
La primera exposición personal en Madrid del artista David Beltrán (La Habana, 1978) tendrá su apertura el próximo 13 de junio y se extenderá hasta agosto en la galería Freijo. Arqueología del color es el nombre de la muestra que reúne piezas de gran formato y de una inquietante visualidad.
Desde el año 2015, Beltrán ha venido explorando nuevas posibilidades para su pintura, motivado por el hecho preciso, pero no por ello menos enigmático, de fotografiar “el color en estado puro”, según comenta a Rialta. De ahí surgió su diálogo con instancias culturales como el Laboratorio de Conservación de la Universidad Complutense de Madrid, en la Facultad de Bellas Artes, donde le mostraron los usos de la fotografía estratigráfica, la cual ha sido fundamental en la serie que ahora se pondrá a disposición de los espectadores madrileños bajo cita previa.
En las palabras al catálogo de la venidera exhibición, el crítico de arte Gerardo Mosquera explica el procedimiento básico de los óleos: “En todos ellos el artista ha realizado la misma operación turbadora: ha pintado fotos microscópicas de estratigrafías de las capas pictóricas de cuadros famosos realizadas por especialistas de los museos con propósitos de conservación y restauración”.
De este modo, a través de la fotografía estratigráfica, la estructura molecular del color –extraída de obras clásicas que van desde Diego Velázquez y El Greco hasta Sandú Darié– y su misteriosa composición quedan retratadas en los lienzos de David Beltrán bajo la forma de diversas abstracciones, que Mosquera ha llamado “paradójica” por su fidelidad realista respecto a la toma fotográfica de las partículas.

Esta exploración pictórica y conceptual lleva al autor de Arqueología del color a reflexionar sobre la constitución básica de la pintura misma, al tiempo que despliega un diálogo con la historia del arte, a nivel celular, mediante una especie de disección.
“Podríamos decir, un poco en broma, que Beltrán nos ofrece tres obras por el precio de una: una conceptual, otra abstracta, y el aroma de una obra maestra del arte clásico”, escribe Mosquera.

A la manera de los buenos artífices, con esta serie, Beltrán persigue la forma de su obsesión por el color y su estatuto. Como ha dicho Mosquera en el catálogo: “Toda esta gran vertiente de la obra de David Beltrán constituye, al final, un homenaje a la pintura. Un acto de amor que lo arrastra al crimen pasional de forzarla más allá de ella misma”.
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