Dice la nota:
Con esa precisión que es tan propia de su manera de expresarse, lo mismo escribiendo que contestando a una entrevista, Joan Didion resume así su técnica como escritora de crónicas: “Fui a tal sitio, esto es lo que vi”. En el verano de 1970 Didion estuvo viajando en coche durante un mes por el sur de Estados Unidos, Luisiana y Misisipi, sobre todo, algo de Alabama. Iba con su marido, el novelista John Gregory Dunne, y no tenía un encargo de ninguna revista, ni tampoco un propósito claro. Durante el viaje tomó notas en un cuaderno, borradores que no estaba segura de para qué podían servirle. Unas veces las notas eran entradas de diario; otras, observaciones breves, resúmenes de conversaciones escuchadas en una cafetería, o junto a la piscina de un hotel, o en la peluquería.
En 1970, con 36 años, Joan Didion estaba en una plenitud de su vida y de su trabajo. La hija que habían adoptado ella y su marido tenía cuatro años. Didion escribía crónicas y libros hechos de una mezcla singular de confesión contenida y observación del mundo. Su mirada sobre los fervores contraculturales de los sesenta era muy próxima, porque vivió en medio de ellos, pero también desapegada y bastante irónica. Joan Didion es una de esas inteligencias muy realistas que se fijan demasiado en las cosas y en los seres humanos como para hacerse demasiadas ilusiones sobre ellos, o para dejarse llevar por abstracciones celebradoras o condenatorias. El mundo es como es. Y comprender algo requiere un extraordinario ejercicio de atención que no siempre lleva a conclusiones satisfactorias. En 1970, al final de una década de enormes transmutaciones, expectativas y desastres, podía parecer que de un modo u otro algunos avances irreversibles se habían conquistado, que el mundo ya no era el mismo que antes de la lucha por los derechos civiles, los diversos magnicidios, el Mayo de París, la Primavera de Praga, Sargent Pepper’s, los anticonceptivos, la irrupción doble del feminismo y la militancia gay, etcétera. Las personas queremos incorregiblemente creer en el progreso y alimentamos esa creencia con historias que empiezan y terminan, con un final en el fondo positivo, con un final, algún tipo de redención.
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