El dictado de Hollywood y los latinos en la carrera por el Oscar

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Ana de Armas en ‘Blonde’ (2022); Andrew Dominik (IMAGEN YouTube / Netflix España - Trailer oficial)
Ana de Armas en ‘Blonde’ (2022); Andrew Dominik (IMAGEN YouTube / Netflix España - Trailer oficial)

Comienza 2023 y la carrera por el Oscar ha echado a andar. Con el anuncio el pasado 24 de enero de las nominaciones a la codiciada estatuilla que entrega la Academia de Cine de Hollywood, una avalancha de reacciones mediáticas tomó la prensa y las redes sociales. Y como cada año, la presencia de obras, realizadores o intérpretes latinoamericanos despierta el interés entre nosotros.

La 95a edición del evento cinematográfico más mediático en Estados Unidos, cuya ceremonia de premiación tendrá lugar el 12 de marzo venidero, nominó a la cubana Ana de Armas –en la categoría de Mejor interpretación femenina, por Blonde (Andrew Dominik)–, los mexicanos Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón –el primero en la categoría de Mejor largometraje animado, por Pinocchio, y el segundo en la categoría de Mejor cortometraje de acción real, como productor de Le pupille (Alice Rohrwacher)–, y el argentino Santiago Mitre –en la categoría de Mejor película internacional, por Argentina, 1985.

Una vez que la lista de nominados vio la luz, cierta euforia no se hizo esperar. Es inevitable mirar con sospecha esas reacciones. La jactancia por la llegada de un latino a esos premios nacionales suele implicar la consideración de Hollywood, extasiado siempre en su monopolio mediático, como modelo o paradigma de éxito.

En puridad, resulta positivo –sobre todo desde una perspectiva política– que cada vez sea más sistemática y cuantitativamente relevante la consideración de producciones y creadores del sur en la nómina de aspirantes a un Oscar. No se puede ser siempre negativo. Ahí se advierte una conquista, luego de tantas décadas de exclusión, borradura de las pantallas y manipulación de la comunidad latinoamericana, que ha jugado un papel esencial en la configuración de esa industria cinematográfica. La presencia de Ana de Armas, Cuarón, Del Toro, y de Argentina, 1985, en los Oscar –la sublimación chauvinista de un engranaje comercial que suele que mirar demasiado su propio ombligo– es también resultado de una ardua batalla cultural.

Ana de Armas en ‘Blonde’ (2022); Andrew Dominik (IMAGEN YouTube / Netflix España - Trailer oficial)
Ana de Armas en ‘Blonde’ (2022); Andrew Dominik (IMAGEN YouTube / Netflix España – Trailer oficial)

En todo caso, la celebración de estas nominaciones debe estar acompañada de una benéfica distancia crítica. La voluntad de trascender fronteras nacionales –la nación supone muchas veces un cerco opresivo– y el deseo de abrazar el cosmopolitismo, no deben implicar la clausura de nuestros propios mundos, su condena esencialista. El imaginario que mueve la maquinaria de los Oscar emana de una geopolítica propiciadora de la peor globalización. Vista la riqueza estética y la densidad política del cine contemporáneo –al menos del cine tasado en festivales como los de Cannes, Berlín, San Sebastián, Rotterdam, Locarno, Mar del Plata, Guadalajara o La Habana–, la producción mainstream de Hollywood resulta, cada vez más, apenas empaque y lentejuelas. Los Oscar, su corolario: un cómic político de mal gusto que lucra con las diferencias, un show donde el alborozo de corrección política aspira a ocultar los verdaderos intereses.

Muchos cubanos reaccionaron efusivamente a la nominación de Ana de Armas. Y ciertamente es para aplaudir que –por sobre los innegables valores de su actuación– haya conseguido encarnar a un personaje mítico de la cultura pop estadounidense. Que una actriz de América Latina, por demás cubana (no importa cuán blanca y hermosa luzca en pantalla, o qué tan bien hable el inglés), asuma el papel de Marilyn Monroe, supone, como mínimo, un extraño acontecimiento.

Habría que ver si esa candidatura no se sustenta también, digámoslo de una vez, en el racismo y la misoginia característicos de aquella industria, inherentes al modelo de prosperidad y éxito que construye. Mas, si existen, ¿qué sentidos, conflictividades históricas, antagonismos de identidad, luchas de representación, laten tras las aludidas reacciones?

De cualquier manera, Ana de Armas llega a los premios de la Academia hollywoodense con una película incómoda, que explica hasta cierto punto el funcionamiento de esa maquinaria industrial. ¿Qué régimen de representación instrumenta Blonde? Tras discutirse muchísimo sobre el filme, acusado por la propia prensa estadounidense de misógino, está claro que poco importa que no sea un biopic o que esté inspirado en una novela –escrita por una mujer, Joyce Carol Oates– y no en “la realidad”.

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Cuanto hace a Blonde un filme reaccionario es su explotación de la experiencia existencial de Norma Jean Baker. Su supuesto virtuosismo visual y narrativo no está en función de indagar en la trágica vida de esta mujer, sino que se atrinchera en el uso pornográfico de su dolor, su vejación, y su cuerpo. Esa es una fórmula comercial infalible, y eso quiso ser siempre la película, un triunfo mercantil. Importaba menos explorar en las honduras de Marilyn Monroe que explotar su figura para conseguir otro éxito de taquilla.

Es suficiente un pequeño gesto crítico que desnaturalice la apariencia de los populares premios para develar esa estrategia comercial hegemónica. La nominación de Argentina, 1985 a Mejor película extranjera es otra de las conquistas latinoamericanas –dos obras argentinas han conseguido la estatuilla en esta categoría: La historia oficial (Luis Puenzo, 1986) y El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2010)–  recientemente enarboladas por todas partes. Más allá de los evidentes valores del filme, su selección subraya el convencionalismo y remite a los intereses financieros y políticos de Hollywood. Justo cuando la cinematografía latinoamericana está entregando un gran número de ejercicios estéticamente arriesgados, con indudables valores artísticos, ¿por qué termina en la carrera por el Oscar la película de Mitre y no otra?

En primera instancia, podríamos sospechar, su factura y su modelo narrativo se acoplan perfectamente a los dictados del propio Hollywood. Y eso implica ignorar a aquellos creadores empeñados en que sus miradas hacia los conflictos de América Latina se definan por una especificidad expresiva. Pero todavía: 1) no debe pasar inadvertido que la visión política sostenida por Argentina, 1985 sobre la Junta Militar que gobernó aquel país resulta, con todo, bastante complaciente, y 2) no olvidemos que el filme ha gozado de un contundente éxito de taquilla.

Como ya se dijo, este año aparecen nominados dos hispanos consentidos del establishment: los mexicanos Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón. Del Toro regresa con su personal versión del clásico Pinocchio. Su caso ejemplifica cómo opera la interesada trasnacionalidad de Hollywood. Mientras es encomiado como el latino conquistador de Hollywood, su producción se aleja cada vez más de la posibilidad de argumentar la geografía/la cultura latinoamericana. Los Oscar acogen a estas figuras, y sus obras, al tiempo que, por ejemplo, la industria ignora, en términos de representación, los profundos dilemas de los emigrantes del subcontinente en suelo estadounidense.

Tomar los Oscar como medida del éxito desdibuja el éxito verdadero: la creación múltiple de un corpus cinematográfico genuino, con premisas formales capaces de pensar e imaginar la comunidad y la cultura latinoamericanas.

Con todo, estas nominaciones quizás deban ser vistas como accidentes de resistencia frente a un régimen industrial cuyos perfiles comerciales siguen relegando a los latinoamericanos (y a otros grupos y culturas). Hay que celebrar las candidaturas al Oscar, pero con la convicción de que las auténticas conquistas simbólicas no son de índole cuantitativa.

Entre las películas y la industria que las produce hay, como es lógico, una indisoluble comunión. Y ya sabemos, desde siempre, qué se puede esperar de Hollywood.

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ÁNGEL PÉREZ
Ángel Pérez (Holguín, Cuba, 1991). Crítico y ensayista. Compiló y prologó, en coautoría con Javier L. Mora y Jamila Media Ríos, las antologías Long Playing Poetry. Cuba: Generación Años Cero (Casa Vacía, 2017) y Pasaporte. Cuba: poesía de los Años Cero (Editorial Catafixia, 2019). Tiene publicado el libro de ensayos Las malas palabras. Acercamientos a la poesía cubana de los Años Cero (Casa Vacía, 2020). En 2019 fue ganador del Premio Internacional de Ensayo de la revista Temas, en el apartado de Estudios de Arte y Literatura. Textos suyos aparecen en diversas publicaciones de Cuba y el extranjero. Vive en La Habana.

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