El joven director brasileño Leandro Lara ha entrado por la puerta ancha al escenario cinematográfico latinoamericano con su ópera prima, Rodantes (2020), que participará en el concurso de ópera prima del 42 Festival de Cine de La Habana en marzo.
Esta película no es precisamente un alarde de autoría, si bien es cierto que la marcada estilización de su plano expresivo y su arrojada dramaturgia apuntan hacia la búsqueda de una voz personal. Sin embargo, el inteligente engranaje entre estructura narrativa y discurso denota una voluntad creativa que sí distingue a este inspirado filme entre los estrenados el pasado año en Latinoamérica, y lo inserta en la mejor tradición fílmica de la región. Estos rasgos fueron propiedades que, en buena medida, le garantizaron su participación en la edición 32 de Cine en Construcción en el Festival de San Sebastián.
Todavía Rodantes suma una virtud más, que continúa siendo savia de nuestra mejor herencia cinematográfica: exhibe una raigal preocupación por la vida de la gente que vive al dorso de la Historia, por aquellas personas presas de una realidad en total decadencia y que, amenazados por la incertidumbre y la desesperanza, buscan afanados sustraerse y escapar de ese mundo. La vida de los personajes de Rodantes insiste en ser insoportablemente dura, a tal punto que estos individuos no parecen tener ninguna expectativa en ella. La misma región por donde estos se desplazan, un pueblo periférico de la geografía brasileña, se asoma abandonada en el tiempo, sumergida en una miseria y un descalabro social que no hacen sino quebrar a sus habitantes en lo más íntimo.
Mas Leandro Lara no se afilia a una perspectiva de sondeo sociológica –justo por ahí se encuentra uno de sus atractivos–; aunque, por supuesto, tal perspectiva emerge en más de un punto del argumento: se advierte la condena cívica y, en consecuencia, emocional, a que están sometidos los emigrantes, así como las cruentas condiciones a que se ven expuestas las mujeres que ejercen la prostitución. El código expresivo, la manera de estructurar el conflicto y el punto de vista del discurso privilegiados por este realizador apuestan por una mirada introspectiva que prioriza la experiencia existencial singular de los personajes. El contexto sórdido de un Brasil que ha extraviado toda posibilidad de emancipación humana es nomás un trasfondo del filme, que entrega su enunciado al estado interior y a los sentimientos que mueven a unos seres que han extraviado el rumbo.
El guion se ocupa de un periodo en la vida de tres personajes. Tatiane, una joven que decide dejar atrás el lugar donde vive y a los suyos para escapar de un pasado trágico que la acecha, entregada a la prostitución para sobrevivir, sufre con estoicismo todo el flagelo que este modo de vida implica. Odain, un adolescente que abandona a sus padres y sale a buscar su propio destino; se adentra así en un mundo de intolerancia, opresión y abuso en el que tiene que soportar peores cosas que los abusos que su despertar erótico homosexual acarrea. Henry, un emigrante haitiano, ve morir a su mujer en medio de una revuelta civil que se desata en la mina donde trabaja; sólo con sus dos hijos, y atormentado por el recuerdo de su compañera, intenta encontrar una salida a la miseria que se cierne sobre ellos. Errantes, expresando en sus cuerpos las vidas de perro que tienen que soportar, los individuos implicados en las tres historias se ven arrojados a la podredumbre de una realidad de estricta supervivencia.
Con una cadencia temporal y un tratamiento visual que acompaña el mundo interior de las vidas errabundas evocadas por el argumento, Rodantes exuda el dolor y la pena que hiere a estos personajes. Las situaciones a que se ven expuestos, en un entorno de desolación que explica ya el paisaje que llevan dentro, describen una árida travesía plagada de sufrimiento y resignación. La elocuencia con que Leandro Lara siembra ese itinerario en el registro expresivo y en la arquitectura dramática de esta película es cuanto garantiza su relevancia. De un modo muy personal, Rodantes toma ciertas pautas de las road movies, sobre todo, aquella que dicta que el recorrido físico es equivalente al recorrido espiritual de los personajes. Los planos con que abre el filme presentan a los tres protagonistas caminando solos hacia ninguna parte en medio de la noche. Esa es la mejor descripción de sus vidas, perdidos como andan en busca de un sitio donde encontrar la felicidad, pero condenados a pesar de sí mismos.
Uno de los aciertos de Rodantes lo constituye su propuesta dramatúrgica. El relato se estructura en unidades expositivas diferenciadas por el seguimiento temático que dan a los personajes protagónicos. Resueltas en una narración progresiva –sin división capitular entre ellas– y articuladas por simultaneidad, en cada una convergen eventualmente los personajes, hasta que al final se encuentran los tres en un mismo espacio en una suerte de focalización cruzada o múltiple de particular destreza narrativa. De una unidad expositiva a otra, cambia sólo la focalización, la perspectiva del personaje, dependiendo de su protagonismo. De este modo, la película se entrega a una sutil deconstrucción temporal, de una apreciable movilidad composicional, que contribuye a retratar la abismal rutina en que están sumidos estos seres. Antes que afectar el relato, esta osada ordenación narrativa da volumen, densidad, al mundo posible edificado por Leandro Lara, además de favorecer la solidez caracterológica de los protagonistas. Hay intrepidez en cómo se sostiene la trama de acrecentar el infortunio a que se enfrentan Tatiane, Odain, Henry, dado que no hay conflicto concreto que resolver. La atadura existencial que los ahoga crece y con ella crece la trama.
Es impactante la riqueza expresiva y la sensatez conceptual de esta ópera prima. Valdría reparar en el trabajo con la imagen –destacar en particular el uso del fuera de campo–. En este rublo la estética del filme adquiere un especial relieve: aunque se muestra la ruina y el calvario que abraza el ambiente, el diseño visual, la composición y el trabajo de luces logran sumergir la historia en un tono medio onírico y hermosear la imagen. Y por supuesto, debe destacarse también la edición, de una absoluta consistencia, más que todo, en la intrepidez con que orquesta la dramaturgia y el juego temporal por el que apuesta el filme.
Decididamente, detrás de una película como Rodantes hay un excelente director, que promete una obra a atender en los próximos años.
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