Cintio Vitier
Cintio Vitier

Se cumplen cien años del nacimiento de Cintio Vitier (1921-2009), ensayista y poeta fundamental del siglo XX cubano. Gran parte de la obra de Vitier se ubica en la intersección de la poesía y la historia, la poética y la política. En esa intersección, sus textos líricos o ensayísticos y sus investigaciones sobre la historia del pensamiento y la literatura de la isla propiciaron un diálogo con la experiencia de la República y la Revolución y con los regímenes políticos de ambos momentos, que no ha sido plenamente dilucidado.

Comparto algunos apuntes sobre la centralidad que tienen los conceptos de verdad y escepticismo en su obra poética y ensayística. Hijo del filósofo y pedagogo Medardo Vitier (1886-1960), el autor de Lo cubano en la poesía (1958) desarrolló una obra marcada por grandes pasiones y complicidades (José Martí y José Lezama Lima), pero también por evidentes discordancias o rivalidades (Enrique José Varona o Virgilio Piñera).

Tanto un flanco como el otro tienen que ver con la poderosa articulación entre fe y verdad, que Vitier, a través de su catolicismo, proyectó sobre la idea de Cuba como nación. A pesar de lo incómodo que suele resultar, es inevitable localizar parte del origen o el trasfondo de esas tensiones en la compleja relación de Vitier con un pensador como su padre, que dedicó amplias zonas de su obra a estudiar el pensamiento de Enrique José Varona y a fomentar la influencia del pragmatismo y el utilitarismo norteamericanos, especialmente de John Dewey, en la educación y la cultura de la isla.

En la mejor tradición de la filosofía cubana de la República (Vitier, Mañach, Ortiz, Piñera Llera…) se produjo una asimilación contenida del pensamiento norteamericano (Peirce, James, Dewey, Mead…), que para mediados del siglo XX, ya se mezclaba, compensatoriamente, con la recepción de otras corrientes filosóficas europeas como Heidegger, Ortega y Gasset, el existencialismo francés o el marxismo soviético. En textos de Cintio Vitier de los años cincuenta, se observará una reacción contra ese repertorio filosófico plural, especialmente contra su ángulo agnóstico o escéptico, desde referentes del conservadurismo católico de entreguerras.

En los ensayos de La luz del imposible (1957), dedicados a José Lezama Lima, se plasma con claridad aquella reacción. En el “ensayo mínimo” sobre “lo cubano” (el separatismo) y lo “criollo” (el autonomismo), se decía que ambas tradiciones o “linajes”, como dos manteles, uno de “hule” y el otro de “hilo bordado”, se podían “poner en la misma casa, resumiendo graciosamente la polémica de nuestra personalidad”. Pero en varios de los aforismos de “Raíz diaria”, en el mismo libro, se excomulgaba el “escepticismo” de la historia intelectual cubana.

Hablaba ahí Vitier de una “bestia escéptica”, la “más recalcitrante y repulsiva”. El escepticismo, según Vitier, estaba indisolublemente ligado al laicismo, el empirismo, el protestantismo y la modernidad. Todos, elementos que asociaba con la tradición filosófica angloamericana: “lavar y salar los lomos del escepticismo, del laicismo, es muy difícil: ni Dios mismo puede, a veces. Los discretos, empíricos, urbanos, bestiales lomos. No se inclinan jamás, no se arrodillan nunca. Cuando hasta la vaca y el burro hincan la rodilla para echarse”.

La incapacidad de arrodillarse resumía el descreimiento del laicismo moderno: “son las bestias de pie, o sentadas, o acostadas, llenas de ideas muy honestas. No pueden doblar el hueso laico de la rodilla, inclinar el lomo escéptico, desabrido. Todo, todo, menos arrodillarse”. El escepticismo y la duda racional alimentaban la política moderna, en su sentido burocrático y democrático, pero también propiciaban la sensualidad y el consumo en la sociedad moderna. Esos riesgos rebasaban, en su peligrosidad, a la incredulidad y al judaísmo.

“De pie, sentado, en la cama: líder, burócrata, fornicador. Mundo moderno. Incredulidad no es escepticismo. La incredulidad está en la fe, y a la inversa. El escepticismo es otra cosa: un ídolo, quizás el peor de todos. Lo más indignante del escepticismo es su melancólica seriedad. Más dura que la cerviz judía, es la cerviz laica” –escribía Vitier, en diciembre de 1956. Más o menos la misma época de los poemas de Canto llano (1955), llenos de alusiones al Texto y al Verbo, de exergos de Santo Tomás y el Génesis e invocaciones a la Virgen María y a Dios.

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La pelea cubana contra el escepticismo, que escenificó Vitier en su obra, tiene un antecedente célebre en el primer volumen de las Cartas a Elpidio (1836) del padre Félix Varela. Ahí Varela señalaba a la “impiedad” como uno de los “ídolos” –el mismo término baconiano que un siglo después usaría Vitier– que junto a la “superstición” y el “fanatismo” distorsionaban la verdadera religión católica y las virtudes de la república cristiana. En una evidente refutación de David Hume y toda la tradición del empirismo inglés, que tampoco ocultada su rechazo a Kant y sus primeros discípulos, Varela hablaba de una “equivocación funestísima” que presentaba al escepticismo, el radical o “pirrónico” y el “prudente” o kantiano, como una posición gnoseológica reconciliable con la religión.

Vitier adoptaría una perspectiva similar, no sólo frente a las diversas filosofías liberales o marxistas del siglo XX, sino a corrientes de la literatura cubana que, a su juicio, tergiversaban la verdad de la nación. En un poema dedicado a su padre, titulado justamente “La verdad”, e incluido en el cuaderno Epitalamios (1966), aludía a la aletheia o descorrimiento del velo que cubre las esencias, noción de larga trayectoria entre Parménides y Heidegger. Citaba Vitier a Platón, pero concluía que, aunque la “tela viva se estaba desgarrando ardientemente”, lo “indecible” permanecía como “signos de un fracaso” en el diálogo con su padre.

Tan crítico con los parricidios literarios, desde una idea de la tradición como linaje, Vitier no dejó de experimentar el suyo, en relación con el laicismo intelectual de su padre, siempre muy interesado en sentar, a una misma mesa, a Martí y a Varona. Dos “guiadores”, dos “vivificadores”, dirá en sus Valoraciones I (1960), que “fueron los últimos grandes representantes de nuestro siglo XIX”, cada uno con “su sitio entre los próceres de Hispanoamérica”. A esos paralelos plutarqueanos del Vitier padre, el Vitier hijo respondía con el apotegma de que ya “Cuba había elegido su delegado”.

La gran obra ensayística de Vitier, entre Lo cubano en la poesía (1958) y Ese sol del mundo moral (1975), podría leerse como un intento de restitución de la verdad literaria de la nación, tras el desvanecimiento final de los velos del escepticismo. Un empeño tan atento a la consagración de esa verdad como a las demandas de su fe. Era inevitable que aquel proyecto intelectual, a pesar de, o precisamente por enraizarse en la experiencia de una juvenil conversión católica antiliberal, entroncara con la ideología oficial del socialismo cubano.

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RAFAEL ROJAS
Rafael Rojas (Santa Clara, Cuba, 1965). Es historiador y ensayista. Licenciado en Filosofía por la Universidad de La Habana, y doctor en Historia por El Colegio de México. Es colaborador habitual de la revista Letras Libres y el diario El País, y es miembro del consejo editorial de la revista Istor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Ha publicado los libros: Un banquete canónico (2000), Revolución, disidencias y exilio intelectual cubano (2006), La vanguardia peregrina. El escritor cubano, la tradición y el exilio (2013), entre otros. Desde julio de 2019 ocupa la silla 11 de la Academia Mexicana de la Historia.

3 comentarios

  1. Muy sensato homenaje… Contrasta con las caricaturas de tantos «scholars»., y de ciertos fanáticos del exilio., la mayoría ignorantes. La hipótesis final es muy sugerente, aunque quizás no «era inevitable». ¿Por qué no sugerir otras opciones, no necesariamente disidentes, pero sí menos oficialistas? Reitero mis felicitaciones a la mesura, aunque podía haber enunciado otro Cintio, el traductor de Rimbaud, el del último ensayo sobre Lezama, sin teleología insular.

  2. También creo que es un merecido homenaje. Siempre he admirado su serenidad, Rojas, para intervenir quirúrgicamente y con justeza, a estos pilarotes de la cultura nacional. Yo me quedo al margen con todo respeto, eso prefiero. Me irritan la candidez y la obsesión controladora del pulso culturológico cubano en Vitier. Su gracia al hilvanar algunas secuencias de palabras, le garantizaran ser atendido por años. Esa atención tendrá por fuerza doble valía

  3. “¿Inevitable?” Aunque es cierto que el mesianismo católico de Cintio podía ser igual de intolerante y excluyente que el culto castrista, la mayoría de los que compartían similares posiciones conservadoras (no necesariamente con el poso ideológico/poético de Cintio, pero igualmente intransigentes) terminaron presos, fusilados, insiliados o exiliados en el mejor de los casos. Cintio, que como Eliseo hizo los papeles para irse pero acabó quedándose por temas familiares, simplemente hizo de la necesidad virtud y metió su catolicismo claudeliano en el tornillo de banco marxistoide que tan graciosamente le proporcionó Cardenal. El hecho de que fuera antiliberal no lo hacía como se presenta aquí un candidato perfecto a la conversión castrosa; más bien lo interesante del caso Cintio son las tremendas contorsiones a que sometió sus ideas tempranas para que de alguna manera cupieran en el molde que le tocó por la libreta, como una hermana de Cenicienta que se cortara el pie para que le sirviera el zapato. No hubo nada de inevitable en esa conversión, y si mucho de oportunismo, autoengaño, y fascinación por el macho alfa que había venido a desbaratar todas sus pajas mentales republicanas para instaurar otras nuevas, la fascinación del “contemplativo” ante el “hombre de acción” que dejó escrita en uno de sus poemas más sintomáticos.
    Por cierto, no conocía ese texto donde habla de la “cerviz laica” y la “cerviz judía”, pero tiene un tufillo antisemita espantoso, sobre todo escrito poco después de Holocausto. Y expresado con esa “cerviz”, término tan martiano, cuando supongo que a Martí esa cerrazón moral lo habría espantado.

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