“Me gusta en él esa amargura que debía de ser constante, cotidiana, para haber impregnado hasta tal punto su pensamiento. Además, ¡qué delicadeza de giros para ennoblecer mediante la forma una bilis tan ostensible! Nada valoro tanto como la amargura elegante” (Cioran, Cuadernos 1957-1972). Aunque Cioran se refería a las Máximas de La Rochefoucauld, este fragmento del pensador rumano podría constituir una perfecta definición de la obra de Philip Larkin (bastaría escribir poesía donde Cioran escribió pensamiento). En efecto, los textos del poeta inglés se encuentran entre los más desoladores de la literatura occidental y, probablemente, sólo el desconocido que escribió el Eclesiastés puede competir con él en la expresión majestuosa y directa de un pesimismo sin paliativos. No debe asumirse, sin embargo, que su poesía pueda resultar monótona por concentrarse casi exclusivamente en algunos temas: dentro de los límites que Larkin se impuso a sí mismo (siempre supo que el tono profético de Yeats no era lo suyo), sus poemas participan de varios registros, oscilando entre el sombrío esplendor de “Alborada” y el cinismo seco y corrosivo de “Que este sea el verso”, pasando también por textos impregnados de una delicada y compasiva melancolía, como “Partida” y, sobre todo, “Un domingo de abril trae la nieve”, publicado póstumamente en la edición definitiva de The Complete Poems a cargo de Archie Burnett.

Partida

Hay una noche que llega
A través de los campos, una nunca antes vista,
Que no enciende ninguna lámpara.

Parece de seda a cierta distancia, pero
Cuando se detiene sobre las rodillas y el pecho
No trae ningún consuelo.

¿A dónde ha ido el árbol que unía
La tierra con el cielo? ¿Qué hay bajo mis manos
Que no puedo sentir?

¿Qué carga abruma mis manos?

Un domingo de abril trae la nieve

Un domingo de abril trae la nieve
Volviendo verdes las flores del ciruelo,
No blancas. Una hora o dos y desaparecerá.
Extraño que yo pase esa hora yendo de

Aparador en aparador, cambiando de lugar la mermelada
Que tú hiciste con las frutas de esos mismos árboles:
Cinco lotes –cien libras o más–
Más que suficiente para todos los tés del próximo verano.

En los que ahora tú no te sentarás ni comerás.
Bajo el cristal, debajo del celofán,
Permanece tu último verano –dulce
Y sin sentido y que no vendrá de nuevo.

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