, tras la aparición de dicho poema en La Gaceta de Cuba en 1999, es prácticamente imperdonable en las reediciones posteriores de tal recopilación, dado lo que aporta como retrato del Piñera último. Acá por suerte ya está incorporada; falta aún el libro que en un anhelo más abarcador siga dilatando esa imagen del poeta que fue Virgilio Piñera y que podamos considerar, de una vez, su Poesía completa. En la que se integren todas estas piezas y aún las aquí ausente, como “La destrucción del danzante” al cual, tras el elogio que Vitier le regaló, Piñera desterró de sus posibles antologías, al punto de que tampoco se le halle (increíblemente) en este conjunto de poemas “reaparecidos”.

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En su empeño, Mario Santí dispone ante los lectores los poemas que desde 1935 manifiestan el crecimiento de Piñera. Los textos iniciales dan fe del tanteo en busca de una voz propia, desde el coqueteo con los recursos externos de la poesía negrista (“El empacho de Aquile”), hasta los dejos de una suerte de modernismo tardío y tanteos vagamente lorquianos. La influencia de Lezama, a la que luego se opondría como quien reconoce en esa maquinaria verbal un poderío que anula a todo el que intente emularla o imitarla, es notoria también en los primeros sonetos y versos elegíacos. Tras la aparición de “El grito mudo” en la antología que prepara Juan Ramón Jiménez a su paso por La Habana (La poesía cubana en 1936, uno de los poemas que Virgilio excluye de La vida entera), el poeta que es Piñera va encaminándose con mayor encono hacia una visión crítica y de acento individual que lo lleva a Las furias, su primer libro (1941) y luego al estallido programático de La isla en peso (1943). Las discusiones que esos poemas desataron en el círculo que se daría a conocer a través de la revista y el grupo Orígenes, se añaden de inmediato a la biografía de Piñera, y esas polémicas con Lezama Lima, Gastón Baquero o Cintio Vitier, tendrán muchas resonancias posteriores. No fueron sus únicos enemigos notables: añádanse los enfrentamientos a Mañach, por ejemplo. O la censura que tras el estreno de Electra Garrigó, en 1948, caería sobre su teatro en la prensa del momento.

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Piñera en París, 1954

En un interesante momento del prólogo, Santí marca una línea entre el cinismo y el quinismo, según lo promulgado por la escuela de Antístenes, para señalar los valores más provechosos que Piñera extrae de la ironía, la burla y el empleo del absurdo para reflejar al ser humano. Piñera, dotado de una capacidad implacable para denunciar el ridículo que siempre nos acecha detrás de las formalidades, hizo de tal recurso un impulso en toda su obra, que funciona como elemento unitivo entre sus cuentos, sus poemas, su teatro, su crítica y su ensayística, delineándolo ante nuestros ojos como todo un carácter. En cierto modo, ello es también parte de su legado. Una honestidad que a pesar de su frialdad y su dureza no deja de revelar la vulnerabilidad de casi todas nuestras acciones. El quinismo piñeriano opera como un espejo doblemente revelador, y de ello dan sobrada fe algunos de los poemas aquí recuperados. Sobre todo, en los escritos a partir de la década del sesenta.

Ya para esa fecha Piñera es un poeta de voz asentada en su propio vocabulario y tono, que no requiere de imitaciones o apegos al repertorio de metáforas que había aprendido de otras escuelas, ya fuera del surrealismo o de sus contactos con cierta noción de antipoesía. La vanguardia fue en él mucho más que un ademán snob, y tuvo una intuición al respecto que le ayudó a ser siempre un genuino adelantado. Lo teatral en sus versos es también evidente: no pocas veces habla directamente al lector o se identifica a sí mismo como personaje (“Señoras y señores”, “Virgilio Piñera”, “Las lápidas”), o apuesta por la ruptura de la palabra, en conexión directa con lo que estaba experimentando en piezas como El trac o Ejercicio de estilo. Son los años en que se autotitula “lobo feroz de las letras cubanas” y ejerce su poderío desde Revolución, Lunes de Revolución o desde los escenarios, o desde su rol como jurado en importantes concursos, campeando por su respeto ante discípulos, admiradores y rivales. La vida entera lo retrata en esa plenitud. Acaso sin imaginar en qué paso tan breve toda esa imagen iba a resquebrajarse.

De ese periodo proviene “La gran puta”, que como acertadamente indica Mario Santí, podemos leer como un avatar de La isla en peso. Si el sueño fundacional poblaba el poema de 1943, asimilándolo desde su verdor hasta su desasosiego primordial y permanente, en “La gran puta” se descompone aquella profecía en la pobreza de su protagonista, puta en cierto modo él mismo, ante La Habana de fines de los años treinta. Dedicado a Oscar Hurtado, estuvo entre los papeles que Yonny Ibáñez atesoró, hasta que el investigador Jesús Jambrina, uno de los más persistentes defensores del legado de Piñera, lo exhumó junto a otros poetas en el ya referido número de La Gaceta de Cuba (5/1999). Junto al relato “Fíchenlo, si pueden”, su ensayo sobre Emilio Ballagas y otros fragmentos, como los de su autobiografía, “La gran puta” nos permite identificar a Piñera como un autor que más allá de su homosexualidad, eleva esa noción de desclasado que ya había descrito en un texto de 1945 (“Tres elegidos”) hasta hacer de ella un filtro por el que pasan muchas otras aristas de su rol de testigo y cuerpo comprometido con un ahogo marginal que es hoy parte crucial de su vigencia como carácter y como creador.

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Piñera, firma al pie de uno de los poemas dedicados a miembros de la familia Gómez Ibáñez

Afortunadamente, tras la publicación de “La gran puta” no concluyó la colaboración entre Jambrina e Ibáñez (al parecer hubo un ligero desacuerdo entre ambos debido a su inclusión en el dossier), y ello permitió a La Gaceta de Cuba dar otras noticias del Piñera póstumo. En el 2001 aparece, también en el número 5 de dicha revista, el texto que más echo de menos en esta compilación. Me refiero a “El poema teatral”, que acaso por su carácter híbrido Enrico Mario Santí decidió integrar al tomo de Teatro perdido que la misma editorial ha presentado, a modo de complemento de este. Supuestamente estrenado el 23 de octubre de 1969 en Teatro Estudio con la participación de algunos de los mejores intérpretes del grupo (Adolfo Llauradó, Isabel Moreno, Mario Aguirre, entre otros), da fe de los cruces que toda la creación de Piñera reclama a sus investigadores y lectores, remarcando la idea de un hombre siempre teatral al tiempo que multifacético. Por cierto, dicho poema conduce a otra interrogante: según confirma el propio Llauradó a Carlos Espinosa en el importantísimo volumen Virgilio Piñera en persona, el texto interpretado a varias voces no fue este, sino “Treno por la muerte del príncipe Fuminaro Konoye”, de 1946. ¿Indica eso que nunca escuchó el público de ese recital en Teatro Estudio “El poema teatral”…? Con gusto lo hubiera encontrado en estas páginas, aunque ello acaso sirva, desde la concepción editorial de Santí, como una invitación para que, precisamente, el interesado en Piñera tenga que saltar al otro volumen en pos de la clave lúdica que enlaza por encima de cualquier concepción estrecha los cardinales de lo piñeriano.

Quienes sean lectores entendidos ya en Piñera podrán reconocer en esta selección textos que aparecieron antes en alguna compilación, pero de los que Poemas perdidos ofrece versiones diferentes. Es el caso de “Muchacho azul”, “En el dentista”, o de “Prapreporenmedeloquecanunca”, cuyas variantes pueden localizarse en Una broma colosal y en la selección preparada por Arrufat. Y acaso una revisión purista evitaría que un poema ya conocido reaparezca aquí apenas cambiado su título, tal es el caso de “El telegrama”, que puede leerse casi tal cual en La vida entera como “El resultado”, y está fechado ahí en 1962, ocho años antes del 1970 que se le adjudica en el cierre de Poemas perdidos.

El mayor número de textos aquí recogidos proviene de la revista Albur, que en su mayoría, curiosamente, fueron ignorados en aquella edición de 1998. Otros fueron localizados en los dosieres de La Gaceta de Cuba, o en Encuentro de la Cultura Cubana, Letras Cubanas, etcétera. Son casi doscientas páginas de arqueología y restitución, que Piñera habría calificado, probablemente, con alguna de sus frases punzantes. Colocan en perspectiva al poeta que él fue: ese hombre que nunca dejó de reflejarse en sus poemas, por más ocasional que se dijese, y que sobre todo en sus años más difíciles, se acercó a una estremecedora poesía civil que reveló sin cortapisas de qué manera se le fantasmó, sin dejar por ello de levantarse a primera hora de la mañana, para seguir oficiando como “un jesuita de la literatura”.

Enrico Mario Santi presenta sus Poemas perdidos en Miami FOTO Luis de la Paz | Rialta
Enrico Mario Santí presenta sus ‘Poemas perdidos’ en Miami (FOTO Luis de la Paz)

A la altura de estos tiempos, nosotras y nosotros somos esos lectores imposibles que imaginó Piñera, y en su política de hombre letrado, nos legó su fe. Hemos podido empezar a leerlo también a través de sus fragmentos, de las obras rotas o inconclusas, de los fragmentos desaparecidos por su mano o por el azar, o por sus enemigos, y asumirlo como un contemporáneo enteramente vivo más allá de su muerte y de la tumba en Cárdenas que resguarda sus restos. Sus mejores discípulos nos enseñaron a comprender y respetar su incomodidad, y aún hoy, cuando discutimos su legado, estamos dándole también aliento a su ejemplaridad. Discutió, agitó, polemizó, denunció lo adormilado en el hervor de la Isla. Tuvo en la poesía una de sus armas. Este volumen no añade únicamente estrofas a esa evocación suya que nos recuerda la fugacidad de ciertas utopías e ilusiones. Insiste en demostrarnos cómo se forja un poeta a través del tiempo, cómo entresaca de golpes y aprendizajes una voz que acabará siendo suya e inconfundible. Y en este caso, además, terriblemente portadora de una visión desencantada, lacerante y poderosa.

Dedicar este libro a la familia Gómez Ibáñez, que acogió a Piñera en su momento más asfixiante y a la cual regaló varios poemas, amplía tal homenaje, por parte de Enrico Mario Santí. Los que gracias a esos amigos y devotos suyos hemos podido tener en nuestras manos los originales, las fotografías, los testimonios del ser humano extraordinario que fue Virgilio Piñera, tendremos con ellos, herederos de un linaje mayor, una deuda infinita. Este es un libro que nos recuerda que, como poeta, Virgilio Piñera también es un autor infinito. Y que nos deja, más allá del agradecimiento y la sorpresa, a la espera de otros textos aparentemente perdidos, que acaso mañana nos provoquen mucho más.

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NORGE ESPINOSA
Norge Espinosa Mendoza (Santa Clara, Cuba, 1971). Dramaturgo, poeta y ensayista. Licenciado en Teatrología por el Instituto Superior de Arte de La Habana. Sus obras teatrales han sido puestas en escena por grupos como Pálpito, Teatro El Público o Teatro de las Estaciones, en Cuba, Puerto Rico, Francia o Estados Unidos. Entre sus textos destacan: Las breves tribulaciones (poesía), Ícaros y otras piezas míticas (teatro) o Cuerpos de un deseo diferente. Notas sobre homoerotismo, espacio social y cultura en Cuba (ensayo). Es un reconocido activista y estudioso de la comunidad LGBTQ cubana. Su poema “Vestido de Novia” se ha convertido en himno de las reivindicaciones de este grupo.

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